Resalto tres sucesos de la vida de Vladímir Ilich Lenin (1870-1924) que aparecen en esta completísima biografía y que pueden servir para definir el carácter de una persona radicalmente obsesionada por la política y la Revolución. En 1891, se extendió una grave hambruna por su ciudad natal, Simbirsk, próxima al río Volga. Mientras sus hermanas y su madre participaron en las campañas que se llevaron a cabo para ayudar a las víctimas de la hambruna, sobre todo campesinos, Lenin se negó a esa filantropía porque para él, “lo importante era que la hambruna debilitaría a la autocracia y podría, en consecuencia, impulsar la causa de la revolución”.
Otro suceso es de 1918, cuando Lenin ya tenía las riendas del Gobierno en Rusia. Ante la escasez de alimentos en las grandes ciudades, que estaban provocando desórdenes, Lenin le pide al polaco Dzerzhinski, primer responsable de la Comisión Extraordinaria para la Lucha contra la Contrarrevolución, la Cheka, creada en diciembre de 1917, que acelere las requisaciones a los kulaks. En un escrito de esos meses, pide a Dzerzhinski que para llevar a cabo esta tarea, en primer lugar debe “colgar (y quiero decir colgar, para que la gente lo vea) a no menos de cien kulaks conocidos, hombres ricos, chupasangres”.
Y el tercer hecho tiene que ver con los ataques que lanzó contra la Iglesia ortodoxa. Sus ideas sobre la religión eran ya conocidas: “cualquier idea religiosa, cualquier idea de Dios (…) es de una vileza indescriptible y peligrosa”. Tras la Revolución, decidió esperar el momento apropiado para iniciar su frontal ataque a la Iglesia. Y ese momento llegó con las hambrunas de 1921. En un edicto que se ha conocido después del colapso de la URSS (la biografía de Lenin siempre ha sido blanqueada por las autoridades soviéticas), Lenin pide que se utilice esta hambruna para “hacernos con sus riquezas [de la Iglesia ortodoxa] pronto, de inmediato (…). Cuanto mayor sea el número de clérigos y burgueses reaccionarios que ejecutemos por esta razón, mejor”. Dos años después de esta orden, más de treinta obispos y mil doscientos sacerdotes habían sido asesinados y miles encarcelados.
Sebestyen se centra especialmente en el lado humano de Lenin, aunque lógicamente habla de los episodios históricos en los que se vio implicado, trascendentales para la historia contemporánea y que han convertido a Lenin en un mito y en un modelo para muchos políticos, especialmente populistas, como lo fue Lenin, quien fue adaptando las teorías a la realidad y lanzando mensajes para buscar apoyos incondicionales haciendo suya la máxima, en su caso de una manera contundente, que el fin justifica los medios. El libro finaliza con la explosión del culto a Lenin tras su muerte y que también pervivió durante los años soviéticos y todavía hoy, y no sólo en Rusia.
El libro comienza describiendo su vida familiar, sus padres y la importancia de un hecho determinante: su hermano mayor Aleksandr, brillante estudiante universitario, fue detenido por participar en un complot para asesinar al zar Alejandro III. Aleksandr reconoció su participación y fue ahorcado. Este episodio marcó la vida de Vladímir, pues a partir de ese momento se radicalizó de la noche a la mañana.
En la universidad se multiplicó su activismo político y revolucionario. En 1896 fue detenido, pasó catorce meses en la cárcel y fue condenado a tres años de exilio administrativo en Siberia, en la ciudad de Shúnshenskoye, donde pudo continuar estudiando y también impulsando su compromiso político. A la salida, abandonó Rusia y se instaló primero en Suiza y luego en Alemania, en Múnich. Ya se había fundado el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (germen del Partido Comunista) y Lenin se dedicó al lanzamiento con otros destacados miembros del Partido (como Plejánov y Mártov) del periódico Iskra (“La chispa”).
En sus años de exilio, Lenin tuvo una intensísima actividad intelectual como lector y escritor. En 1902 publicó ¿Qué hacer?, donde ya se encuentra la esencia del leninismo y que fue la Biblia de los revolucionarios bolcheviques. En esos años, desde el extranjero, seguía el acelerado proceso de descomposición del régimen zarista, que tuvo un primer y serio aviso en la Revolución de 1905, que pilló por sorpresa a Lenin. Como necesitaban dinero, no tuvo reparos incluso en crear una banda criminal dentro del partido que se dedicó a robar bancos. La actuación más sonada la protagonizó Stalin en 1907, en un robo con bombas en el que murieron 50 personas inocentes. Para Lenin, “todo lo que se hace por la causa proletaria es honesto”.
