domingo, 26 de enero de 2020

"El marido de Carlota", de Isabel Coma


Primera novela que escribe Isabel Coma, catedrática de Cardiología en la Universidad de Navarra y autora también del libro Cambiando corazones (Plataforma), escrito con Rafael Hernández Estefanía, un ensayo muy humano que reúne diferentes testimonios vinculados a su especialidad médica.
            El marido de Carlota, como explica la autora en el prólogo, tiene su origen en una historia que escuchó en su trabajo como doctora. “La historia que presentaron –escribe- me llamó poderosamente la atención por su interés, no solo científico, sino también humano. Pensé, una vez más, en la complejidad de las personas; en las distintas formas que tenemos de reaccionar ante los problemas de la vida. Desde aquel día supe que la historia merecía ser contada en un libro, aunque tuviese que modificarla para no desvelar la identidad del enfermo”. Por eso, escribe, “casi todos los hechos son reales, pero los personajes son ficticios”. 
Esta insistencia en la realidad caracteriza una novela que recrea con mucha verosimilitud la España de los años 40, marcada por las cicatrices de la Guerra Civil, circunstancia que ha dejado a muchas personas doloridas y con importantes secuelas no solo físicas sino también emocionales, como es el caso de Carlota, la protagonista de la novela, que ha perdido en la guerra a su novio, Javier.
            Carlota es la mayor de cuatro hermanas de una familia numerosa y no se entiende, en aquellos años, su pertinaz soltería. Desde todos los frentes familiares insisten una y otra vez en que debe casarse. Ella no lo tiene claro, pues Javier sigue dominando su corazón. Sin embargo, ante la insistencia de todos, acepta el noviazgo con Ramiro, el hermano de Javier que la pretende desde hace tiempo. Tras pensárselo mucho, contrae matrimonio con él sabiendo que se trata de un matrimonio de conveniencia y espera que el paso del tiempo traiga el amor que ahora no tiene.
Con sus luces y sombras (Ramiro no tiene un carácter agradable y da muestras a veces de unos celos enfermizos), el matrimonio se consolida y Carlota tiene sus primeros hijos. Pero algo no va bien en Ramiro, que empieza a dar síntomas de una enfermedad física que los médicos no consiguen diagnosticar hasta que un amigo de la familia, médico también, consigue dar con la clave del problema.
La novela está contada en primera persona por la propia Carlota, quien describe con sencillez la vida en Oviedo en aquellos años y desvela con un estilo lleno de naturalidad las dudas y complejidades de su corazón en momentos en los que tiene que tomar importantes decisiones para su vida. También su desazón ante los síntomas de la enfermedad de Ramiro y su inquietud ante su futuro, el de sus hijos y el de su matrimonio. 
Carlota es una persona de fuerte carácter que no consigue encontrar su sitio en una sociedad que obliga a tomar decisiones para las que ella, en aquellos momentos de desasosiego, no acaba de estar preparada. La novela refleja también la situación de la mujer en un contexto social en el que todo estaba preparado para que ocupase un lugar ya preestablecido. 
El marido de Carlota penetra en el buen corazón de la protagonista, que hace todo lo posible para adaptarse a las nuevas circunstancias que condicionan su vida, siempre buscando soluciones nada traumáticas ni melodramáticas. Por todo ello, Carlota resulta un personaje con un notable interés humano y literario, pues la autora ha sabido dotarle de sentimientos nobles y equilibrados.
           Novela que transcurre por los cánones de un realismo fiel y verídico, centrándose en la vida de una mujer que debe afrontar complicadas situaciones que pueden poner en peligro su estabilidad y su futuro matrimonial. 


