sábado, 25 de agosto de 2012

La canción del verano. Más que una metáfora



Ya en 1996, aunque desde una perspectiva muy distinta a la que voy a utilizar en este artículo, el filósofo Daniel Innenarity reflexionaba sobre la omnipresencia del espíritu hortera en la sociedad actual. Y lo hacía en las páginas de esta misma revista. En el número de julio-agosto de ese año publicó un artículo que tituló “El territorio de lo hortera”. Para Innenarity, el espíritu hortera es, sobre todo, una actitud ante la vida que se manifiesta en su convencido simplismo y en su carácter insistente, ostentoso y repetitivo. Esta mentalidad acaba por despreciar los cánones estéticos establecidos para subrayar su preferencia por lo grotesco (especialmente en los elementos decorativos y ornamentales, porque debajo, en la sustancia, lo más seguro es que no haya nada). Yo rebajo un poco los inteligentes argumentos que utilizaba Innenarity y me quedo en un nivel más cutre-sociológico; lo que pretendo en este artículo es abordar la pervivencia del espíritu hortera en una de sus manifestaciones más sublimes: la canción del verano, para mí el mejor ejemplo hortera donde el éxito socio-comercial sociológico se impone a los valores de la creación artística y musical.
En este sentido, estoy más cerca de un mediocre libro, de sugerente título, que publicó el periodista Javier Lorenzo en 1997, La España hortera (Temas de Hoy). Javier Lorenzo es consciente de que no está escribiendo un ensayo filosófico sobre el ser profundo de los españoles; lo que busca es atrapar esa inequívoca pervivencia y transformación de lo hortera en múltiples y diferentes manifestaciones costumbristas. Como escribe Javier Lorenzo refiriéndose a lo hortera, “las fronteras del buen gusto se han difuminado hasta desaparecer, lo accesorio ha pasado a un primer plano en detrimento de lo fundamental y cualquier novedad es asimilada como si procediera de la más rancia de las tradiciones”. En el arte y la decoración, lo hortera guarda parentesco con lo kitsch, otro territorio, aunque lo hortera es un término más amplio y, por tanto, bastante más profundo (digo yo).

AMBIENTES HORTERAS

Es evidente que lo hortera se mueve con soltura en unos ambientes mejor que en otros. Está claro que la horterada brilla con un inusitado esplendor en el repetitivo atrezzo, por ejemplo, de los domingueros tradicionales y en los momentos más emblemáticos de las bodas y primeras comuniones. Los domingueros participan de una misma obsesión: la conquista de la felicidad mediante unos hábitos matemáticamente establecidos. En las bodas, también la repetición de una serie de clichés (la estética de las invitaciones, la sesión hortera de fotos de los novios en un parque bonito, los trajes de los invitados –sobre todo el de la madrina-, el destino del ramo de la novia, etc.) impone unos actos de los que es imposible escaparse, como he podido comprobar en recientes bodas de algunos amigos: los pobres eran conscientes de su inevitable y desesperada caída en la horterada (la alegre y chisposa aparición en el banquete de los camareros, el juego de luces a la entrada del cordero, el patético y emblemático primer vals con la novia, la apoteósica aparición de la tarta, el ampuloso obsequio de los puros...), pero sus miradas de compasión durante todos los actos de la boda reflejaban, grandiosamente, la aceptación de su rol, su increíble sacrificio para que las relaciones familiares transiten por el territorio de lo obvio, su abnegada entrega en beneficio de una humanidad que se tranquiliza con lo previsible, su heroico estoicismo para aparcar el deseo de huida y quedarse, llorando de emoción, como si fuese un instante preparado graciosamente por los dioses, a cantar con los de la tuna, que acaban de empezar a entonar el obligatorio y simbólico “Clavelitos”. ¿Y qué decir de las primeras comuniones? La fotografía de la niña/o con el rosario entre las manos y su misalito nacarado que se impone en los recordatorios es todo un homenaje hortera a la posteridad. Así, con estos pequeños actos horteras, se forjan las tradiciones.
Lo hortera es un elemento proteico de nuestra cultura, que tiene la habilidad, nada prepotente, sutil, de estar presente en casi todos los sitios, en unos asumiendo su papel de protagonista y en otros dejando unos cuantos, pero significativos, detalles. Por ejemplo, en la moda la mentalidad hortera ha contribuido a la explosión del chándal como indumentaria cómoda para hacer la compra, pasear al perro y hasta para ir a misa de doce. Lo suelen llevar los jubilados (o sea, los que no hacen deporte), y los modelitos más modernos incorporan decoraciones aerodinámicas y psicodélicas, a juego muchas veces con unas zapatillas que poco tienen que ver con la sobriedad de las tórtolas de la posguerra (con esta idea Freud haría maravillas).

