Hace ya años, en el verano de
2003, una canción se levantó por encima de todas, aunque no consiguiese
galardones ni el título honorífico de la canción
del verano. Me refiero a la canción de La Banda del Capitán Canalla: “Que
vuelva ya Georgie Dann”. Estos músicos, ya olvidados, se atrevieron a decir y
condensar lo que tantos y tantos sentíamos y callábamos: que Georgie Dann sólo
hay uno porque es el único que ha sabido hacer de la horterada una sublime
broma y obra de arte. La canción sintetiza lo que Georgie Dann ha significado para nuestras
vidas y, por qué no, para la historia de España. Comienza afirmando sin ambages
que un verano sin Georgie Dann es como una Navidad sin los Reyes Magos o Papá
Noel (cierto). Luego lo comparan con otros éxitos del verano, fugaces, muy
fugaces: las Ketchup, Amaral, Ricky Martin, Chayanne (bastante cierto). A
continuación destacan su valor como precursor en tantas cosas, también en la
picante estética del acompañamiento y la representación: “Él fue el primer nota
que salía a actuar con go-gós medio en pelotas bailando detrás (...) Él fue el
primero que se inventó los bailecitos del verano”. Más adelante, hay una
referencia a los éxitos más importantes de su discografía: “El Chiringuito, La
Barbacoa, El negro no puede, Bailemos el bimbó”.
Es cierto que,
como dice este grupo, Georgie Dann no es ni Julio Iglesias, ni Raphael, ni
Massiel, pero ¿alguna vez lo ha buscado? Además, es mucho más fácil ser uno de
estos artistas que llegar a donde él ha llegado. He dejado para el final unos
versos de esta canción que me siguen emocionando: para hablar de cómo las
canciones de Georgie Dann penetraron hasta el tuétano de nuestras vidas, dicen:
“lo tocaban las orquestas en la fiesta patronal”. Con esta afirmación, real, Dann pasa por encima de la canción, sin
suprimirla, y la convierte en himno popular. Verdaderamente grandioso. ¿Quién
ha conseguido esto? Nadie, absolutamente nadie.
Desde aquí,
además, aprovecho la ocasión para tributar un merecido, sentido y emocionado
homenaje tanto a las orquestas oficiales de todas las ciudades y pueblos de
España como a esas orquestas populares que pueblan la geografía española y que,
con su labor callada, sacrificada, ambulante y oculta, contribuyen año tras año a la democratización
de la horterada como elemento genuino español. La historia de estas orquestas
es la historia de un anonimato heroico. Mientras escribo esto tengo delante las
espléndidas fotografías de algunos grupos que nunca pasarán a la historia (no
lo persiguen y ojalá que no lo consigan), pero que saben que con su labor están
prestando un servicio público a la humanidad en las salas de fiesta, bodas,
bautizos y comuniones y en esa uniformización del gusto popular y hortera que
son las fiestas de los pueblos.
Un brindis,
pues, lleno de cariño y nostalgia, por la Orquesta 10, Reino, Brillo de
Estrellas, Hollywood, Sonora Real, Alborán y Acrópolis Show, Arco Iris, la
Orquesta Internacional Libertad, la Agrupación Musical Los Marchosos, Fusansc,
el grupo Chalay, la orquesta Manhattan, Élite, Volcán Orquesta, La Habana,
Frontera, Eclipse, Clasics, Nova Sinfonía, Carrusel, Sladam, Nancy, Guaycan,
Los Dan, Glamour, Marsella, Melodías, Solana, Costa, Zahira, Angora, Madison, Níquel
Pershing, Florida Show, Primera Plana, Samoa, Luna, San Francisco, Los Dos
Españoles (tengo una cinta suya y lloro cada vez que cantan su sentido homenaje
al camionero)... Todos estos grupos y orquestas, además de interpretar sus
propias composiciones, engordan sus repertorios con los mejores éxitos de la
música popular española, sobre todo con canciones veraniegas. Ellos representan
la estabilidad y la continuidad.
