viernes, 31 de agosto de 2012

"Al oeste con la noche", de Beryl Markham


Recupera Libros del Asteroide este libro ya publicado en España en la década de los ochenta, antes de la muerte de su autora, Beryl Markham, nacida en 1902 en Inglaterra y fallecida en Kenia en 1986. Beryl vivió desde los cuatro años en el África oriental, en una granja en Njoro, cerca del valle del Rift. Cuando su madre y un hermano abandonaron Kenia, ella permaneció con su padre hasta 1936, año en el que finalizan estos recuerdos. Posteriormente, vivió en Estados Unidos –donde publicó en 1942 este libro- y en Inglaterra, y en la década de los cincuenta regresó a África, donde vivió hasta su muerte.

En 1937, Karen Blixen había publicado Memorias de África, libro que transcurre en los mismos escenarios que Al oste con la noche y casi con protagonistas parecidos, pues Beryl Markham compartió amistad y aventuras con el barón Von Blixen, Tom Black y Lord Delamere. Aunque el de Blixen contiene también sus experiencias personales, el tratamiento es más narrativo y literario que el de Marckham, un libro más directo, personal e intuitivo.


Al oeste con la noche contiene algunos recuerdos y evocaciones de África por parte de una mujer identificada plenamente con la vida en aquellas tierras. “De niña –escribe- me pasaba días enteros con los muramis nandis, cazando descalza en el valle de Rongai o en los bosques de cedros de la escarpadura deMau”. Beryl comparte amistades, juegos y vivencias con los nandi, kavirondo, masai y kikuyus. Pronto aprende a cazar jabalies. Le encantan los animales. Tiene un perro, Buller, que es todo un personaje. También se dedica a criar y entrenar caballos. Cuando, tras arruinarse, deben abandonar la granja familiar, Beryl se traslada con diecisiete años a Molo para trabajar como entrenadora, mientras su padre viaja hasta el Perú para emprender nuevos negocios. No lleva Beryl una vida regalada; debe de trabajar, y mucho, para poder sobrevivir.

La relación que tiene con los caballos, familiar, íntima, ocupa varios capítulos. En ellos habla del carácter de Camciscan, un caballo traído desde Inglaterra que no puede controlar sus prontos agresivos; y también de Wise Child, una yegua con problemas en los tendones que gana una de las más importantes carreras, tras un brillante entrenamiento. O el nacimiento de Pegaso, su caballo, tras el parto de Coquette.

Junto con los caballos su otra gran pasión fue la aviación. Beryl abandonó su carrera como adiestradora para ser una brillante piloto en unos tiempos pioneros y complicados. Muchas de las aventuras que cuenta y las personas con las que se relacionó tienen que ver con su trabajo como piloto. El libro acaba con un capítulo, ya de regreso a Inglaterra, en 1936, tras un viaje lleno de percances, en el que describe el histórico vuelo que realizó en solitario sobrevolando el Atlántico.

Resulta muy emotivo el trato que tiene con algunos de sus empleados y con miembros de las tribus con las que convivió –Arab Ruta, Arab Maina, Bishon Singh, Toobo, Otienoo-, quienes le transmitieron sus costumbres y creencias con toda naturalidad. La autora desea transmitir en este libro su fascinación por África y por sus gentes. Y lo hace con un estilo evocativo y poético que suaviza en ocasiones las duras experiencias que está transmitiendo. No quiere Markham contar su autobiografía, pues los detalles personales e íntimos apenas aparecen en un relato volcado hacia el exterior y hacia las sensaciones que ha dejado en ella, una mujer muy independiente, su enriquecedora experiencia africana.

Al oeste con la noche
Beryl Markhan
Libros del Asteroide. Barcelona (2012). 314 págs. 21,95 €. T.o.: West With the Night. Traducción: Miquel Izquierdo

miércoles, 29 de agosto de 2012

Apoteosis del dominguero

Hace ya muchos años, muchos, escribí este relato/parida sobre la fascinacion que siento por los "domingueros", que no puedo ocultar. Siempre que al pasar por la nacional de Badajoz, a la altura de Talavera, veo la señal de entrada al Pantano de Cazalegas se me saltan las lágrimas. Y lo mismo me pasa cuando paso cerca de la Boca del Asno, al lado del Puerto de Navacerrada, lugar que he elegido como escenario para este relato. Pienso que este texto, escrito como un reportaje, explica bien lo que siento por los "domingueros", mi respeto, admiración y cariño. Y con él, muchos entenderán esa nostalgia que me atrapa y me emociona al ver y pensar en Cazalegas y la Boca del Asno. Mi personal aportación al bucolismo.



Con una gran asistencia de público, se celebró el último domingo del mes de junio la final del V Open del Dominguero, prueba con la que concluye esta temporada el Circuito World of Dominguer’s, competición interna­cional que sirve de preparación inmediata para los Campeonatos del Mundo que se celebrarán el año próximo en el pantano de Cazalegas (Toledo). El Open tuvo este año una sede muy especial, la emblemática Boca del Asno, paraje próximo a La Granja (Segovia) y sede habitual de las finales de los Campeonatos de España y de algunas de las pruebas clasificatorias del Campeonato del Mundo.


Desde muchas horas antes del comienzo de las pruebas, el ambiente en las explanadas de las pistas de la Boca del Asno y en la vecina Los Asientos era sencillamente espectacular. Hasta allí acudie­ron muchos autocares y multitud de coches particu­la­res de toda España, algunos para animar a sus familias favoritas y otros para disfrutar del ambiente de camaradería y profesiona­lidad que se vive de manera muy especial en estas competiciones. Como todos los años, la Boca del Asno ha sido el escaparate donde los aficionados a este deporte comprueban los nuevos experimentos, las tácti­cas incorporadas por escuderías extranjeras, los campeones consolida­dos, las jugadas maes­tras, los récords difíciles de superar...



El recorrido del Open de la Boca del Asno, el más temido por todos los domingueros participantes, es tremendamente complicado y sinuoso: hace falta ser todo un campeón dominguero para superar todos los obstáculos, a cual más complicado, y acabar el recorrido airoso, sin apenas penalizaciones durante su trayecto. Todos los años, el porcentaje de familias que se retiran es de más de un 50%, cifra alta si se considera que los que acuden a este Open ocupan los primeros puestos en los circui­tos nacionales e internacionales. Y es que no es tan fácil adap­tar­se al terreno y a las condiciones ambientales, lo que provo­ca abandonos de las abuelas, errores de cálculo en la disposi­ción de las viandas, ataques histéricos de conductores medio­ dormidos, accidentes en los atascos preparados, inundaciones de hormigas, roturas del material de campaña, etc.





Para los más entendidos, la parcela número siete es la que tiene el mayor índice de peligrosi­dad. La prueba consiste en una acelerada contrarreloj en la que hay que preparar una merienda campestre con objetos que propor­ciona la madre Natu­raleza, entre los que son obligatorios los arándanos, las acederas y los níscalos o las setas (el comité técnico admite las dos varian­tes); después de preparar todo encima de un limpio y reluciente mantel de campaña (casi siempre a cuadros, aunque se comienzan a admitir otros diseños, con la opinión en contra e los puristas), una súbita tormenta de verano, con pedrisco incluido, obliga a los participantes a recoger todo en un tiempo récord. Cada hueso de aceituna se penaliza con cinco puntos y se descalifica al equipo que recurra a las servilletas y vasos de papel, más fáciles de deshacerse de ellos.


La parcela uno también ha tenido este año una resonancia especial, no sólo porque los favoritos, la familia Sánchez Gutiérrez, de Fuenlabrada, fueran descalifi­cados a la mínima de cambio por hacer trampas de una manera miserable. Durante tres horas, en una carretera en la que el sol cae de plano, en coches sin aire acondicionado y donde sólo se puede escuchar música de Luis Cobos, los domingueros tienen que soportar un impro­visado atasco, sin poder salir del coche, con la compañía de tres niños agotadores y llorones (también pueden ser niñas, según las últimas normas dictadas por la Federación Mundial) que, además, se están meando. Sólo los muy expertos domingueros aceptan con heroísmo y paciencia las dificultades que acarrea una prueba de estas características. Esta parcela estuvo prohibida durante unos años por su dureza y por los trágicos sucesos de la final del año 1987, en la que se ahorcaron cuatro conductores después de apuñalar a los niños, a las abuelas y a todos sus acompañan­tes. Hoy, que la gente siente más atracción por el vértigo y por las experiencias límite, se ha vuelto a recupe­rar con una gran aceptación de crítica y público, a pesar de que las muertes continúan repitiéndose. La familia Sánchez Gutiérrez son los conocidos autores del best-seller Decálogo del perfecto dominguero, libro más vendido en la última Feria del Libro de Madrid, del que entresacamos las siguientes y acertadas reflexiones:


“Hay cosas que no se improvisan; se nacen con ellas. Ser dominguero es algo tan esencial, y vocacional, como ser blanco o negro, o ser del Real Madrid o del Atlético. Los mejores domingueros, los que disfrutan en un atasco y los que regresan al hogar con suculentas picaduras de mosquitos y tábanos, lo son por tradición familiar, por apego a unas constantes vitales familiares que los hombres han sabido conservar, sabiendo lo mucho que se juegan cada domingo. (...) Es cierto que existe mucha diferencia entre el dominguero profesional y el simple aficionado oportunista. Hoy día hay mucho intrusismo, mucho oportunista que va por la vida de dominguero cuando en realidad es un chapuzas. (...) Ser dominguero se transmite con orgullo de padres a hijos en muchos lugares de España. Sin embargo, en las grandes capitales, se están buscando fórmulas que permitan el acceso a ser dominguero a personas que no tienen ninguna tradición familiar (las piscinas municipales son, hasta ahora, un buen semillero para el lanzamiento de este deporte). (...).




Algunos de los rasgos más característicos de perfecto dominguero son:


1.- Rechazo de la improvisación: Todo debe estar absolutamente medido y calculado.


