domingo, 8 de octubre de 2017

John Reed, “Diez días que sacudieron el mundo”


En las primeras décadas del siglo XX, John Reed (1887-1920) se convirtió en  un periodista de prestigio internacional. Su intensa actividad periodística corrió pareja a su activismo político. Hijo de una familia burguesa, estudió en Harvard y al acabar sus estudios se dedicó al periodismo. Primero fue corresponsal en México, en momentos de mucha tensión revolucionaria. Como uno más, conviviendo con sus soldados, acompañó a Pancho Villa por el norte del país. Reunió sus crónicas en un libro, México insurgente, en el que el autor, como hará a partir de ahora, se implica en la narración de los hechos, siempre desde una perspectiva de izquierdas. Lo hizo también en los reportajes que escribió sobre las huelgas de los mineros de Colorado en 1911. Después, fue enviado a Europa para cubrir la información sobre el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, artículos que aparecieron en La guerra en el este de Europa. Es en esos años cuando conoce Rusia y descubre la efervescencia revolucionaria que se está incumbando en un país abatido por los problemas internos y por las consecuencias que estaba teniendo su participación en la Gran Guerra.
            Con su mujer Louise Bryant, se trasladó a Petrogrado en 1917 para informar en directo sobre la marcha de los acontecimientos y escribir Diez días que sacudieron el mundo[1]. Reed conoció a Lenin (es el autor de la introducción del libro que publicaría en 1919), se entrevistó con políticos de todos los colores y describió el creciente ambiente revolucionario que se estaba apoderando de todos los espacios. Eso sí, cuando llegó a Petrogrado ya eran conocidas sus simpatías políticas hacia el Partido Bolchevique, fascinado por la radicalidad del mensaje revolucionario de sus líderes, de manera especial por Lenin. Como cuenta la periodista Helen Rappaport en Atrapados en la Revolución rusa, libro del que también hablaremos sobre cómo vivieron los extranjeros de Petrogrado aquellos convulsos días, algunos colegas consideban a John Reed “un juguete en manos de la máquina propagandística bolchevique”.
            Para Lenin, el testimonio que describe Reed “ofrece una verídica y muy vívida exposición de los hechos que son tan importantes para comprender debidamente lo que es la revolución proletaria y la dictadura del proletariado”, palabras que demuestran que lo que cuenta Reed están muy en sintonía con el mensaje propagandístico del Partido Bolchevique. Para Reed, su libro “no pretende ser más que el relato detallado de la Revolución de Noviembre, cuando los bolcheviques, al frente de los trabajadores y soldados, tomaron el poder estatal ruso y lo pusieron en manos de los sóviets”.
            Llama la atención de su estilo la pasión y la inmediatez a la hora de narrar los hechos y que lo que cuenta lo vivió en primera persona, lo que da a sus narraciones una sobredosis de autenticidad. Y en fecha tan temprana también sorprende que Reed tuviera la clara conciencia de la trascendencia de estos hechos: “Al margen de lo que se piense sobre el bolchevismo, es innegable que la Revolución rusa es uno de los grandes acontecimientos de la historia humana, y el surgimiento de los los bolcheviques, un fenómeno de importancia mundial  “.
            Su libro comienza situando la Revolución como la histórica respuesta del pueblo a una negativa cadena de acontecimientos. Explica los antecedentes y detalla los errores que se tomaron y que agravaron la situación económica, social y política. Luego, abrumado y extasiado por lo que ve, escribe unas crónicas vivas, documentadas y exaltadas (“A su alrededor y en todas partes, la gran Rusia estaba de parto, alumbrando un mundo nuevo”) en las que de manera cronológica describe los avances revolucionarios. Entrevista, como hemos dicho, a muchos de sus protagonistas, como a Lev Kamenev, uno de los líderes revolucionarios, “un hombre de barba pelirroja y puntiaguda y gustos afrancesados”, con quien Reed habló en los pasillos del Instituto Smoly. Consigue transmitir dinamismo al formar él mismo parte activa de los hechos: “Cuando llegamos –escribe en el capítulo “La caída del Gobierno provisional”-, la enorme fachada del Smolny resplandecía y una oleada de formas borrosas emergía en la penumbra desde todas las calles”. Reed reproduce artículos de prensa, documentos oficiales, declaraciones, discursos, comunicados, proclamas, con las que va confirmando el rápido y diario avance de los hechos. Y todo con un ritmo rápido, pues la Revolución se hace a toda velocidad: “Entramos en la gran sala de reuniones, abriéndonos paso entre el gentío vociferante agolpado en la puerta. En las filas de asientos, bajo las lámparas blancas, inmóviles y apretujados en los pasillos y a los lados, encaramados en cualquier alféizar y hasta en el borde del estrado, los representantes de los obreros y soldados de toda Rusia esperaban con angustiado silencio o enorme expectación el toque de campanilla del presidente. En la sala no había más calefacción que el calor sofocante de los cuerpos desaseados”.
Su relato tiene, en ocasiones, un tono propagandístico, como cuando escribe: “El torbellino de la insurrección se extendía por toda Rusia con una rapidez que superaba cualquier capacidad humana (…). La inmensa Rusia se estaba desintegrando. El proceso había empezado en 1905. La Revolución de Marzo simplemente lo había acelerado y había engendrado una especie de anticipo del nuevo orden, pero había acabado perpetuando la estructura hueca del antiguo régimen. Sin embargo, los bolcheviques habían desbaratado esa estructura en una sola noche, como si fuera humo. La vieja Rusia ya no existía. La sociedad humana se había fundido en un fuego primigenio, y del agitado mar de llamas emergía la lucha de clases, rigurosa e implacable, y la frágil corteza de los nuevos planetas, que iba enfriándose poco a poco”.
Junto con el relato de la constitución del Estado revolucionario aparecen también algunos síntomas de debilidad, propiciados por la contrarrevolución, los kadetes y los mencheviques, que anticipan lo que será el posterior enfrentamiento armado. También Reed acompaña a los revolucionarios a Moscú, donde “íbamos a conocer los verdaderos sentimientos del pueblo ruso hacia la revolución. La vida allí era más intensa”. Y sigue introduciendo en el relato valoraciones personales que alaban los fines de los revolución: “De pronto, comprendí que el devoto pueblo ruso ya no necesitaba curas para llegar al cielo, porque estaba construyendo en la tierra un reino más esplendoroso que cualquier cielo, un reino por el cual era glorioso morir”.
Reed permaneció en Petrogrado hasta que la Revolución se estabilizó. A su regreso a Estados Unidos, publicó su famoso libro y fundó el Partido Comunista. Sin embargo, acusado de espionaje, se vio forzado a abandonar su país y regresar a Rusia, donde murió de manera inesperada en 1920 cuando estaba escribiendo un nuevo libro: De Kornilov a Brest-Livosk.
Basándose en Diez días que sacudieron el mundo, Warren Beatty dirigió la película Rojos, de 1981, interpretada por el propio Beatty y Diane Keaton en el papel de la también periodista Lousie Bryant, mujer de Reed. También de 1981 es la película Campanas rojas, en la que se cuenta su vida en dos partes: la primera, México en llamas, sobre su estancia en la revolución mexicana, fue dirigida por el mexicano Paul Leduc; la segunda, Rusia 1917, centrada en la vida de Reed en Rusia, la dirigió Sergei Bondarchuk.




[1] John Reed. Diez días que sacudieron el mundo. Nórdica. Madrid (2017). 440 págs. T.o.: Ten days that shook the world. Traducción: Iñigo Jáuregui. Ilustrado por Fernando Vicente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario