“La vida se me iba en
obedecer y aguantar. Aceptaba mi situación como un destino. Si
hubiera tenido una clara conciencia del infierno en el que me
encontraba, me habría sumido en la desesperación. Nada peor que
ponerse a pensar para hundirse en la melancolía”. Así describe
Kang Chol Hwan su estado de ánimo en el campo de concentración de
Yodok, en Corea del Norte, durante los doce años que pasó como
prisionero.
En ese campo, en el que ingresó con nueve años junto al
resto de su familia, Kang Chol aprendió a blindar sus sentimientos,
a ser impasible ante el sufrimiento propio y ajeno, a no rebelarse, a
someterse a unas órdenes absurdas y despóticas. En ese inhumano
ambiente tiene lugar su duro aprendizaje vital. Eso sí, ni en él ni
en el resto de los prisioneros se cumplen los objetivos de su
encarcelamiento: “reeducarnos mediante el trabajo y el estudio”
para ser ciudadanos ejemplares del régimen estalinista de Kim Il
Sung, la “Luz del Género Humano”, “Genio sin Igual”, “Cima
del Pensamiento”, “Estrella Polar del Pueblo”.
Tras
abandonar el campo, Kang Chol y el resto de su familia intentan
rehacer sus vidas, aunque el país proporciona muy pocas
oportunidades a los que como él han estado prisioneros. Pocos años
después, tras conocer que ha sido descubierto de escuchar una
emisora de radio prohibida, se ve forzado a emprender una peligrosa
huida, amenazado con volver a un campo peor que el de Yodok. El
relato de su experiencia fue muy sonado en 1992, pues apenas existían
testimonios de lo que estaba ocurriendo en Corea del Norte, y menos
de la existencia en la década de los noventa de campos de
concentración. Corea del Norte sigue siendo un país fosilizado en
el tiempo que, ante la pasividad internacional, continua aplicando
las prácticas de terror y violencia heredadas del estalinismo contra
todo aquel que disienta de la doctrina comunista que emana del
general Kim Il Sung, fallecido en 1994 y convertido en mito oficial.
Lo que cuenta Kang Chol
no es diferente de tantos otros testimonios sobre la vida cotidiana
en los campos de concentración nazis y soviéticos. Lo que más
llama la atención es la cercanía de su testimonio, pues Kang Chol
abandonó el campo a principios de los noventa. Este libro, escrito
en colaboración con el francés Pierre Rigoulot, coautor de El
libro negro del comunismo, contribuirá sin lugar a dudas a mirar
de otra manera lo que ocurre en ese misterioso y peligroso país que
es Corea del Norte.
Los acuarios de Pyongyang
Recuerdos del infierno
norcoreanoKang Chol Hwan
Amaranto. Madrid (2005)
258 págs. 22 euros.