UNA RADIOGRAFÍA SOCIAL

Estas mínimas reflexiones sobre el concepto hortera vienen a cuento porque si hay algo hortera en el mundo, como decía antes, es la compulsiva obsesión por fabricar la canción del verano, fenómeno musical que está por encima de todo tipo de explicaciones e interpretaciones, aunque aquí intentemos dar algunas. Sé que me meto en un terreno pantanoso, pero, quizás, reflexionar sobre la canción del verano puede servir para sacar a la luz aspectos ocultos de nuestra reciente historia colectiva y personal y de nuestro caótico imaginario cultural, donde se dan la mano, sin traumas, los ensayos de Ortega y Gasset con los éxitos de Georgie Dann, el fenómeno del arte socialrealista con las letras de las canciones de Tamara Seidesdos. Del entusiasmo democrático de la transición con los toques de poesía romántica de Luis Aguilé. Todo esto es historia (intrahistoria lo llamaría Unamuno). Solemos dejar de lado a este tipo de personajes cuando recurrimos a las generalizaciones políticas y sociales. Y la verdad es que este fenómeno musical explica mejor que otros muchos más serios nuestros temores y anhelos, nuestros deseos y fracasos, nuestros éxitos y frustraciones.
Es fácil, muy fácil, ridiculizar estas cosas, reírnos de la pobreza de sus mensajes intelectuales, como si eso fuese lo más importante. Es muy cómodo también eliminar, tachar de la lista a unos protagonistas que se han ganado, a pulso, un sitio en la historia de la música (como si sólo les estuviera permitido triunfar a los héroes del rock, de la música latina y de la canción protesta) y también de la poesía. ¿Qué son, si no, las letras de las canciones de Georgie Dann, uno de esos iconos incombustibles que simbolizan, en su ser y en las campanas de sus pantalones, toda una época, mucho más que los discursos de Arias Navarro, Suárez, Felipe González o Aznar? Decimos Georgie Dann y se nos vienen a la cabeza tipos de peinados, frases, expresiones, bailes, movimientos corporales, estribillos, risas. No pasa lo mismo con otros nombres relacionados con la vida política, judicial y administrativa, seres que han pasado por la historia dejando un rastro sombrío y gris, aunque luego quieran decirnos que han sido muy importantes para el destino del resto de la humanidad.
La realidad, sin embargo, camina por otro lado. Atravesamos hoy día una fase ciertamente nostálgica; hay un interés sentimental por recuperar los elementos consuetudinarios del pasado con el fin, quizás, de reivindicar con orgullo el espacio de la memoria. En esta fiebre podemos situar también la pasión por mantener encendida la causa de la canción del verano, aupando a cantantes y recuperando a estrellas del ayer que, de alguna manera, están vinculadas con el boom musical de los años sesenta y setenta, cuando nace la canción del verano como una manera de explotar hasta turísticamente los modos de vida netamente hispánicos. Exitosas series de televisión, como Cuéntame, recuperan la historia costumbrista de los años sesenta y setenta; algunos programas se han especializado en entrevistar a personajes famosos que dejaron huella en aquellos años; especial atención ha tenido en este revival el destino de los cantantes más de moda, cuyas canciones han vuelto a sonar y se han vuelto a reeditar (tengo en mis manos, ahora mismo, un recopilatorio de Luis Aguilé). Como siempre pasa con estas cosas, primero vienen los famosos-famosos y luego aparecen los actores secundarios, que también han aportado su grano de arena a la formación de un espíritu nacional. Ahí están, por ejemplo, Massiel, la cantante que ganó el festival de Eurovisión con el “La, la, la”, pieza clave de todo este proceso de regeneración de la memoria. O Karina, incombustible también por su grotesca presencia en algunos programas y revistas del corazón. Las dos cantantes representan una España que ya no es, pero que no quiere morir, después de años pululando en el baúl de los recuerdos. Karina, Massiel, Camilo Sesto (su imagen, casi de museo de cera, es un agónico intento por detener el paso del tiempo) , Peret, Manolo Escobar, Fórmula V, Los Brincos, Raffaella Carrá, los incombustibles Dúo Dinámico, María Jesús y su acordeón (“Pajaritos por aquí, pajaritos por allá...”). Una España en blanco y negro que mantiene su público, como bien han visto los de Cine de barrio. Por ahí pululan los actores simbólicos de aquella España. Hace unos meses vi en un programa de televisión juntas a Massiel, Conchita Bautista, Salomé; en otro programa estaba Lina Morgan; Carmen Sevilla se ha convertido en el estandarte de una España-inserso que tiene su lado más cómico, y desmitificador, en la vida íntima de Sara Montiel. José Luis López Vázquez sale en una película con Alfredo Landa, gran icono de la Transición, con Pajares, menos icono, y Fernando Esteso, icono caído. (La Transición es, sin lugar a dudas, el periodo de esplendor de lo hortera, con mucha diferencia). Todavía se siguen viendo las películas de Paco Martínez Soria.