2.- Huida de la originalidad: Un dominguero no arriesga, no innova. Sólo los domingueros aficionados, o los aventureros frustrados, son los que intentan buscar nuevas rutas o planes siderales, o los que incorporan al utillaje del dominguero elementos excesivamente modernos. ¿Alguien ha visto un dominguero con cascos? Los pueden llevar los hijos -eso sí se permite- pero no que los lleve el verdadero protagonista.


3.- Aprecio por la masificación: El dominguero es un ser solidario, comprometido, que se siente a gusto con los demás. No se vuelven locos por buscar un lugar apartado, donde no haya nadie. 


4.-Perseverancia y constancia: No se es dominguero un solo domingo. Se es dominguero todos los domingos, uno tras otro, haga buen tiempo, llueva o se haya puesto mala la abuela.


5.- Sin miedo al ridículo: El dominguero no deja de hacer lo de todos los domingos porque le entre una sensación de ridículo existencial: si hay que lavar el coche en un arroyo miserable, se lava el coche porque así está previsto. Además, a un dominguero no se le cae la baba ni siente envidia por cosas más modernas. Por ejemplo, hay gorras americanas baratas que también quitan el sol, pero sería un atentado contra la tradición tirar a la basura la gorra de Titanlux para sustituirla por un elemento extraño, y más aún si es americano. El dominguero es un producto nacional, intrahistórico, terruñero, carpetovetónico.


6.- Obediente a las reglas: Se necesita tener un espíritu dócil y obediente, amigo de las empresas que tienen el éxito asegurado en la constancia y en lo establecido. La esencia de ser dominguero no puede alterarse en unas votaciones. Y es difícil que también cambien la mayoría de los elementos que lo definen, por mucho que evolucionen las marcas y el progreso, y los japoneses intenten hacerse con el control. Los domingueros saben hablar de la tradición, de los mayores. Todos tienen en sus casas fotos de parientes antiguos en bañador que han sido domingueros hasta el fin de sus días, sin dejarse vencer por las tentaciones de pasar una tarde de domingo delante del televisor o viendo una corrida de toros. El dominguero respeta a los mayores y sus instituciones.


7.- Familiar: Un dominguero sin familia, sin niños revoloteando a su alrededor y sin abuela que ronca al echarse la siesta no es un dominguero oficial sino un simple y miserable aficionado. En algunas ciudades, se ha puesto en práctica un cómodo y práctico sistema de alquiler de niños y abuelas, pero no es lo mismo. Por desgracia hay cosas que no son fáciles de enseñar: por ejemplo, los niños alquilados obedecen siempre y las abuelas alquiladas comen de todo.


8.-Gustos decimonónicos: El buen dominguero no vive pegado a la actualidad. Sus gustos musicales son los de hace dos o tres décadas, y no se pueden alterar. Tampoco el dominguero se deja llevar por las modas a la hora de introducir cambios en los bañadores. La abuela nunca lleva bañador y lo máximo que hace es meter los tobillos en el agua para refrescarse. A varias familias se les ha tenido que retirar el carnet de dominguero porque la abuela, la muy egoísta, les ha salido nadadora.


9.-Una difícil armonía: No es frecuente que brille la comprensión y la amabilidad entre los miembros de un equipo de domingueros, por muy familiares que sean. Es bueno que, al principio del día, todos muestren ganas de no tener problemas, pero a la mínima de cambio deben empezar las discusiones. Hay varios momentos claves, que deben cumplirse obligatoriamente, como manda el reglamento: antes de salir a primera hora de la mañana, cuando están preparando todo y la mujer no encuentra el salero, ni el vinagre, ni la tapa de una de las tarteras; cuando, ya en el coche, uno de los niños, a ser posible el gordo, quiera devolver y el padre no tenga ganas de parar.


10.- Consolidación de los tópicos: Los domingueros fomentan subliminalmente algunos de los tópicos románticos de nuestra sociedad. Por ejemplo, el padre a veces para el coche para decir "mirar que puesta del sol más bonita" o "qué paisaje más bonito se ve desde aquí, qué verde". El feminismo será el cáncer del dominguero. El marido se echará la siesta siempre, tenga ganas o no, y la mujer jugará al cinquillo con la abuela y el matrimonio más cercano, tenga ganas o no (...)". 


Hasta aquí unos pocos pasajes del conocido libro de la familia Sánchez Gutiérrez, una especie de catecismo y vademécum para todas las sagas de domingueros que son y han sido. Pero volvamos al campeonato.






Otra de las pruebas más duras está en la parcela 8: alrededor de una piscina de aguas tibias (al público se le permite mear hasta diez minutos antes de que dé comienzo la competición) y repleta de extras voluntarios hasta los topes, unas tumbonas acogen desgana­damente la abulia y la vagancia de los domingueros. Durante toda una mañana de sol abrasador deben aceptar resig­nadamente: a) una cinta de gritos de niños bañándose y jugando y chillando en la piscina; b) los avisos cada diez minu­tos por los altavoces de niños que se han perdido; c) los susurros de una bandada ham­brienta de moscardones y tábanos, y las molestias de unas moscas espe­cialmente prepara­das para posarse intermiten­temente en la cara y cuerpo de los concursan­tes; d) los golpes de las fichas de dominó contra la mesa de mármol de una partida que se retransmite en una pantalla de vídeo gigante. A la duras condiciones que de por sí tiene esta prueba hay que añadir que al dominguero-padre, que debe permanecer impertérrito en la tumbona, no se le permite usar la gorra de Titanlux ni untarse nivea por la espalda y por las piernas; también deben estar muy próximas su señora, una vecina-dominguera y la abuela charlando sin parar de ropa, de famosos y de lo mal que comen los niños, mientras escuchan un consultorio sentimental que dirige la periodista Inma Soriano y que inter­cala las conversa­ciones con canciones folklóricas.





Por último, hay que destacar la parcela número dos, en la que está en juego la habilidad de toda la familia: en un tiempo máximo de media hora hay que preparar la siguiente comida: 1.- una ensalada de lechuga, tomate, pepino, aceitunas verdes con hueso y bonito; 2.- dos latas medioabiertas de sardinas con tomate; 3.- Una tartera de dos pisos: arriba los pimientos y abajo la tortilla de ayer; 4.- tres zarajos; 5.- tres lonchas de panceta; 6.- cuatro chorizos de Segovia; 7.- dos latas caducadas de anchoas de Santoña.




Antes de la hora de la salida los gestos de los domingueros mostra­ban responsabi­lidad y seriedad. Muchas familias eran conscien­tes de lo que se jugaban en este Open. Una mala puntua­ción por penalizaciones leves -un retraso en la apertura de las tarte­ras, la falta de aceitunas con hueso en la ensala­da, el olvido infantil de los pimientos verdes, una súbita e inesperada tos de la abuela durante el simulacro de siesta- supondría la pérdida de jugosos acuerdos publicitarios y, quizás, la rescisión del contrato con su equipo. En boxers, todos los detalles eran una y otra vez repasados: la leña para el fuego especialmente traída del pueblo, los hielos y la nevera con un melón, la toquilla de la abuela, las gafas de bucear del niño mayor (luego nunca se las pone porque le roza la correa de plástico en las orejas), el porrón, las serville­tas a cuadros, las latas de conservas (mejillones, pulpo, caballa), los calcetines marrones del padre, el bañador de la abuela, las toallas con diseños juveni­les para los niños; también en boxers se echaba el aceite a las tumbonas, se reponían las pilas de la radio de la abuela, se tenían a mano los botes de nivea, se secaban al sol las esponjas y trapos para limpiar luego el 1.500, se repasaban las casetes obligatorias del coche -Luis Cobos, Georgie Dann, Luis Aguilé, Mary Trini, Paloma San Basilio, Elsa Baeza, Jaime Morey, Las Grecas, Bertín Osborne, sevilla­nas-, se ensayaban canciones tomadas del "Cancionero del Dominguero": "Ahora que vamos despacio/ vamos a contar mentiras", "Un rayo de sol, uahhooooohhhhho", Eva María se fue, buscando el sol en la playa, con su maleta de piel y su bikini de rayas", "Un flecha en un campamento", "Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña", "Tris­te y sola, sola se queda Fonseca", “Otro vacho de chervecha que se sube a la cabecha”, etc.




Había nerviosismo, competencia, pero, conviene destacarlo, brillaban el compañerismo y la profesionali­dad. Entre los domingueros no hay sitio para la improvisación ni para el caos; todo está sutilmente medido, pensado, preparado, ensayado. El domin­guero auténtico no puede -aunque tenga ganas y se lo pida el cuerpo- dejarse llevar por un falso espíritu aventurero; no puede buscar nuevas vías, ni descubrir nuevos mundos, ni explorar parajes insólitos. El domin­guero basa su efectividad en lo trillado, en el efecto repetitivo, en el acto supeditado a un plan superior, en la jerarquía de los impulsos contro­lados.




Los campeones de este V Open del Dominguero fueron la familia Pérez, de Arganda, campeones de Madrid en tres ocasio­nes y el año pasado subcampeones de España en la modalidad de "domingueros de camping"; lástima que una lesión de la abuela -una mala caída desde una de las tumbonas oficiales- les tuvo aleja­dos de los primeros puestos en competiciones anteriores; ya con la abuela en forma, han demostrado que son una familia que puede dar mucho de sí en el próximo Campeonato del Mundo. Los segundos clasifi­ca­dos fueron la familia Martínez, de Mósto­les: fueron en prime­ra posición durante todo el recorrido, donde sobresalieron por su encomiable preparación física, pero recibieron una dura penalización cuando fueron descubiertos mientras oían una can­ción de Dyango, cantante que todavía no figura en la lista oficial de música recomendable por el Comité Técnico.


