"Yo tengo talento, pero lo de él
es genialidad”, escribió de William Gerhardie el también escritor inglés Evelyn
Waugh, contemporáneo suyo. Como destaca en el prólogo Martín Schifino, autor
también de una impecable traducción, Gerhardie dejó su impronta en muchos
autores ingleses a lo largo del siglo XX, como Graham Greene y Joseph Heller.
Gerhardie
nació en San Petersburgo en 1895, hijo de unos ricos industriales ingleses que
perdieron su fortuna durante la Revolución Rusa. Se educó en la Rusia zarista y
más tarde combatió con los ingleses durante la Primera Guerra Mundial. Publicó
su primera novela en 1922, Inutilidad, en la que ya están muchos de los
rasgos que se repetirían en su segunda novela, la más conocida, Los
políglotas, de 1925. Murió en 1977.
En
este autor se da una original mezcla de lo mejor de la literatura rusa de
finales del siglo XIX y de la literatura inglesa. Por un lado, hay bastante eco
de Chéjov y de Gonchárov, el autor de Oblómov. También se aprecia la
influencia de Oscar Wilde y la literatura ironista y cómica inglesa. El
resultado es una literatura antidramática, falsamente ligera, moderadamente
cómica, con la que aborda aspectos tangenciales e insustanciales de los
convulsos momentos históricos de los que el autor inglés fue testigo.
Ya
en Inutilidad, Gerhardie despreció la manera realista de novelar, en la
que lo más importante suele ser la sucesión de hechos y de acciones. En Los
políglotas, y en Inutilidad, lo que más importa es describir el
presente, disfrutar de él como exclusivo momento narrativo, sin necesidad de
encuadrar estas escenas en un argumento con desarrollo e intriga. No hay, pues,
una trama sólida que enganche al lector, pues las cosas que se cuentan son
accidentales dentro de un especial contexto histórico y personal. “Estas y
otras peripecias –escribe acertadamente Schifino en el prólogo- se desdibujan en
el transcurso de la novela, cuyo centro no es la trama o el suspense, sino las
descripciones caracteriológicas de un elenco muy peculiar que incluye
depresivos, obsesivos, erotómanos, hipocondríacos, generales con delirios de
grandeza y un sumo exponente del huor fatuo, aunque no sólo eso, en la persona
de Diabologh”.
El
narrador es Georges Hamlet Alexander Diabologh, un joven militar inglés que
aspira a ser escritor y que realiza un viaje a Japón para conocer a unos
familiares que abandonaron Bélgica durante la Primera Guerra Mundial y se
refugiaron en Japón y Rusia. La novela transcurre en los años inmediatamente
posteriores de la guerra y todavía en plena Revolución Rusa. Como el narrador,
la familia está formada por una alta burguesía que se ha codeado con la
aristocracia y que ahora se encuentra en plena decadencia, aunque mantengan las
formas y las apariencias.
Georges conoce
a su hipocondríaca tía Teresa, uno de los personajes más sobresalientes de la
novela, permanentemente enferma y dolorida, aunque es la que gobierna la
familia a su antojo; su marido, tío Emmanuel, no hace absolutamente nada salvo
preparar sus encuentros con sus numerosas amantes, lo que a veces provoca
situaciones ridículas; su prima Sylvia Ninon, de la que Georges queda prendado y
con la que vive una intermitente y apasionada historia de amor que se complica
más adelante cuando Sylvia contraiga matrimonio. A su alrededor, un coro
extravagante: familiares de todas las marcas, criados, niños y más niños,
generales, militares, doctores... Mientras Georges se dedica a peregrinas
misiones militares, la familia padece de refilón los avatares de la guerra y la
revolución. Al final, deciden regresar todos a Londres en un esperpéntico viaje
por mar.
“Éramos
–escribe el autor- un grupo poco usual de personas atrapadas en un conjunto
poco usual de circunstancias y condiciones. Quiero pensar que habíamos
escapado, por obra de la casualidad, de muchas de las cosas de la vida que se
habían vuelto trilladas y estereotipadas”. Eso es lo que se propone: novelar no
lo tópico de aquel complejo momento histórico sino la espuma de la vida íntima
y doméstica de este grupo de personajes, cada uno etiquetado con sus
inconfundibles tics verbales y sus manías. Lo más sobresaliente es la
perspectiva novelística, el trabajo estilístico del autor y la creación de un
narrador engreído, prepotente, crítico con casi todo, que va de intelectual y
escritor, amoral, irónico, vividor que, sin embargo, asume su papel dentro de
la peculiar familia de la que forma parte. Una poliédrica novela, pues, que
exige un lector experimentado en divagaciones que no se obsesione con encontrar
un argumento cerrado en el que encajen convenientemente las piezas.
Los políglotas
William Gerhardie
Impedimenta. Madrid (2014)
384 págs. 22,75 €.
T.o.: The
polyglots.
Traducción: Martín Schifino.
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