UN GÉNERO LITERARIO

La canción del verano es todo un género literario. Muchas aspiran a ser la canción del verano, pero pocas son las escogidas. Es el pueblo quien, democráticamente, con su instinto secular, acierta a seleccionar aquellas que sirven para fijar su espacio y un tiempo. Un somero análisis de la historia de la canción del verano demuestra que este fenómeno es, antes que nada, eminentemente estático. No existe el paso del tiempo, no existe evolución. Las canciones, en su esquema, en su estructura, en su filosofía, son siempre las mismas. La canción del verano se levanta por encima de las coordinadas temporales y de la historia para fijar un único momento lleno de plenitud: que el mundo se detenga mientras suenan los acordes de una canción esperada, querida, anhelada, tarareada por todos. Dos, tres, cuatro minutos de dicha, de felicidad, de olvidarse de la tiranía de la actualidad, de los valores impuestos, de las ideas predominantes, de los debates que mueven o paralizan el mundo. La canción del verano es un paréntesis existencial. Nunca es huida definitiva de la realidad, no es rechazo, no denuncia un hastío, no define ningún tipo de asco. Cuando se acaba la canción, se regresa sin traumas a lo de siempre, conscientes de haber vivido unos pocos pero intensísimos minutos de una experiencia que podemos calificar de sideral.
Sin embargo, hay algunos rasgos que indefectiblemente se repiten y que de alguna manera diferencian la canción del verano de otros éxitos musicales protagonizados por otro tipo de cantantes: Nino Bravo, Cecilia, Paloma San Basilio, Juan Pardo, Pablo Abraira, Los Pecos, Lorenzo Santamaría, Bertín Osborne, Francisco, Sergio Dalma, Miguel Gallardo y hasta Jaime Morey. La canción del verano debe tener, sobre todo, ritmo, mucho ritmo, que combine diferentes tendencias, aunque siempre se abuse de la música más hispánica (en esto Luis Aguilé era un maestro, como se puede apreciar en su sobresaliente canción “El tío Calambres” o en “El Frescales”, de mucha menos calidad). Otra nota repetitiva es el estribillo pegadizo, tenga o no sentido, venga o no a cuento, tenga o no tenga que ver con el resto de la canción (ejemplo emblemático, el de “Aserejé”). El estribillo debe quedarse prendido en la memoria de los veraneantes y tiene que saltar en cuanto se oiga la primera nota. Hay canciones que sólo son estribillo (como en algunas de Georgie Dann). También deben tener un mensaje sensual, que identifica placer con felicidad (típica mentalidad cutre de verano playero). Los cantantes siempre tienen que transmitir alegría, tanto en la puesta en escena como en la ropa, peinado, etc.. Viene bien, aunque no siempre es fácil de conseguir, que la canción incorpore también un baile mecánico, que requiera un aprendizaje y que obligue, por ejemplo en una discoteca, a participar todos de esa canción (su acusado sentido tribal y grupal). Como suelen cantarse sobre todo durante el verano, conviene añadir un tono refrescante, con dosis de exotismo, y también incorporar lo tópicos que todos manejamos a la hora de afrontar un verano: felicidad, playa, sol, música, y todo lo que estos tópicos representan en el imaginario hortera.

EL ANÁLISIS DEL CUPONAZO

Habría que levantar un monumento a los responsables de la agencia de publicidad Tandem DDB, los que diseñaron la campaña del cuponazo de la ONCE durante el verano del 2003. He ahí, en pocos segundos, todo un tratado de sabiduría popular, con el que rápidamente se han identificado millones de espectadores. Nada de estridencias –en los anuncios se subrayaban las justas, las que rodean nuestras vidas-, nada de modelos espectaculares, nada de ilusionismo, nada de fabricar otra realidad (que es lo que casi siempre hace la publicidad). No. En sus anuncios estábamos todos nosotros al desnudo, como somos en realidad (al lado de esto, los espejos deformantes del callejón del Gato, que utiliza Valle-Inclán para explicar su teoría del esperpento, son un simple juego de niños). Las letras de las canciones de “Cremita”, “Tapitas” y “Medusa” captan, mejor que ningún ensayo antropológico, quién es el hombre de hoy y, como diría Rubén Darío, hacia dónde va. Algunos de sus versos provocan, por lo menos es mi caso, una sacudida existencial, un estremecimiento casi metafísico: “Tengo gambas, tengo chopitos, tengo croquetas, tengo jamón,/ tengo morcilla...” (ahí están, sin falsificaciones ni adulteraciones, unos concretos anhelos de felicidad). O esos otros, donde se escenifica la añoranza amorosa veraniega: “me pica la pierna, me pica el ombligo, me pica la cabeza, quiero estar contigo/ (...) me pica el corazón, me pica la medusa/ medusa del amor” (la metáfora del amor ausente está a la altura de los versos doloridos de Garcilaso).
Pero la canción del verano está formada por un todo: no hay partes. La misma importancia tiene la música que la letra, las patillas del cantante que el bailoteo, el decorado hortera que la vestimenta. En este caso, los de Tandem DDB no eligieron para sus anuncios seres especiales, distintos, sobrehumanos; no buscaron escenarios exóticos, idílicos; no basaron sus mensajes en el éxito de los trucos de la retórica. Como suele hacer la canción del verano, todos sus ingredientes encierran una meteórica y ansiada ilusión.

