sábado, 22 de noviembre de 2025

Notas para un diario: "Localismo o cosmopolitismo"

        


            No es lo mismo decir que recorro la calle Juan Navarro que camino por Lexington Avenue, ni que vivo en Peña Prieta que en la Rue de Rivoli, ni bajarse en la Estación de Mayakovskaya del Metro de Moscú que en la del Puente de Vallecas. Está claro que los nombres determinan una topografía, y la imaginación engorda y condiciona los excesos exóticos. Pico Cebollera no es la calle Arbat, ni Hachero es Brodway Avenue. Todo cambia si modificas esta perspectiva. 

       El cosmopolitismo de muchas novelas es una cuestión de geografía, urbanismo, léxico y ambientación. Lógicamente, no es lo mismo encontrar un cadáver en la Rue Oberkampf que en la calle Convenio, ni suena igual cometer un robo en una joyería de Nikolskaya Street que en Puerto de Canfranc, ni te van a mirar de la misma manera si vas de compras por la Rue Royale que por Pedro Laborde. Con los nombres extranjeros, la mente se traslada a otras latitudes donde puede reinar lo imprevisible e inesperado.


            Ahora estoy en la Avenida Campos Elíseos, nuevo nombre que le he dado a Monte Igueldo. Me acerco no a la Avenida de San Diego sino a la Séptima Avenida. A lo lejos está Manhattan (antes Entrevías). No me llamo Adolfo sino Otto o Yuri o Paul. No vivo en el Puente de Vallecas sino en el Friedichshain berlinés, o el O’Connell Srett de Dublín o en un piso céntrico de Whitehall londinense. Todo se mira de otra manera si en vez de matar a Juan Antonio P. han asesinado a János Gerlóczy o a Yevgenia Zabuzhko. Por eso hay autores que prefieren trasladar sus acciones e intrigas a ciudades con más
 glamour literario. Sólo el exceso de tipismo y costumbrismo acepta lo auténtico, aunque parezca mentira. Por lo general, nos gusta que la realidad aparezca velada, maquillada y en muchos casos idealizada. Así funciona nuestra mente. 

            

              Te dicen que los protagonistas de tu novela han ido a comer al restaurante Noma, de Copenhague, y piensas mejor de ellos que si te dicen que han tomado unas tapas en la Mejillonera del Norte, en la Avenida de la Albufera. Para qué engañarnos, no suena igual un encuentro romántico en el restaurante Arpège de París que en La Jamboteca, ni un desayuno inolvidable en Piazza del Duomo que en la Churrería Pinilla. Por eso es difícil escribir sobre lo más cercano y, además, que eso cercano aparezca tal y como es, no disfrazado ni adulterado. Ese es uno de los grandes problemas de lo que a uno le gusta escribir, donde nada es insólito ni exótico. ¿Cómo pueden levantar el vuelo estos escritos si ahora, dentro de un rato, voy a comprar en el Mercadona (no en las Galerías Lafayette) y luego cortarme el pelo donde Adrián (no en Hair By Fairy)? Así es imposible que nadie me tome en serio. 



sábado, 15 de noviembre de 2025

Tatiana Góricheva, "Hablar de Dios resulta peligroso"

 


    El 23 de septiembre de 2025, en San Petersburgo, falleció la escritora y activista Tatiana Góricheva, que fue expulsada de la URSS en 1983 por sus actividades intelectuales en defensa de la mujer y del cristianismo. Tras abandonar la URSS se instaló en París, donde fue profesora en el Instituto Teológico ortodoxo San Sergio y en La Sorbona. En 1988 pudo regresar a la URSS, a San Petersburgo, donde había nacido en 1947 y donde estudió Filosofía. A partir de ese momento, vivió entre París y Rusia. 

    Recupero una reseña que escribí hace años, cuando la descubrí. Merece la pena volver a leer sus libros, en especial este libro de memorias en el que relata su proceso de conversión al cristianismo y los problemas que tuvo en la URSS por su conversión.

        Tatiana Góricheva nació en Leningrado en 1947. Fue una alumna brillante y estudió Filosofía y Radiotecnia. Como tantos otros jóvenes de su generación, recibió una educación basada exclusivamente en los valores materialistas y comunistas, en donde los valores tradicionales y religiosos habían sido arrancados de raíz. Llevaba una vida intelectual muy intensa, que era compatible con la bohemia y la desinhibición sexual y el alcoholismo. Subyugada por las filosofías orientales, comenzó a practicar yoga; en una de las sesiones, uno de los ejercicios que se recomendaban era repetir sucesivamente la oración del Padrenuestro, que Tatiana desconocía. Cuando la repitió cinco o seis veces, de pronto, como cuenta ella en este libro de memorias, “en aquel instante comprendí y capté el misterio del cristianismo, la vida nueva y verdadera (…). En aquel momento todo cambió para mí”.