Vino
a España de la mano del Festival del Mediterráneo, en la década de los 70. Está
felizmente casado y ha confesado (lo que es digno de elogio) que uno de sus
primeros peluqueros fue Llongueras. Ya en 1976 era un ídolo de masas con “El
bimbó”, canción que todavía hoy compite con “La konga” para cerrar como se
merece una boda carpetovetónica. Desde el principio, George Dann, icono de la
transición española, tenía claro que lo suyo es ser una ONG andante: “yo intentaba hacer música para divertir a la gente”.
En unos momentos políticamente duros e intensos en España, hacía falta alguien
que se empeñase en transmitir a la humanidad cosas felices y duraderas,
esquivando con sagacidad el peso de la censura, con la que, son palabras suyas,
nunca tuvo problemas (aunque todavía puede aparecer algún documento secreto que
considere a Georgie Dann enemigo del régimen, nunca se sabe).. Cuando se le
pregunta sobre los contenidos de las canciones, con una sorprendente
sinceridad, Georgie Dann da en el clavo: “ Una canción es una cosa con la que
la gente se puede divertir”. Toda su poética y su sabiduría encerrada en estas
sencillas y sabias palabras.
“Lo
fácil es lo difícil”. No es una cita de Gracián sino de Georgie Dann. “Yo soy
músico y también estudié en el conservatorio. Intenté este tipo de canción
veraniega, acompañada de baile, y he sido muy imitado”. Confiesa que cuando va
de viaje le gusta escuchar chistes del humorista Arévalo (con esto se podría
hacer otra tesis).
¿Quién
hace las letras de su increíbles canciones? Él, sólo él. De entrada, intenta
ser original, imprevisible (“siempre he procurado ir contracorriente. Si se
lleva un estilo determinado, disco por ejemplo, yo salgo por donde la gente no
espera”. ¿Tienen sus canciones un sentido, un mensaje oculto? Aquí, el muy
cuco, no quiere desvelar el misterio. A veces, para despistar, se muestra
tajante: “Nunca acabo de decir nada”; pero en otro momento deja caer que quizás
haya algo más (apuesto por esto): “Mis canciones tienen un doble sentido, sin
acabar de desvelarlo”. Prefiere que sean los receptores los que concreten el
oculto mensaje de sus canciones. ¿Alguna finalidad oculta?: “Si la gente,
cuando escucha tu canción, echa una sonrisa, ya está todo medio ganado” (y
pensar que a otros artistas, por mucho menos, les han dado el Premio Príncipe
de Asturias de la Concordia).
La barbacoa, una
síntesis
Gracias
al apoyo de un divertido anuncio televisivo, uno de sus más espectaculares
éxitos musicales fue la canción “La barbacoa”, con la que intenta atrapar la
mentalidad de otro espécimen muy hispánico: el dominguero. Merece la pena
reflexionar un poco sobre el ser dominguero para entender mejor la complicada y
sinuosa letra de esta canción. Tras años de pausada contemplación, éstas son
algunas de sus notas distintivas: rechazo de la improvisación (todo se lleva
preparado, como se aprecia en la canción); huida de la originalidad; aprecio por
la masificación y el plan familiar; perseverancia y constancia; nunca se debe
tener miedo al ridículo; obediente a la tradición; gustos decimonónicos (es
carne de cañón de la canción del verano);
apasionado por los tópicos.
La
canción, pues, comienza con una definición del dominguero: “Este domingo con
todos los amigos/ nos vamos para el campo a comer la barbacoa”. Ya aparecen,
como decíamos, algunos de los rasgos del dominguero: la obligada periodicidad
(este domingo), el acusado sentido familiar y de la amistad (amigos) y la
finalidad gastronómica (comer la barbacoa). Los siguientes versos insisten en
algunas de estas características: “Nos llevamos muchas cosas, /las bebidas, las
gaseosas”. El dominguero no improvisa sino que amarra todo lo que puede, sin
lugar para las ocurrencias de última hora.
