jueves, 2 de enero de 2020

“La forja de un rebelde”, de Arturo Barea


Se reedita en Cátedra, en una espléndida edición a cargo de Francisco Caudet,  La forja de un rebelde, la trilogía que Arturo Barea publicó en Londres. Arturo Barea (1897-1957) la publicó en inglés entre 1941 y 1944. La primera edición en castellano apareció en Buenos Aires en 1951 y en España estuvo prohibida por la censura hasta 1977. También en inglés, en 1952, publicó La raíz rota, novela en la que imagina su vuelta a España tras el forzado exilio. Es autor de los libros de ensayos Lorca. El poeta y su pueblo (1944) y Unamuno (1952), y de los libros de relatos Valor y miedo (1938) y El centro de la pista (1960). La forja de un rebelde se trata, sin lugar a dudas, de uno de los mejores testimonios de la vida española de las primeras décadas del siglo XX hasta el final de la Guerra Civil.
El libro no tiene, sin embargo, una estructura propiamente novelesca, pues está escrito como las memorias del autor a lo largo de un periodo clave de la historia de España: las décadas primeras del siglo XX, la posterior y traumática guerra de Marruecos, la radicalización de la vida política y, por último, el hachazo de la Guerra Civil. Aunque hay ficción en lo narrado, la mayoría de lo que se cuenta son las experiencias personales del propio Arturo Barea. Especialmente interesante, de gran calidad literaria, es la primera novela de la trilogía, La forja, excelente recreación de su infancia, de la vida de Madrid, del ambiente de los pueblos, de las dificultades y las divisiones de la sociedad española, las profesiones, las diversiones, los barrios, etc. Y también La llama, la tercera parte, dedicada casi íntegramente a la Guerra Civil en Madrid, un testimonio vivísimo del desarrollo de la contienda desde una posición privilegiada. 
            La forja relata la vida del narrador hasta 1914. La familia es tan pobre que cuando su padre muere, Arturo, el menor de cuatro hermanos, está a punto de acabar en la inclusa. Al final, unos familiares deciden hacerse cargo de él mientras su madre saca al resto de la familia adelante. La madre hace de criada, lava la ropa en el río Manzanares y vive en una buhardilla cercana con una de sus hijas, pues los otros hermanos estudian internos uno en el colegio San Ildefonso y otro en una Escuela Pía. Para la familia, la vida es muy dura, pero no para Arturo, pues sus tíos, un matrimonio mayor sin hijos, tienen una más que desahogada posición social. Gracias a ellos, Arturo estudia en un buen colegio donde sobresale por su inteligencia. 


Por su carácter costumbrista, esta primera novela resulta muy atrayente. Barea recuerda con emotividad aquellos sucesos y, en páginas de gran nostalgia y calidad, habla del Rastro, los juegos infantiles, las vacaciones en el pueblo, el ambiente escolar (criticado con dureza por el autor). La descripción de la casa de vecinos donde vive la madre se asemeja a páginas parecidas de las novelas de Galdós o Pío Baroja. A la vez, junto con el toque costumbrista, también son eficaces las referencias familiares, el íntimo y desgarrado trato que tiene con su madre, los convencionalismos que dominan su relación con sus tíos y su progresivo alejamiento de la vida religiosa. Cuando se abordan asuntos polémicos, como puede ser la situación de la vida política aquellos años o la presencia de los religiosos en la educación, el autor remarca su ideología socialista. 
Tras la muerte de su tío, se desata una patética división familiar por culpa de la herencia y Arturo tiene que trasladarse a vivir con su madre a la buhardilla. Decide abandonar los estudios y comienza a trabajar primero en una tienda y después en un banco, donde entra en contacto con el sindicato UGT. La forja finaliza cuado Barea, después de un enfrentamiento laboral con sus superiores, se despide del banco donde trabaja.
La segunda novela de la trilogía se titula La ruta. Al igual que ya habían hecho otros escritores (como Jesús Díaz Fernández en El blocao, y Ramón J. Sender en Imán,), recrea Barea su estancia en Marruecos realizando el servicio militar. A las peripecias personales del narrador hay que sumar las constantes críticas a la arbitraria actitud de los militares en la guerra de Marruecos, dramática situación que saben convertir en un gran negocio. La corrupción, como describe Barea, se extiende a todos los niveles, sin que apenas importase ni el equipamiento de las unidades ni la preparación militar de los soldados. A la vez, la novela es también la descripción de la vida cotidiana en el frente, descendiendo a detalles muy concretos que añaden verosimilitud y realismo al relato, como cuando narra la llegada de los nuevos soldados que figura en el capítulo titulado “El cuartel”. 


