martes, 29 de diciembre de 2015

“Seré duda”, de Andrés Trapiello


En 1990, Andrés Trapiello publicó El gato encerrado, el primer volumen de su diario, que lleva como título genérico Salón de pasos perdidos. Seré duda es ya el volumen diecinueve. Sin lugar a dudas, el trabajo y la perseverancia de Trapiello (1953) han dado forma a una de las aventuras literarias más ambiciosas de la literatura española contemporánea.
            Es cierto que esta obra es un diario, género que puede echar para atrás a aquellos lectores que busquen libros de acción o piensen que estamos ante el recuento anodino y metódico de una vida. En el caso de Trapiello –y también en el de otros escritores contemporáneos que lo utilizan como su vehículo literario preferido: Iñaki Uriarte, José Luis García Martín…-, el diario es un género flexible, moldeable, dinámico, elástico, nada rígido, donde tienen cabida los múltiples ingredientes novelísticos de una vida. Por eso abre todos los volúmenes de Salón de pasos perdidos con una cita de Galdós tomada de su novela Fortunata y Jacinta: “Por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela”.
            El argumento, pues, de esta novela-diario (también los ha llamado vidario) es la vida de un único protagonista y personaje llamado “Andrés Trapiello”. En todos los volúmenes se repiten las situaciones y escenarios de su vida, pero siempre actualizados y con sabores y matices nuevos. “Tal y como yo los entiendo, esta novela y mi vida en ella son la misma cosa”, escribe en uno de los prólogos de esta novela. Y el extenso volumen –recupera el tamaño habitual de otras entregas, disminuido en las dos últimas, Miseria y compañía y Apenas sensitivo- es, una vez más, “una sucesión de hechos, impresiones y confidencias”.
            En esta ocasión, el diario, publicado en 2015, recoge la vida del autor en el año 2005, cuando se celebró el IV Centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote. A finales de 2004, Trapiello había publicado su novela Al morir don Quijote, en la que se contaba la vida de los principales personajes de la obra de Cervantes en los meses siguientes a la muerte de su protagonista (en 2014 ha publicado otra más sobre lo mismo: El final de Sancho Panza y otras suertes). Esta novela, más los ensayos del autor sobre El Quijote y su biografía Las vidas de Miguel de Cervantes, propiciaron que Trapiello fuese invitado a impartir conferencias y charlas en numerosas localidades de nuestro país. Más que en otros volúmenes, este es, como escribe el autor, “el más accidental y accidentado de todos”, en el que lleva “una vida ambulante bastante anómala” que, alejándole de su radical soledad, le proporciona el encuentro con “historias disparatadas y absurdas” y con una serie de personajes “descoyuntados, infelices y atónitos”, que Trapiello describe con tonos grotescos y mucho sentido del humor.
            Sobresale en este diario un suceso íntimo por encima de todos: la muerte del pintor Ramón Gaya (1910-2005), de la que Trapiello se entera en el aeropuerto de La Coruña. Gaya ha tenido una presencia constante en estos diarios, y ya en los últimos se hablaba del progresivo deterioro de su salud. Incluso en este tomo se relata una vista que Trapiello le hace con un grupo de amigos meses antes de su fallecimiento, tras la que comenta: “sentimos todos que acabábamos de decir adiós a uno de los hombres más grandes que hayamos conocido y al artista más puro”. En el relato de su entierro, Trapiello reconoce que “por pocas personas sentirá uno mayor gratitud y admiración, a pocas hemos querido tanto, pocos habían dejado en nuestras vidas una huella tan honda, ninguno un magisterio tan silencioso y benéfico”. Otro hecho que destaca en este tomo es la posible grave enfermedad de M, su mujer, que quedó al final en un fuerte susto. 