Comentaba
Georgie Dann que “lo fácil es lo más difícil”; por eso opta en toda la canción
por rimas aparentemente fáciles pero que son el resultado de un esforzado
trabajo poético: cosas/gaseosas, con la famosa rima en o-a, que tanta
importancia tienen en su poética, lo mismo que la rima en illa-illa: “La
salsita, las costillas/ buena carne
a la parrilla”. Francamente genial.
Luego viene el enigma del significativo barbekiú,
fruto, quizás, de su plurilingüismo, su apertura hacia el mercado internacional
y, por qué no, su sentido del humor.
La
siguiente estrofa es un dechado de excelente utilización de los paralelismos
sintácticos y emotivos, apoyados por el magistral uso de la exclamación con una
finalidad enumerativa: “Qué ricos (los chorizos)/ Qué ricas (las salchichas)/
¡Qué buenas –obsérvese el giro- (las chuletas). El ritmo está basado en la
repetición de las mismas estructuras gramaticales, con las que refuerza el
mensaje sentimental que desea transmitir.
Le
he estado dando muchas vueltas al significado de este verso: “¡qué bueno es
este vino de garrafa!”. ¿Qué querrá decir? Lo fácil es pensar que,
irónicamente, Georgie Dann está lanzando una velada protesta social: tenemos
que conformarnos con el vino de garrafa porque no tenemos dinero, de lo
explotados que estamos, para poder comprar un vino mejor. Pero hay que rechazar
esta interpretación en clave marxista (qué haría Luckács con estas canciones)
porque ya sabemos que Georgie Dann lo único que desea es transmitir felicidad,
sin más vueltas de hoja. Le podemos dar entonces un giro la vuelta al
argumento: qué suerte poder tomar un vino de garrafa, un producto barato que
acepta el paladar exigente de un buen dominguero. El justo uso otra vez de las
exclamaciones pone las cosas en su sitio. Y el final de la canción es,
abiertamente, una defensa de su optimismo vital, subrayado en todas sus
facetas: sonrisa suya, de las bailarinas, los colores, los bailes, etc. La
letra dice: “disfrutan como locos chupándose los dedos”. Imagen visual con la
que fija, como una fotografía, el apoteósico espectáculo de la alegría.
“La
barbacoa” es un excelente ejemplo de cómo Georgie Dann maneja todos los
ingredientes de una canción, siempre pensando en el hortera/receptor, que
asimila de manera subliminal los mensajes porque comparte la misma vitalidad (o
por lo menos el deseo de vitalidad). Este sabio trabajo compositor se
manifiesta también en otras canciones suyas, como en “El Chiringuito”, canción
que guarda muchos puntos en común con “La barbacoa”. Aquí, entre nosotros, me
he emocionado hasta las lágrimas con “Macumba”. No sé por qué, pensaba que se
trataba de una letra insustancial, y no es así. “Macumba” describe el drama de
una joven (¿Macumba?, ¿nombre real o seudónimo? ¿relato de una historia
verídica?) que “vive igual que una estrella/ con sus aires de telenovela” (otra
vez su inseparable rima e-a).
Macumba ansía, como sus estrellas televisivas,
una vida llena de otros encantos. Aunque no se dice abiertamente, se refugia en
el mundo de la peligrosa noche, donde el baile es parte consustancial a su manera de vivir.
Gracias a su habilidad, se convierte en “la reina del lugar”, ya que “no puede
vivir sin dejar de bailar” (lugar/bailar). Pero esa aparente felicidad (tema
obsesivo en las letras del francés) esconde la tragedia: ella, Macumba, gastó
su vida entre “copas y risas”, metonimia que designa una vida mal vivida. Y
peor todavía, perdió su ilusión “con políticos duques y artistas”. La verdad es
que la tal Macumba iba un poco descaminada.