El marido de Carlota
Isabel Coma
Onuba. Huelva (2020)
234 págs. 20 €.
Comprar libro en www.editorialonuba.es

jueves, 2 de enero de 2020

"La Codorniz. De la revista a la pantalla (y viceversa)", de Aguilar y Cabrerizo


Espléndido trabajo de investigación el que han realizado Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo en este volumen que analiza de manera exhaustiva las relaciones entre el humor de la revista La Codorniz y el cine español de posguerra. El libro supone una auténtica y profunda disección de este tema, que los autores abordan desde todas las perspectivas posibles. Es, además, un excelente ensayo que analiza las claves de un sentido del humor que se hizo célebre en la España de posguerra, aunque sus raíces se encuentran antes de la guerra civil y quizás haya que buscarlas también en el extranjero. También, este libro describe las trayectorias profesionales de sus protagonistas y las relaciones que mantuvieron entre ellos, claves para dar coherencia a un grupo literario arraigado en la literatura española, en el teatro y en el cine, además de colarse en otras manifestaciones culturales. 


            Hay que felicitar también a los autores y a los responsables de la edición por la cantidad de fotografías e ilustraciones que aparecen en el libro, necesarias y que ejemplifican también el aire de una época, y por el dvd que contiene, con escenas y películas que ejemplifican las intenciones estéticas que puso de moda La Codorniz.


            En 1942, un año después de su nacimiento, Edgar Neville, uno de sus más afamados colaboradores y quizás el director de cine más destacado de todo el grupo, escribió el “Himno de La Codorniz”, con música del maestro Quiroga. En él se dice: “Codorniz, es un ave paticorta, con un pico en la nariz. / Codorniz, se alimenta de gramíneas, caviar y lombriz. / Codorniz, Codorniz, Codorniz, canta todas las semanas para hacerte feliz”. La revista apareció en 1941 dirigida por Miguel Mihura. En muy poco tiempo, alcanzó un éxito fulgurante, con miles de ejemplares vendidos todas las semanas, y eso que la España de esos años no estaba para muchas alegrías. 

Un sentido del humor muy suyo

            ¿En qué consiste este humor que compartió buena parte de la sociedad española y que, por ejemplo, poco tiene que ver con el humor que aparece en la Transición y que encarnan otras revistas como El PapusHermano Lobo o El Jueves? Para Fernando Lázaro Carreter, en una definición recogida en este libro, se trata de un humor que apuesta “por una concepción liberal de la vida, despreocupada de tradiciones, abierta al mundo exterior, burladera de los modos y costumbres de la burguesía misma en que ha nacido. Y, por lo tanto, un afán de novedad, un deseo vivísimo de que España mudara de gustos y maneras, de que se abandonaran estéticas viejas y conductas ramplonas; de que aprendiera a comportarse con elegancia, sin hipocresía, ni rudeza, ni rabia”. 


Hay humoristas que encarnaron perfectamente estas intenciones, como fueron Miguel Mihura y Tono. Los dos, se burlaron en sus escritos de los convencionalismos, retorciendo el lenguaje, dejando al descubierto de manera patética la inanidad de las fórmulas sociales esclerotizadas y aplicando una descontextualización en lo que escribían para evidenciar el sinsentido de las relaciones humanas y del lenguaje coloquial y social. Hay en el humor de La Codorniz, como escriben los autores, una colección de despropósitos no exentos de lirismo, un cúmulo de absurdos sin malicia que propiciaba un non sense temático y estilístico.

Los orígenes

            Los autores analizan los orígenes de este sentido de humor y sus protagonistas. Destacan el papel fundamental, cada vez más valorado, que tuvieron revistas como Buen Humor, nacida en 1921, y Gutiérrez, en 1927, donde hicieron sus pinitos estos autores poniendo en práctica un sentido del humor que luego estallaría en La Codorniz. También analizan la influencia de caricaturistas y humoristas gráficos del momento, tanto de Francia como de Estados Unidos y, sobre todo, de Italia. En estas revistas, en muchas ocasiones se fusilaban los chistes sin ningún rubor. 


Si en España en esas décadas, quizás como antídoto del ambiente generalizado de enfrentamiento político y civil, proliferaron las revistas de humor, lo mismo estaba sucediendo en toda Europa y en Estados Unidos, donde sobre todo el cine estaba viviendo su momento de auge y explosión. Los autores destacan la influencia del cine italiano (por ejemplo, de Cesare Zavattini, también escritor) y de las revistas italianas Marc’Aurelio y Bertoldo, donde publicaron autores que también aparecieron asiduamente en La Codorniz, como Giovanni Mosca, Vittorio Metz y Giovanni Guareschi. Al igual que La Codorniz, estas revistas criticaban con mucho ingenio la omnipresencia de los convencionalismos sociales y el uso ampulosos de un lenguaje retórico que el fascismo explotó al máximo.