Terceros clasificados fueron la familia Fernández, de Alcobendas, récord de España en la modalidad de aperitivos y manteles. Hicieron el recorrido con pericia, habilidad y abnegación, pero un mísero fallo -los cuatro componentes infantiles de la familia apenas protestaron cuando el padre, muy serio, les exigió hacer dos horas y media de digestión antes de volverse a bañar- les restó una bonificación espe­cial. Esta familia cuenta, además, con una olímpica abuela, la señora Ambrosia, seleccio­nada para el equipo ideal de domin­gueros en los pasados campeona­tos mundiales.




martes, 28 de agosto de 2012

"La gente corriente de Irlanda", de Flann O'Brien


Alabado por sus compatriotas James Joyce y Samuel Beckett y considerado por Harold Bloom en su Canon occidental como uno de los escritores irlandeses más importantes en lengua inglesa, la fama y el prestigio de Flann O’Brien (seudónimo de Brian O’Nolan, 1911-1966) no paran de crecer, aunque en su tiempo tuviera una difusión muy restringida. A partir de su muerte, y de manera especial desde la publicación póstuma de su novela El Tercer Policía, O’Brien ha empezado a conocerse en el extranjero. Y eso que no es nada fácil traducirlo, pues en muchos de sus escritos combinaba el inglés y el irlandés. Confirma esta dificultad en el prólogo de La gente corriente de Irlanda Antonio Rivero Tavarillo, también responsable de la traducción.

En el aniversario de su centenario, Nórdica publica una selección de las más de tres mil columnas periodísticas que O’Brien escribió para The Irish Times desde 1940 hasta 1966. Con anterioridad, Nórdica ha publicado todas sus novelas: El Tercer Policía, Crónica de Dalkey, La boca pobre, La vida dura y En Nadar-dos-pájaros. Estas obras, inclasificables, basadas en increíbles parodias literarias y lingüísticas, derrochan ironía, vanguardismo y sentido del humor. No se trata de libros populares, comerciales, sino de inteligentes experimentos literarios, la mayoría arriesgados.

Las mismas características estilísticas aparecen en estas variadas colaboraciones periodísticas, pues en ellas tienen cabida desde la descripción de inventos absurdos hasta interesantes análisis sobre los vicios del lenguaje popular, pasando por sus imaginativos y desternillantes dardos contra la sociedad literaria de su tiempo. Las firmó con seudónimo para tener más libertad a la hora de escribir, ya que O’Brien trabajaba en la Administración Pública y llegó a ser secretario de varios ministros.

No es O’Brien, sin embargo, un escritor corrosivo. Lo suyo es la mirada irónica de la realidad, aunque siente una especial inclinación por ridiculizar los clichés y estereotipos léxicos, literarios y sociales más extendidos y cimentados en la sociedad de Dublín. Llegó a definirse como “inspector de sanidad nacional y literaria para Irlanda”. Y aunque es muy local, como les suele pasar a los grandes escritores, el alcance de su sátira es universal. Para Rivero Tavarillo, experto en la obra del escritor irlandés, en sus columnas “siempre brillan la erudición, la parodia, y ese rasgo sin el que un escritor (y más aquel que se desenvuelve en periódicos) está perdido: un fino oído acompañado de la capacidad de reproducir el lenguaje del común en letras de molde”.
Recomiendo este artículo de Luis Rivas publicado en la revista "Ambos Mundos: http://www.ambosmundos.es/cincoestrellas/flann-obrien-humor-para-sublimar-el-nihilismo/ Una excelente aproximación a todas sus novelas y a su literatura.
La gente corriente de Irlanda
Flann O'Brien
Nórdica. Madrid (2011).
412 págs. 22,95 €.
Traducción: Antonio Rivero Tavarillo.


lunes, 27 de agosto de 2012

"Una temporada para silbar", de Ivan Doig


Varios temas aborda Ivan Doig (Montana, 1939) en esta novela muy americana, Una temporada para silbar, que está ambientada en una granja de Montana, en la aldea de Marias Coulee. Doig, inédito hasta ahora en castellano, habla de la vida cotidiana en una de estas minúsculas aldeas, centrándose en la familia de Paul Milliron, el narrador-protagonista; por otro lado, la novela es una encendida defensa del papel que han desempeñado las escuelas rurales en el desarrollo de estas localidades y, de paso, un apasionado elogio de la profesionalidad de unos maestros que, en medio de circunstancias adversas (climatológicas, familiares, históricas, etc.), han contribuido a dignificar la vida en aldeas como Marias Coulee. De hecho, Paul, el protagonista, es un excelente estudiante que con el paso de los años ha llegado a ser Superintendente de Instrucción Pública en Montana.

De hecho, de él depende la decisión de que desaparezcan o no estas escuelas. La novela comienza en la década de los 50 cuando Paul tiene que decidir sobre un asunto que le afecta de lleno, pues él ha llegado a ser lo que es gracias a estas escuelas rurales. Las vueltas que le da al asunto le llevan a recordar su vida a principios de siglo en Marias Coulee, su asistencia a la escuela, los maestros que tuvo y, de modo muy especial, su vida familiar, afectada de lleno por la pronta desaparición de su madre. Paul tiene otros dos hermanos más pequeños y, además de estudiar, ayuda en todo lo que puede en los trabajos de la granja. Pero su padre, Oliver, se siente desbordado por las circunstancias y decide contratar a una asistenta. Un curioso anuncio en un periódico –“No cocina, pero no muerde”- lleva a Oliver a ponerse en contacto con Rose, a quien acaban contratando.

Pero Rose no aparece sola. Llega a Marias Coulee con su hermano Morris, un personaje que no encaja nada en la vida de una granja. Morris es una persona erudita, un intelectual que no tiene ninguna experiencia en los trabajos manuales, a los que tiene que dedicarse en principio para sobrevivir. Pero pronto cambian las tornas y Morris se convierte en el maestro de la minúscula escuela de la aldea. Y con sus apasionantes métodos pedagógicos, revoluciona la escuela e, indirectamente, la vida en Marias Coulee.

Pero no se queda esta novela, publicada en 2006, en el retrato nostálgico y bucólico de un modo de vida ya desaparecido en parte. Las vidas de Morris y de Rose esconden misterios que poco a poco irán saliendo en la novela y que afectan de lleno a la familia de Paul.

Una temporada para silbar
Ivan Doig
Libros del Asteroide. Barcelona (2011)
360 págs. 21,95 €.


domingo, 26 de agosto de 2012

Selección de lecturas Verano 2012

Ahora que casi está a punto de acabar el verano es, quizás, el momento más apropiado para leer alguno de esos libros que hemos metido en la maleta y que, al final, como pasa casi siempre, ni siquiera hemos empezado. Suele pasar. Al principio del verano todo el mundo mete en la maleta una lista de libros para el verano. La experiencia demuestra muchas veces que luego nadie lee nada. Por eso, ahora puede ser el momento de dedicar algo de tiempo a la lectura. Propongo una lista de libros que se sale del guión de lo más comercial.


Christopher Morley, La librería ambulante. Helen McGill es una mujer que ronda los 40 años, soltera, que ha llevado una vida bastante monótona, primero como institutriz y los últimos 15 años, con su hermano Andrew, sacando adelante una pequeña granja familiar. Pero las cosas cambian de golpe cuando aparece Roger Mifflin, un librero ambulante que quiere vender su carromato. En un arrebato, Helen compra la librería, pues atisba que detrás de esa decisión se encuentra quizás la última oportunidad para abandonar la vida que lleva. Helen abandona la granja y recorre algunos pueblos con Roger, quien le explica cómo hay que vender libros y hablar de ellos. Andrew, el hermano, no acepta la huida de su hermana y hará todo lo posible para que vuelva. (Periférica. 184 págs. 16,75 €.).


Kenneth Grahame, La edad de oro. Este escritor escocés (1859-1932) es conocido sobre todo por El viento en los sauces (1908), una obra maestra de la literatura juvenil. La edad de oro es anterior, de 1895. En primera persona, se cuentan retazos de la infancia del narrador en una zona rural y de sus hermanos, huérfanos, que viven con unos tíos. El tema permanente es el contraste entre la vida de las personas mayores y la de los niños. Este contraste marca el tono del libro, irónico y lleno de toques de humor, aunque los protagonistas son conscientes, por otra parte, de que es una época que se les terminará pronto. (Rialp. 143 págs. 13 €.).

Philippe Pozzo di Borgo, Intocable. Este libro, famoso por su reciente versión cinematográfica, es la autobiografía de este aristócrata francés, que quedó tetrapléjico. El relato consta de dos partes claramente diferenciadas. En la primera, tras una vida llena de lujos, Philippe conoce a Beatrice, quien acaba siendo su mujer. Muy deportista, el autor sufre el accidente que cambiará su vida. Desde ese momento, la autobiografía deja de ser una frívola crónica familiar, donde lo más importante no es su dolor sino la influencia de Beatrice, ella también enferma de gravedad. La fe cristiana que transmite a su marido le ayuda a recuperar la esperanza. En la segunda parte se narran las relaciones entre Philippe y Abdel, su cuidador inmigrante. Estas páginas, que son las que han inspirado la película, resultan menos ágiles e interesantes, aunque tienen momentos cómicos e irónicos. (Anagrama. 224 págs. 17,50 €.).

D. E. Stevenson, El libro de la señorita Buncle. Años 30 del pasado siglo. Silverstream es un pueblecito inglés chismoso y apacible, que vive muy pendiente de sus propios asuntos. De repente un suceso va a remover para siempre la placidez de sus gentes: la señorita Buncle ("una cuarentona flacucha y sin estilo") escribe una novela inspirada en sus vecinos, donde todos pueden reconocerse sin dificultad. El libro actúa a modo de espejo y todos pueden saber cómo les ven los demás. Esto inspirará conductas audaces, resolverá situaciones románticas, o reconducirá vidas familiares anodinas. La escocesa Dorothy Emile Stevenson (1892-1973) publicó con éxito esta novela en 1934. El planteamiento es original, el desarrollo atractivo e interesante y el estilo apropiado y culto. (Alba. 378 págs. 22 €.).

