martes, 20 de enero de 2015

"Terror y utopía. Moscú en 1937", de Karl Schlögel

            

            Moscú, 1937, es, para el autor de este monumental ensayo, el punto de inflexión para hablar de la Rusia del siglo XX y de la actual Rusia postsoviética. Aunque desde sus inicios la represión había sido compañera habitual de la Revolución, en 1937 el terror adquirió dimensiones tan apocalípticas que se convirtió en una de las mayores catástrofes históricas del siglo XX. Y es que en poco más de un año “fueron arrestados cerca de dos millones de personas, unas setecientas mil de las cuales fueron asesinadas, y casi 1’3 millones enviadas a campos de concentración y colonias de trabajos forzados”. El historiador alemán Karl Schögel se aproxima a estos hechos desde una perspectiva insólita, pues no estamos ante un nuevo libro sobre el Gulag y los crímenes cometidos por el estalinismo. El autor va mucho más allá de la descripción de la maquinaria del terror e intenta “captar y actualizar como un prisma el momento, la constelación que los contemporáneos percibieron ya como históricamente significativa.
             El momento culminante de 1937 en Moscú tiene lugar en los primeros días del mes de agosto, cuando se aprobó la Orden 0047 que establecía “la eliminación física de todas aquellas fuerzas que hubiesen podido resultar peligrosas para el monopolio del poder en el seno del Partido Comunista”. No fue algo improvisado. Ya en años y décadas anteriores, los servicios secretos de la Cheká (luego GPU, OGPU y NKVD), habían elaborado minuciosas listas de aquellas personas y grupos sociales y étnicos sospechosos de no comulgar con la Revolución. La Orden de agosto de 1937 detalla el procedimiento, las cifras de personas que deben detenerse y el número de las que tienen que ir directamente al paredón. Estas excepcionales medidas tienen como fin preparar las elecciones al Soviet Supremo que se celebrarían en diciembre de 1937, tras la aprobación de la nueva Constitución.
       Para mostrar cómo irrumpió esta violencia, el autor elige el método narrativo de la fragmentariedad, para él “la forma más adecuada para poner en escena el torbellino y la violenta colisión de los acontecimientos”. Al presentar los sucesos, sitios, espacios y escenarios de Moscú en 1937, el autor combina los objetivos de terror con los de la utopía. Mientras se avanzaba en la plasmación de la utopía comunista en diferentes frentes de la vida laboral, estética, industrial y social, el terror irrumpió de manera súbita y programada.
          Todo le sirve al autor para mostrar ese momento. “No existe –escribe en el prólogo- en principio ningún tipo de fuentes, ningún género o perspectiva que no pudiera ser significativo para arrojar luz en las sombras (…). Ninguna perspectiva y ningún ángulo queda excluido”. Sirviéndose de fuentes muy variadas –la prensa, el cine, los diarios, las memorias, la música, los libros de viajes, las visitas de escritores extranjeros a la URSS, documentos oficiales, etc.-, el autor sitúa en su contexto el desarrollo de aquellos hechos.


            En Moscú, en 1937, se celebra de manera grandiosa los veinte años de la Revolución de Octubre; Aleksandr Pushkin es elevado, en su primer centenario, a la categoría de gran poeta del pueblo soviético; en París se celebra la Exposición Universal, en la que participa la URSS; tienen lugar el Primer Congreso de Arquitectura y el Congreso Internacional de Geología; se realiza el primer gran censo de toda la URSS (con unos inesperados resultados); el avión se convierte en el principal medio de transporte y los soviéticos inauguran los vuelos a Norteamérica; se conquista el Polo Norte; el cine y la radio irrumpen como las principales herramientas propagandísticas del poder soviético…
Es un año también de grandes obras faraónicas en Moscú y de movimientos migratorios de millones de personas, sobre todo campesinos que, tras la persecución de las décadas anteriores, deciden emigrar a la capital. Nacen fábricas descomunales que acogen a miles de trabajadores; los emigrantes rusos retornan a su patria a la vez que muchos comunistas extranjeros perseguidos se refugian en la URSS. Se celebra por todo lo alto en el Teatro Bolshói el aniversario de la fundación de la Cheká (el Comisionado del Pueblo para Asuntos Internos); la Plaza Roja se convierte en el centro de reunión de miles de trabajadores y en el escenario de las grandes adhesiones al régimen… El autor describe todas estas efemérides y temas, y muchos más, mostrando las poliédricas intenciones del Partido Comunista de someter la realidad a sus objetivos utópicos.


            A la vez, Schlögel describe los espectaculares juicios que tuvieron lugar a partir de 1936 contra destacados miembros de la “vieja guardia”, juicios que ocuparon las primeras páginas en los medios de comunicación y que provocaron entusiastas manifestaciones de cientos de miles de personas contra los antiguos dirigentes que, siguiendo el guión de la propaganda oficial, habían utilizado el poder para labores de sabotaje y espionaje a favor de los trotskistas o para preparar el asesinato de Serguéi Kírov, secretario del comité central del Partido Comunista de Leningrado. En estos juicios fueron condenados a muerte históricos dirigentes del Partido como Grigori Zinóviev, Lev Kámenev, Karl Radek, Nikolái Bujarin, etc., además de otros miles de dirigentes de todos los organismos y posiciones, que fueron detenidos y condenados por oleadas. Teniendo en cuenta la atención que se prestó a estos juicios, podría parecer que la Gran Purga de 1937 se desató especialmente contra ellos, contra los dirigentes; sin embargo, las cosas no fueron así.
Estos juicios fueron la cortina de humo de los planes ya mencionados del Partido Comunista. Para Schlögel, “la gran ola de terror se dirigió en primer lugar contra personas humildes, sencillas, que no militaban en el Partido, personas seleccionadas y asesinadas de manera planificada, respondiendo a criterios sociales y étnicos”. A todos ellos, sin las mínimas garantías judiciales, se les acusó de preparar sublevaciones y atentados, de crear y dirigir redes de espionaje y de cometer sucesivos actos de sabotaje en fábricas, minas, institutos científicos. Fueron detenidos y condenados a una velocidad de vértigo. Por ejemplo, en el campo de tiro de Bútovo se fusilaron en el mes de julio de 1937 a 126 personas, pero la cantidad pasó a 2.327 ya en el mes de agosto. Y en 1936 tuvieron lugar 131.168 arrestos, que pasaron a 936.750 en 1937 y a 638.509 en 1938. Más del 90% de los detenidos fueron acusados de delitos contrarrevolucionarios.


            Espléndido libro, pues, que no se centra de manera exclusiva en la historia de la violencia comunista sino que presenta de manera fragmentaria la vida en Moscú en un año siniestro. Karl Schlögel  (1948) lo publicó en Alemania en 2008 y en 2012 consiguió el Premio de Leipzig para el Entendimiento Europeo. El autor es profesor de Historia del Este en la Universidad Europea de Viadrina (Frankfurt del Oder). En el prólogo afirma que su intención no ha sido dar respuesta a las numerosas incógnitas que contienen estos trágicos sucesos sino que su obra es “un intento de abrir más que cerrar” y de poner en el centro del debate a las miles y miles de víctimas a las que “jamás se les concedió la atención y el interés que cabría esperar”.

Terror y utopía
Karl Schlögel

Acantilado. Barcelona (2014)
1.008 págs. 45 €. 
T.o.: Terror und Traum
Traducción: José Aníbal Campos.

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