También destacan los autores el papel que jugó la revista La Trinchera, que nació en enero de 1937, en plena guerra civil, en Salamanca, aunque luego se trasladó a San Sebastián, cambiando su nombre a La Ametralladora, el precedente más inmediato de La Codorniz. Mihura contó con la colaboración ya en La Ametralladora de Tono, Enrique Herreros, Alfredo Marqueríe, Edgar Neville y hasta de un jovencísimo Álvaro de Laiglesia.

Ramón y Tono

En este capítulo de los orígenes del humor de La Codorniz, merece destacarse el papel innovador y experimental que desempeñó Ramón Gómez de la Serna, que además mantuvo una estrecha colaboración con grandes humoristas europeos como Pierre-Henri Cami, Pitigrilli y Massimo Bontempelli.


Y otro humorista clave, ya mencionado, es Tono, protagonista de una reciente biografía escrita por los autores de este volumen más Gema Fernández-Hoyo y que ha  sido publicada en la editorial Renacimiento con el título Tono. Un humorista de la Vanguardia. Antonio de Lara (1896-1978) acompaño a Miguel Mihura en muchas de sus aventuras periodísticas y literarias. Fue dibujante, dramaturgo, periodista, actor de doblaje. Incluso pasó una temporada en París como pintor de vanguardia, y en Hollywood como guionista. Fue, como Mihura, un revolucionario en los temas, en el estilo y en los dibujos. Entre sus obras de teatro más conocidas están Un bigote para dosRomeo y Julieta Martínez¡Qué bollo es vivir! y Guillermo Hotel. Esta biografía  sirve además para reivindicar a una figura que ha quedado rebajada a un plano secundario, cuando Tono protagonizó, con Mihura, los mejores momentos del humor de La Codorniz y de la posguerra. 

A la pantalla

            Pronto el éxito de La Codorniz se trasladó al cine. La huella de La Codorniz, que los autores rastrean como dos sabuesos, aparece en películas concretas, aunque es más visible en argumentos, diálogos, gags. La Codorniz conectó además con experimentos vanguardistas que se estaban ya realizando en los años veinte y treinta y que se centraron especialmente en el cine por ser ya en esos años un espectáculo de masas, aunque las vanguardias siempre fueron minoritarias. Son muy divertidos algunos experimentos, como los doblajes humorísticos y disparatados de películas en otras lenguas. De manera muy especial, los autores analizan la película Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario, que dirigió F. Iquino y que escribieron Tono y Mihura. Se trata del primer intento de adaptación del humor codornicesco al cine. 
            Aguilar y Cabrerizo destacan otras películas, como La torre de los siete jorobados (1944), una de las más logradas de Edgar Neville; también El crimen de la calle de Bordadores (de 1946), quizás el mejor ejemplo de esa modalidad esperpéntica y absurda que fueron los sainetes criminales. 
Hay también mucha huella de La Codorniz en la película de Berlanga, Bienvenido míster Marshall (1953), que contó con la colaboración de Miguel Mihura. Y quizás las películas más conseguidas de todas fueron Plácido (1961) y El verdugo (1963), las dos con guion de Rafael Azcna, también colaborador en La Codorniz (y aquí merece la pena destacar los volúmenes que la editorial Fulgencio Pimentel ha publicado con la obra completa de Azcona aparecida en esta revista; Azcona encarna como pocos autores el singular y peculiar sentido del humor codornicesco).


            Muchos son los personajes a los que se presta atención en este completísimo volumen. Por ejemplo, a K-hito, José López Rubio, Wenceslao Fernández Flórez, Enrique Jardiel Poncela, Conchita Montes, la Baronesa Alberta, Miguel Gila, Antonio Mingote y la extensa nómina de autores que protagonizaron la denominada “otra generación del 27”, unidos en torno a la tertulia de la Granja del Henar y que canalizaron su literatura al teatro, la poesía, la novela, las tiras cómicas. 
            En definitiva, un espléndido libro que reproduce un fenómeno que marcó la literatura y el cine de la España de posguerra y que se extendió hasta 1978, aunque hay que reconocer que una cosa es el humor que Miguel Mihura puso de moda en La Codorniz hasta 1944 (“la revista más audaz para el lector más inteligente”) y otra el que llevó a cabo Álvaro de Laiglesia hasta la década de los setenta, que vivió también momentos de cambio y de protagonistas hasta su defunción. 


