Rosa Luxemburgo (1871-1919) fue una de las figuras más destacadas del socialismo en las primeras décadas del siglo XX. Nacida en Polonia, sería más adelante en Alemania una de las fundadoras de la Liga Espartaquista y, después, del Partido Comunista. Murió en 1922, tras el fallido levantamiento revolucionario de la Liga Espartaquista, asesinada por los freikorps, las fuerzas paramilitares.
En 1918, cuando se encontraba en la cárcel de Breslau,
comenzó a escribir un texto sobre la Revolución rusa con la intención de
publicarlo en una revista. La propuesta fue rechazada, pero Rosa Luxemburgo
escribió un borrador de artículo que entregó a su amigo Paul Levi. Cuando Levi
fue expulsado del Partido Comunista en 1922, decidió dar a conocer este texto,
inacabado, en el que la autora valora críticamente lo conseguido en los
primeros instantes de la Revolución.
Por un lado, la autora destaca el papel del Partido de
Lenin y Trotski en la Revolución de 1917. “Fue el elemento que impulsó la revolución y, por consiguiente, el único
partido que realmente aplicó una política socialista”. Gracias a su actitud y su estrategia,
pudo desarrollarse la Revolución.
También reflexiona sobre las decisiones tomadas en los
primeros meses en relación al proceso de paz (la firma del Tratado de
Brest-Litovsk en 1918), el caótico reparto de tierras y el apoyo –que Luxemburgo
rechaza- a los procesos de autodeterminación de muchos pueblos, que provocaron el
auge de los nacionalismos y la desintegración de Rusia.
Pero la autora se muestra especialmente crítica en otros
aspectos claves para la consolidación de la Revolución: la extensión del terror
y la supresión de la democracia. La autora crítica duramente que la Revolución se
haya apoyado en la generalización del gobierno del terror y haya eliminado las
garantías democráticas y recortado al máximo la libertad de prensa y los derechos
de asociación y reunión, con lo que “es totalmente inimaginable un gobierno por
parte de las amplias masas del pueblo”.
Como escribe, “la libertad solo para los partidarios del
Gobierno, solo para los miembros de un partido –por muy numerosos que estos
sean- no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente
libertad para quien piensa de manera diferente. Y no a causa de ningún concepto
fanático de la justicia, sino porque
todo lo que es instructivo, saludable y purificador en el terreno de la
libertad política depende de esta característica esencial y porque su
efectividad desaparece tan pronto como la libertad
se convierte en un privilegio especial”. Y continúa: “por la forma en la que Lenin
y Trotski critican las instituciones democráticas, se diría que rechazan por
principio la representación popular basada en el sufragio universal, y que solo
quieren apoyarse en los sóviets”, o, lo que es lo mismo, “el socialismo será decretado
por una docena de intelectuales desde unos cuantos escritorios oficiales”.
Los posteriores acontecimientos políticos en la URSS dieron
la razón a estas palabras de Luxemburgo. Sus críticas nunca fueron bien
recibidas, y aunque su dramática muerte provocó una mitificación de su figura
revolucionaria, sus ideas heterodoxas sobre la implantación de la dictadura del
proletariado provocaron ciertas fricciones que hicieron mella en su
consideración como revolucionaria ejemplar. Y es que, viendo lo que sucedió en
la URSS en las décadas posteriores, a los dirigentes comunistas les resultó imposible
asimilar mensajes tan contundentes como el siguiente: “la vida pública de los
países con libertad limitada es tan pobre, tan rígida y tan estéril
precisamente porque, al convertir la democracia en algo excluyente, cierra las
fuentes vivas de toda riqueza y progreso espirituales”.
La
Revolución rusa
Rosa Luxemburgo
Páginas Indómita. Barcelona (2017)
144 págs. 14,90 €
T.o.: Die
russische Revolution.
Traducción: Antonio López y Roberto Ramos
Fontecoba.
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