            Estamos en la década de los setenta en la URSS. Aunque habían cambiado algunas cosas en relación con los años del más férreo estalinismo, en cuestiones religiosas el régimen seguía encerrado en un ateísmo oficial. Los que se saltaban esta norma, corrían el peligro de encontrarse con la KGB, como le pasa a la autora. Durante años, fue detenida, interrogada, encarcelada. A diferencia de otros intelectuales y religiosos, no fue a parar al Gulag, que seguía existiendo en esos años, aunque últimamente ese tipo de casos preferían “curarlos” en las clínicas psiquiátricas que se habían puesto de moda para “convertir” a los intelectuales díscolos. Muchos de los compañeros de Tatiana acaban en esos centros.

            Tras su conversión, sin apenas formación religiosa, acude a algunos sacerdotes para recibir los sacramentos. Lentamente, fue penetrando en la Iglesia ortodoxa y dando consistencia intelectual y espiritual a la conversión drástica que había tenido practicando yoga. Tatiana alaba la labor de estos sacerdotes, la mayoría perseguidos, con años en la cárcel y en el Gulag, que tenían un profundo conocimiento de la condición humana, aunque su formación intelectual fuera escasa. Cuenta Tatiana que estos sacerdotes, humildes, sencillos, contaban con una reconocida autoridad espiritual, que valoraban intelectuales como Tatiana y otros amigos suyos.

            En su libro, cuenta sus actividades intelectuales. Participó en varios seminarios clandestinos teológico-filosóficos en los que se analizaba la teología moderna y la doctrina de los Santos Padres. Puso en marcha también varias revistas. Tatiana Góricheva fue una de las mujeres que crearon el primer movimiento femenino, libre, independiente y no oficial en la URSS, lo que provocó que fuera detenida en repetidas ocasiones y en 1980 se le ofreció la cárcel o la emigración. El 20 de junio de 1980 abandonó la URSS y se instaló en Viena. El libro finaliza el 24 de noviembre de 1983. Posteriormente, la autora se trasladó a vivir a París y, además de escribir estas memorias, es autora de Nosotros, soviéticos conversos(1986), La fuerza de la locura cristiana (1987), La fuerza de los débiles (1988), Nadiezhda significa esperanza (1988), Hijas de Job (1989), La santa Rusia en la Unión Soviética: impresiones de un viaje (1990) y La incansable búsqueda de la felicidad (1990). Sus obras han sido publicadas por las editoriales Herder y Encuentro. 

            Resulta muy interesante esta narración escita en primera persona por la autora. Además de hablar de su propia conversión y de su intimidad espiritual, describe el clima intelectual de la URSS a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, cuando hubo un renacer religioso que contrastaba con lo que estaba pasando en esos mismos años en Occidente. La autora leyó mucho a los existencialistas (se especializó en el existencialismo francés y alemán y mantuvo correspondencia con Martin Heidegger), que para ella fueron la puerta de entrada a la religión. La autora destaca cómo en la URSS las almas tenían un hambre espiritual que luego no vio con la misma intensidad en Occidente. Lo que sí tenía claro es que, tras su conversión, “Dios no solo había tocado mi inteligencia, sino también el alma, el corazón y toda mi percepción”.

            En Austria, a pesar del clima de libertad, vivía sumergida en la amargura. Por un lado, echaba de menos su patria y a sus amigos, con los que había compartido experiencias tan fuertes y radicales; por otro, veía que en Occidente la religión había perdido fuelle y en el ambiente había un cierto temor a hablar del alma, del sentido de la vida y de la redención. En una asamblea con jóvenes católicos a la que asistió en Alemania, lo que vio le recordó más a una reunión de los komsomolses, la asociación de jóvenes comunistas. 

También tuvo sus diferencias con el movimiento feminista, que apoyaba. No entendían su defensa del cristianismo y de la Iglesia, cuestiones que ella siempre aireó, pues su relación con la Iglesia es para ella la clave de su pensamiento feminista. Sus reflexiones sobre la religión en Occidente han resultado proféticas en muchos aspectos: “Para la Iglesia de Occidente pintan tiempos difíciles, más difíciles de los que alumbran para la Iglesia del Este. Por doquier recorre la Iglesia el camino de la cruz. Solo que en Rusia se puede ver que la cruz triunfa. Y aquí todo está encubierto y no se puede reconocer”.

            Este libro es un excelente testimonio que se suma a la larga lista de libros memorialísticos que han radiografiado el clima moral, intelectual y religioso de la URSS, donde “la mentira era obligatoria, la desconfianza inevitable y el miedo omnipresente” (en este sentido, en mi libro Cien años de literatura a la sombra del Gulag aparecen otros testimonios donde se describe la persecución religiosa que se vivió en la URSS y en otros países comunistas como Rumanía, Albania, China y Vietnam, entre otros).