            Y asistimos, entretenidos, a las vicisitudes de Trapiello en el Rastro madrileño, a la caza de libros viejos. A los viajes a Tetuán, Tánger y Bucarest, a los que dedica una atención especial en descripciones y páginas. Y a las impresiones del rodaje de un documental para la televisión en el que Trapiello se reencuentra con los lugares esenciales de su vida. También vuelven a aparecer pequeños sucesos domésticos, la visita a sus familiares, las periódicas estancias en Las Viñas, la relación con sus hijos, sus lecturas, encuentros con los amigos… Y no podían faltar las rencillas y encontronazos que mantiene con otros autores, los cotilleos, los dardos envenenados, las suspicacias, los malentendidos, las malas lenguas… Soy de los que piensan que algunos de estos comentarios rebajan algo la calidad de estos diarios, aunque le añaden un morbo que, curiosamente, algunos lectores echarían de menos si desapareciesen, lo que Trapiello sabe muy bien. “Si la literatura se ocupa de la vida –escribe- y en la vida procuramos pasar el mayor tiempo posible con los amigos y no con los enemigos, la literatura debería ocuparse menos de los enemigos que de los amigos. Pero es más difícil hablar bien de algo que hablar mal, aunque hablar mal, no se sabe por qué, suele ser más agradecido”.
            Los asiduos lectores de estos diarios ya conocen sus manías y cómo respira, y están habituados a su acidez y mordacidad cuando se refiere a la Iglesia católica (este año 2005 es el de la muerte de Juan Pablo II y sus juicios sobre él son muy negativos), a ciertos ambientes de la vida literaria y a valoraciones artísticas (en especial, cuando salen el arte moderno y alguno de sus gurús). 
            Literariamente, hay de todo en estas páginas. Aparecen felices aforismos: “El dinero no da la felicidad, de acuerdo; pero la felicidad tampoco”, “Yo sé que el infierno se parecerá a una tienda de suvenires”. Momentos poéticos, como cuando escribe que “la muerte de alguien a quienes hemos amado tanto hace posible la eternidad”, refiriéndose a Ramón Gaya. Jugosas valoraciones literarias, como las que hace de El libro de Sigüenza, de Gabriel Miró, o Koba el Temible, del novelista inglés Martin Amis, entre otros.
También hay sobresalientes descripciones de lugares, como ésta del Ateneo de Madrid: “Es un casón increíble. Sigue como si por él no hubiesen pasado, qué digo los años, siglos, y la ciencia de tantas generaciones se ha fosilizado de tal manera, que le da a todo un cierto aire de cenotafio. Las paredes, color suicidio, y los ateneístas todos con un aspecto de haber sido rebozados por un lutero, a la espera de que alguien los arroje a la sartén de las oposiciones”.  O esta otra descripción de una librería de viejo en Tánger: “Si se algún agujero se puede decir que era un mechinal libresco, era de aquel. No he visto más porquería, libros rotos, papeles sucios, polvorientos y pringosos que allí. Ni en la librería que llamábamos hace treinta años “del Guarro”, cerca de la Escalinata de Madrid, a la sombra del Viaducto, había tanta mierda como en aquella. El librero estaba en la puerta, sentado en una silla, para no mancharse. Era un hombre de unos setenta años, con fez rojo, gafas de cristal ámbar y chilaba azul, yo creo que la usaba como guadapolvo, porque le asomaban por debajo los pantalones y por arriba las mangas de una chaqueta. De no saberle dueño de aquella pocilga, podría habérsele tomado por uno de los pulcros orives de la medina”.
Por último, hay que destacar cómo la calidad literaria y los objetivos estilísticos de estos diarios exceden los a menudo estrechos límites de la literatura memorialística. En la época que vivimos de permeabilidad de los géneros y de apertura de las fronteras literarias, este Salón de pasos perdidos –para el autor, “una novela en marcha”- es una obra insólita, novedosa, imprescindible, fundamental, que merece todo nuestro reconocimiento. Lástima que estos diarios, muy amenos, no sean más conocidos por los lectores que huyen de la literatura más comercial y buscan caminos nuevos y de calidad. Se lo pierden, y es una pena porque estos diarios son un excelente muestrario de todo lo que puede dar de sí la literatura.   
  