Beryl Markham, Al oeste con la noche. La autora vivió desde los cuatro años en una granja cerca del valle del Rift, donde permaneció hasta 1936, año en el que finalizan estos recuerdos. El libro contiene recuerdos y evocaciones de África por parte de una mujer identificada plenamente con la vida en aquellas tierras. Beryl comparte amistades, juegos y vivencias con los nandi, kavirondo, masai y kikuyus. Pronto se dedica a entrenar caballos, actividad en la que alcanzó un gran prestigio. Su otra gran pasión fue la aviación. (Libros del Asteroide. 314 págs. 21,95 €.).

Jean Echenoz, Relámpagos. Breve obra inspirada en la vida del inventor Nikola Taslo (1856-1943). No es en propiedad ni una novela ni una biografía sino una “ficción biográfica” de un personaje extraordinario y genial, que compagina una intensísima y enfermiza actividad creativa, riquísima en inventos, con un errático y extraño desenvolvimiento social y personal. Se trata de una fábula ágil, interesante, contada de una manera singular –comedida en sus ingredientes literarios-, que acerca al lector una vida marcada por la genialidad, la hiperactividad y sus consecuencias psicopatológicas. (Anagrama. 149 págs. 15,90 €.).

Edmund Crispin, La juguetería errante. La acción de esta novela protagonizada por el excéntrico profesor y detective aficionado Gervasio Fen transcurre en Oxford, a donde se traslada el poeta Richard Cadogan para descansar de la vida sedentaria que lleva en Londres. Tras un accidentado viaje, se encuentra con una sospechosa tienda de juguetes y, dentro, con una mujer muerta. Este es el detonante de un misterio que, para resolverlo, necesitará de la ayuda de Gervasio Fen. Los dos inician una investigación que pronto les pone en el disparadero de un misterioso caso que tiene que ver con un esperpéntico testamento, una anciana millonaria muerta y una mujer asesinada (Impedimenta. 320 págs. 22,20 €.).

Ota Pavel, Cómo llegué a conocer a los peces. Ota Pavel (1930-1973) es un conocido periodista deportivo y escritor checo. Murió joven, pero dejó unos cuantos libros muy biográficos inspirados en su pasión por el deporte, de manera especial por la pesca, el hilo conductor de los relatos que forman parte del que fue su último libro. Todos tienen una base biográfica, y en ellos, desde diferentes perspectivas y tiempos, aborda su entusiasta dedicación a la pesca y su amor por la naturaleza. Pero además de describir la irresistible práctica de la pesca en diferentes ríos, lagos y circunstancias, hay también un contenido familiar y social. Pavel es un escritor que se encuentra cómodo con la cultura popular y con el habla sencilla de las gentes; por eso, sus relatos derrochan una cordial humanidad. (Sajalín. 208 págs. 16,50 €.)

Kyung-Sook Shin, Por favor cuida de mamá. Primera novela que se publica en España de esta autora coreana. La protagonista es Park So-nyo, una mujer de casi setenta años con demencia senil, que ha vivido siempre en el campo y que, yendo con su marido a Seúl, se pierde en el metro. Su marido y sus hijos hacen todos los esfuerzos para encontrarla, pero no lo consiguen. A partir de aquí, se armoniza un coro de voces que evoca la figura de la madre, descubriéndose innumerables detalles que ponen a Park So-nyo, analfabeta y aparentemente insignificante, como fundamental punto de referencia de la vida de todos. (Grijalbo, 236 págs. 16,90 €.

Tim O’Brien, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon. Dentro de su colección “Otra vuelta de tuerca” recupera Anagrama este libro que ya había publicado en 1993 y que con el paso del tiempo se ha convertido en uno de los mejores libros que narran la guerra de Vietnam. Su autor combatió en ella a finales de la década de los 60. Veinte años después, decide reconstruir literariamente su dramática experiencia en este libro, a caballo entre la novela, el libro de relatos y unas memorias. Los sucesos que se cuentan proceden de la experiencia personal del autor, tanto de su etapa como soldado como de la relación que mantuvo años después con sus compañeros. (Anagrama. 266 págs. 19 €.).

Robertson Davies, Levadura de malicia. Davies (1913-1995) publicó en 1951 A merced de la tempestad, con la que iniciaba la primera de sus trilogías, la de Salterton. Levadura de malicia, de 1954, es la segunda novela de esta trilogía. Comienza su trama con la publicación en el periódico local del falso anuncio de boda entre Solly Bridgtower y Pearl Vambrace. Este suceso dispara un conjunto de reacciones y rumores que sirven para describir la vida en esta inventada ciudad canadiense a mediados de los cincuenta. Lo interesante es cómo Davies describe y retrata aquella sociedad, sus manías, la obsesión por las apariencias, los rumores, las relaciones sociales, etc. También se ha publicado la tercera parte, Una mezcla de flaquezas, de 1958. Las tres mantienen una misma ambientación y personajes, aunque son independientes. (Libros del Asteroide. 320 págs. 21,95 €.).

Lev Tolstói, La felicidad conyugal. Publicada en 1858, esta novela de Tolstói (1828-1910) es una de las más reeditadas de su literatura. En ella se relata el proceso de enamoramiento, boda y posterior vida matrimonial de una joven de la nobleza rural rusa con el administrador de su patrimonio, un hombre bastante más mayor que ella. La diferencia de edad no es lo más singular de la novela, pues era frecuente en los matrimonios rusos del siglo XIX. Tras el matrimonio vienen los miedos, celos, tensiones y malentendidos en la vida matrimonial, un periodo duro y complejo provocado sobre todo por la actitud superficial de Masha. (Acantilado. 176 págs. 11 €.).

Sally Salminen, Katrina. Novela publicada en 1936, la mejor de su autora, basada en un personaje, Katrina, desde que se traslada de Österbotten, en el golfo de Botnia, al archipiélago de Aland –al casarse con Johan, un marinero un tanto ingenuo–, hasta el final de su larga vida, llena de vicisitudes, que afronta con honradez y dignidad. Junto a la trama lineal, con un ritmo bien dosificado, destaca la magnífica ambientación del archipiélago, las tareas agrícolas, la vida social con sus peculiaridades y costumbres: pequeñas rencillas, pero también comportamientos solidarios, porque se trata de una sociedad asentada en principios cristianos. (Palabra. 526 págs. 23 €.).

Irène Némirovsky, El vino de la soledad. Al igual que ya hiciera en David Golder y El baile, vuelve a utilizar la autora rusa su propia biografía como marco para una novela que transmite una visión desencantada de la vida familiar. La joven Elena es hija de un banquero y de una mujer egoísta que sólo vive para sus placeres y sus amantes. Elena recibe únicamente un tímido cariño de su institutriz. Desde los 8 hasta los 21 años, los que abarca la novela, y con el telón de fondo de los viajes familiares desde Rusia hasta Francia, se describe cómo Elena alimenta un progresivo odio hacia su insensible y narcisista madre. (Salamandra. 224 págs. 15 €.).

Abel Hernández, Leyendas de la Alcarama. Tercer libro del autor sobre las tierras de Soria en las que nació. En Historias de la Alcarama y en El caballo de cartón se trataba de recuerdos de unos parajes que el éxodo del campo a la ciudad ha dejado vacíos. En esta tercera entrega, al hilo de una historia de amor entre el hijo de un buhonero y la hija de un adinerado ganadero, introduce leyendas, historias que se transmiten de generación en generación; y añade la descripción de usos ancestrales sobre las faenas del campo, el pastoreo... (Gadir. 197 págs. 17 €.).

Anthony Berkeley, El caso de los bombones envenenados. Berkeley (1893-1971) fue uno de los grandes escritores de novelas de intriga ingleses. Su creación más original fueron las novelas protagonizadas por el detective Roger Sheringham. En esta nueva aventura, Sheringham es el presidente electo del llamado Círculo del Crimen, integrado por seis investigadores aficionados. La novela comienza cuando el inspector jefe de Scotland Yard les pide ayuda para resolver un caso. Una vez conocidos los pormenores, Sheringham les propone que investiguen por su cuenta y les emplaza dentro de una semana para que cada uno aporte su solución. (Lumen. 254 págs. 19,90 €.).

Petros Márkaris, Con el agua al cuello. Quinta novela que se publica de este autor griego, todas con el mismo protagonista: el comisario Kostas Jaritos. La vida familiar del comisario es uno de los ingredientes fundamentales que, además, se entrelaza con la resolución del caso. En esta última entrega, todo es muy actual: estamos en plena crisis económica griega y los ciudadanos están sufriendo las consecuencias de los recortes. En medio de todo esto, Jaritos tiene que resolver una serie de asesinatos. (Tusquets. 322 págs. 19 €.).

Borja Martínez-Echevarría, El bufete. El autor, abogado y periodista, ha conseguido el Premio Abogados 2012. En ella se describe el interior de los grandes bufetes y de las grandes empresas con un afán de lucro desmedido y sin escrúpulos para nada. La novela está dividida en dos partes bien diferenciadas: en los primeros capítulos se presenta a los personajes tanto del mundo jurídico como periodístico y empresarial; la segunda desarrolla el entramado de una OPA hostil que realiza una empresa multinacional contra la petrolera más poderosa de España. Con un buen ritmo narrativo, con mucha acción y velocidad, la novela se mantiene en la línea de que sean los lectores los que saquen sus propias conclusiones. (Martínez Roca. 316 págs. 19,50 €.).

Thomas Wolfe, El niño perdido. Relato corto acerca de Grover, un hermano del autor que falleció en 1904, antes de cumplir los doce años. La novela contiene los temas característicos de la narrativa de Wolfe: la nostalgia indefinible de cosas inalcanzables, los deseos que se vuelven imposibles y resultan dolorosos con el paso del tiempo… Además, revela la capacidad estilística del autor para dejar constancia de la inmensidad de Norteamérica, un mundo que presenta como familiar e inabarcable al mismo tiempo, y habitado por hombres insatisfechos. (Periférica. 93 págs. 15,5 €.).