UN PRECURSOR: LUIS AGUILÉ

Sin lugar a dudas, uno de los precursores del boom de la canción del verano es el argentino Luis Aguilé (Buenos Aires, 1936). Tras un espectacular éxito en Hispanoamérica, donde recibió diferentes premios y varios discos de Oro, llegó a España en 1963. Rápidamente se hizo con el control de la canción festiva, divertida, veraniega, que más adelante concretará sus propuestas estéticas en la canción del verano. Todo el mundo, como se recoge en el texto de la carátula de sus “40 grandes éxitos”, reconoce que Luis Aguilé “ha sembrado de alegría y reflexiones literarias muchos momentos felices de nuestras vidas”. Está claro lo de la alegría; lo que me cuesta más reconocer es lo de las “reflexiones literarias” (aquí vuelve a haber tema). Ha compuesto más de 500 canciones, donde combina el tono desenfadado y la facilidad de sus melodías (lo que más nos interesa) con la “pintura imaginativa de su letras”, donde algunos incluso han querido ver proyectadas sus inquietudes sociales y hasta existenciales. Hay un puñado de canciones que ya forman parte de la historia musical, sentimental y hortera de este país: “Cuando salí de Cuba”, “Juanita Banana”, “Ven a mi casa esta Navidad” (ésta no fue canción del verano), “Es el sol español”, “El tío Calambres”, “Con amor o sin amor”, “Camarero Champagne”, “Soy currante”, “Es una lata el trabajar” –donde mezcla sabiamente la cara y cruz de esta vida-. Cuando desapareció de los escenarios, se dedicó a la producción de espectáculos musicales y a la literatura (es autor de novelas y cuentos infantiles, no sabemos si escritos con la misma técnica e ingredientes que sus canciones).
No se puede estudiar la canción del verano sin la sacudida que provocaron las canciones de Luis Aguilé, habitualmente presentes en nuestro imaginario cultural, en las canciones de “atrás” de los autocares (otra modalidad hispánica) y en los chiringuitos veraniegos. Por él no pasa el tiempo, ni mucho menos por sus canciones.

CÓMO SE HACE

Técnicamente, parece fácil construir la canción del verano, como se cuenta en estos brillantes anuncios, pero la aparente facilidad esconde un entramado de complicadas elaboraciones acústicas y emotivas. No todo vale como canción del verano. Más aún, nadie compone una canción del verano sino que, de entre todas las que aspiran a serlo, el jurado popular elige una. En 1997 triunfó “La flaca” de Jarabe de Palo, que tuvo que competir con un sinnúmero de canciones que aspiraban a ese preciado galardón. En 1989 triunfó la sensual “Lambada” (otra interesante reflexión: cuando han tenido lugar importantísimos acontecimientos históricos, la canción del verano ha permanecido fiel a sí misma y no ha entrado al trapo del fácil y cómodo compromiso social). La “Lambada” se siguió bailando con la misma superficial intensidad que si no hubiese caído el Muro de Berlín; en España, después de la muerte de Franco, en 1976, la gente se entusiasmó en el verano con “El bimbó” de Georgie Dann, en vez de elegir como canción del verano, como quizás hubiera sido lo suyo, alguna canción social de Paco Ibáñez: aquí hay tema). En 1970, Los Diablos se apoderaron de la canción del verano con “Un rayo de sol” y en 1971 Peret convirtió en mítico su “Borriquito”. En 1996 triunfó un jovencísimo Ricky Martin; y en 1999, el éxito recayó en la canción “Mayonesa”, del grupo Chocolate. Antes, la internacional “Macarena”; y luego la “Booooomba”, del hinchable King África; “Yo quiero bailar”, de Sonia & Selena; “Me pongo colorá”, de Papá Levante; el “Aserejé”, de las Ketuchup (número uno en muchísimos países); los calculados éxitos de David Cibera y las canciones de la manada de Operación Triunfo, y el gran “Papi chulo”, con otra de esas letras surrealistas que mezclan absurdo con topicazos. El verano del 2003 contiene un ingrediente especial, pues a los cantantes habituales se incorporaron los famosos/sobras del superhortera programa “Hotel Glamour”, que convirtió en cantantes de la noche a la mañana al cubano Dinio y a la vedette Malena Gracia (más interesante es la recuperación en este programa de una emblemática canción de Luis Aguilé, “Es una lata el trabajar”). Han conseguido parciales éxitos, pero significativos, la esperpéntica Tamara y su simplón “No cambié”, de tema sobadamente amoroso (la pena es que nunca se ha decidido a montar un dúo musical con ese monstruo de la canción que es Leonardo Dantés).
Algunos mal pensados, que entienden muy poco de cómo funciona el arte, han intentado concretar una receta para hacer este tipo de canciones. Fase primera: tómese una frase de un grupo de música al azar y terminar esa frase con una palabra de un grupo distinto. Segunda fase: añadir de vez en cuando gritos repetitivos. Tercera Fase: incluir una base rítmica de salsa interpretada por cualquier organillo eléctrico. No estoy de acuerdo. Esto es como intentar dar una receta par componer poesías tipo Miguel Hernández o Rafael Alberti. Nunca el arte se puede someter a unas reglas concretas (más adelante se analizará detenidamente el caso Georgie Dann y se podrá apreciar cómo el arte fluye de manera natural, no de una forma impostada o calculada).