Seré duda
Andrés Trapiello
Pre-Textos. Valencia (2015)
720 págs. 35 €.

sábado, 26 de diciembre de 2015

El fin del “Homo sovieticus”, de Svetlana Alexiévich


Sin lugar a dudas, estamos ante la obra más ambiciosa de la periodista Svetlana Alexiévich (1948), premio Nobel de Literatura 2015. Con este volumen, ha querido calar en profundidad, sirviéndose de cientos de testimonios, en lo que significa ser soviético cuando el comunismo se encuentra, aparentemente, en vías de extinción en Rusia. Para la autora, el “Homo sovieticus” es el resultado de setenta años de laboratorio del marxismo-leninismo en la Unión Soviética. Ese “hombre” fracasado no es fruto de un día sino de décadas de adoctrinamiento social y político. ¿Qué ha sido de este hombre? ¿Cómo ha afrontado los cambios que se dan en la URSS a partir de finales de los ochenta?
Este tema es el hilo conductor de buena parte de sus trabajos periodísticos, y también aparece en los otros dos libros que se han publicado en estas fechas en castellano: Voces de Chernóbil, el único que estaba publicado en castellano, en 2006, en la editorial Siglo XXI, ahora reeditado en otra editorial, Debate, y La guerra no tiene rostro de mujer (Debate), donde recoge el testimonio de cientos de mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial.
            “Durante años -escribe Alexiévich- viajé recogiendo testimonios por toda la antigua Unión Soviética, porque a la categoría de Homo sovieticus no sólo pertenecen los rusos, sino también los bielorrusos, los turkmenos, los ucranianos y los kazajos… Ahora vivimos en Estados distintos y hablamos lenguas distintas, pero seguimos siendo inconfundibles. ¡Se nos distingue a la primera! Todos los que venimos del socialismo nos parecemos al resto del mundo tanto como nos diferenciamos de él: tenemos un léxico propio, nuestra propia concepción del bien y del mal, de los héroes y los mártires. También tenemos una relación particular con  la muerte”.
Han sido muchos años de represión, de Gulag, de guerras, de eliminación de kulaks, de deportaciones de pueblos, de propaganda comunista, de férreo control del pensamiento, de adoctrinamiento en las aulas, en los medios de comunicación, en el cine, en los puestos de trabajo… Esto no sólo no puede eliminarse de un plumazo sino que en algunos casos, bastantes, forma parte del ADN soviético.


            Estas personas son las principales protagonistas de este libro formado como los otros por cientos de entrevistas. Alexiévich habla de los aires de cambio que se dan a partir de principios de los noventa, pero muchas personas no han sabido asimilar estos cambios. “Yo busqué –escribe- a aquellos que se habían adherido por completo al ideal, a aquellos que se habían dejado poseer por él de tal forma que ya nadie podía separarlos, aquellos para quienes el Estado se había convertido en su universo y sustituido todo lo demás, incluso sus propias vidas”. Educados en los valores comunistas y colectivos, eran incapaces de “abrazar el individualismo de hoy, cuando lo particular ha terminado ocupando el lugar de lo universal”.
            A estas personas les confunde la libertad, a la que no están acostumbradas, y la presencia de verdades diferentes a las oficiales. Lo cuenta uno de los entrevistados: “Hoy he comprado tres diarios y cada uno cuenta su verdad. ¿Dónde está la verdadera verdad? Antes uno leía el Pravda de buena mañana y ya lo tenía todo claro”.
            Muchos de los entrevistados participaron activamente en la caída del comunismo. En las conversaciones en la cocina –tradicionales en la Unión Soviética: el único espacio donde el KGB a lo mejor no te escuchaba- se hablaba apasionadamente de la libertad. Pero la libertad conseguida no ha levantado mucho entusiasmo. “La libertad resultó ser la rehabilitación de los sueños pequeñoburgueses que solíamos despreciar en Rusia. La libertad de Su Majestad el Consumo”. En la nueva Rusia han desaparecido los grandes ideales, sustituidos por el lenguaje economicista de los créditos, porcentajes, acciones: “ya no se vivía para trabajar, sino para “hacer” y “ganar” dinero”.  
            La libertad fue un ideal contagioso, para muchos, visto los resultados, ingenuo. Parecía que el comunismo había sido finiquitado. Pero como comprueba la autora, la sensación era falsa. Después de veinte años, “una fuerte nostalgia de la Unión Soviética se ha ido extendiendo por toda la sociedad. El culto a Stalin ha vuelto (…). Hay decenas de programas televisivos y portales de internet dedicados a alimentar la nostalgia de los tiempos soviéticos”.
            Los ideales del Homo sovieticus no han sido enterrados. “¡Éramos –manifiesta un entrevistado- un pueblo lleno de grandezas! Y ahora nos hemos convertido en un pueblo de traficantes y pillos, de tenderos y gerentes…” donde solo reina el culto al dinero y al éxito. Entre los entrevistados hay quienes añoran los desfiles de la Plaza Roja, la exaltación del amor a la patria, a Stalin y Lenin… “El Partido era lo que más amaba en el mundo”.
            El fin del “Homo sovieticus abarca muchos puntos de vista, muchas reflexiones tanto de férreos partidarios de la antigua Unión Soviética como de personas que denuncian el silencio cómplice de muchos de sus compatriotas ante el terror de las purgas, los campos de concentración y la violencia de la dictadura. La autora ofrece un mosaico de voces, una polifonía de testimonios donde, como ella escribe, prima la pasión por “una vida humana cualquiera”.