La Codorniz. De la revista a la pantalla (y viceversa)
Aguilar y Cabrerizo
Cátedra. Madrid (2019)
626 págs. 25 €.

"Días, meses, años", de Yan Lianke


Autor chino con una sólida trayectoria y reconocido internacionalmente, Yan Lianke (Henan, 1958) es un autor controvertido en su país, con libros muy leídos y otros que no han recibido la autorización oficial para publicarse, como Los cuatro libros, una fábula sobre la hambruna provocada en China en tiempo de Mao. Ha sido finalista del Man Booker Internacional. Otros libros suyos son Crónica de una explosiónLos besos de Lenin y El sueño de la aldea Ding, todos ellos publicados en la editorial Automática. 
            Días, meses, años es una obra centrada en las peripecias de dos personajes: el anciano y el perro que lo acompaña, Ciego. Los dos se han quedado solos en su aldea después de que todos los vecinos la abandonasen por una continuada y agresiva sequía. Los días se suceden con el sol ardiendo con una irrespirable intensidad, a la vez que el anciano y el perro ciego se dedican a buscar agua y alimentos de debajo de las piedras, sin encontrar nada. La única obsesión que tiene el anciano es mantener vivo el tallo de maíz que crece alrededor de su casa y que él piensa que va a ser la clave de su supervivencia y la de los vecinos cuando vuelvan, si alguna vez lo hacen, al hogar. Los días y los meses pasan, pero nada cambia en el cielo: el sol sigue siendo abrasador y la soledad que lo embargaba “superaba con creces la sequía que asolaba el mundo”.
            El anciano realiza algunos viajes lejos de su aldea para ver qué pasa en otros pueblos, pero en todos sitios se encuentra lo mismo: la sequía ha provocado un éxodo absoluto. También viaja para buscar agua y la encuentra en un manantial a un día de distancia, aunque para poder acceder al agua tiene que enfrentarse a una manada de lobos. A partir de ese descubrimiento, los días se suceden trayendo agua para regar el tallo de maíz y combatiendo una horda de ratones que se apodera del pueblo y que amenaza la supervivencia del perro, del maíz y del anciano.
            Novela breve, esencial en sus ingredientes, planteada como una metáfora de la existencia, que muestra la constancia y fuerza de voluntad del anciano para mantener, superando los momentos de crisis, la esperanza y la fe, a pesar de la obstinada, persistente y apocalíptica sequía, símbolo absoluto de la desolación. 


Días, meses, años
Yan Lianke
Automática. Madrid (2019)
114 págs. 15,50 €.
T.o.: Nian Yue Ri.
Traducción: Belén Cuadra Mora.