PRODUCTO DE LA POSMODERNIDAD

Nada mejor que la canción del verano refleja esa mentalidad tan posmoderna que Gianni Vattimo ha definido como “pensamiento débil” (seguro que lo hizo después de escuchar un compacto con las mejores canciones veraniegas de los últimos años). En estas canciones no se puede buscar un sistema de pensamiento similar al de la filosofía. Hay un estilo de vida, hay reflexiones sociales, políticas, históricas, religiosas, pero todo sin avasallar, sin querer imponer ninguna tesis cerrada. “Pensamiento débil”, sí. Y se reconoce sin complejos. Para dar la vara con otros pensamientos más profundos, ya están otros cantantes y estilos, otras manifestaciones musicales. El que escucha la canción del verano no quiere que le expliquen el sentido del universo ni las teorías cuánticas. En el momento de explosión de una canción del verano, las neuronas van por libre, aspiran a dar el do de pecho de la frivolidad. Insisto en su ausencia del componente referencial: el significado de la canción se agota en sí misma, sin trampas ni cartón. ¿Qué se quería decir con “Aserejé”: todo y nada a la vez. No es un mensaje cifrado, diabólico, infernal. Es, como el aleph borgiano, una expresión que contiene todas las expresiones, una copia reducida de todo el universo. Cuando se entonaba el estribillo del "Aserejé", todos los que la cantábamos formábamos parte de un mismo planeta mental: desde la nada fonética y gramatical hasta la plenitud. Lo mismo sentía cuando el ya mítico King África sacó en el 2000 la canción de “La bomba”, con ese grito gutural, bamboleante, inocente, “Boooooommmmmmbbbbbbaaaa”. ¿Significaba algo? No. ¿Había deseos incendiarios y violentos? No. Sin embargo, ¡cuántas gratificantes y profundas sensaciones están contenidas en ese inane vocablo y en tantas y tantas canciones del verano!
* * *