El fin del “Homo sovieticus”
Svetlana Alexiévich
Acantilado. Barcelona (2015)
656 págs. 25 €. 
Traducción: Jorge Ferrer Díaz.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Selección de lecturas para estas Navidades


En este enlace puedes consultar la lista de libros que hemos preparado en Aceprensa con algunas sugerencias de lecturas para leer, comprar y releer estas Navidades.

lunes, 7 de diciembre de 2015

“Una palabra tuya… Amor y muerte en el gulag”, de Orlando Figes


Apenas existen testimonios en directo de la vida de los campos de concentración soviéticos. La censura –de imágenes y epistolar- fue muy severa, y las cartas que se han conservado y publicado de algunos famosos presos –como las del sacerdote y científico Pavel Florenski- eluden los detalles y las circunstancias concretas de la vida cotidiana en los campos.
            Posteriormente se ha podido reconstruir aquel microcosmos carcelario gracias a numerosos testimonios de los supervivientes, entre los que hay que destacar los libros de Varlam Shalámov y Alexander Solzhenitsyn, que provocaron un cataclismo en la propia URSS y en muchos países de Occidente, donde apenas se tenía conocimiento de la poderosa red de los gulag, acrónimo de Glavnoe Upravienie Lagere, la Dirección General de Campos de Trabajo, organismo que se encargaba de gestionar los más de 500 campos que había en la Unión Soviética que creados por Lenin y  continuados por Stalin para reeducar a los enemigos del pueblo y utilizarlos como mano de obra superbarata y desechable para acometer en muchos casos las faraónicas obras que se emprendieron en la URSS; y, también, para acceder, en unas condiciones climatológicas y laborales pésimas, a los ricos recursos energéticos y minerales de zonas de Siberia y de otros lugares igual de peligrosos.
            Por eso es una excepción que merece destacarse el testimonio que rescata y cuenta en este libro el historiador inglés Orlando Figes, autor de una serie de estudios relacionados con la historia reciente de Rusia y la URSS, como son, por ejemplo, El baile de Natacha. Una historia cultural de Rusia, Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin y Crimea.
            De la correspondencia que mantuvieron Lev y Sveta Mischchenko, su prometida, durante más de ocho años, se han conservado casi todas las cartas, más de mil quinientas, “de lejos, la mayor colección de cartas del gulag jamás encontrada”. Son, además, cartas que la mayoría no fueron censuradas pues Lev aprovechó que podía relacionarse con trabajadores libres del campo para que hicieran de correo de las numerosas cartas que escribió. Son, pues, un testimonio en vivo y en directo, no reelaborado, de la vida en el campo (“la crónica más minuciosa –escribe Figes- de la vida cotidiana en el gulag que jamás haya salido a la luz”), además de ser, a la vez, en medio de unas durísimas circunstancias vitales, una apasionada y constante historia de amor.
            Lev y Sveta se conocieron siendo estudiantes de la Facultad de Físicas de la Universidad de Moscú. Cuando comenzó la guerra entre Alemania y la URSS, Lev se alistó y en unas operaciones militares fue hecho prisionero por los alemanes. Estuvo preso en diferentes campos alemanes, incluso en Buchenwald, hasta que casi al final de la guerra consiguió escaparse y refugiarse con las tropas americanas. Después, se reincorporó al Ejército Rojo, donde fue recluido, acusado, como tantos otros militares rusos, de espionaje y alta traición. Lev fue condenado a diez años de trabajos forzados.
            Ya en Pechora, en la provincia de Kumi, en unas condiciones climatológicas infernales (llegaron hasta los -45 grados centígrados), tras unos meses muy duros trabajando en una explotación maderera, gracias a sus conocimientos de física, consiguió un buen destino en la central eléctrica del campo. Ya instalado en su nuevo puesto, empezó a escribir a sus familiares y a dar señales de vida después de cinco años sin que nadie tuviese noticias suyas, pues Lev figuraba hasta ese momento como “desaparecido”, lo que también podida significar que había desertado o muerto en combate. Lev volvió a tener noticias de Sveta y empezó así esta larga y completa correspondencia, de 1946 a 1954.  
     