“La forja de un rebelde”, de Arturo Barea


Se reedita en Cátedra, en una espléndida edición a cargo de Francisco Caudet,  La forja de un rebelde, la trilogía que Arturo Barea publicó en Londres. Arturo Barea (1897-1957) la publicó en inglés entre 1941 y 1944. La primera edición en castellano apareció en Buenos Aires en 1951 y en España estuvo prohibida por la censura hasta 1977. También en inglés, en 1952, publicó La raíz rota, novela en la que imagina su vuelta a España tras el forzado exilio. Es autor de los libros de ensayos Lorca. El poeta y su pueblo (1944) y Unamuno (1952), y de los libros de relatos Valor y miedo (1938) y El centro de la pista (1960). La forja de un rebelde se trata, sin lugar a dudas, de uno de los mejores testimonios de la vida española de las primeras décadas del siglo XX hasta el final de la Guerra Civil.
El libro no tiene, sin embargo, una estructura propiamente novelesca, pues está escrito como las memorias del autor a lo largo de un periodo clave de la historia de España: las décadas primeras del siglo XX, la posterior y traumática guerra de Marruecos, la radicalización de la vida política y, por último, el hachazo de la Guerra Civil. Aunque hay ficción en lo narrado, la mayoría de lo que se cuenta son las experiencias personales del propio Arturo Barea. Especialmente interesante, de gran calidad literaria, es la primera novela de la trilogía, La forja, excelente recreación de su infancia, de la vida de Madrid, del ambiente de los pueblos, de las dificultades y las divisiones de la sociedad española, las profesiones, las diversiones, los barrios, etc. Y también La llama, la tercera parte, dedicada casi íntegramente a la Guerra Civil en Madrid, un testimonio vivísimo del desarrollo de la contienda desde una posición privilegiada. 
            La forja relata la vida del narrador hasta 1914. La familia es tan pobre que cuando su padre muere, Arturo, el menor de cuatro hermanos, está a punto de acabar en la inclusa. Al final, unos familiares deciden hacerse cargo de él mientras su madre saca al resto de la familia adelante. La madre hace de criada, lava la ropa en el río Manzanares y vive en una buhardilla cercana con una de sus hijas, pues los otros hermanos estudian internos uno en el colegio San Ildefonso y otro en una Escuela Pía. Para la familia, la vida es muy dura, pero no para Arturo, pues sus tíos, un matrimonio mayor sin hijos, tienen una más que desahogada posición social. Gracias a ellos, Arturo estudia en un buen colegio donde sobresale por su inteligencia. 


Por su carácter costumbrista, esta primera novela resulta muy atrayente. Barea recuerda con emotividad aquellos sucesos y, en páginas de gran nostalgia y calidad, habla del Rastro, los juegos infantiles, las vacaciones en el pueblo, el ambiente escolar (criticado con dureza por el autor). La descripción de la casa de vecinos donde vive la madre se asemeja a páginas parecidas de las novelas de Galdós o Pío Baroja. A la vez, junto con el toque costumbrista, también son eficaces las referencias familiares, el íntimo y desgarrado trato que tiene con su madre, los convencionalismos que dominan su relación con sus tíos y su progresivo alejamiento de la vida religiosa. Cuando se abordan asuntos polémicos, como puede ser la situación de la vida política aquellos años o la presencia de los religiosos en la educación, el autor remarca su ideología socialista. 
Tras la muerte de su tío, se desata una patética división familiar por culpa de la herencia y Arturo tiene que trasladarse a vivir con su madre a la buhardilla. Decide abandonar los estudios y comienza a trabajar primero en una tienda y después en un banco, donde entra en contacto con el sindicato UGT. La forja finaliza cuado Barea, después de un enfrentamiento laboral con sus superiores, se despide del banco donde trabaja.
La segunda novela de la trilogía se titula La ruta. Al igual que ya habían hecho otros escritores (como Jesús Díaz Fernández en El blocao, y Ramón J. Sender en Imán,), recrea Barea su estancia en Marruecos realizando el servicio militar. A las peripecias personales del narrador hay que sumar las constantes críticas a la arbitraria actitud de los militares en la guerra de Marruecos, dramática situación que saben convertir en un gran negocio. La corrupción, como describe Barea, se extiende a todos los niveles, sin que apenas importase ni el equipamiento de las unidades ni la preparación militar de los soldados. A la vez, la novela es también la descripción de la vida cotidiana en el frente, descendiendo a detalles muy concretos que añaden verosimilitud y realismo al relato, como cuando narra la llegada de los nuevos soldados que figura en el capítulo titulado “El cuartel”. 


