lunes, 7 de diciembre de 2015

“Una palabra tuya… Amor y muerte en el gulag”, de Orlando Figes


Apenas existen testimonios en directo de la vida de los campos de concentración soviéticos. La censura –de imágenes y epistolar- fue muy severa, y las cartas que se han conservado y publicado de algunos famosos presos –como las del sacerdote y científico Pavel Florenski- eluden los detalles y las circunstancias concretas de la vida cotidiana en los campos.
            Posteriormente se ha podido reconstruir aquel microcosmos carcelario gracias a numerosos testimonios de los supervivientes, entre los que hay que destacar los libros de Varlam Shalámov y Alexander Solzhenitsyn, que provocaron un cataclismo en la propia URSS y en muchos países de Occidente, donde apenas se tenía conocimiento de la poderosa red de los gulag, acrónimo de Glavnoe Upravienie Lagere, la Dirección General de Campos de Trabajo, organismo que se encargaba de gestionar los más de 500 campos que había en la Unión Soviética que creados por Lenin y  continuados por Stalin para reeducar a los enemigos del pueblo y utilizarlos como mano de obra superbarata y desechable para acometer en muchos casos las faraónicas obras que se emprendieron en la URSS; y, también, para acceder, en unas condiciones climatológicas y laborales pésimas, a los ricos recursos energéticos y minerales de zonas de Siberia y de otros lugares igual de peligrosos.
            Por eso es una excepción que merece destacarse el testimonio que rescata y cuenta en este libro el historiador inglés Orlando Figes, autor de una serie de estudios relacionados con la historia reciente de Rusia y la URSS, como son, por ejemplo, El baile de Natacha. Una historia cultural de Rusia, Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin y Crimea.
            De la correspondencia que mantuvieron Lev y Sveta Mischchenko, su prometida, durante más de ocho años, se han conservado casi todas las cartas, más de mil quinientas, “de lejos, la mayor colección de cartas del gulag jamás encontrada”. Son, además, cartas que la mayoría no fueron censuradas pues Lev aprovechó que podía relacionarse con trabajadores libres del campo para que hicieran de correo de las numerosas cartas que escribió. Son, pues, un testimonio en vivo y en directo, no reelaborado, de la vida en el campo (“la crónica más minuciosa –escribe Figes- de la vida cotidiana en el gulag que jamás haya salido a la luz”), además de ser, a la vez, en medio de unas durísimas circunstancias vitales, una apasionada y constante historia de amor.
            Lev y Sveta se conocieron siendo estudiantes de la Facultad de Físicas de la Universidad de Moscú. Cuando comenzó la guerra entre Alemania y la URSS, Lev se alistó y en unas operaciones militares fue hecho prisionero por los alemanes. Estuvo preso en diferentes campos alemanes, incluso en Buchenwald, hasta que casi al final de la guerra consiguió escaparse y refugiarse con las tropas americanas. Después, se reincorporó al Ejército Rojo, donde fue recluido, acusado, como tantos otros militares rusos, de espionaje y alta traición. Lev fue condenado a diez años de trabajos forzados.
            Ya en Pechora, en la provincia de Kumi, en unas condiciones climatológicas infernales (llegaron hasta los -45 grados centígrados), tras unos meses muy duros trabajando en una explotación maderera, gracias a sus conocimientos de física, consiguió un buen destino en la central eléctrica del campo. Ya instalado en su nuevo puesto, empezó a escribir a sus familiares y a dar señales de vida después de cinco años sin que nadie tuviese noticias suyas, pues Lev figuraba hasta ese momento como “desaparecido”, lo que también podida significar que había desertado o muerto en combate. Lev volvió a tener noticias de Sveta y empezó así esta larga y completa correspondencia, de 1946 a 1954.  
     

            Aunque se describe con mucho acierto la vida en un campo de concentración, conviene advertir que estamos ante una experiencia un tanto especial, pues Lev –a diferencia de otros testimonios sobre la vida en los campos- llevó, dentro de lo que cabe, una vida tranquila, dedicada a sus trabajos técnicos y viviendo en unas condiciones que no tenían nada que ver con las de los otros presos del mismo campo. Incluso las relaciones que tuvo con sus carceleros fueron “humanas” y hasta le hicieron favores para enviar sus cartas sin que pasasen por la censura y para facilitar los encuentros que Lev llegó a tener con Sveta dentro del campo de Pechora.
            Además, también sorprende que en las cartas apenas se hable de política. Lev asume su situación de la mejor manera posible, con sus crisis, por supuesto, pero intenta en todo momento no llamar la atención políticamente. Lo mismo le sucede a Sveta, que llegó a ser incluso miembro del Partido Comunista. La principal obsesión de estas cartas es la separación, las crisis amorosas, las situaciones personales de los dos enamorados, los conflictos de la vida en el campo, los favores que hacen a otros presos, los compañeros de presidio, los problemas laborales de Sveta, los planes de futuro… Ninguno de ellos, científicos educados ya en los valores del materialismo marxista, muestra unas profundas inquietudes existenciales o religiosas. Sveta, por ejemplo, escribe Figes, “a pesar de todas sus dudas, creía en el ideal socialista del progreso gracias a la ciencia y a la tecnología”. Aunque el testimonio es muy humano, se echa en falta un sentido más crítico sobre la situación totalitaria que estaba viviendo la URSS. Este es el drama, por ejemplo, de Shtrum, el protagonista de la gran novela de Vasili Grossman, Vida y destino, también físico de profesión.
            Tras ocho años y cuatro meses desde su llegada a Pechora, Lev consiguió abandonar el campo en 1954. Aunque el ingreso en la sociedad civil fue muy complicado por su estigma de haber sido preso político (tenía prohibido al principio vivir en Moscú y tuvo que residir en la ciudad de Kalinin), poco a poco los dos normalizaron sus vidas y continuaron sus trayectoria profesionales dentro de organismos públicos de investigación. El autor del libro los llegó a conocer y recogió sus testimonios personales sobre lo contado en las cartas, fuente principal de este libro.
            Orlando Figes proporciona, además, mucha información social y política para entender lo que se cuenta en este libro. Habla de la extensión de los campos de concentración por toda la URSS, de los cambios en la dirección de los campos, del mazazo que supuso la muerte de Stalin… Esta información, bien dosificada, da más entidad a la reproducción de muchos pasajes de estas cartas con los que va contando la historia de Lev y Sveta, el plato fuerte del libro.


 Una palabra tuya… Amor y muerte en el gulag
Orlando Figes
Edhasa. Barcelona (2015)
448 págs. 29,50 €.
T.o.: Just Send me Word.
Traducción: Gregorio Cantera.

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