En 1988, en plena perestroika, el poeta y escritor Vitali Shentalinski (Siberia, 1939), consiguió implicar a la Unión de Escritores para solicitar una autorización a las autoridades soviéticas que les permitiese investigar en el paradero de miles de escritores soviéticos que fueron perseguidos, represaliados y asesinados durante las décadas de dictadura comunista. Al final lo consiguió y fue la primera persona a la que se le permitió entrar en los archivos del KGB y rescatar valiosos documentos relacionados con estos escritores. Fruto de este trabajo, escribió tres libros donde reconstruyó los procesos que arruinaron la carrera y la vida de tantos escritores: Esclavos contra la libertad (2005), Denuncia contra Sócrates (2006) y Crimen sin castigo (2007): estos tres libros los comento ampliamente en Cien años de literatura a la sombra del Gulag. En este nuevo libro, La palabra arrestada, “el autor reordena y amplía la información ya presentada en esta trilogía”.
El libro se abre con un prólogo que es una síntesis del que abría la edición de Esclavos contra la libertad. En él, relata las peripecias que tuvo que pasar para hacerse con estos informes, los constantes enfrentamientos con las autoridades del KGB, las miradas críticas de muchos escritores consagrados que temían también que su nombre saliese a relucir a propósito de las delaciones y condenas a sus colegas… Concluye con un epílogo titulado “La delación como género del realismo socialista”, en el que se resumen otras muchas cuestiones y anécdotas que se abordan en esos volúmenes. El cuerpo del libro constituye el estudio, ordenado, de los procesos y las historias de siete famosos escritores soviéticos que sufrieron persecución por parte de los servicios secretos del Partico Comunista ruso: Isaak Bábel, Ósip Mandstam, Bulgákov, Marina Tsvietáieva, Platónov, Ajmátova, Maxim Gorki y Boris Pasternak.
Desde la llegada al poder del Partido Comunista, los escritores que no participaron de las ideas de la Revolución y no se sometieron al “realismo socialista” comenzaron a estar bajo sospecha. Las autoridades impusieron una forma única de hacer literatura en donde “la vida fuera reflejada no tal como era, sino como debía ser, y nadie podía vivir su propia vida, sino la preescrita por la ideología imperante”. Pronto empezaron las purgas y las delaciones (muchas de ellas, como demuestra Shentalinski, a cargo de destacados miembros de la Unión de Escritores Soviéticos).
En estos ensayos hay revelaciones sorprendentes que se refieren a los métodos empleados por los órganos políticos para controlar y censurar la literatura de escritores que contaban en ese momento con un reconocido prestigio, como Isaak Bábel y Ósip Mandelstam (que no fue rehabilitado hasta 1987). En el expediente dedicado a Andréi Platónov (1899-1951), se reproducen los informes literarios que se hicieron sobre él, y sobre su hijo Platón Platónov, detenido en 1938 con sólo quince años de edad. Falleció de tuberculosis poco después en un campo de concentración. El capítulo sobre Pasternak explica la persecución que sufrió antes y después de conseguir el premio Nobel de Literatura, al que se vio forzado a rechazar.
Al escritor Mijaíl Bulgákov (1891-1940) está dedicado el capítulo “El Maestro en el punto de mira de la GPU”, donde se muestra la persecución que sufrió, que impidió que se dedicase más intensamente a la literatura.
El capítulo dedicado a Maxim Gorki explica su biografía, sus tensas relaciones con el régimen bolchevique (en un principio), su vida en el extranjero (financiado por la OGPU, precedente de la KGB), su entusiasta regreso en 1933 (siempre rodeado de servidores de la Lubianka) y la decisión de Stalin de convertir a Gorki en el supremo escritor del régimen (“con un culto aplastante y nefasto”, similar al de Stalin)… El juicio que Shentalinski hace de él es demoledor: “cuando las autoridades, con el pretexto de luchar contra los kulaks, exterminaron al campesinado, Gorki, el pilar de Rusia, les proporcionó un horrible eslogan: Si el enemigo no se rinde, se le extermina” (Pravda, 15 de noviembre de 1930).
La vida de la escritora Marina Tsvietáieva estuvo marcada por la tragedia tras su decisión de regresar a la URSS en 1939 después de vivir muchos años fuera de su país. Tsvietáieva volvió con su hijo Gueorgui (Mur), de catorce años. Dos años antes habían vuelto su hija Ariadna y su marido Serguéi Efrón. Poco después, detuvieron primero a su marido –que había sido espía ruso en París- y a su hija Ariadna, acusada de ser espía francesa. Sola y desesperada, acabó suicidándose. A la gran poeta Anna Ajmátova dedica Shentalinski el capítulo “Deus conservat omnia. Ajmátova estuvo casada con Gumiliov, con el que tuvo un hijo, Lev, luego etnógrafo, cuya detención propició la escritura del dramático poema Réquiem. Este capítulo narra muchas cosas de la vida de Ajmátova antes y después de estos sucesos. Estuvo en todo momento en el ojo del huracán, observada constantemente por el régimen, que siempre estuvo a punto de caer sobre ella.
En el epílogo aparece esta cita de Shentalinski que resume la magnitud de la represión contra los escritores soviéticos: “Durante los años del poder soviético represaliaron a más de tres mil escritores y otros dos mil fueron fusilados o murieron en las cárceles y en los campos, sin esperanza para la libertad. No sólo rusos. Las pérdidas fueron globales: exterminaron a casi todos los escritores armenios, a toda la intelectualidad del pequeño pueblo de los cheremíes, a todos los escritores udmurtos, altaicos, bashkirios, komis… No hubo pueblo ni lengua en el territorio del Imperio soviético que se librara de esta tragedia”.
La palabra arrestada
Vitali Shentalinski
Galaxia Gutenberg. Barcelona (2018)
556 págs. 26,90 € (papel) / 16,99 € (digital).
Traducción: Ricard Altés, Jorge Ferrer, Marta Rebón.
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