En
1951, el ensayista, traductor y poeta Czeslaw Milosz (1911-2004), premio Nobel
de Literatura en 1980, decidió exiliarse en Francia tras cinco años de trabajar
como diplomático para el Gobierno comunista que se hizo con las riendas del
poder en Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial. Poeta destacado de su
generación, empezó a publicar en 1930. La traumática experiencia de todo lo que
vivió Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, que pasó en Varsovia, modificó
su percepción de la poesía, de la política y de la realidad. No llegó a militar
nunca en el Partido Comunista, pero en un momento dado pensó que era la mejor
solución para reconstruir un país hundido y en ruinas.
Poco le duró ese pensamiento. Sólo
dos años después de su exilio, en 1953, publica este ensayo, donde intenta
desmenuzar cómo funciona el pensamiento humano en las democracias populares, centrándose
especialmente en los escritores y artistas, que desempeñan en estos países una
misión muy especial. Milosz conoce desde dentro la manera que tiene el poder de
atraer a los intelectuales, pieza básica para la construcción de un sistema
homogéneo donde es imposible ser un disidente. Él ha vivido los procesos de
acercamiento, las estrategias, la sibilina manera de buscar, por las buenas o
por la fuerza, el máximo apoyo de los intelectuales a un proceso de radical
renovación del ser humano.
Tras varios capítulos en los que
describe este proceso que lleva a la ortodoxia estalinista, Milosz realiza
cuatro disecciones antológicas de cuatro escritores innominados que se
entregaron sin fisuras al materialismo dialéctico y al realismo socialista:
Milosz habla de “Alfa o el moralista”, “Beta o el amante desdichado”, Gamma o
el esclavo de la historia” y Delta o el trovador”. Espléndidos retratos
intelectuales que ejemplifican, con muchos toques biográficos, esa rendición a
un modelo político y social que tiene la clave de todo, también por supuesto de
lo que debe ser la literatura. Milosz,
que nació en Lituania (su novela El valle
de Issa está inspirada en los recuerdos de su inancia), dedica el último
capítulo a contar cómo el régimen soviético fue especialmente cruel con las
repúblicas bálticas, destrozando su historia y utilizando las deportaciones
para transformar hasta la realidad social.
Estamos ante un ensayo profético que
no se circunscribe solamente a los escritores y artistas que sucumbieron al “realismo
socialista” (y justificaron, de paso, todos los crímenes que se cometieron en la
URSS y en sus países satélites): analiza también las relaciones de los
intelectuales con un poder, el de antes y el de ahora, que emplea mil y una
estrategias para provocar adhesiones.
Definiendo a estos escritores, la
mayoría compañeros suyos, Milosz habla de que una de sus principales
características es “el miedo a pensar por cuenta propia”. No hace falta: para
eso está el Partido, su método, sus objetivos, sus planes. El escritor
solamente tiene que convertirse en un sumiso altavoz para medrar y garantizarse
una cómoda existencia. Eso sí, como escribe Milosz, debe dejar que se le
suministren a grandes dosis las normas inflexibles del materialismo dialéctico,
“un anestésico en la mente del hombre”.
La
mente cautiva
Czeslaw Milosz
Galaxia Gutenberg. Barcelona (2016)
276 págs. 23,90 €.
T.o.: Zniewolony
umysl.
Traducción: Xavier Farré Vidal.
Traducción: Xavier Farré Vidal.
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