Ahora,
con el título de El canto del cuco y el subtítulo “Llanto por un
pueblo”, Hernández ha escrito un diario íntimo en el que las referencias a su
vida actual le sirven de acicate para recordar otras muchas historias de
aquellos pueblos perdidos y muertos de Soria, ahora un desierto demográfico que
fue el escenario vital de su niñez. El punto de partida es siempre su
experiencia personal, contando sus recuerdos y sus vivencias. “Pertenezco
–escribe el autor- a la última generación bisagra: he pasado del candil a
Internet, del arado romano al avión supersónico, de la Edad Media a la era
tecnológica y a la posmodernidad. Soy testigo directo y privilegiado de una
civilización milenaria, la civilización rural, que se acaba y de la que es
preciso recoger los despojos para que dispongan de ellos las nuevas
generaciones”.
Siguiendo
el curso del año, Hernández recuerda la figura de su padre (fallecido muy
joven, con 28 años), habla de la vida de entrega de su madre y sus abuelos, de
algunos vecinos, de los maestros y médicos rurales, de costumbres y fiestas, de
la Navidad, excursiones y diversiones, las primeras nevadas, la naturaleza y
los animales... y hasta del Calendario Zaragozano. Es cierto que algunos de
estos recuerdos aparecen también en los otros libros mencionados, pero
Hernández sabe dotarles en éste de una nueva intención estética, narrados a su
vez con otro sabor estilístico, más íntimo y sentido. El regreso a la infancia
y la descripción de un mundo rural -“tan elemental, tan condenadamente sencillo
y rutinario”-, del que el autor ha sido protagonista de su extinción marcan el
tono nostálgico, evocado con una llamativa riqueza gramatical que incluye la
recuperación de expresiones ya olvidadas y palabras también perdidas.
En
estos libros, Hernández ha ido dando forma a una sentida elegía a una vida
pasada que ya no volverá. Su objetivo no es solo describir la desaparición de
las faenas agrícolas y ganaderas y, como consecuencia, el deterioro económico
de estos pueblos. Hernández describe también la defunción de un sólido estilo
de vida que moldeaba las relaciones humanas, familiares y sociales y que se
hacía visible en el lenguaje, las diversiones, las fiestas, las creencias...
Hay también un
no disimulado tono de denuncia del ritmo de vida actual, sobre todo en las
ciudades, en contraposición con el sentido del tiempo con el que se vivía en
aquellos pueblos, y también una crítica a las decisiones políticas que se
tomaron en un determinado momento, con la llegada de la maquinaria moderna a
los campos, que provocaron la progresiva aniquilación de estos pueblos poblados
ahora solo “de fantasmas y de ruinas”.
Abel Hernández
Gadir. Madrid (2014)
208 págs. 19,50 €.
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