domingo, 9 de diciembre de 2012

“Me hallará la muerte”, Juan Manuel de Prada


 
En sus últimas novelas, La vida invisible y El séptimo velo, había abandonado Juan Manuel de Prada (1970) el mundo de la bohemia madrileña que había caracterizado los libros que le habían dado fama hasta ese momento, especialmente Las máscaras del héroe. En la nueva etapa, sus novelas son más densas y contienen unos planteamientos existenciales y literarios quizás demasiado ambiciosos.
 
Me hallará la muerte insiste en esta misma línea, aunque disminuyen las ideas de fondo y el autor opte por unos ingredientes más testimoniales y menos elevados. La novela transcurre en España, en la inmediata posguerra; se traslada después a la Rusia de la Segunda Guerra Mundial y concluye de nuevo en una España, la de la década de los 50, que busca apoyos internacionales para consolidar un régimen con muchos claroscuros.

Su protagonista es Antonio Expósito, un joven hospiciano que sobrevive de sablazos y pequeños robos. Lleva tiempo planeando dar un salto en sus ingresos con una estrategia para sacar dinero a los ricos paletos que visitan Madrid y que aprovechan sus viajes de negocios para echar una cana al aire. Carmen, una vendedora ambulante de la que Antonio está tímidamente enamorado, acepta colaborar de gancho. Los planes les salen bastante bien hasta que uno de estos ricachones descubre la trampa. Tanto Carmen como Antonio se ven envueltos de golpe en un peligrosísimo asunto que les obliga a huir por separado. Cuando Antonio se siente acorralado por la policía, decide alistarse en la División Azul.

La segunda parte de la novela transcurre en Rusia y describe las penalidades y el ambiente de los militares y voluntarios españoles que combatieron en unas condiciones extremas. En el campo de concentración donde cae prisionero, Antonio refuerza su amistad con Gabriel Mendoza, un militar también madrileño que encarna los ideales más nobles del espíritu militar, quizás para redimirse de una vida, hasta ese momento, muelle y desenfrenada. Antonio tiene un gran parecido con Gabriel, hecho que será determinante en el devenir de la novela, pues cuando, doce años después, en 1954, regrese a España con el resto de los prisioneros españoles en el barco Semíramis, suplantará su identidad. Su reingreso en la vida civil no resulta fácil, inmerso ahora en una posición social totalmente distinta y con unas relaciones sociales y comerciales que aumentan su arraigado descreimiento y su cínica opinión de que el fin justifica cualquier medio. Después de su vuelta a España, su única obsesión es volver a encontrar a Carmen, de la que apenas tiene noticias y con la que confía encontrar la paz y el sosiego que su descarrilada alma va buscando.

La historia, muy bien ambientada tanto en la España de la posguerra como entre los militares españoles que viajaron a Rusia, se embrolla demasiado en su parte final, obligando al autor a tomar decisiones muy arriesgadas para que el relato mantenga la intriga, lo que hace que la novela sea por momentos inverosímil y forzada en sus ingredientes detectivescos. Para mí, que Antonio suplante la identidad de Gabriel Mendoza condiciona negativamente la evolución del argumento y obliga a una serie de piruetas que hacen mella en la trama.

Vuelven a destacar, para lo bueno y lo malo, los rasgos estilísticos característicos de la prosa de Juan Manuel de Prada. Sobre todo en la primera parte, la que describe la vida del hampa madrileña, está plagada de efectos barrocos que engordan de manera asfixiante el desarrollo normal del discurso. Se empeña el autor en abusar profusamente de términos de la época ya en desuso, que dan a su prosa un recargado tono en blanco y negro: rebolludos, sanotes, pimpolluda, barbalote, saboneta, verracones... A esta deliberada búsqueda de vocablos antiguos se suma la profusión de imágenes con las que describir la realidad solanesca y miserable de la vida del protagonista, en la que hay una tendencia a la exageración y a la ambientación sórdida. Y, como en libros anteriores, el uso de las comparaciones puede resultar original y sorprendente pero deja de ser eficaz cuando se repite hasta la saciedad, como sucede, por ejemplo, en esta descripción de una corrida de toros: “Ya sonaban los clarines, como una trompetería emergida de las entrañas de la tierra, anunciando la resurrección de la carne o reclamando una primicia de sangre. El cielo tenía un color anubarrado y sucio, como de panza de burro con hidropesía; y derramaba su tristeza sobre el mundo y sobre el clamor de los aficionados en la plaza, que se elevaba como un mugido cárdeno y tribal. Antonio recogió sus juguetes desportillados en un fardel y se ofreció a cargar también con el mueblecillo que Carmen colgaba del cuello, como un sambenito de oprobio”. La prosa de Prada es, pues, más estética que funcional, más para la delectación artística que para contar una historia, en este caso muy larga. También es cierto que después de la primera parte rebaja su barroquismo, lo que es de agradecer. Y una vez más, sus habilidades estilísticas, que son muchas, se escoran hacia la descripción de aspectos esperpénticos y morbosos, propensión con la que Prada parece encontrarse muy a gusto.

Las carencias afectivas del huérfano Antonio son la raíz de muchas de sus equivocaciones ya que, por ejemplo, busca el amor en personas y sitios equivocados. Esto influye en su carácter calculador y en su egoísta concepción de la vida, pues aunque anhela un sentido y una coherencia vital, no está dispuesto a renunciar a sus caprichos por nada, aunque esto le lleve a tomar decisiones desalmadas que le encadenan a la sucesión de mentiras y fraudes en la que se ha convertido su existencia.

Como en las últimas novelas de Prada, asistimos al descenso a los infiernos del protagonista. Pero, en esta ocasión, le falta la aureola de la tragedia y del drama: las dudas, errores y conflictos de Antonio Expósito no son nada existenciales. Maleado por la vida y las circunstancias, no consigue enderezar el rumbo de una vida agrietada en medio de una España obsesionada con la supervivencia. En este mundo mezquino y gris, no hay lugar para la catarsis.

 
Me hallará la muerte
Juan Manuel de Prada
Destino. Barcelona (2012)
592 págs. 22,50 €.

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