En 1907 se dictó una orden de arresto contra su persona y regresó a Ginebra, primero, y después se instaló en París, en 1908. En 1909 tiene lugar su encuentro con Inessa Armand, una revolucionaria comunista también exiliada que se convertiría en su amante hasta la muerte de ella, ya en Rusia, en 1920. Se trata de otro de esos sucesos blanqueados por las autoridades soviéticas, que nunca quisieron reconocer abiertamente el triángulo amoroso que incluso consintió su mujer, Nadezhda Krúpskaya, entregada también desde su juventud a los ideales revolucionarios.
En esos años, nace el periódico Pravda gracias a la herencia que recibe el hijo revolucionario de un comerciante de Kazán. Pravda, con una tirada de 60.000 ejemplares, fue concebido como el ariete de la política revolucionaria de los bolcheviques. Poco antes de que comience la Primera Guerra Mundial, Lenin se traslada a Cracovia, donde llegó a ser detenido, y luego a Suiza, a Zurich, donde vivió hasta su polémico traslado a Rusia en el famoso tren sellado. Los alemanes vieron en Lenin la oportunidad de desestabilizar al régimen zarista, que había comenzado la guerra con sucesivas derrotas que habían trasladado al país un generalizado ambiente de pesimismo y crispación. Lenin quería que su país perdiera la guerra porque así se aceleraría la Revolución. Los alemanes se encargaron de programar ese viaje y también de financiar después con muchos millones al partido bolchevique. El día de la salida del tren, una multitud enfurecida gritó a Lenin y el resto de comunistas que viajaron con él de espías y traidores.
Lenin fue recibido triunfalmente en Rusia y se entregó con todas sus fuerzas a consolidar el partido bolchevique, todavía una minoría, y a boicotear las tímidas políticas de apertura de Kérenski, que se hizo con el poder tras el derrocamiento del zar Nicolás II en la Revolución de Febrero, que puso fin a 300 años de la dinastía Romanov. Lenin continuó utilizando la guerra como arma arrojadiza contra el nuevo gobierno, a la vez que sus mensajes eran cada vez más populistas y violentos.
La Revolución de Octubre fue un golpe de estado anunciado y programado que dio origen a un régimen controlado al máximo por el Partido Comunista, que prohibió la libertad de prensa y concentró la economía en lo que llamó comunismo de guerra, un conjunto de medidas draconianas para controlar a la población. No fue fácil asentar el régimen con el inicio de una guerra civil que restó muchas fuerzas políticas.
Para impedir cualquier regreso al pasado, ordenó la muerte del zar y toda su familia, no solo los más cercanos. Las hambrunas que se dieron a partir de 1918 le llevaron a declarar la guerra a los kulaks, a quienes calificó como campesinos ricos, y a la Iglesia ortodoxa: mandó detener, fusilar y enviar a la cárcel a miles de sacerdotes. Sin embargo, la economía rusa hacía agua por todas partes y Lenin se vio obligado a rectificar con la Nueva Política Económica (NEP), que aparcó sus iniciales medidas revolucionarias.
El periodo de la NEP coincidió con su decadencia física tras el intento de asesinato de la revolucionaria Fanni Kaplan, condenada a muerte después del atentado fallido. Lenin no solucionó su sucesión (los mejores posicionados eran Lenin y Trostki), aunque había entregado el control del partido a Stalin, que luego supo valerse de él para marginar a sus oponentes. Tras su muerte, los dirigentes debatieron sobre qué hacer con sus restos. Decidieron erigir un monumento donde extender el culto a su persona, táctica que después imitarían todos los regímenes comunistas.
Excelente y completa biografía de un personaje ya muy estudiado y analizado y en el que resulta complicado mantener la equidistancia, lo que, pienso, consigue el autor, historiador inglés de origen húngaro que ha ejercido además de corresponsal de prensa en diferentes países del este europeo en pleno proceso de decadencia del mundo comunista.
Mientras que las biografías oficiales han ocultado de manera deliberada algunos aspectos que podían no dar buena imagen de Lenin (como la dependencia económica de los alemanes justo antes de la proclamación de la Revolución o sus relaciones con su amante Inessa Armand o algunas cartas donde aparecían sin disimulo su lado más violento y cruel), otras biografías han ocultado su entrega absoluta a la Revolución, su vida sobria y podíamos decir que hasta burguesa y su capacidad intelectual mostrando solamente los aspectos más tétricos de su carácter.
El retrato que hace Sebestyen es bastante ajustado a la realidad: un hombre poseído por una idea, la Revolución, para la que todo –también el terror- ocupaba un lugar prioritario en sus objetivos. En este sentido, me quedo con el título original de este libro para definir al personaje: "El Dictador".
Lenin. Una biografía
Victor Sebestyen
Ático de los Libros. Barcelona (2020). 672 págs. 32,90 €. T.o.: Lenin. The Dictator.
Traducción: Joan Eloi Roca.