Acaba la
canción con unos versos que superan ampliamente la capacidad evocadora de las
golondrinas en el famoso poema de Bécquer. La paloma (que aquí sólo es una) se
convierte en la íntima confidente de las cuitas de amor del enamorado: “Si
todavía sientes niña/ aquel amor que te juré./ Busca en el cielo y la paloma/ te
contará lo que lloré”. Emocionante. La misma fuerza trágica está presente en
otro de sus conocidos éxitos: “La colegiala”.
A
lo largo de su trayectoria, Georgie Dann ha dado muestras suficientes de su
sutileza poética y de su capacidad para, con las palabras, con el cuerpo, con
la música, contagiar a los receptores de sus profundos sentimientos, a veces
camuflados en frivolidad. Los títulos de sus elepés son, a estos efectos,
significativos: “Bota-va”, Casatshock” (con esa valiente reivindicación aperturista
en tiempos de guerra fría del
folklore ruso: aquí hay tema), “La cremallera”, “El soltero”.
Pero
vayamos a “La gallina cha-cha-ha”, canción que pudo inspirar años después (es
una teoría mía, lo reconozco) la letra de la canción de la también mítica “La
gallina Turureta”, uno de los grandes éxitos de Gaby, Fofó y Miliki.
Inspirándose en los debates de amor tardomedievales, Georgie Dann se plantea la
canción como un debate entre una tal María (nombre que será emblemático a
partir de entonces en las canciones del verano, aunque ya antes, como era de
esperar, Luis Aguilé había dedicado a este nombre toda una canción: “María no
más”) y un anónimo narrador (¿el propio autor?). Comienza la canción: “María,
dónde está la gallina”, Responde la tal María: “en el gallinero, en el
gallinero” (obsérvese el ingenioso recurso dramático a la consabida
repetición). Vuelve a preguntar el narrador: “¿Y qué hace la gallina?”. En ese
momento, estamos como en suspenso: eso, ¿qué está haciendo la gallina? Con
habilidad, ha introducido en el diálogo una dosis de intriga que deja al
receptor con una sospechosa incertidumbre. Menos mal que María lo arregla todo
en el siguiente verso: “La gallina pone huevos/ la gallina pone huevos”. Pero
no acaba ahí la cosa, porque María posee tal sentido de lo didáctico que
aprovecha la pregunta del ignorante narrador para dar una lección de ecología:
“Por el día pone uno, por la noche pone dos”. Entran ganas de recomendar este
texto en alguna asignatura de la ESO.
Sin embargo,
cuando pensábamos que la canción transcurría por senderos pedagógicos, viene la
sorpresa, ese forzar el quiebro que tanto gusta a Georgie Dann. La tal María no
es lo que parecía. Vuelve el diálogo, ahora con un tono más preocupado: “María,
qué pasó en el gallinero”. Y la trágica respuesta, después de unos
interminables segundos de espera: “Que he pelado al gallo para hacer puchero”.
A simple vista, parece como si el cantante estuviera jugando con nosotros, los
receptores. Pero no es así porque Georgie Dann vuelve a envolver toda la
canción con sus inequívocos ritmos juguetones, dándonos a entender que no es
ninguna tragedia sino que la lucha por la vida (del gallo sale el puchero que
nos acabamos de comer) hay que tomársela así, con agradable filosofía, como
todo lo que hace Georgie Dann, el verdadero motor, ídolo, gurú, vate y profeta
de la canción del verano.
El
gran Georgie Dann es, en definitiva, un producto y un emblema de la cultura
popular y, a la vez, un animador de
millones de gente común que se identifican con sus ritmos y canciones. Georgie
Dann es, por eso, un único y especial trasmisor de una cultura eterna e inmortal,
tenue y persistente, que sin ella, no hay que dudarlo, no habría historia.
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