jueves, 24 de septiembre de 2020

Los Estados Unidos y el mundo: la metamorfosis del poder americano (1890-1952)

          Este libro analiza la historia de Estados Unidos desde finales del siglo XIX hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial desde una perspectiva muy interesante: los cambios que se han dado en la política de Estados Unidos a la hora de justificar su cada vez más acusada presencia internacional. José Antonio Montero, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid, es autor de trabajos de investigación relacionados con la política exterior de Estados Unidos, y Pablo León es profesor de Historia y Relaciones Internacionales en el Centro Universitario de la Defensa de Zaragoza. 

      En el libro, de manera cronológica, se explica cómo la conversión de Estados Unidos en superpotencia alteró tanto su política interior como sus acciones exteriores en unos tiempos, además, convulsos y de radicales cambios. Si durante el siglo XIX la Doctrina Monroe se aplicó férreamente a la manera de entender y contener la política exterior norteamericana, ya a finales del siglo XIX Estados Unidos empieza a comprender que no puede vivir de espaldas a los numerosos problemas políticos, económicos y militares que suceden a su alrededor. El detonante de este cambio de actitud, que contó con una fuerte oposición en su país no solo en estos años sino durante las décadas siguientes, fue el papel que debía desempeñar Estados Unidos en Venezuela y otros lugares tan estratégicos como Samoa, Hawái y Cuba. Los conflictos que se generaron obligaron a Estados Unidos a cuestionar sus mitos políticos tradicionales para adaptarlos a la realidad de lo que estaba sucediendo en sus áreas de influencia. No deseaba Estados Unidos convertirse en un país imperialista, opción que siempre había rechazado y que estaba en la base de su ideario fundacional, pero tampoco parecía dispuesto a que Francia, Reino Unido y Alemania condicionaran su estabilidad económica y política.

           A finales del siglo XIX Estados Unidos se había ya convertido en una potencia económica mundial, lo que le obligó a intervenir en conflictos que le afectaban directa o indirectamente. Lo sucedido en la guerra de Cuba con España fue el detonante de problemas similares que había que solucionar por la vía de la intervención. No fue un camino fácil. Como escriben los autores a propósito del periodo 1901-1913, “la política exterior estadounidense siguió rompiendo sus moldes tradicionales, pero sin encontrar el lugar desde el que, cómodamente, pudiera desplegar ante los ojos del mundo su potencia y su influencia”. En estos años es clave el papel que desempeñó el presidente Theodore Roosevelt, que lo fue desde 1901 a 1909. Roosevelt tuvo que enfrentarse a disputas de calado en Centroamérica y también a resolver sus numerosas diferencias con Francia, Reino Unido y Alemania, que mantenían el pulso a la hora de controlar los destinos del mundo. Con un discurso a veces contradictorio, Roosevelt tenía claro que el destino excepcional del pueblo americano pasaba por una mayor implicación en los problemas internacionales.




         Otro presidente fundamental para entender los cambios en la política exterior de Estados Unidos fue Woodrow Wilson (presidente de 1913-1921), quien intentó mantener a toda costa la neutralidad en la política norteamericana y que, sin embargo, se vio abocado a intervenir de manera directa en la Primera Guerra Mundial y en el diseño que tras la guerra se hizo de los años de paz en el polémico Tratado de Versalles.

          Los autores titulan “Aislacionismo global” al periodo que va desde 1921 a 1933, los “felices veinte” que fueron la antesala de la Gran Depresión que resquebrajó el sistema financiero internacional y que supuso una grieta en el poderío económico de Estados Unidos en todo el mundo. Los años del New Deal posterior a la crisis tuvieron como protagonista a otro presidente que ocupa un destacado lugar en este libro: Franklin D. Roosevelt (1933-1945). No tuvo nada fácil equilibrar la política internacional en los años treinta ante las preocupantes y crecientes amenazas de Alemania. Roosevelt hizo lo posible para mantener la política aislacionista secular de Estados Unidos, que enarboló para consolidar la neutralidad en algunos conflictos que amenazaban ya la estabilidad europea, como fue el caso de la invasión italiana de Etiopía, la guerra civil española y el pacto entre Hitler y Stalin. Después, Estados Unidos se convirtió en actor imprescindible para derrotar a Alemania y contrarrestar también el creciente poder ideológico y militar de la URSS, que salió fortalecida tras la contienda, y que dio origen, ya con Harry Truman como presidente, a la Guerra Fría, el enfrentamiento entre dos superpotencias y dos bloques ideológicos antitéticos. 

        El libro finaliza en 1952, con la elección del presidente Eisenhover, momento en el que Estados Unidos es consciente del peso cada vez más sólido y sinuoso del comunismo en el planeta (ya ha triunfado la revolución comunista en China), con sus tentáculos extendidos en Corea, Indochina y Vietnam y con cada vez más influencia en América Latina. A la vez, surgen nuevos puntos geográficos de crucial interés para el futuro de la política internacional estadounidense, como es Oriente Próximo.