José Mauro de Vasconcelos, Mi planta de naranja lima. En una nueva editorial y con otra traducción, se publica una obra que poco a poco se ha convertido en un clásico contemporáneo. En ella se cuenta la historia de Zezé, un niño de cinco años, de inteligencia precoz, muy imaginativo, pero incomprendido. Entre sus amistades ocupa el primer lugar Minguinho, su inseparable planta de naranja-lima, confidente de sus juegos, alegrías y desdichas. Pero es con el relato de su amistad con el Portugués, un señor mayor que se convierte en su mejor amigo, cuando el libro alcanza sus mejores páginas de simpatía y de lirismo. (Libros del Asteroide. 208 págs. 13,95 €.).

Ivan Doig, Una temporada para silbar. Paul Milliron, Superintendente de Instrucción Pública en Montana en los años 50, revive su vida en la pequeña aldea de Marias Coulee, en 1909, cuando cumple trece años. Paul es el mayor de los tres hijos que tiene Oliver, un granjero que se ha quedado viudo. Junto con Rose, la nueva ama de llaves, llega Morris, su hermano, que acabará siendo el maestro de la escuela rural. La novela es un homenaje a la entrega de muchos maestros de estas escuelas. Pero hay más. Doig describe con ternura los sentimientos más profundos de unos entrañables personajes. (Libros del Asteroide. 360 págs. 21,95 €.).

Charles Dickens, David Copperfield. Con motivo de la celebración del bicentenario del nacimiento de Dickens (1812-1870) se han multiplicado las iniciativas editoriales para volver a leer a uno de los grandes autores de la literatura universal. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con otros autores, no es un autor que necesite reivindicarse, pues sus libros son frecuentemente editados. Así sucede con David Copperfield, una de sus obras más conocidas. En ella encontramos lo mejor de Dickens: su habilidad para narrar, la creación de personajes entrañables, su sentido de la denuncia y de la crítica social, la variedad de sus novelas-río (publicadas por entregas, con los recursos de rigor), la verosimilitud de los lugares donde transcurre la novela y su impresionante fresco social y moral de la sociedad de su tiempo. (Austral. 1.086 págs. 11,95 €.).

Stella Gibbons, Westwood. Gibbon (1902-1989) es conocida en España por el éxito de La hija de Robert Poste, una novela en clave cómica sobre la vida en el campo inglés. Westwood transcurre en el Londres bombardeado de la II Guerra Mundial y cuenta la historia de Margaret Steggles. Su monótona vida cambia cuando conoce a dos familias de artistas que viven en la mansión de Westwood. Al entablar relación con ellas, Margaret entra en contacto de golpe con el mundo bohemio y artístico, mundo que colma sus aspiraciones y sus deseos de belleza. No se trata de una novela simplona y sentimentaloide. Gibbons sabe penetrar a fondo en un alma delicada, incomprendida por su familia y que necesita expresarse, aunque esto lleve a la protagonista a explorar caminos desconocidos y peligrosos, y a equivocarse más de una vez. (Impedimenta. 460 págs. 27,95 €.).

Manuel Chaves Nogales, La vuelta a Europa en avión. Tras La defensa de Madrid y Crónicas de la Guerra Civil, publicados hace unos meses, se edita uno de sus libros más famosos, La vuelta a Europa en avión, de 1929, que tiene como subtítulo “Un pequeño burgués en la Rusia roja”. El gran tema del libro es la visita a la Rusia comunista, país que despertaba en aquellos años una especial atracción política y social. Chaves no oculta sus simpatías por algunos de los efectos de la Revolución. Sin embargo, Chaves, un periodista agudo, perspicaz, inquieto e inconformista, no acaba de creerse ni lo que ve ni lo que le cuentan. En sus indagaciones comprueba que “el hombre, por el hecho de serlo, no tiene ningún derecho, su libertad y su vida están a merced de la GPU”. (Libros del Asteroide. 288 págs. 18,95 €.).

Ernesto Escapa, Corazón de roble. Elaborado libro de viajes escrito por uno de los mejores conocedores de las tierras que describe. Escapa toma como punto de referencia el río Duero, “corazón de roble”, y acompaña su recorrido desde su nacimiento en los Picos de Urbión hasta su desembocadura en la ciudad portuguesa de Oporto. Entre medias, un apasionante recorrido por las provincias de Castilla y León y por las que recorre el Douro en Portugal. El libro contiene de todo: literatura, arte, arquitectura, gastronomía... (Gadir. 468 págs. 21,50 €.).

Marcella Olschki, Una postal de 1939. “Nuestros recuerdos de estudiantes –escribe Olschki (1921-2001)- están escritos sobre una gran página cándida y luminosa tal y como era nuestra vida de entonces, y cada episodio resalta en nuestra memoria como si hubiese sido escrito en ella con letras de colores y brillantes”. Estas palabras explican el tono y el contenido de este libro de recuerdos de la autora, cuando está a punto de incorporarse a la vida universitaria. Marcella habla de la vida escolar, de sus compañeros, de su primer amor, de sus profesores... Pero una anécdota se convierte en el centro del relato, cuando intenta saldar antiguas cuentas con un profesor fascista, despótico, cruel, inhumano... (Periférica. 108 págs. 15,50 €.).

Eudora Welty, La palabra heredada. En 1984, la autora impartió tres conferencias en la Universidad de Harvard que luego se reunieron en este volumen. En las tres, habla de su vida en Jackson (Mississippi) y de sus inicios como escritora. Las tres partes forman un brillante y emotivo libro de memorias que explica muy bien el mundo sureño en el que se crió la autora y que luego supo transmitir a su literatura sin las estridencias ni exageraciones de otros autores del Sur. (Impedimenta. 192 págs. 18,40 €.).

Enrique García-Máiquez, El pábilo vacilante. El autor publicó en 2009 Lo que ha llovido una selección de las entradas a su blog Rayos y truenos. Ahora se publica un nuevo volumen, que abarca desde 2008 hasta 2011. García-Máiquez transmite sus inquietudes literarias, existenciales y hasta espirituales. Todo tiene cabida: un comentario sobre sus clases en el Instituto, un libro que está leyendo, el descubrimiento de un autor, una cita deslumbrante, un pequeño poema, haikus, brillantes aforismos. Y pasajes más íntimos y familiares, como la muerte de su madre y el nacimiento de su primera hija. Todos estos sucesos los aborda el autor con naturalidad y confianza, convirtiendo a los lectores en confidentes de sus más secretos pensamientos. (Renacimiento. 256 págs. 18 €.).

Roy Lewis, Por qué me comí a mi padre. Inteligente y humorística obra basada en la vida de los hombres de las cavernas. El narrador es el antropoide Ernest, uno de los primeros pobladores conscientes de su propia individualidad. Ernest relata la vida de su singular familia, y en especial de su padre, el progresista Edward, quien con su actitud renovadora, se enfrentó a los hábitos de los hombres más monos, como su tío Vanya, todo un reaccionario recalcitrante. Los primeros experimentos los aplican en su propia familia. Luego vienen los irónicos momentos importantes, como el trabajoso descubrimiento del fuego, de la lanza, la cocina casera, el arte figurativo, el matrimonio moderno, el amor, el ocio... Lo mejor es el tono discursivo y filosófico y los deliberados anacronismos. (Contraseña. 192 págs. 16 €.).

Benoît Duteurtre, Atención al cliente. Publicada en 2003 en Francia, esta novela tiene el acierto de convertir en sátira un aspecto muy conocido. por desgracia, de las nuevas tecnologías: los habituales conflictos con el servicio de atención al cliente de las empresas de telefonía e Internet. El narrador “un cuarentón, soltero, en la cima de mi carrera profesional, persona que viajaba mucho y que llamaba muchísimo por teléfono sin preocuparse por el gasto”, pierde en un taxi su móvil de última generación. Comienza entonces una aventura para que el servicio de “atención al cliente” le dé una solución. La novela tiene un comienzo divertido y paródico, además de actual, por lo que resulta fácil identificarse con lo que le sucede al protagonista, aunque todo está convenientemente exagerado. Lo difícil es mantener la tensión y el interés, porque las situaciones son reiterativas y los recursos humorísticos se repiten. (Funambulista. 132 págs. 10 €.).

Iván Goncharov, El mal del ímpetu. Publicado en 1938, este relato tiene mucho que ver con Oblómov, la novela que hizo famoso a su autor. En él se describe en clave cómica la enfermedad que aqueja a la familia Zurov, que les empuja, cuando llega el buen tiempo, a salir al campo a constantes excursiones para sacarle todo el jugo a la vida y a la naturaleza. En el otro extremo está Nikon Ustínovich, perezoso y glotón, que vive permanentemente en la cama. El relato es hilarante y está contado con un clima narrativo totalmente ruso. (Minúscula. 110 págs. 12,50 €.).

Santiago Posteguillo, Los asesinos del emperador. Tras el éxito de su trilogía sobre Escipión, Posteguillo da un salto de trescientos años en la historia del imperio romano y sitúa su novela en el último tercio del siglo I, con la llegada al poder de Trajano, primer emperador no nacido en Roma ni en Italia. Como en casi todos los libros sobre la antigüedad clásica romana, el verdadero protagonista es Roma. El autor ha estudiado a fondo todas las fuentes y cada episodio resulta verosímil. Estamos ante una novela amplísima, bien conducida, pero débil en su fuerza emocional. (Planeta. 850 págs. 23 €.).

Taylor Caldwell, La columna de hierro. Nueva edición, en formato de bolsillo, de la que quizás sea la mejor obra de la escritora Taylor Caldwell (1900-1985), autora también de Médico de cuerpos y almas, novela sobre la vida de San Lucas, también reeditada recientemente. Su argumento gira en torno a la figura del orador, político y escritor Marco Tulio Cicerón. La obra recorre la agitada, polifacética y apasionante vida de Cicerón, desde la época en que, como alumno, aprendió la cultura griega, hasta sus años como político y jurista. La autora recrea de manera impecable el ambiente de la Roma del primer siglo antes de Cristo.

