“Esta es la historia
de mi lucha contra las ciegas fuerzas de la naturaleza que intentaron
arrasarme a mí y a los pobres trozos de papel que conservaba”,
escribe Nadiezhdha Mandelstam, viuda del poeta Ósip Mandelstam
(1891-1938), uno de los mejores poetas rusos de las primeras décadas
del siglo XX que murió en un campo de trabajo víctima de una
represión que continuó incluso después de muerto, pues su viuda
siguió siendo perseguida lo mismo que sus escritos.
Su libro es el intento
por rescatar de la memoria la vida de un poeta fundamental, que se
enfrentó a la maquinaria del terror que impuso Stalin especialmente
a los escritores, a los que consideraba “ingenieros del alma”
soviética. Mandelstam, junto con su gran amiga Ana Ajmátova,
también represaliada, una de las voces más significativas del
movimiento acmeísta (que reaccionó contra los valores del
simbolismo poético), sufrió ya desde la década de los años 20 la
ojeriza de los comunistas, que consideraban que su literatura no era
una muestra de la nueva era que propugnaban y, por tanto, era ya
sospechoso de rebelarse contra los valores oficiales. En 1934 fue
detenido por recitar a unos amigos un poema contra Stalin (“aletea
la risa bajo sus bigotes de cucaracha”, dice uno de sus versos),
sin que llegara ni a publicarse ni a difundirse por otros canales.
Esa primera detención, con sus correspondientes y famosos
interrogatorios, acabó en una deportación, primero a Cherdyn y
luego a Vorónezh, a la que se le permitió que le acompañara su
esposa Nadiezhda.
Tanto Ósip como
Nadiezhda conocían ya bastante bien el funcionamiento del régimen
soviético y la generalizada política de castigos y deportaciones a
las que habían sometido ya a miles de ciudadanos, muchos de ellos
amigos personales. Sabían, de alguna manera, lo que les esperaba,
pues ni Ósip ni su mujer estaban dispuestos a plegarse a los
dictados ideológicos y literarios de los comunistas. De hecho, desde
la creación en 1932 de la todopoderosa Unión de Escritores
Soviéticos, Ósip ya había tenido problemas y roces con los
representantes de la literatura oficial, quienes marcaban las órdenes
de lo que debía escribirse y los que concedían las oportunas
autorizaciones para poder publicar en las editoriales y revistas
promovidas por el régimen, las únicas que existían.
La autora revive en sus
memorias la dureza de la vida en Vorónezh, “una ciudad sombría y
harapienta”, donde apenas contaba con los medios necesarios para
sobrevivir. Estas circunstancias tan duras empeoraron la salud de
Ósip, cada vez más enfermo de su psicosis traumática. Fueron años
muy difíciles, sometidos a continuos controles policiales y sin que
nadie pudiese acercarse a ellos con naturalidad, pues cualquier
contacto podía acarrear una nueva denuncia.
Cuando finalizó esta
deportación, buscaron un lugar para vivir a cien kilómetros de
Moscú, pues no se les permitía vivir en las grandes ciudades. Cerca
de Moscú retomaron en parte sus amistades y continuaron con sus
gestiones, siempre fallidas, para poder escribir, publicar y
sobrevivir. Sin embargo, Mandelstam fue nuevamente detenido y
condenado ahora a cinco años de trabajos forzados en Siberia. Murió
en un campo de tránsito cerca de Vladivostok en diciembre de 1938.
Por las averiguaciones de su viuda, parece que Ósip, ya muy enfermo,
murió de una epidemia de tifus. Hasta años después, como sucedió
con tantas otras víctimas, no consiguió conocer las fechas ni la
causa de su muerte.
Pero las desgracias no
acaban con el fallecimiento de su marido. Nadiezhda fue también
perseguida. Hasta 1956 no se la permitió regresar a Moscú. En 1970,
en Estados Unidos, publicó este libro, Contra toda esperanza,
que tiene una continuación que también apareció en el mismo país
en 1974, Esperanza abandonada. Falleció en 1980.
Junto con el relato de
los últimos años de la vida del poeta, estas memorias contienen
interesantes comentarios sobre la vida y la poesía de Mandelstam,
sus opiniones literarias, su evolución, sus relaciones con otros
poetas –especialmente con Ana Ajmátova -, su radical concepto de
la poesía, su fascinación por Italia y la cultura helenística y
cristiana (ingredientes sobresalientes del acmeismo)...
Además son
especialmente brillantes sus consideraciones sobre la vida cotidiana
en un régimen de terror. “Dadnos al hombre, que la acusación ya
la encontraremos”, repite Nadiezhda en diferentes momentos, frase
que demuestra la victoria de la sinrazón y el triunfo de un estado
policial: “además de reunir constante información, habían
conseguido debilitar los vínculos entre la gente, fraccionar la
sociedad”. Y es que tanto Nadiezhda como Ósip vivían “entre
personas que desaparecían en el más allá, en el destierro, en el
campo de trabajos forzados, en el infierno y entre aquellos que los
enviaban al destierro, al campo, al más allá y al infierno”. La
Unión Soviética era, en la práctica, un inmenso calabozo, una
celda, una garita en la que no había sitio para la libertad y donde
todo estaba planificado para que el comunismo no encontrase ninguna
oposición. “La propaganda del determinismo histórico –escribe-
nos privó de voluntad y de la posibilidad de tener criterio propio”.
Excelentes memorias,
pues, llenas de optimismo, humanismo y vitalidad en unas
circunstancias totalmente adversas que han conservado su fuerza
narrativa y que siguen siendo un doloroso ejemplo del peor rostro de
los totalitarismos.
Contra toda esperanza
Nadiezhda MandelstamAcantilado. Barcelona (2013)
642 págs. 29 €.
Traducción: Lidia Kúper.
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