            No estamos ante un manual de historia más que se dedique a resumir lo más destacado de estas décadas convulsas de la historia de Estados Unidos y de Occidente. El objetivo del libro –mostrar el constante debate entre las posturas aislacionistas y la necesidad de intervenir en los conflictos internacionales- traspasa con fluidez el relato de los hechos y la intervención de los protagonistas. En este sentido, los autores conectan con habilidad estos cambios con puntuales y significativas referencias a manifestaciones literarias y cinematográficas que visualizan estos giros. De lo que se trata es de mostrar los argumentos de las partes enfrentadas en la política interior norteamericana, los complejos movimientos de los principales agentes de este trascendental cambio, su aplicación directa en la estrategia política, militar y económica del país y las consecuencias que a todos los niveles trajo en la configuración de un nuevo orden mundial, en el que Estados Unidos pasó a desempeñar un papel de principal protagonista. 




Los Estados Unidos y el mundo: la metamorfosis del poder americano (1890-1952)

José Antonio Montero Jiménez y Pablo León Aguinaga

Síntesis. Madrid (2019)

384 págs. 20,95 €.

sábado, 5 de septiembre de 2020

"La era de Stalin", de David L. Hoffmann


“Pocos personajes históricos inspiran tanta adoración y aversión como Iósif Stalin, dictador de la Unión Soviética desde 1928 a su muerte en 1953”, escribe David L. Hoffmann, profesor de Historia de Rusia en la Universidad de Ohio y autor de numerosas publicaciones sobre la historia de la URSS. Este libro no es una biografía del dictador soviético sino un detallado análisis de los cambios que se dieron en la URSS durante lo que se ha venido en llamar estalinismo, aunque, como bien dice el autor, los métodos estalinistas no acabaron con su muerte sino que se extendieron con ligeros retoques hasta la época de Gorbachov.

            Hoy día, la figura de Stalin sigue despertando admiración entre ciudadanos rusos y de las antiguas repúblicas soviéticas que añoran nostálgicamente los años del Imperio de la URSS y el entusiasmo que suscitó la figura de Stalin tras la derrota de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, esta nostalgia se olvida de los años de terror, de las purgas, de las deportaciones y de las muertes. Muchos de estos “admiradores” ponen el acento exclusivamente en las transformaciones económicas que sufrió el país, que pasó de la autocracia y pobreza zarista a convertirse en potencia mundial. Eso sí, “esta transformación -como destaca Hoffmann- tuvo lugar mientras se aplicaba una violencia de Estado masiva, un verdadero baño de sangre”.

            El historiador norteamericano sitúa la novedad de la Revolución soviética en su contexto histórico, en una época de auge de las utopías socialistas, la política de masas y la reivindicación de las condiciones de los trabajadores. Estas ideas se encontraron con la fuerte oposición de los zares, que apenas movieron ficha para introducir cambios, y cuando los tomaron fue demasiado tarde. Hoffmann describe de manera muy crítica los últimos años del régimen zarista, con unos zares, como Nicolás II, desbordados por las circunstancias.


            El golpe de estado de los bolcheviques inició una guerra civil que, curiosamente, se convirtió en un suceso “formativo” para el nuevo régimen. Las políticas de estado militares, económicas y sociales no se desmontaron al finalizar la guerra civil sino que siguieron en vigor y moldearon las instituciones estatales y la cultura política y la mentalidad de los líderes bolcheviques. Y más todavía a partir de 1928, cuando Stalin, ya dueño del poder absoluto del Partido Comunista y del Estado, decidió desmontar las medidas de la Nueva Política Económica (NEP) y aplicar sus drásticas medidas para industrializar el país, que pasaban por la revolución agraria, la colectivización forzosa, la persecución de los kulak y la aprobación de los planes quinquenales. A partir de ese momento, el Estado se hizo cargo “de la economía y estableció normas férreas para el desarrollo de la industria”. Este nuevo camino solo podría llevarse a cabo con un control absoluto también de la población y la persecución contra los enemigos de la seguridad del Estado. Esta política justificó los años de terror, las purgas y la extensión de los Gulag.

            Los años 40 están marcados por la Gran Guerra Patriótica, que dejó millones de muertos en la URSS. La victoria no supuso cambios en las políticas de la URSS. La muerte de Stalin en 1953 trajo consigo, años después, ya en la época de Kruschev, una denuncia de los abusos de poder de Stalin y de los excesos del culto a la personalidad, pero las décadas siguientes siguió activo el estalinismo, pues no hubo cambios políticos.

            El libro resume muy bien todos estos acontecimientos a la vez que describe las líneas maestras del estalinismo, que pasaban por el dominio absoluto del Estado de todas las esferas, tanto en el plano individual como en el colectivo, en el económico y cultural y hasta en todo lo relacionado con el ocio y las relaciones personales. Este modelo, además, fue el que se extendió al resto de países del Telón de Acero. 



La era de Stalin

David L. Hoffmann

Rialp. Madrid (2020)

272 págs. 20 € 

T.o.: The Stalinist Era

Traducción: David Cerdá.