José Joaquín Iriarte, El árbol del paraíso. Primera novela del autor en la que se mezclan recuerdos biográficos, análisis periodísticos e históricos con un argumento basado en el amor y la amistad. La novela transcurre en Lodosa, pueblo navarro del que es natural el autor, desde la década de los 50 hasta inicios de los 80 del siglo pasado. Los protagonistas son Montxo, Pedro y Arantxa, que proceden de tres familias de Navarra marcadas por la Guerra Civil. La profunda y auténtica amistad que surge entre Pedro y Montxo, en circunstancias muy especiales, junto con la figura de Arantxa, será el principal motor de una novela que recoge muy bien, sin fáciles maniqueísmos, el crispad y difícil ambiente de la época. (Eunate. 252 págs. 18 €.).

Gustav Herling-Grudzinski, Un mundo aparte. Nacido en Polonia en 1911, Herling luchó contra el nazismo pero fue apresado por los rusos y permaneció en un campo de trabajo de la región de Kargopol, entre 1940 y 1942. Herling cuenta con gran lucidez lo que vivió junto con otros presos políticos y comunes. Junto a la mención de estos hechos, durísimos, analiza las reacciones que suscitaban en los condenados y la conducta de los verdugos; y reflexiona sobre el poder, la libertad, la dignidad del hombre. (Libros del Asteroide. 360 págs. 22,95 €.).

Lajos Zihaly, El ángel del odio. Esta novela es un homenaje a la Hungría natal del autor, víctima tanto del nazismo como del comunismo. A través de la vida del protagonista, Mihály Ursi, astrónomo, idealista, emparentado, al casarse, con una de las familias de mayor rango del país, se narra la historia magiar desde 1939 a 1950, con abundantes referencias a los decenios anteriores y a otros momentos del pasado. Los hechos están muy bien contados, en un ambiente de tensión, de guerra, de lucha en la clandestinidad, de grandes cambios en la vida social y cultural. (Funambulista. 534 págs. 23,50 €.).

Hanna Krall, Rey de corazones. La autora de esta novela, nacida en Varsovia en 1935, de familia judía, se ha basado en hechos reales. Lo novedoso, si se compara con otras historias semejantes, está en que la epopeya que vive la protagonista, Izolda Regensberg, tiene un único objetivo: encontrar a su marido, capturado por los nazis. Para ella, otras cuestiones –patriotismo, sionismo, la guerra…– son totalmente secundarias. (Nocturna. 196 págs. 15 €.).

Wilkie Collins, Corazón y ciencia. Carmina es joven, huérfana y única heredera de la fortuna de su padre. Aunque italiana, debe viajar a Inglaterra y someterse a la tutela de su tía, la señora Gallilee. La vida en Londres es más llevadera gracias a sus primas María, la pequeña Zo y su primo Ovid, el hermano mayor de estas, afamado y prestigioso médico que se enamorará perdidamente de ella. Sin embargo, las ambiciones y envidias familiares terminarán por enrarecer el clima de familiar. Collins conjuga con acierto intriga, humor y personajes impactantes. El mismo reconoce en el prefacio que estas son las cualidades imprescindibles de una buena novela de ficción. (Funambulista. 488 págs. 29,95 €.).

sábado, 25 de agosto de 2012

"Mis páginas mejores", de Julio Camba




El paso de los años y la lenta despolitización de la vida literaria española del siglo XX está propiciando que se reconozcan hoy más que nunca los méritos literarios y periodísticos del gallego Julio Camba (1884-1962), uno de los mejores periodistas de la primera mitad del pasado siglo XX y a quien muchos otros periodistas, como Josep Pla, César González Ruano y Francisco Umbral, consideraban un maestro. Su obra, que contiene novelas, libros de viajes y recopilaciones de sus excelentes reportajes, está siendo hoy editada por un puñado de editoriales.
Ahora, en Pepitas de Calabaza, una editorial de Logroño, se publica la antología que el propio Camba preparó de sus artículos periodísticos, una excelente muestra de su categoría como columnista y periodista, con unas crónicas muy personales en las que mezcla el periodismo y la literatura. La misma editorial anuncia la próxima publicación de El Rebelde, los artículos que Camba escribió al principio de su carrera como periodista, cuando puso su pluma al servicio de la causa anarquista.
En 1903 se instaló en Madrid, tras una agitada estancia en Argentina, de donde fue echado por revolucionario, tema que forma parte del argumento de la novela El Destierro. A su regreso a España, muy joven todavía, comenzó a colaborar en la prensa más radical; incluso fundó su propia revista anarquista, El Rebelde. Al poco tiempo ya era un periodista famoso de Madrid. Escribió en El País, El Mundo, La Correspondencia de España, La Tribuna, ABC, El Sol... Para muchos de ellos ejerció también como corresponsal en el extranjero: Estambul, París, Londres, Berlín, Estados Unidos..., escribiendo unas crónicas que llaman la atención por la calidad literaria y por el original punto de vista con que retrata la vida en estas ciudades y países, como se puede apreciar en esta antología, que contiene una buena muestra de estos artículos.
Camba fue uno de los periodistas más respetados y codiciados de su tiempo, pues sus crónicas, magníficas, muy entretenidas, eran muy leídas por todo tipo de lectores, que se identificaban con su estilo ligero y leve, su humor inteligente (a lo Chesterton) y su fina y sana ironía. Para López García, su biógrafo, Camba era “culto sin pedantería y ameno sin frivolidad”. Él se consideraba discípulo de Azorín y de Pío Baroja, escritores con los que mantuvo una intensa amistad, lo mismo que con Valle-Inclán, Rubén Darío (con el que coincidió en París) y Ortega y Gasset. Su anarquismo inicial derivó posteriormente en un individualismo aristocrático y egoísta que cultivó durante toda su vida.




Apoyó la II República, aunque pronto se sintió defraudado. Sin que fuese un escritor descaradamente político, defendió la intervención del bando nacional, lo que le ha acabado pasando factura en la historia del periodismo, como confiesa Manuel Jabois, autor del prólogo de esta edición. Amante de la buena mesa, se dijo de él que tenía mejor despensa que biblioteca. Con mucho humor, Camba declaró: “Creo que el amor, en la amistad y en el arroz a la valenciana”.
Sus artículos están escritos, al principio, imitando el estilo de Azorín, su declarado maestro. Luego, poco a poco fueron ganando en originalidad, humor e intensidad literaria. Durante la primera mitad del siglo XX fue reconocido como uno de los mejores cronistas de la contradictoria realidad española e internacional, aunque sus artículos tienen la habilidad de escapar del significado estrictamente político para convertirse en una mezcla de artículo de costumbres, de crítica, de política y de humor. Y es que Camba aborda todo tipo de asuntos con una desganada ligereza, con un estilo aparentemente leve e intrascendente y con un toque irónico con el que describe sin gravedad un conjunto de impresiones personales sobre la sociedad de su tiempo. Sus observaciones resultan muy agudas y en sus impresiones costumbristas y antropológicas, nunca sesudas, suele dar en el clavo.
En estos artículos aparece, pues, lo mejor de Camba, su fina ironía, su sutil inteligencia, su tono levemente superficial y anecdótico, y su asombrosa capacidad para, partiendo de una intrascendente anécdota, mostrar aspectos divertidos, insólitos y clarificadores sobre la realidad que le tocó vivir. Aunque, insistimos, no es Camba un periodista que utilice el periodismo para hacer política.
Poco a poco, pues, Julio Camba empieza a ocupar el lugar que se merece en la historia del periodismo español. Y es que leyendo estos artículos resulta indudable su magisterio sobre varias generaciones de columnistas, que aprendieron de Camba a rebajar el tono grandilocuente y apocalíptico y a utilizar la ironía, el humor y el desenfado para enfrentarse a la temida realidad.

Mis páginas mejores
Julio Camba
Pepitas de Calabaza. Logroño (2012). 303 págs. 19 €.


La canción del verano. Más que una metáfora



Ya en 1996, aunque desde una perspectiva muy distinta a la que voy a utilizar en este artículo, el filósofo Daniel Innenarity reflexionaba sobre la omnipresencia del espíritu hortera en la sociedad actual. Y lo hacía en las páginas de esta misma revista. En el número de julio-agosto de ese año publicó un artículo que tituló “El territorio de lo hortera”. Para Innenarity, el espíritu hortera es, sobre todo, una actitud ante la vida que se manifiesta en su convencido simplismo y en su carácter insistente, ostentoso y repetitivo. Esta mentalidad acaba por despreciar los cánones estéticos establecidos para subrayar su preferencia por lo grotesco (especialmente en los elementos decorativos y ornamentales, porque debajo, en la sustancia, lo más seguro es que no haya nada). Yo rebajo un poco los inteligentes argumentos que utilizaba Innenarity y me quedo en un nivel más cutre-sociológico; lo que pretendo en este artículo es abordar la pervivencia del espíritu hortera en una de sus manifestaciones más sublimes: la canción del verano, para mí el mejor ejemplo hortera donde el éxito socio-comercial sociológico se impone a los valores de la creación artística y musical.
En este sentido, estoy más cerca de un mediocre libro, de sugerente título, que publicó el periodista Javier Lorenzo en 1997, La España hortera (Temas de Hoy). Javier Lorenzo es consciente de que no está escribiendo un ensayo filosófico sobre el ser profundo de los españoles; lo que busca es atrapar esa inequívoca pervivencia y transformación de lo hortera en múltiples y diferentes manifestaciones costumbristas. Como escribe Javier Lorenzo refiriéndose a lo hortera, “las fronteras del buen gusto se han difuminado hasta desaparecer, lo accesorio ha pasado a un primer plano en detrimento de lo fundamental y cualquier novedad es asimilada como si procediera de la más rancia de las tradiciones”. En el arte y la decoración, lo hortera guarda parentesco con lo kitsch, otro territorio, aunque lo hortera es un término más amplio y, por tanto, bastante más profundo (digo yo).