¡QUE VUELVA YA GEORGIE DANN!
El verano de 2003, una canción se levantó por encima de todas, aunque no consiguiese galardones ni el título honorífico de la canción del verano. Me refiero a la de La Banda del Capitán Canalla, “Que vuelva ya Georgie Dann”. Estos músicos se han atrevido a decir lo que tantos y tantos sentíamos y callábamos: que Georgie Dann sólo hay uno, porque es el único que ha sabido hacer de la horterada una sublime broma. La canción de la banda sintetiza lo que Georgie Dann ha significado para nuestras vidas y, por qué no, para la historia de España. Comienza la canción diciendo que un verano sin Georgie Dann es como una Navidad sin los Reyes Magos o Papá Noel (cierto). Luego lo comparan con otros éxitos del verano, fugaces, muy fugaces: las Ketchup, Amaral, Ricky Martin, Chayanne (bastante cierto). A continuación destacan su valor como precursor en tantas cosas, también en la picante estética del acompañamiento y la representación: “Él fue el primer nota que salía a actuar con go-gós medio en pelotas bailando detrás (...) Él fue el primero que se inventó los bailecitos del verano”. Más adelante, hay una referencia a los éxitos más importantes de su discografía: “el chiringuito, la barbacoa, el negro no puede, bailemos el bimbó”. Es cierto que, como dice este grupo, Georgie Dann no es ni Julio Iglesias, ni Raphael, ni Massiel, pero ¿alguna vez lo ha buscado? Además, era mucho más fácil ser uno de estos artistas que llegar a donde él ha llegado. He dejado para el final unos versos que me han emocionado: para hablar de cómo las canciones de Georgie Dann penetraron hasta el tuétano de nuestras vidas, se dice: “lo tocaban las orquestas en la fiesta patronal”. Con esto Dann pasa por encima de la canción, sin suprimirla, y la convierte en himno. Verdaderamente grandioso. ¿Quién ha conseguido esto? Nadie, absolutamente nadie.
Desde aquí, además, aprovecho la ocasión para tributar un merecido, sentido y emocionado homenaje tanto a las orquestas oficiales de todas las ciudades y pueblos de España como a esas orquestas populares (de donde han salido tantas estrellas del firmamento musical, como los triunfitos David Bisbal, Manolo Carrasco, Vicente, etc.) que pueblan la geografía española y que, con su labor callada, sacrificada, ambulante y oculta, contribuyen año tras año a la democratización de la horterada como elemento genuino español. La historia de estas orquestas es la historia de un anonimato heroico. Mientras escribo esto tengo delante las espléndidas fotografías de algunos grupos que nunca pasarán a la historia (no lo persiguen), pero que saben que con su labor están prestando un servicio público a la humanidad en las salas de fiesta, bodas, bautizos y comuniones y en esa uniformización del gusto que son las fiestas de los pueblos. Un brindis, pues, lleno de cariño y nostalgia, por la Orquesta 10, Reino, Brillo de Estrellas, Hollywood, Sonora Real, Alborán y Acrópolis Show, Arco Iris, la Orquesta Internacional Libertad, la Agrupación Musical Los Marchosos, Fusansc, el grupo Chalay, la orquesta Manhattan, Élite, Volcán Orquesta, La Habana, Frontera, Eclipse, Clasics, Nova Sinfonía, Carrusel, Sladam, Nancy, Guaycan, Los Dan, Glamour, Marsella, Melodías, Solana, Costa, Zahira, Angora, Madison, Níquel Pershing, Florida Show, Primera Plana, Samoa, Luna, San Francisco, Los Dos Españoles (tengo una cinta suya y lloro cada vez que cantan su sentido homenaje al camionero)... Todos estos grupos y orquestas, además de interpretar sus propias composiciones, engordan sus repertorios con los mejores éxitos de todos los tiempos, sobre todo con canciones veraniegas. Ellos representan la estabilidad y la continuidad. Son el valle sin el cual no hay cimas.
No he sido capaz de encontrar la fecha del nacimiento de Georgie Dann, pero eso, en un mito, ¿qué importa? Sé que nació en París, un 14 de enero. Estudió música y se dedicó a la docencia. Impartiendo clase descubrió su vocación como cantante. Creó un grupo con sus alumnos, donde fue dando forma a esa personalísima manera de concebir la música. Le encanta la música clásica (Bach), el jazz y la poesía (uno de sus poetas preferidos es Miguel Hernández). Gratis, sugiero desde aquí algunos temas de posibles tesis doctorales: “La influencia de Miguel Hernández en las letras de las canciones de Georgie Dann” o “El eco de J. S. Bach en los ritmos veraniegos de Georgie Dann”. Yo me he dedicado en cuerpo y alma durante unas semanas a rastrear en las letras de sus canciones versos e ideas de Miguel Hernández, y el resultado es espectacular, pero no quiero desvelar ninguna conclusión por si acaso me lanzo yo a hacer la tesis.
Vino a España de la mano del Festival del Mediterráneo, en la década de los setenta. Está felizmente casado y ha confesado que uno de sus primeros peluqueros fue Llongueras. Ya en 1976 era un ídolo de masas con “El bimbó”, canción que todavía hoy compite con “La konga” para cerrar como se merece una boda. Desde el principio, George Dann, icono de la transición española, tenía claro que lo suyo es ser una ong andante: “yo intentaba hacer música para divertir a la gente”. En unos momentos políticamente duros e intensos en España, hacía falta alguien que se empeñase en transmitir a la humanidad cosas felices y duraderas, esquivando con sagacidad el peso de la censura, con la que, son palabras suyas, nunca tuvo problemas (aunque todavía puede aparecer algún documento secreto que considere a Georgie Dann enemigo del régimen, nunca se sabe).. Cuando se le pregunta sobre los contenidos de las canciones, con una sorprendente sinceridad, Georgie Dann da en el clavo: “ Una canción es una cosa con la que la gente se puede divertir”. Toda su poética y su sabiduría encerrada en estas sencillas palabras.
