Nació en 1930 en la localidad catalana de Santa Fe. En 1942 se trasladó a estudiar a Barcelona, donde estuvo en un internado dos años. En 1944, toda la familia decidió mudarse a la capital catalana para facilitar el estudio de sus hijos. Pronto comenzó a trabajar de secretaria en una empresa de fabricantes de maquinaria textil, tarea que compaginó a partir de 1956 con la de agente literaria en la agencia ACER, fundada por el escritor rumano Vintila Horia, que vivía exiliado en España. Cuando Horia abandonó España para instalarse en Francia, Balcells decidió montar su propia agencia literaria.
Pronto empezó a ser conocida en el pujante y cosmopolita ambiente cultural barcelonés. Y empezaron a llegar los clientes, el primero fue Luis Goytisolo, contentos por la manera que tenía la agente de defender los derechos económicos de los escritores. Balcells cogió mucha fama e hizo todo lo posible para ganarse la confianza de algunos autores que en esos años empezaban a despuntar internacionalmente. Tuvo una especial habilidad para atraer a su agencia a varios escritores latinoamericanos que gozaban ya de un gran prestigio, como fueron Gabriel García Márquez (su facturación llegó a representar el 36’2% de la agencia) y Mario Vargas Llosa. Hizo todo lo posible para facilitarles económicamente la vida con el fin de que se dedicaran solamente a escribir.
Con estos y otros muchos autores, las tareas de Balcells se extendieron más allá de los límites literarios: les buscaba piso (y se los decoraba), les consiguió becas, organizaba fiestas y viajes y les solucionaba todos los problemas burocráticos, administrativos, domésticos y hasta gastronómicos. En el libro se cuentan muchos de estos detalles personales, que muestran la capacidad que tenía Balcells para ganarse la confianza de muchos escritores.
Resulta cuanto menos curiosa la importancia que dio al esoterismo en su vida y en su trabajo en la agencia. Tenía una astróloga de cabecera, la italiana Liza Marpurgo, que estuvo incluso en nómina de la agencia hasta su fallecimiento en 1998, cuando la sustituyó la también italiana Maddalena Magliano. Balcells tuvo simpatía por Fidel Castro, a quien conoció personalmente y representó, y por las guerrillas revolucionarias latinoamericanas, además de sentirse afín políticamente al Partido Socialista catalán. En sus relaciones sociales, como se comenta en este libro, sintió una especial obsesión por los ricos, los famosos y los que ostentaban el poder.
Los capítulos, en los que habla de la relación con estos autores del boom y el ambiente cultural que se vivió en Barcelona en los años sesenta, setenta y ochenta, son los más interesantes de un libro que describe además la a veces tirante relación de la agente literaria con los editores más destacados en esos años, como fueron Carlos Barral, Jaime Salinas, José Manuel Lara, Esther Tusquets, Beatriz de Moura, Jorge Herralde, Rafael Borrás y, entre otros, Ricardo Rodrigo, con el que comenzó la aventura del grupo RBA. Balcells fue también un modelo para las generaciones siguientes de agentes literarias. Practicó un estilo que se sigue repitiendo.
Riera describe también el desbordante y difícil carácter de Balcells, una mujer que “necesitaba abarcarlo todo, controlarlo todo y no permitía que se le escapara el más mínimo detalle”. Los testimonios son, en muchos casos, hagiográficos, procedentes casi siempre de la “guardia pretoriana” de la agente, un grupo de escritores que fueron constantemente agasajados por ella, donde a los citados habría que sumar también a Nélida Piñón, Isabel Allende, Álvaro Mutis, Camilo José Cela, etc. En el libro se recogen testimonios no tan complacientes con la manera de trabajar de Balcells, a la que califican de “desabrida” y “despótica”, como es el caso de José Donoso, quien incluso convirtió a la agente en protagonista de una de sus novelas, y de José María Guelbenzu, quien denuncia que a la agente solo le interesaban los asuntos económicos, no los literarios.
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