En sus
últimas novelas, La vida invisible y
El séptimo velo,
había abandonado Juan Manuel de Prada (1970) el mundo de la bohemia
madrileña que había caracterizado los libros que le habían dado
fama hasta ese momento, especialmente Las
máscaras del héroe. En la nueva
etapa, sus novelas son más densas y contienen unos planteamientos
existenciales y literarios quizás demasiado ambiciosos.
Me
hallará la muerte insiste en esta
misma línea, aunque disminuyen las ideas de fondo y el autor opte
por unos ingredientes más testimoniales y menos elevados. La novela
transcurre en España, en la inmediata posguerra; se traslada después
a la Rusia de la Segunda Guerra Mundial y concluye de nuevo en una
España, la de la década de los 50, que busca apoyos internacionales
para consolidar un régimen con muchos claroscuros.
Su
protagonista es Antonio Expósito, un joven hospiciano que sobrevive
de sablazos y pequeños robos. Lleva tiempo planeando dar un salto en
sus ingresos con una estrategia para sacar dinero a los ricos paletos
que visitan Madrid y que aprovechan sus viajes de negocios para echar
una cana al aire. Carmen, una vendedora ambulante de la que Antonio
está tímidamente enamorado, acepta colaborar de gancho. Los planes
les salen bastante bien hasta que uno de estos ricachones descubre la
trampa. Tanto Carmen como Antonio se ven envueltos de golpe en un
peligrosísimo asunto que les obliga a huir por separado. Cuando
Antonio se siente acorralado por la policía, decide alistarse en la
División Azul.
La
segunda parte de la novela transcurre en Rusia y describe las
penalidades y el ambiente de los militares y voluntarios españoles
que combatieron en unas condiciones extremas. En el campo de
concentración donde cae prisionero, Antonio refuerza su amistad con
Gabriel Mendoza, un militar también madrileño que encarna los
ideales más nobles del espíritu militar, quizás para redimirse de
una vida, hasta ese momento, muelle y desenfrenada. Antonio tiene un
gran parecido con Gabriel, hecho que será determinante en el devenir
de la novela, pues cuando, doce años después, en 1954, regrese a
España con el resto de los prisioneros españoles en el barco
Semíramis,
suplantará su identidad. Su reingreso en la vida civil no resulta
fácil, inmerso ahora en una posición social totalmente distinta y
con unas relaciones sociales y comerciales que aumentan su arraigado
descreimiento y su cínica opinión de que el fin justifica cualquier
medio. Después de su vuelta a España, su única obsesión es volver
a encontrar a Carmen, de la que apenas tiene noticias y con la que
confía encontrar la paz y el sosiego que su descarrilada alma va
buscando.
La
historia, muy bien ambientada tanto en la España de la posguerra
como entre los militares españoles que viajaron a Rusia, se embrolla
demasiado en su parte final, obligando al autor a tomar decisiones
muy arriesgadas para que el relato mantenga la intriga, lo que hace
que la novela sea por momentos inverosímil y forzada en sus
ingredientes detectivescos. Para mí, que Antonio suplante la
identidad de Gabriel Mendoza condiciona negativamente la evolución
del argumento y obliga a una serie de piruetas que hacen mella en la
trama.
Vuelven a
destacar, para lo bueno y lo malo, los rasgos estilísticos
característicos de la prosa de Juan Manuel de Prada. Sobre todo en
la primera parte, la que describe la vida del hampa madrileña, está
plagada de efectos barrocos que engordan de manera asfixiante el
desarrollo normal del discurso. Se empeña el autor en abusar
profusamente de términos de la época ya en desuso, que dan a su
prosa un recargado tono en blanco y negro: rebolludos, sanotes,
pimpolluda, barbalote, saboneta, verracones... A esta deliberada
búsqueda de vocablos antiguos se suma la profusión de imágenes con
las que describir la realidad solanesca y miserable de la vida del
protagonista, en la que hay una tendencia a la exageración y a la
ambientación sórdida. Y, como en libros anteriores, el uso de las
comparaciones puede resultar original y sorprendente pero deja de ser
eficaz cuando se repite hasta la saciedad, como sucede, por ejemplo,
en esta descripción de una corrida de toros: “Ya sonaban los
clarines, como una trompetería emergida de las entrañas de la
tierra, anunciando la resurrección de la carne o reclamando una
primicia de sangre. El cielo tenía un color anubarrado y sucio, como
de panza de burro con hidropesía; y derramaba su tristeza sobre el
mundo y sobre el clamor de los aficionados en la plaza, que se
elevaba como un mugido cárdeno y tribal. Antonio recogió sus
juguetes desportillados en un fardel y se ofreció a cargar también
con el mueblecillo que Carmen colgaba del cuello, como un sambenito
de oprobio”. La prosa de Prada es, pues, más estética que
funcional, más para la delectación artística que para contar una
historia, en este caso muy larga. También es cierto que después de
la primera parte rebaja su barroquismo, lo que es de agradecer. Y una
vez más, sus habilidades estilísticas, que son muchas, se escoran
hacia la descripción de aspectos esperpénticos y morbosos,
propensión con la que Prada parece encontrarse muy a gusto.
Las
carencias afectivas del huérfano Antonio son la raíz de muchas de
sus equivocaciones ya que, por ejemplo, busca el amor en personas y
sitios equivocados. Esto influye en su carácter calculador y en su
egoísta concepción de la vida, pues aunque anhela un sentido y una
coherencia vital, no está dispuesto a renunciar a sus caprichos por
nada, aunque esto le lleve a tomar decisiones desalmadas que le
encadenan a la sucesión de mentiras y fraudes en la que se ha
convertido su existencia.
Como
en las últimas novelas de Prada, asistimos al descenso a los
infiernos del protagonista. Pero, en esta ocasión, le falta la
aureola de la tragedia y del drama: las dudas, errores y conflictos
de Antonio Expósito no son nada existenciales. Maleado por la vida y
las circunstancias, no consigue enderezar el rumbo de una vida
agrietada en medio de una España obsesionada con la supervivencia.
En este mundo mezquino y gris, no hay lugar para la catarsis.
Me hallará la muerte
Juan
Manuel de Prada
Destino.
Barcelona (2012)592 págs. 22,50 €.
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