AMBIENTES HORTERAS

Es evidente que lo hortera se mueve con soltura en unos ambientes mejor que en otros. Está claro que la horterada brilla con un inusitado esplendor en el repetitivo atrezzo, por ejemplo, de los domingueros tradicionales y en los momentos más emblemáticos de las bodas y primeras comuniones. Los domingueros participan de una misma obsesión: la conquista de la felicidad mediante unos hábitos matemáticamente establecidos. En las bodas, también la repetición de una serie de clichés (la estética de las invitaciones, la sesión hortera de fotos de los novios en un parque bonito, los trajes de los invitados –sobre todo el de la madrina-, el destino del ramo de la novia, etc.) impone unos actos de los que es imposible escaparse, como he podido comprobar en recientes bodas de algunos amigos: los pobres eran conscientes de su inevitable y desesperada caída en la horterada (la alegre y chisposa aparición en el banquete de los camareros, el juego de luces a la entrada del cordero, el patético y emblemático primer vals con la novia, la apoteósica aparición de la tarta, el ampuloso obsequio de los puros...), pero sus miradas de compasión durante todos los actos de la boda reflejaban, grandiosamente, la aceptación de su rol, su increíble sacrificio para que las relaciones familiares transiten por el territorio de lo obvio, su abnegada entrega en beneficio de una humanidad que se tranquiliza con lo previsible, su heroico estoicismo para aparcar el deseo de huida y quedarse, llorando de emoción, como si fuese un instante preparado graciosamente por los dioses, a cantar con los de la tuna, que acaban de empezar a entonar el obligatorio y simbólico “Clavelitos”. ¿Y qué decir de las primeras comuniones? La fotografía de la niña/o con el rosario entre las manos y su misalito nacarado que se impone en los recordatorios es todo un homenaje hortera a la posteridad. Así, con estos pequeños actos horteras, se forjan las tradiciones.
Lo hortera es un elemento proteico de nuestra cultura, que tiene la habilidad, nada prepotente, sutil, de estar presente en casi todos los sitios, en unos asumiendo su papel de protagonista y en otros dejando unos cuantos, pero significativos, detalles. Por ejemplo, en la moda la mentalidad hortera ha contribuido a la explosión del chándal como indumentaria cómoda para hacer la compra, pasear al perro y hasta para ir a misa de doce. Lo suelen llevar los jubilados (o sea, los que no hacen deporte), y los modelitos más modernos incorporan decoraciones aerodinámicas y psicodélicas, a juego muchas veces con unas zapatillas que poco tienen que ver con la sobriedad de las tórtolas de la posguerra (con esta idea Freud haría maravillas).

UNA RADIOGRAFÍA SOCIAL

Estas mínimas reflexiones sobre el concepto hortera vienen a cuento porque si hay algo hortera en el mundo, como decía antes, es la compulsiva obsesión por fabricar la canción del verano, fenómeno musical que está por encima de todo tipo de explicaciones e interpretaciones, aunque aquí intentemos dar algunas. Sé que me meto en un terreno pantanoso, pero, quizás, reflexionar sobre la canción del verano puede servir para sacar a la luz aspectos ocultos de nuestra reciente historia colectiva y personal y de nuestro caótico imaginario cultural, donde se dan la mano, sin traumas, los ensayos de Ortega y Gasset con los éxitos de Georgie Dann, el fenómeno del arte socialrealista con las letras de las canciones de Tamara Seidesdos. Del entusiasmo democrático de la transición con los toques de poesía romántica de Luis Aguilé. Todo esto es historia (intrahistoria lo llamaría Unamuno). Solemos dejar de lado a este tipo de personajes cuando recurrimos a las generalizaciones políticas y sociales. Y la verdad es que este fenómeno musical explica mejor que otros muchos más serios nuestros temores y anhelos, nuestros deseos y fracasos, nuestros éxitos y frustraciones.
Es fácil, muy fácil, ridiculizar estas cosas, reírnos de la pobreza de sus mensajes intelectuales, como si eso fuese lo más importante. Es muy cómodo también eliminar, tachar de la lista a unos protagonistas que se han ganado, a pulso, un sitio en la historia de la música (como si sólo les estuviera permitido triunfar a los héroes del rock, de la música latina y de la canción protesta) y también de la poesía. ¿Qué son, si no, las letras de las canciones de Georgie Dann, uno de esos iconos incombustibles que simbolizan, en su ser y en las campanas de sus pantalones, toda una época, mucho más que los discursos de Arias Navarro, Suárez, Felipe González o Aznar? Decimos Georgie Dann y se nos vienen a la cabeza tipos de peinados, frases, expresiones, bailes, movimientos corporales, estribillos, risas. No pasa lo mismo con otros nombres relacionados con la vida política, judicial y administrativa, seres que han pasado por la historia dejando un rastro sombrío y gris, aunque luego quieran decirnos que han sido muy importantes para el destino del resto de la humanidad.
La realidad, sin embargo, camina por otro lado. Atravesamos hoy día una fase ciertamente nostálgica; hay un interés sentimental por recuperar los elementos consuetudinarios del pasado con el fin, quizás, de reivindicar con orgullo el espacio de la memoria. En esta fiebre podemos situar también la pasión por mantener encendida la causa de la canción del verano, aupando a cantantes y recuperando a estrellas del ayer que, de alguna manera, están vinculadas con el boom musical de los años sesenta y setenta, cuando nace la canción del verano como una manera de explotar hasta turísticamente los modos de vida netamente hispánicos. Exitosas series de televisión, como Cuéntame, recuperan la historia costumbrista de los años sesenta y setenta; algunos programas se han especializado en entrevistar a personajes famosos que dejaron huella en aquellos años; especial atención ha tenido en este revival el destino de los cantantes más de moda, cuyas canciones han vuelto a sonar y se han vuelto a reeditar (tengo en mis manos, ahora mismo, un recopilatorio de Luis Aguilé). Como siempre pasa con estas cosas, primero vienen los famosos-famosos y luego aparecen los actores secundarios, que también han aportado su grano de arena a la formación de un espíritu nacional. Ahí están, por ejemplo, Massiel, la cantante que ganó el festival de Eurovisión con el “La, la, la”, pieza clave de todo este proceso de regeneración de la memoria. O Karina, incombustible también por su grotesca presencia en algunos programas y revistas del corazón. Las dos cantantes representan una España que ya no es, pero que no quiere morir, después de años pululando en el baúl de los recuerdos. Karina, Massiel, Camilo Sesto (su imagen, casi de museo de cera, es un agónico intento por detener el paso del tiempo) , Peret, Manolo Escobar, Fórmula V, Los Brincos, Raffaella Carrá, los incombustibles Dúo Dinámico, María Jesús y su acordeón (“Pajaritos por aquí, pajaritos por allá...”). Una España en blanco y negro que mantiene su público, como bien han visto los de Cine de barrio. Por ahí pululan los actores simbólicos de aquella España. Hace unos meses vi en un programa de televisión juntas a Massiel, Conchita Bautista, Salomé; en otro programa estaba Lina Morgan; Carmen Sevilla se ha convertido en el estandarte de una España-inserso que tiene su lado más cómico, y desmitificador, en la vida íntima de Sara Montiel. José Luis López Vázquez sale en una película con Alfredo Landa, gran icono de la Transición, con Pajares, menos icono, y Fernando Esteso, icono caído. (La Transición es, sin lugar a dudas, el periodo de esplendor de lo hortera, con mucha diferencia). Todavía se siguen viendo las películas de Paco Martínez Soria.

UN GÉNERO LITERARIO

La canción del verano es todo un género literario. Muchas aspiran a ser la canción del verano, pero pocas son las escogidas. Es el pueblo quien, democráticamente, con su instinto secular, acierta a seleccionar aquellas que sirven para fijar su espacio y un tiempo. Un somero análisis de la historia de la canción del verano demuestra que este fenómeno es, antes que nada, eminentemente estático. No existe el paso del tiempo, no existe evolución. Las canciones, en su esquema, en su estructura, en su filosofía, son siempre las mismas. La canción del verano se levanta por encima de las coordinadas temporales y de la historia para fijar un único momento lleno de plenitud: que el mundo se detenga mientras suenan los acordes de una canción esperada, querida, anhelada, tarareada por todos. Dos, tres, cuatro minutos de dicha, de felicidad, de olvidarse de la tiranía de la actualidad, de los valores impuestos, de las ideas predominantes, de los debates que mueven o paralizan el mundo. La canción del verano es un paréntesis existencial. Nunca es huida definitiva de la realidad, no es rechazo, no denuncia un hastío, no define ningún tipo de asco. Cuando se acaba la canción, se regresa sin traumas a lo de siempre, conscientes de haber vivido unos pocos pero intensísimos minutos de una experiencia que podemos calificar de sideral.
Sin embargo, hay algunos rasgos que indefectiblemente se repiten y que de alguna manera diferencian la canción del verano de otros éxitos musicales protagonizados por otro tipo de cantantes: Nino Bravo, Cecilia, Paloma San Basilio, Juan Pardo, Pablo Abraira, Los Pecos, Lorenzo Santamaría, Bertín Osborne, Francisco, Sergio Dalma, Miguel Gallardo y hasta Jaime Morey. La canción del verano debe tener, sobre todo, ritmo, mucho ritmo, que combine diferentes tendencias, aunque siempre se abuse de la música más hispánica (en esto Luis Aguilé era un maestro, como se puede apreciar en su sobresaliente canción “El tío Calambres” o en “El Frescales”, de mucha menos calidad). Otra nota repetitiva es el estribillo pegadizo, tenga o no sentido, venga o no a cuento, tenga o no tenga que ver con el resto de la canción (ejemplo emblemático, el de “Aserejé”). El estribillo debe quedarse prendido en la memoria de los veraneantes y tiene que saltar en cuanto se oiga la primera nota. Hay canciones que sólo son estribillo (como en algunas de Georgie Dann). También deben tener un mensaje sensual, que identifica placer con felicidad (típica mentalidad cutre de verano playero). Los cantantes siempre tienen que transmitir alegría, tanto en la puesta en escena como en la ropa, peinado, etc.. Viene bien, aunque no siempre es fácil de conseguir, que la canción incorpore también un baile mecánico, que requiera un aprendizaje y que obligue, por ejemplo en una discoteca, a participar todos de esa canción (su acusado sentido tribal y grupal). Como suelen cantarse sobre todo durante el verano, conviene añadir un tono refrescante, con dosis de exotismo, y también incorporar lo tópicos que todos manejamos a la hora de afrontar un verano: felicidad, playa, sol, música, y todo lo que estos tópicos representan en el imaginario hortera.