Debido a las condiciones higiénicas en que viven, Barea contrae el tifus y cae gravemente enfermo. Cuando se recupera, le dan un permiso y se traslada a Madrid. En la capital, conoce de cerca la opinión que los españoles tienen sobre el desarrollo de la guerra en Marruecos, muy distinta a la que él ha vivido en directo en aquel territorio. En este sentido, comprueba cómo los corresponsales de guerra, henchidos de política y de literatura, han transmitido una imagen épica y publicitaria que no se corresponde con la realidad. También tiene la evidencia de los intereses económicos que se esconden detrás de los argumentos militares. Barea regresa a África decidido a abandonar el ejército en cuanto pueda. Cuando lo hace, regresa a Madrid y comienza a reconstruir su vida en una oficina de patentes industriales, aunque la inquietante situación política que padece la sociedad española acrecienta su preocupación por el futuro.
La llama cierra la trilogía. Comienza en 1935 y se centra de manera casi exclusiva en los sucesos de la Guerra Civil. Barea explica los acontecimientos externos desde su participación personal en la contienda. Ya en las dos novelas anteriores el autor ha ido dejando muchas muestras de su pensamiento político; ahora, al compás de los acontecimientos que narra, aparecen mucho más abiertamente, siempre desde su posición de militante de la UGT y de su fidelidad al bando republicano.
Comienza La llama con un interesante y un tanto demagógico capítulo en el que se aprecian las diferencias sociales y políticas que separan en aquellos años a los habitantes del campo y de la ciudad. Barea, que ha contraído matrimonio y tiene ya varios hijos, alquila una casa en Novés, un pueblo cercano a Navalcarnero, donde pasa los fines de semana. Allí conoce de cerca el modo de vida de los campesinos, sometidos al poder económico de los terratenientes. Barea colabora con los campesinos en la preparación de las elecciones de 1936, lo que le provoca un enfrentamiento con los hombres ricos de Naves y hasta con el cura. Las elecciones traen el triunfo del Frente Popular y, a partir de ese momento, los acontecimientos sociales y políticos comienzan a radicalizarse en todo el país. Regresa Barea a Madrid, cuando tienen lugar los asesinatos del Teniente Castillo y de Calvo Sotelo. De pronto, estalla la guerra. 


Barea describe lo que pasa en las primeras semanas de la guerra en Madrid, donde se viven situaciones dramáticas. Pronto se ofrece a colaborar con el gobierno republicano y le nombran censor de las noticias que enviaban los corresponsales de prensa extranjeros, puesto que desempeña hasta bien avanzada la guerra en el edificio de la Telefónica, en la Gran Vía madrileña. Desde esa posición privilegiada, Barea cuenta cómo evoluciona la Guerra Civil. Asiste al caos burocrático de esos largos meses, la picaresca de los corresponsales de guerra, la llegada de los voluntarios extranjeros, el asiduo contacto con las autoridades del gobierno republicano... 
Además, su situación familiar se tensa y complica, y más todavía cuando conoce a una escritora austriaca socialista que había abandonado Austria por motivos políticos y vivía refugiada en Checoslovaquia. Cuando comenzó la Guerra Civil, se trasladó a España y la destinaron al mismo equipo de Barea. Meses después, el narrador se divorcia, abandona a una amante con la que llevaba ya tiempo e inicia una nueva etapa con Ilsa, que coincide con el recrudecimiento de los combates en Madrid y el aumento de la confusión en el bando republicano, como describe al final del libro. También Ilsa Barea-Kulcsar (1902-1973), a la vez que Arturo Barea, su marido, redactaba sus memorias, escribió sobre esta experiencia madrileña en una novela basada en su propia experiencia personal, Telefónica, que ha sido publicada en 2019 en la editorial Hoja de Lata.
En estas dramáticas circunstancias, Barea se replantea su vocación de escritor y en el fragor de la guerra, en 1938, escribe unos relatos ambientados en hechos reales, tomando como protagonista el dolor de los milicianos que publicará con el título Valor y miedo. También empezó a emitir por radio unas charlas nocturnas, “La Voz incógnita de Madrid”, dirigidas a oyentes hispanoamericanos. Pero la situación se complica y el autor tiene que abandonar precipitadamente Madrid con Ilsa. Primero se trasladan a Barcelona y después a París, donde se ganan la vida con traducciones y artículos en la prensa. Casi al final de La Llama cuenta Barea que ha terminado de escribir un libro de memorias, La forja. A principios de 1939 abandonan París para exiliarse en Londres, donde falleció en 1957.


La forja de un rebelde
Arturo Barea
Cátedra. Madrid (2019)
Edición de Francisco Caudet
1.344 págs. 28 €.

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