            Estas memorias giran en torno al momento crítico de su conversión. Así lo cuenta ella en este libro: “Si alguien me pregunta qué significa para mí el retorno a Dios, qué es lo que esa conversión me ha hecho patente y cómo ha cambiado mi vida, puedo contarle con toda sencillez y brevedad: lo significa todo. Todo ha cambiado en mí y a mi alrededor”. 



Hablar de Dios resulta peligroso

Tatiana Góricheva

Herder. Barcelona (1986).

144 págs.

T.o.: Von Gott zu reden ist gefáhrlich.

Traducción: Claudio Goncho.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Notas para un diario: "Paganini o Georgie Dann"

 




        No me aclaro para escuchar música en el coche nuevo. Antes, la radio o un CD. Ahora, puedo escuchar la radio, conectar el bluetooth con Spotify y, también, llevar un pincho con tu música ya seleccionada. Al final, escucho menos música que antes porque me lío. La radio no me gusta (solo para escuchar los partidos de fútbol), el bluetooth se me olvida conectarlo y me resulta complicado; y el pincho, al no tener soltura, corro el peligro de escuchar siempre lo mismo (que es lo que me está pasando). 

            Hoy, sin embargo, he entrado en el coche con otro ánimo y me apetecía escuchar música clásica. Y una música en concreto: los conciertos de violín de Paganini. Me gustan porque tienen bastante movimiento, son muy variados y transmiten optimismo y alegría, que es lo que me hacía falta ese día. 

        Cuando he salido del garaje, he colocado en su sitio el pincho, me he puesto a buscar Paganini y al final, no sé cómo, me he liado y me ha salido Georgie Dann, y precisamente uno de sus mayores éxitos, “La barbacoa”. De mi casa al trabajo me ha dado tiempo a escucharla tres o cuatro veces y un par “El chiringuito”, otra de sus canciones más conocidas. Ya puestos, me he metido de lleno en el papel y las he cantado a pleno pulmón, pues tengo las letras de estas canciones metidas en el ADN. Cuando me acercaba al trabajo, he quitado la música, por aquello de guardar las apariencias. Si hubiese sido más hábil con el pincho, hubiese puesto a Paganini al entrar en el garaje.  

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Nadiezhda Mandelstam, “Contra toda esperanza”

             


En un reciente libro publicado por Acantilado,
La educación soviética, de Olga Medvedkova, se cuenta una anécdota relacionada con la madre de la protagonista, la joven Liza Klein. La madre, Lucie, trabaja en la editorial "Artista Soviético" que, como el resto de editoriales, está controlada por el Gobierno comunista. Una de sus compañeras en la editorial fue despedida e interrogada (y estamos a inicios de la década de los 80) por leer Contra toda esperanza, libro de memorias en el que Nadiezhda Mandelstam cuenta la persecución que sufrió su marido, el poeta Ósip Mandelstam, por parte de las autoridades soviéticas. Recupero una reseña que escribí cuando se publicó este libro en la editorial Acantilado, en una espléndida edición.

Como cuenta Vitali Shentalinski, , en Esclavos de la libertad (Galaxia Gutenberg), un poema satírico sobre Stalin condenó a Ósip Mandelstam, (1891-1938), detenido en 1934. El poema es el siguiente: Epigrama contra Stalin: “Vivimos sin sentir el país a nuestros pies, / nuestras palabras no se escuchan a diez pasos. / La más breve de las pláticas / gravita, quejosa, al montañés del Kremlin. / Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos, / y sus palabras como pesados martillos, certeras. / Sus bigotes de cucaracha parecen reír / y relumbran las cañas de sus botas. / Entre una chusma de caciques de cuello extrafino / él juega con los favores de estas cuasipersonas. / Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora; / sólo él campea tonante y los tutea. / Como herraduras forja un decreto tras otro: / A uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero en la ceja, al cuarto en el ojo. / Toda ejecución es para él un festejo / que alegra su amplio pecho de oseta” (noviembre 1933). Shentalinski, muy bien editado en Galaxia Gutenberg, es un escritor fundamental para conocer el alcance de la represión en la Unión Soviética contra miles de escritores.

Como homenaje a su vida y trayectoria literaria, y para denunciar los crímenes del totalitarismo, su viuda Nadiezhda escribió Contra toda esperanza“Esta es la historia de mi lucha contra las ciegas fuerzas de la naturaleza que intentaron arrasarme a mí y a los pobres trozos de papel que conservaba”, escribe Nadiezhdha Mandelstam. Ósip Mandelstam es uno de los mejores poetas rusos de las primeras décadas del siglo XX; murió en un campo de trabajo en Siberia, en 1938,  víctima de una represión que continuó incluso después de muerto, pues su viuda siguió siendo perseguida lo mismo que sus escritos. Ya en 1937, un decreto del NKVD decía que la persecución y los arrestos policiales debían también extenderse a las esposas e hijos de los condenados. Nadiezhda fue una de estas víctimas. Ese aislamiento, que se extendía a todas las actividades familiares y profesionales, queda descrito en estas páginas, donde también se reviven algunos momentos de intensa y necesaria amistad en un contexto tan complicado. En ese sentido, recuerda la autora su amistad con la poetisa Ajmátova.

