Me lo habían recomendado hace años, pero hasta esta Semana Santa no he acabado por leérmelo. "Figuras de la Pasión del Señor" es un gran libro que, pienso, es de los pocos, por desgracia, que van a quedar de este autor alicantino, que ha caído en un olvido casi total (como le pasa en parte a su paisano Azorín). Lo escribió Miró entre 1915 y 1917, cuando se encontraba trabajando en la elaboración de una "Enciclopedia sagrada católica", que no se llegó ni a remontar ni publicar. Vivía en ese momento en Barcelona y trabajaba en su Diputación. Antes, había desempeñado diferentes puestos burocráticos en el Ayuntamiento de Alicante, tras unas fallidas oposiciones a judicatura, y en 1920 se trasladó a Madrid para trabajar en el Ministerio de Instrucción Pública. Murió en 1930.
Aunque alabado y tímidamente reconocido por las "vacas sagradas" de aquellos años, Miró es nuestro peculiar Robert Walser mediterráneo. No encajó laboralmente en ningún sitio. Tuvo pocos amigos. Y literariamente, todavía hoy, no se sabe dónde meterlo: unos lo hacen en la generación del 98, otros en la del 14. Se suele destacar su parentesco literario con Azorín, que, como Miró, también destacó en el uso preciosista del lenguaje y en el exquisito tratamiento de la prosa poética. Pero Miró es mucho más que esto. Hay en su estilística una exacerbada sensibilidad sensorial que se desborda en sus escritos, de manera especial en este libro que comentamos. Su prosa es una explosión de luz, color, olores...: "Entre las estancias se abren los patios de jaspes, con toldos amarantos, verdes, anaranjados, sanguinosos y crudos, que tamizan el sol". Su léxico está plagado de cosas concretas con nombres y apellidos, con una cierta querencia a los arcaísmos, palabras exactas que están en desuso y que Miró recupera con gran soltura. Todo lo que describe tiene un nombre y todo es susceptible de recibir uno o varios adjetivos que engrandecen su significado. Sus retratos son delicados cuadros impresionistas: "Nicodemus, o Bonai-ben-Gorion, era recio, huesudo, inflamado". Sus paisajes desprenden vida y variedad: "¡Cafarnaum, en la llanura de Zabulón, tierras de Genesar, que crían el olivo, el mirto, la palmera, la morena, el nogal, el milgrano, el índigo, el pistachero, el manzano, el naranjo y el cidro!".
Su mirada sobre la realidad es lúcida y exhaustiva. Todo se puede matizar y colorear y saborear y escuchar. Esta es la manera de acertar con el tono específico de lo que se describe. Por ejemplo, Miró muestra de esta manera el ambiente de los mercaderes que se extienden por los alrededores del Templo de Jerusalén: "Bajo los pórticos del Patio de los Gentiles, de columnas de jaspes, de vigas de cedro y piso de mosaico rojo y azul, se amontonan los mercaderes, todos con la insignia de su oficio o lonja". Y luego pasa a describir con precisión las actividades de los cambistas, los tintoreros, los orífices y percoceros, los alfayates, los perfumistas y drogueros, los hortelanos, recoveros, pasteleros... Y "vocean su pregón los alcalleres delante de sus tablas de amuletos de barro, de colodras, de marmitas, de cántaras recias y lisas, de ánforas cipriotas".
"Figuras de la Pasión del Señor" se centra en los personajes que acompañaron a Jesús antes y durante la Semana Santa. Cada uno de ellos ofrece retazos de la vida en Palestina, de las costumbres de aquellas gentes, de los paisajes donde moran, de las vestimentas que utilizan los diferentes estamentos sociales, de las comidas caseras, de los utensilios que utilizan para trabajar en el campo... Miró ofrece, además, una imagen viva y cercana y emotiva de Cristo, que ha sido capaz de con sus palabras y hechos transformar la vida de tantas personas singulares, algunas sin apenas brillo y otras, como Nicodemo y José de Arimatea, cercanas al poder político, económico y religioso.
Cada escena tiene un pequeño nudo argumental centrado en el personaje seleccionado -María de Cleofás, María Magdalena, Simón de Cirene, Pilato, Barrabás, Annás, Herodes Antipas, Kaifás...-, aunque el peso de la narración lo lleva el tratamiento estilístico, recreándose en la atmósfera física y vital de Palestina. Como cuando describe Nazareth: "En una revuelta del camino surge todo Nazareth, crudo, recortado; sus casas desnudas, cuadradas, encendidas; los domos de las azoteas y los aljibes, como pechos alzados al azul. Nazareth se hinca arrebatándose por los pliegues de la peña blanca. En seguida reposa al amor de un coro de colinas verdes. Delante se tienden las eras; bajan los bancales de márgenes de pedernal y zarzas".
Su dominio del lenguaje es abrumador, hiperrealista. Su estilismo formal deslumbra. No hay nada que se detenga a su capacidad de especificar, ya sean unas ropas de la época, la descripción de los salones de Pilato, el retrato del soldado que flageló a Jesús o las viandas que preparan unas criadas: "las siervas tendían tapices y cojines, y preparaban la refacción matinal: pasteles de setas y especias, cecina de jabalí umbriano, madreperlas y mariscos cogidos en el creciente de la luna; mirlos rellenos de pistachos".
Libro muy literario, humano y religioso, en el que el autor demuestra un gran conocimiento del Antiguo y Nuevo Testamento, que presenta de manera límpida el mensaje y la figura de Cristo. Los personajes que aparecen en el libro han sido tocados por la luz de la gracia, la verdad y la vida.
Y buscando en Internet cosas sobre Miró, me he encontrado con otro libro que toma los sucesos religiosos de la Pasión como pretexto estilístico, "Semana Santa", prologado por el periodista Gaziel, que se publicó poco después del fallecimiento de Gabriel Miró. De hecho, en el prólogo se lamenta Gaziel de la mala suerte de la edición del libro, pues un retraso inesperado en la imprenta impidió que Miró lo pudiera tener en sus manos. Como "Figuras", aunque de manera menos exacerbada, lo que sorprende es su estilo y su ambientación, que combina en esta ocasión las referencias al presente de su tierra natal con el pasado de la época de Jesús.
Figuras de la Pasión del Señor
Gabriel Miró
Biblioteca Nueva. Madrid (1973)
304 págs.