            Aunque se describe con mucho acierto la vida en un campo de concentración, conviene advertir que estamos ante una experiencia un tanto especial, pues Lev –a diferencia de otros testimonios sobre la vida en los campos- llevó, dentro de lo que cabe, una vida tranquila, dedicada a sus trabajos técnicos y viviendo en unas condiciones que no tenían nada que ver con las de los otros presos del mismo campo. Incluso las relaciones que tuvo con sus carceleros fueron “humanas” y hasta le hicieron favores para enviar sus cartas sin que pasasen por la censura y para facilitar los encuentros que Lev llegó a tener con Sveta dentro del campo de Pechora.
            Además, también sorprende que en las cartas apenas se hable de política. Lev asume su situación de la mejor manera posible, con sus crisis, por supuesto, pero intenta en todo momento no llamar la atención políticamente. Lo mismo le sucede a Sveta, que llegó a ser incluso miembro del Partido Comunista. La principal obsesión de estas cartas es la separación, las crisis amorosas, las situaciones personales de los dos enamorados, los conflictos de la vida en el campo, los favores que hacen a otros presos, los compañeros de presidio, los problemas laborales de Sveta, los planes de futuro… Ninguno de ellos, científicos educados ya en los valores del materialismo marxista, muestra unas profundas inquietudes existenciales o religiosas. Sveta, por ejemplo, escribe Figes, “a pesar de todas sus dudas, creía en el ideal socialista del progreso gracias a la ciencia y a la tecnología”. Aunque el testimonio es muy humano, se echa en falta un sentido más crítico sobre la situación totalitaria que estaba viviendo la URSS. Este es el drama, por ejemplo, de Shtrum, el protagonista de la gran novela de Vasili Grossman, Vida y destino, también físico de profesión.
            Tras ocho años y cuatro meses desde su llegada a Pechora, Lev consiguió abandonar el campo en 1954. Aunque el ingreso en la sociedad civil fue muy complicado por su estigma de haber sido preso político (tenía prohibido al principio vivir en Moscú y tuvo que residir en la ciudad de Kalinin), poco a poco los dos normalizaron sus vidas y continuaron sus trayectoria profesionales dentro de organismos públicos de investigación. El autor del libro los llegó a conocer y recogió sus testimonios personales sobre lo contado en las cartas, fuente principal de este libro.
            Orlando Figes proporciona, además, mucha información social y política para entender lo que se cuenta en este libro. Habla de la extensión de los campos de concentración por toda la URSS, de los cambios en la dirección de los campos, del mazazo que supuso la muerte de Stalin… Esta información, bien dosificada, da más entidad a la reproducción de muchos pasajes de estas cartas con los que va contando la historia de Lev y Sveta, el plato fuerte del libro.