Este libro, que Nadiezhdha  comenzó a escribir en la década del 50, es el intento por rescatar de la memoria la vida de un poeta esencial, que se enfrentó a la maquinaria del terror que impuso Stalin especialmente a los escritores. Mandelstam, junto con su gran amiga Ajmátova, también represaliada (fueron las voces más significativas del movimiento acmeísta, que reaccionó contra los valores del simbolismo poético), sufrió ya desde la década de los años 20 la ojeriza de los comunistas, que consideraban que su literatura no era una muestra de la nueva era. Como hemos señalado, en 1934 fue detenido por recitar el poema contra Stalin. Esa primera detención, con sus correspondientes interrogatorios, acabó en una deportación, primero a Cherdyn y luego a Vorónezh, a la que se le permitió que le acompañara su esposa Nadiezhda. 



            Tanto Ósip como Nadiezhda conocían bastante bien el funcionamiento del régimen soviético y la generalizada política de castigos y deportaciones a las que habían sometido ya a miles de ciudadanos, muchos de ellos amigos personales. Sabían, de alguna manera, lo que les esperaba. De hecho, Ósip ya había tenido problemas y roces con los representantes de la literatura oficial, los que concedían las oportunas autorizaciones para poder publicar en las editoriales y revistas promovidas por el régimen, las únicas que existían.

            Nadiezhda revive en sus memorias la vida en Vorónezh, “una ciudad sombría y harapienta”, donde apenas contaba con los medios necesarios para sobrevivir. Estas circunstancias empeoraron la salud de Ósip, cada vez más enfermo de su psicosis traumática. Fueron años muy difíciles, sometidos a continuos controles policiales y sin que nadie pudiese acercarse a ellos con naturalidad:  cualquier contacto podía acarrear una nueva denuncia. 

            Cuando terminó esta deportación, el matrimonio buscó un lugar para vivir a cien kilómetros de Moscú, porque no se les permitía vivir en las grandes ciudades. Cerca de Moscú retomaron en parte sus amistades y continuaron con sus gestiones, siempre fallidas, para poder escribir, publicar y sobrevivir. Sin embargo, Mandelstam fue nuevamente detenido y condenado ahora a cinco años de trabajos forzados en Siberia. Murió en un campo de tránsito cerca de Vladivostok en diciembre de 1938. Por las averiguaciones de su viuda, parece que Ósip, ya muy enfermo, murió de una epidemia de tifus. Hasta años después, como sucedió con tantas otras víctimas, su mujer no consiguió conocer la fecha ni la causa de su muerte.

            Las desgracias no acaban con el fallecimiento de su marido. Nadiezhda fue también perseguida. Hasta 1956 no se la permitió regresar a Moscú. En 1970, en Estados Unidos, publicó este libro, Contra toda esperanza, con una continuación que también apareció en el mismo país en 1974, Esperanza abandonada. Falleció en 1980.

            Junto con el relato de los últimos años de la vida del poeta, estas memorias contienen comentarios sobre la vida y la poesía de Mandelstam, sus opiniones literarias, su evolución, sus relaciones con otros poetas –especialmente con Ana Ajmátova-, su radical concepto de la poesía, su fascinación por Italia y la cultura helenística y cristiana (ingredientes sobresalientes del acmeismo)...

            Además, son especialmente brillantes sus consideraciones sobre la vida cotidiana en un régimen de terror. “Dadnos al hombre, que la acusación ya la encontraremos”, repite Nadiezhda en diferentes momentos:  frase de la cheka que demuestra la victoria de la sinrazón y el triunfo de un estado policial.  “Además de reunir constante información, habían conseguido debilitar los vínculos entre la gente, fraccionar la sociedad”. Y es que tanto Nadiezhda como Ósip vivían “entre personas que desaparecían en el más allá, en el destierro, en el campo de trabajos forzados, en el infierno y entre aquellos que los enviaban al destierro, al campo, al más allá y al infierno”. La Unión Soviética era, en la práctica, un inmenso calabozo, en el que no había sitio para la libertad y donde todo estaba planificado para que el comunismo no encontrase ninguna oposición. “La propaganda del determinismo histórico –escribe- nos privó de voluntad y de la posibilidad de tener criterio propio”.


 

Contra toda esperanza 

Nadiezhda Mandelstam

Acantilado. Barcelona (2012)

642 págs. Traducción: Lydia Kúper