“Lo fácil es lo difícil”. No es una cita de Gracián sino de Georgie Dann. “Yo soy músico y también estudié en el conservatorio. Intenté este tipo de canción veraniega, acompañada de baile, y he sido muy imitado”. Confiesa que cuando va de viaje le gusta escuchar chistes del humorista Arévalo (con esto se podría hacer otra tesis).
¿Quién hace las letras de su increíbles canciones? Él, sólo él. De entrada, intenta ser original, imprevisible (“siempre he procurado ir contracorriente. Si se lleva un estilo determinado, disco por ejemplo, yo salgo por donde la gente no espera”. ¿Tienen sus canciones un sentido, un mensaje oculto? Aquí, el muy cuco, no quiere desvelar el misterio. A veces, para despistar, se muestra tajante: “Nunca acabo de decir nada”; pero en otro momento deja caer que quizás haya algo más (apuesto por esto): “Mis canciones tienen un doble sentido, sin acabar de desvelarlo”. Prefiere que sean los receptores los que concreten el oculto mensaje de sus canciones. ¿Alguna finalidad oculta?: “Si la gente, cuando escucha tu canción, echa una sonrisa, ya está todo medio ganado” (y pensar que a otros artistas, por mucho menos, les han dado el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia).
Gracias al apoyo de un divertido anuncio televisivo, uno de sus más espectaculares éxitos musicales es la canción “La barbacoa”, con la que intenta atrapar la mentalidad de otro espécimen muy hispánico: el dominguero. Merece la pena reflexionar un poco sobre el ser dominguero para entender mejor la complicada y sinuosa letra de esta canción. Tras años de pausada contemplación, éstas son algunas de sus notas distintivas: rechazo de la improvisación (todo se lleva preparado, como se aprecia en la canción); huida de la originalidad; aprecio por la masificación y el plan familiar; perseverancia y constancia; nunca se debe tener miedo al ridículo; obediente a la tradición; gustos decimonónicos (es carne de cañón de la canción del verano); apasionado por los tópicos.
La canción, pues, comienza con una definición del dominguero: “Este domingo con todos los amigos/ nos vamos para el campo a comer la barbacoa”. Ya aparecen, como decíamos, algunos de los rasgos del dominguero: la obligada periodicidad (este domingo), el acusado sentido familiar y de la amistad (amigos) y la finalidad gastronómica (comer la barbacoa). Los siguientes versos insisten en algunas de estas características: “Nos llevamos muchas cosas, /las bebidas, las gaseosas”. El dominguero no improvisa sino que amarra todo lo que puede, sin lugar para las ocurrencias de última hora. Comentaba Georgie Dann que “lo fácil es lo más difícil”; por eso opta en toda la canción por rimas aparentemente fáciles pero que son el resultado de un esforzado trabajo poético: cosas/gaseosas, con la famosa rima en o-a, que tanta importancia tienen en su poética, lo mismo que la rima en illa-illa: “La salsita, las costillas/ buena carne a la parrilla”. Francamente genial. Luego viene el enigma del significativo barbekiú, fruto, quizás, de su plurilingüismo, su apertura hacia el mercado internacional y, por qué no, su sentido del humor.
La siguiente estrofa es un dechado de excelente utilización de los paralelismos sintácticos y emotivos, apoyados por el magistral uso de la exclamación con una finalidad enumerativa: “Qué ricos (los chorizos)/ Qué ricas (las salchichas)/ ¡Qué buenas –obsérvese el giro- (las chuletas). El ritmo está basado en la repetición de las mismas estructuras gramaticales, con las que refuerza el mensaje sentimental que desea transmitir.
Le he estado dando muchas vueltas al significado de este verso: “¡qué bueno es este vino de garrafa!”. ¿Qué querrá decir? Lo fácil es pensar que, irónicamente, Georgie Dann está lanzando una velada protesta social: tenemos que conformarnos con el vino de garrafa porque no tenemos dinero, de lo explotados que estamos, para poder comprar un vino mejor. Pero hay que rechazar esta interpretación en clave marxista (qué haría Luckács con estas canciones) porque ya sabemos que Georgie Dann lo único que desea es transmitir felicidad, sin más vueltas de hoja. Le podemos dar entonces un giro la vuelta al argumento: qué suerte poder tomar un vino de garrafa, un producto barato que acepta el paladar exigente de un buen dominguero. El justo uso otra vez de las exclamaciones pone las cosas en su sitio. Y el final de la canción es, abiertamente, una defensa de su optimismo vital, subrayado en todas sus facetas: sonrisa suya, de las bailarinas, los colores, los bailes, etc. La letra dice: “disfrutan como locos chupándose los dedos”. Imagen visual con la que fija, como una fotografía, el apoteósico espectáculo de la alegría.
“La barbacoa” es un excelente ejemplo de cómo Georgie Dann maneja todos los ingredientes de una canción, siempre pensando en el hortera/receptor, que asimila de manera subliminal los mensajes porque comparte la misma vitalidad (o por lo menos el deseo de vitalidad). Este sabio trabajo compositor se manifiesta también en otras canciones suyas, como en “El Chiringuito”, canción que guarda muchos puntos en común con “La barbacoa”. Aquí, entre nosotros, me he emocionado hasta las lágrimas con “Macumba”. No sé por qué, pensaba que se trataba de una letra insustancial, y no es así. “Macumba” describe el drama de una joven (¿Macumba?, ¿nombre real o seudónimo? ¿relato de una historia verídica?) que “vive igual que una estrella/ con sus aires de telenovela” (otra vez su inseparable rima e-a). Macumba ansía, como sus estrellas televisivas, una vida llena de otros encantos. Aunque no se dice abiertamente, se refugia en el mundo de la peligrosa noche, donde el baile es parte consustancial a su manera de vivir. Gracias a su habilidad, se convierte en “la reina del lugar”, ya que “no puede vivir sin dejar de bailar” (lugar/bailar). Pero esa aparente felicidad (tema obsesivo en las letras del francés) esconde la tragedia: ella, Macumba, gastó su vida entre “copas y risas”, metonimia que designa una vida mal vivida. Y peor todavía, perdió su ilusión “con políticos duques y artistas”. La verdad es que la tal Macumba iba un poco descaminada.