 Una palabra tuya… Amor y muerte en el gulag
Orlando Figes
Edhasa. Barcelona (2015)
448 págs. 29,50 €.
T.o.: Just Send me Word.
Traducción: Gregorio Cantera.

sábado, 5 de diciembre de 2015

“Recuerdo de don Pío Baroja”, de Camilo José Cela


El 11 de mayo de 2016 se conmemorará el primer centenario del nacimiento de Camilo José Cela (1916-2002), premio Nobel de Literatura. Este volumen, preparado por el profesor Francisco Fuster, pretende ser un homenaje a estos dos escritores: Cela y Baroja. Fuster rescata en este volumen un buen número de textos olvidados y desconocidos de Cela dedicados a Pío Baroja, a quien consideraba su amigo y maestro. En total, son diez textos donde se hace un retrato muy cercano, nada tópico, del carácter de Pío Baroja y donde se habla de sus propiedades literarias, que tanto influyeron en la obra del escritor gallego.
Cela conoció a Baroja en 1946. Era uno de esos jóvenes escritores que acudían a sus tertulias en busca de consejos. Incluso Cela le pidió a Pío Baroja que escribiese el prólogo de La familia de Pascual Duarte, obra que catapultó a Cela. Baroja rechazó la proposición porque consideraba que, por su contenido, la obra nunca iba a recibir la autorización de la censura.
            Cela ofrece una imagen distinta a la que a veces se ha extendido en los manuales y en textos de crítica literaria. No es Baroja, como lo conoció Cela, una persona huraña, distante, egoísta, amargada. Escribe Cela que “Baroja tampoco fue un hombre turbulento sino, bien al contrario, un hombre apacible. Su turbulencia, como su osadía, no pasó del pensamiento de la dialéctica y de la literatura. Baroja fue un hombre que amó la casa, y el fuego de la chimenea, y la manta sobre las piernas, y la boina en la cabeza”. Cela subraya en estos escritos la imagen sedentaria y calmada de Baroja.
            También Cela supo definir los rasgos más característicos de Baroja que tanto influyen en su literatura: “Baroja es, probablemente, el hombre más fiel a sí mismo que a todos nos haya sido dado a conocer, y sus detractores podrán culparlo de lo que quieran, pero no, de cierto, de arribista, de confusionista, de pescador en las turbias aguas de los ríos revueltos, de arrimador de su sardina literaria y humana al ascua tentadora del favor y los honores”. Esta fidelidad a sí mismo está en la base de la radical independencia y del individualismo extremo del que siempre hizo gala el autor vasco en su vida y en su obra.
            Este breve volumen sirve para recuperar algunos textos personales y periodísticos menos conocidos de Camilo José Cela, en este caso con sus dosis de crítica literaria y memorialismo; y también permite conocer desde más de cerca –Cela le trató mucho- a uno de los grandes escritores españoles del siglo XX.


 Recuerdo de don Pío Baroja
Camilo José Cela
Fórcola. Madrid (2015)
112 págs. 13,50 €.

Selección “Doce Uvas”


