martes, 9 de diciembre de 2014

“El balcón en invierno”, de Luis Landero



En la literatura realista y cervantina de Luis Landero (Badajoz, 1848) casi siempre aparece transfigurada su propia vida. Muchos episodios, literaturizados, son el origen de algunas de sus novelas, como El guitarrista, inspirada en los años en que el autor se convirtió en un guitarrista profesional, participando en giras nacionales e internacionales con un grupo flamenco. Esa inspiración realista es una de las señas de identidad de su literatura, aunque en sus últimas novelas -Hoy, Júpiter (2007), Retrato de un hombre inmaduro (2009) y Absolución (2012)- se aprecia un cansancio y agotamiento de un modelo narrativo que inició de manera brillante en 1989 con Juegos de la edad tardía.
Junto con sus novelas, también ha publicado Landero algunos libros, como Entre líneas: el cuento o la vida, donde se inspira en su biografía para reflexionar sobre el papel de la literatura y la escritura en su vida y en la sociedad actual.
            En esta ocasión, en El balcón en invierno, ha decidido centrarse de manera muy directa en su propia vida para hilvanar algunos recuerdos que conectan el pasado con el presente. El punto de partida es el proceso de escritura de su nueva novela, pero pronto abandona la idea para revivir, sirviéndose de la intervención de su madre, algunos recuerdos que considera esenciales. El autor nació en un pueblo extremeño y a los ocho años fue enviado por sus padres a estudiar en un colegio interno en Madrid. El regreso al pueblo y al campo en las vacaciones lo vivía como el reencuentro con un inagotable mundo lleno de diversiones y de variedad.
Más tarde, sus padres decidieron vender lo que tenían en el pueblo y trasladarse con sus cuatro hijos al barrio madrileño de Prosperidad. Landero recuerda cómo era la vida en aquel barrio en los años cincuenta y sesenta. Habla de su poco entusiasmo por los estudios y de los primeros trabajos que le consigue su padre, primero como chico de los recados en unas mantequerías y luego como aprendiz en un taller mecánico.
            Una buena parte del libro está dedicada a la tirante relación que tuvo con su padre, una persona de carácter, seca, solitaria, amargada. Falleció cuando Landero tenía 16 años, y ese suceso, para el autor extremeño, es la clave de muchas de las cosas de su vida. “Yo no sabía entonces –escribe- que la muerte de mi padre habría de causarme años después –cuando empecé a comprenderlo, a admirarlo, a compadecerme de él, a saldar la deuda de todo el cariño y la gratitud que le debía- una pena honda e inconsolable, la más grande que he tenido nunca, y una pesada culpa que cargaré para los restos”. Tras la muerte de su padre, trabaja como oficinista y estudia por las noches bachillerato en una academia hasta que, animado por su primo Paco, luego marido de su hermana mayor, se entrega al aprendizaje de la guitarra hasta convertirse en guitarrista profesional.
Pero el destino le tenía preparadas nuevas experiencias. Su contacto con los libros había sido inexistente, pues en su casa solamente había un único libro. “Todos en tu familia, sin excepción, eran campesinos, Tus padres, tus abuelos, tus tíos, y hasta tus parientes más lejanos. Todos labradores”. En la adolescencia, empezó a leer poesías. “La poesía me hizo fuerte y me asignó un lugar en el mundo”. Años después, abandona la guitarra y retoma sus estudios de bachillerato, donde conoce en 1969 a Gregorio Manuel Guerrero, su profesor de literatura. Su contacto con él le hará descubrir la lectura y la escritura y le llevará a reorientar su vida.
Los recuerdos y divagaciones no aparecen de manera cronológica. No son propiamente unas memorias. El autor salta de un lugar a otro y de un tiempo a otro. El presente se cuela entre las rendijas del pasado y al revés. El libro resulta convincente y ameno. Landero habla de su atracción por el campo, la naturaleza, el lenguaje de la cultura milenaria que se vivía en los pueblos de entonces y que ha sufrido una radical transformación. Habla de la escritura y de su relación con los libros. Landero disfruta reviviendo momentos que tienen que ver con anécdotas familiares y sus orígenes como escritor. Y se enfrenta de tú a tú con su pasado más dolorido, la seca relación que tuvo con su padre.


El balcón en invierno
Luis Landero
Tusquets. Barcelona (2014)
248 págs. 17 €.


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