Otra canción estrella de Georgie Dann es “Una paloma blanca”. El punto de partida se me ocurre que puede ser la poesía que Rafael Alberti dedica a la paloma (“se equivocó la paloma”). Con pericia, el cantante convierte su paloma blanca en un símbolo del amor perdido. Entre el yo (enamorado sufrido en una playa) y el (amante lejano) se sitúa la paloma, que hace de mensajera/intermediaria/confidente del mal de amor. La paloma está entre los dos: “Una paloma blanca/ a los ojos me miró./ Una paloma blanca/ al verte triste lloró”. Traslación y personificación en un mismo verso, hábil amontonamiento de sugerencias. La paloma ve llorar a los dos. ¿Quién tiene la culpa? El protagonista, que fue quien la abandonó: “porque me marché/ muy lejos de ti”. Dolor, sufrimiento. Y todo en el contexto antitético de una playa alegre y exótica, escenario de mil felices batallas de amor. Acaba la canción con unos versos que superan ampliamente la capacidad evocadora de las golondrinas en el famoso poema de Bécquer. La paloma (que aquí sólo es una) se convierte en la íntima confidente de las cuitas de amor del enamorado: “Si todavía sientes niña/ aquel amor que te juré./ Busca en el cielo y la paloma/ te contará lo que lloré”. Emocionante. La misma fuerza trágica está presente en otro de sus conocidos éxitos: “La colegiala”.
A lo largo de su trayectoria, Georgie Dann ha dado muestras suficientes de su sutileza poética y de su capacidad para, con las palabras, con el cuerpo, con la música, contagiar a los receptores de sus profundos sentimientos, a veces camuflados en frivolidad. Los títulos de sus elepés son, a estos efectos, significativos: “Bota-va”, Casatshock” (con esa valiente reivindicación aperturista en tiempos de guerra fría del folklore ruso: aquí hay tema), “La cremallera”, “El soltero”.
La ligereza (repetimos, “lo fácil es lo difícil”) se puede apreciar en tres canciones quizás no tan conocidas: “La duchita”, “El pulpo” y ese sensacional ejemplo de didáctica narratividad como es “La gallina cha-cha-cha”. “El pulpo” es la más obvia, y el explícito mensaje sensual arrastra y rebaja el contenido lírico de la canción. “La duchita” es un prodigio de sencillez. La canción comienza de la siguiente manera: “Agua, agua, agua/ una duchita, una duchita, una duchita” (el efecto de la repetición, que hace las veces de balbuceo, convierte en innecesario el discurso gramatical). Más adelante, vuelve a aparecer el Georgie Dann picarón, aunque si hacemos caso a sus declaraciones, lo suyo es la sutil ambigüedad: “Me ducho por arriba, me ducho por abajo/ también con mi vecina, si me pilla de paso”. Algunos, en aquellos años, le consideraron un adelantado de la revolución sexual.
Pero vayamos a “La gallina cha-cha-ha”, canción que pudo inspirar años después (es una teoría mía) la letra de la canción de “La gallina Turureta”, uno de los grandes éxitos de Gaby, Fofó y Miliki. Inspirándose en los debates de amor tardomedievales, Georgie Dann se plantea la canción como un debate entre una tal María (nombre que será emblemático a partir de entonces en las canciones del verano, aunque ya antes, como era de esperar, Luis Aguilé había dedicado a este nombre toda una canción: “María no más”) y un anónimo narrador (¿el propio autor?). Comienza la canción: “María, dónde está la gallina”, Responde la tal María: “en el gallinero, en el gallinero” (obsérvese el ingenioso recurso dramático a la consabida repetición). Vuelve a preguntar el narrador: “¿Y qué hace la gallina?”. En ese momento, estamos como en suspenso: eso, ¿qué está haciendo la gallina? Con habilidad, ha introducido en el diálogo una dosis de intriga que deja al receptor con una sospechosa incertidumbre. Menos mal que María lo arregla todo en el siguiente verso: “La gallina pone huevos/ la gallina pone huevos”. Pero no acaba ahí la cosa, porque María posee tal sentido de lo didáctico que aprovecha la pregunta del ignorante narrador para dar una lección de ecología: “Por el día pone uno, por la noche pone dos”. Entran ganas de recomendar este texto en alguna asignatura de la ESO. Sin embargo, cuando pensábamos que la canción transcurría por senderos pedagógicos, viene la sorpresa, ese forzar el quiebro que tanto gusta a Georgie Dann. La tal María no es lo que parecía. Vuelve el diálogo, ahora con un tono más preocupado: “María, qué pasó en el gallinero”. Y la trágica respuesta, después de unos interminables segundos de espera: “Que he pelado al gallo para hacer puchero”. A simple vista, parece como si el cantante estuviera jugando con nosotros, los receptores. Pero no es así porque Georgie Dann vuelve a envolver toda la canción con sus inequívocos ritmos juguetones, dándonos a entender que no es ninguna tragedia sino que la lucha por la vida (del gallo sale el puchero que nos acabamos de comer) hay que tomársela así, con agradable filosofía, como todo lo que hace Georgie Dann, el verdadero motor, ídolo, gurú, vate y profeta de la canción del verano.
Georgie Dann es, en definitiva, un producto y a la vez un animador de la mayoría, de millones de gente común, que en él han visto el trasmisor de esa cultura tan tenue, pero tan persistente, que sin ella no habría historia.

3 comentarios:

  1. Esto no es una entrada de blog, esto es una tesina sobre la horterada...
    La televisión ha hecho mucho por la horterada.

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  2. Todo un trabajo, muchacho. Yo lo habría publicado por capítulos, pero bueno...

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  3. ¿A quién no le gusta el verano? No hay sensación más bella que estar descansando, relajado , sin estrés y con unas buenas canciones para hacer amenas nuestras tardes.

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