En 2014, la editorial Rialp inauguró la colección “Doce Uvas”: doce títulos para el año con los que se pretende recuperar la afición por los clásicos. La colección ha continuado durante 2015 y en total son ya 24 títulos muy atrayentes y que merecen la pena ser conocidos y difundidos. Por lo general, se trata de textos  breves, manejables, de bolsillo, en nuevas traducciones, que proporcionan a los lectores contemporáneos auténticas joyas de la literatura y del ensayo.
Algunos de los títulos editados en 2014 fueron la gran tragedia Antígona, de Sófocles, con un mensaje de rebelión plenamente actual; Apología de Sócrates, de Platón, la coherencia en estado puro; los amenos Soliloquios de San Agustín o una selección de los inmortales Pensamientos, de Pascal, y de Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, quizás las mejores memorias jamás escritas. También hay títulos de Oscar Wilde, Kierkegaard, el cardenal Newman, Jacques Leclerc y Jacques Philippe.
            En 2015 se han publicado textos de C. S. Lewis, La amistad; una selección de los siempre modernos ensayos de Montaigne; Una selección de Divina Comedia, de Dante, muy recomendable para conocer las claves de esta obra y familiarizarse con ella; El Cid, de Corneille, un drama con final feliz inspirado en los amores de Rodrigo Díaz de Vivar y doña Jimena; Vida de César, de Plutarco; la espléndida y desconocida Oración por Enriqueta, de Bossuet; dos ensayos poco conocidos y sugerentes, como todo lo suyo, de Stefan Zweig que llevan por título El misterio de la creación artística; los Caracteres, de Teofastro y, entre otros, una selección de Cincuenta poemas indispensables de la literatura española.
            Sin lugar a dudas, una impecable selección de clásicos de bolsillo con los que uno, a un precio muy asequible y en ediciones muy atrayentes, puede redescubrir el mejor ensayo y la literatura de todos los tiempos. Y también puede ser esta colección una excelente herramienta para introducir la lectura de los clásicos entre los lectores más jóvenes.

“El baile tras la tormenta”, de José Miguel Cejas


El periodista José Miguel Cejas se ha entrevistado con más de 60 personas de los países Bálticos, Escandinavia, Rusia y Finlandia. El hilo conductor de los entrevistados es su experiencia como disidentes contra los totalitarismos que han marcado sus vidas, de manera especial el comunismo. El autor tiene el proyecto de publicar varios libros con estas entrevistas. En el primer volumen aparecen veintitrés, y los elegidos proceden de los Letonia, Lituania, Estonia y Rusia. La mayoría han sufrido las consecuencias del comunismo, aunque a la hora de contar sus vidas aparecen también las de sus padres y abuelos, que también estuvieron marcadas por la Segunda Guerra Mundial y el nazismo. Las profesiones de los entrevistados son muy variadas.
            El autor cede el relato a los protagonistas, quienes en primera persona recuerdan algunos momentos significativos de sus vidas y reflexionan sobre la importancia de la religión (católica, ortodoxa, protestante) para redescubrir los auténticos valores de la dignidad humana. Coherentes con su fe, muchos fueron disidentes y pagaron bien caro su enfrentamiento con el poder, que les condenó y marginó por sus ideas políticas o religiosas. Bastantes de estas historias ofrecen perspectivas nuevas y desconocidas sobre la represión en los países comunistas, al tratarse de países pequeños y alejados de la órbita occidental.
            Como escribe el autor del libro a propósito de estos personajes, “el compromiso con la fe se manifiesta con un vigor y una creatividad insospechada”. Ante las peligrosas dificultades a las que tuvieron que enfrentarse, su reacción fue la solidaridad y la confianza en Dios. Sus creencias religiosas son fuertes y arraigadas. Son testigos de lo que han tenido que pasar sus padres y antepasados para preservar la fe. Si manifestabas tus opiniones, venía el ostracismo y la persecución.
            El libro, con habilidad, pone rostros a ideas generales sobre los totalitarismos que a menudo suelen quedarse en el plano teórico y no impactan. Aquí, sí. Sí porque los protagonistas hablan de víctimas concretas, de cosas concretas, de persecuciones concretas, de castigos concretos… Todos describen de manera muy real el ambiente que se vivía en estos países. Y, sin alardes, nos cuentan su rebeldía a la imposición de aquellos valores, aunque su actitud llevase consigo la deportación a Siberia y la consideración de “enemigo del pueblo”. Y sin pretensiones de nada, muestran la fidelidad a su fe. Por eso sorprenden sus opiniones cuando ven que tras la caída del muro de Berlín y la descomposición de los países comunistas se ha pasado a una avasalladora colonización acrítica del consumismo materialista. Aquí se cuentan, pues, historias de carne y hueso ocurridas hace muy pocas décadas que son un aldabonazo al tedio aburguesado de la sociedad occidental.



El baile tras la tormenta
José Miguel Cejas
Rialp. Madrid (2014)
304 págs. 18 €.