Debido a las condiciones higiénicas en que viven, Barea contrae el tifus y cae gravemente enfermo. Cuando se recupera, le dan un permiso y se traslada a Madrid. En la capital, conoce de cerca la opinión que los españoles tienen sobre el desarrollo de la guerra en Marruecos, muy distinta a la que él ha vivido en directo en aquel territorio. En este sentido, comprueba cómo los corresponsales de guerra, henchidos de política y de literatura, han transmitido una imagen épica y publicitaria que no se corresponde con la realidad. También tiene la evidencia de los intereses económicos que se esconden detrás de los argumentos militares. Barea regresa a África decidido a abandonar el ejército en cuanto pueda. Cuando lo hace, regresa a Madrid y comienza a reconstruir su vida en una oficina de patentes industriales, aunque la inquietante situación política que padece la sociedad española acrecienta su preocupación por el futuro.
La llama cierra la trilogía. Comienza en 1935 y se centra de manera casi exclusiva en los sucesos de la Guerra Civil. Barea explica los acontecimientos externos desde su participación personal en la contienda. Ya en las dos novelas anteriores el autor ha ido dejando muchas muestras de su pensamiento político; ahora, al compás de los acontecimientos que narra, aparecen mucho más abiertamente, siempre desde su posición de militante de la UGT y de su fidelidad al bando republicano.
Comienza La llama con un interesante y un tanto demagógico capítulo en el que se aprecian las diferencias sociales y políticas que separan en aquellos años a los habitantes del campo y de la ciudad. Barea, que ha contraído matrimonio y tiene ya varios hijos, alquila una casa en Novés, un pueblo cercano a Navalcarnero, donde pasa los fines de semana. Allí conoce de cerca el modo de vida de los campesinos, sometidos al poder económico de los terratenientes. Barea colabora con los campesinos en la preparación de las elecciones de 1936, lo que le provoca un enfrentamiento con los hombres ricos de Naves y hasta con el cura. Las elecciones traen el triunfo del Frente Popular y, a partir de ese momento, los acontecimientos sociales y políticos comienzan a radicalizarse en todo el país. Regresa Barea a Madrid, cuando tienen lugar los asesinatos del Teniente Castillo y de Calvo Sotelo. De pronto, estalla la guerra. 


Barea describe lo que pasa en las primeras semanas de la guerra en Madrid, donde se viven situaciones dramáticas. Pronto se ofrece a colaborar con el gobierno republicano y le nombran censor de las noticias que enviaban los corresponsales de prensa extranjeros, puesto que desempeña hasta bien avanzada la guerra en el edificio de la Telefónica, en la Gran Vía madrileña. Desde esa posición privilegiada, Barea cuenta cómo evoluciona la Guerra Civil. Asiste al caos burocrático de esos largos meses, la picaresca de los corresponsales de guerra, la llegada de los voluntarios extranjeros, el asiduo contacto con las autoridades del gobierno republicano... 
Además, su situación familiar se tensa y complica, y más todavía cuando conoce a una escritora austriaca socialista que había abandonado Austria por motivos políticos y vivía refugiada en Checoslovaquia. Cuando comenzó la Guerra Civil, se trasladó a España y la destinaron al mismo equipo de Barea. Meses después, el narrador se divorcia, abandona a una amante con la que llevaba ya tiempo e inicia una nueva etapa con Ilsa, que coincide con el recrudecimiento de los combates en Madrid y el aumento de la confusión en el bando republicano, como describe al final del libro. También Ilsa Barea-Kulcsar (1902-1973), a la vez que Arturo Barea, su marido, redactaba sus memorias, escribió sobre esta experiencia madrileña en una novela basada en su propia experiencia personal, Telefónica, que ha sido publicada en 2019 en la editorial Hoja de Lata.
En estas dramáticas circunstancias, Barea se replantea su vocación de escritor y en el fragor de la guerra, en 1938, escribe unos relatos ambientados en hechos reales, tomando como protagonista el dolor de los milicianos que publicará con el título Valor y miedo. También empezó a emitir por radio unas charlas nocturnas, “La Voz incógnita de Madrid”, dirigidas a oyentes hispanoamericanos. Pero la situación se complica y el autor tiene que abandonar precipitadamente Madrid con Ilsa. Primero se trasladan a Barcelona y después a París, donde se ganan la vida con traducciones y artículos en la prensa. Casi al final de La Llama cuenta Barea que ha terminado de escribir un libro de memorias, La forja. A principios de 1939 abandonan París para exiliarse en Londres, donde falleció en 1957.


La forja de un rebelde
Arturo Barea
Cátedra. Madrid (2019)
Edición de Francisco Caudet
1.344 págs. 28 €.