EL ANÁLISIS DEL CUPONAZO

Habría que levantar un monumento a los responsables de la agencia de publicidad Tandem DDB, los que diseñaron la campaña del cuponazo de la ONCE durante el verano del 2003. He ahí, en pocos segundos, todo un tratado de sabiduría popular, con el que rápidamente se han identificado millones de espectadores. Nada de estridencias –en los anuncios se subrayaban las justas, las que rodean nuestras vidas-, nada de modelos espectaculares, nada de ilusionismo, nada de fabricar otra realidad (que es lo que casi siempre hace la publicidad). No. En sus anuncios estábamos todos nosotros al desnudo, como somos en realidad (al lado de esto, los espejos deformantes del callejón del Gato, que utiliza Valle-Inclán para explicar su teoría del esperpento, son un simple juego de niños). Las letras de las canciones de “Cremita”, “Tapitas” y “Medusa” captan, mejor que ningún ensayo antropológico, quién es el hombre de hoy y, como diría Rubén Darío, hacia dónde va. Algunos de sus versos provocan, por lo menos es mi caso, una sacudida existencial, un estremecimiento casi metafísico: “Tengo gambas, tengo chopitos, tengo croquetas, tengo jamón,/ tengo morcilla...” (ahí están, sin falsificaciones ni adulteraciones, unos concretos anhelos de felicidad). O esos otros, donde se escenifica la añoranza amorosa veraniega: “me pica la pierna, me pica el ombligo, me pica la cabeza, quiero estar contigo/ (...) me pica el corazón, me pica la medusa/ medusa del amor” (la metáfora del amor ausente está a la altura de los versos doloridos de Garcilaso).
Pero la canción del verano está formada por un todo: no hay partes. La misma importancia tiene la música que la letra, las patillas del cantante que el bailoteo, el decorado hortera que la vestimenta. En este caso, los de Tandem DDB no eligieron para sus anuncios seres especiales, distintos, sobrehumanos; no buscaron escenarios exóticos, idílicos; no basaron sus mensajes en el éxito de los trucos de la retórica. Como suele hacer la canción del verano, todos sus ingredientes encierran una meteórica y ansiada ilusión.

UN PRECURSOR: LUIS AGUILÉ

Sin lugar a dudas, uno de los precursores del boom de la canción del verano es el argentino Luis Aguilé (Buenos Aires, 1936). Tras un espectacular éxito en Hispanoamérica, donde recibió diferentes premios y varios discos de Oro, llegó a España en 1963. Rápidamente se hizo con el control de la canción festiva, divertida, veraniega, que más adelante concretará sus propuestas estéticas en la canción del verano. Todo el mundo, como se recoge en el texto de la carátula de sus “40 grandes éxitos”, reconoce que Luis Aguilé “ha sembrado de alegría y reflexiones literarias muchos momentos felices de nuestras vidas”. Está claro lo de la alegría; lo que me cuesta más reconocer es lo de las “reflexiones literarias” (aquí vuelve a haber tema). Ha compuesto más de 500 canciones, donde combina el tono desenfadado y la facilidad de sus melodías (lo que más nos interesa) con la “pintura imaginativa de su letras”, donde algunos incluso han querido ver proyectadas sus inquietudes sociales y hasta existenciales. Hay un puñado de canciones que ya forman parte de la historia musical, sentimental y hortera de este país: “Cuando salí de Cuba”, “Juanita Banana”, “Ven a mi casa esta Navidad” (ésta no fue canción del verano), “Es el sol español”, “El tío Calambres”, “Con amor o sin amor”, “Camarero Champagne”, “Soy currante”, “Es una lata el trabajar” –donde mezcla sabiamente la cara y cruz de esta vida-. Cuando desapareció de los escenarios, se dedicó a la producción de espectáculos musicales y a la literatura (es autor de novelas y cuentos infantiles, no sabemos si escritos con la misma técnica e ingredientes que sus canciones).
No se puede estudiar la canción del verano sin la sacudida que provocaron las canciones de Luis Aguilé, habitualmente presentes en nuestro imaginario cultural, en las canciones de “atrás” de los autocares (otra modalidad hispánica) y en los chiringuitos veraniegos. Por él no pasa el tiempo, ni mucho menos por sus canciones.

CÓMO SE HACE

Técnicamente, parece fácil construir la canción del verano, como se cuenta en estos brillantes anuncios, pero la aparente facilidad esconde un entramado de complicadas elaboraciones acústicas y emotivas. No todo vale como canción del verano. Más aún, nadie compone una canción del verano sino que, de entre todas las que aspiran a serlo, el jurado popular elige una. En 1997 triunfó “La flaca” de Jarabe de Palo, que tuvo que competir con un sinnúmero de canciones que aspiraban a ese preciado galardón. En 1989 triunfó la sensual “Lambada” (otra interesante reflexión: cuando han tenido lugar importantísimos acontecimientos históricos, la canción del verano ha permanecido fiel a sí misma y no ha entrado al trapo del fácil y cómodo compromiso social). La “Lambada” se siguió bailando con la misma superficial intensidad que si no hubiese caído el Muro de Berlín; en España, después de la muerte de Franco, en 1976, la gente se entusiasmó en el verano con “El bimbó” de Georgie Dann, en vez de elegir como canción del verano, como quizás hubiera sido lo suyo, alguna canción social de Paco Ibáñez: aquí hay tema). En 1970, Los Diablos se apoderaron de la canción del verano con “Un rayo de sol” y en 1971 Peret convirtió en mítico su “Borriquito”. En 1996 triunfó un jovencísimo Ricky Martin; y en 1999, el éxito recayó en la canción “Mayonesa”, del grupo Chocolate. Antes, la internacional “Macarena”; y luego la “Booooomba”, del hinchable King África; “Yo quiero bailar”, de Sonia & Selena; “Me pongo colorá”, de Papá Levante; el “Aserejé”, de las Ketuchup (número uno en muchísimos países); los calculados éxitos de David Cibera y las canciones de la manada de Operación Triunfo, y el gran “Papi chulo”, con otra de esas letras surrealistas que mezclan absurdo con topicazos. El verano del 2003 contiene un ingrediente especial, pues a los cantantes habituales se incorporaron los famosos/sobras del superhortera programa “Hotel Glamour”, que convirtió en cantantes de la noche a la mañana al cubano Dinio y a la vedette Malena Gracia (más interesante es la recuperación en este programa de una emblemática canción de Luis Aguilé, “Es una lata el trabajar”). Han conseguido parciales éxitos, pero significativos, la esperpéntica Tamara y su simplón “No cambié”, de tema sobadamente amoroso (la pena es que nunca se ha decidido a montar un dúo musical con ese monstruo de la canción que es Leonardo Dantés).
Algunos mal pensados, que entienden muy poco de cómo funciona el arte, han intentado concretar una receta para hacer este tipo de canciones. Fase primera: tómese una frase de un grupo de música al azar y terminar esa frase con una palabra de un grupo distinto. Segunda fase: añadir de vez en cuando gritos repetitivos. Tercera Fase: incluir una base rítmica de salsa interpretada por cualquier organillo eléctrico. No estoy de acuerdo. Esto es como intentar dar una receta par componer poesías tipo Miguel Hernández o Rafael Alberti. Nunca el arte se puede someter a unas reglas concretas (más adelante se analizará detenidamente el caso Georgie Dann y se podrá apreciar cómo el arte fluye de manera natural, no de una forma impostada o calculada).

PRODUCTO DE LA POSMODERNIDAD

Nada mejor que la canción del verano refleja esa mentalidad tan posmoderna que Gianni Vattimo ha definido como “pensamiento débil” (seguro que lo hizo después de escuchar un compacto con las mejores canciones veraniegas de los últimos años). En estas canciones no se puede buscar un sistema de pensamiento similar al de la filosofía. Hay un estilo de vida, hay reflexiones sociales, políticas, históricas, religiosas, pero todo sin avasallar, sin querer imponer ninguna tesis cerrada. “Pensamiento débil”, sí. Y se reconoce sin complejos. Para dar la vara con otros pensamientos más profundos, ya están otros cantantes y estilos, otras manifestaciones musicales. El que escucha la canción del verano no quiere que le expliquen el sentido del universo ni las teorías cuánticas. En el momento de explosión de una canción del verano, las neuronas van por libre, aspiran a dar el do de pecho de la frivolidad. Insisto en su ausencia del componente referencial: el significado de la canción se agota en sí misma, sin trampas ni cartón. ¿Qué se quería decir con “Aserejé”: todo y nada a la vez. No es un mensaje cifrado, diabólico, infernal. Es, como el aleph borgiano, una expresión que contiene todas las expresiones, una copia reducida de todo el universo. Cuando se entonaba el estribillo del "Aserejé", todos los que la cantábamos formábamos parte de un mismo planeta mental: desde la nada fonética y gramatical hasta la plenitud. Lo mismo sentía cuando el ya mítico King África sacó en el 2000 la canción de “La bomba”, con ese grito gutural, bamboleante, inocente, “Boooooommmmmmbbbbbbaaaa”. ¿Significaba algo? No. ¿Había deseos incendiarios y violentos? No. Sin embargo, ¡cuántas gratificantes y profundas sensaciones están contenidas en ese inane vocablo y en tantas y tantas canciones del verano!
* * *

¡QUE VUELVA YA GEORGIE DANN!
El verano de 2003, una canción se levantó por encima de todas, aunque no consiguiese galardones ni el título honorífico de la canción del verano. Me refiero a la de La Banda del Capitán Canalla, “Que vuelva ya Georgie Dann”. Estos músicos se han atrevido a decir lo que tantos y tantos sentíamos y callábamos: que Georgie Dann sólo hay uno, porque es el único que ha sabido hacer de la horterada una sublime broma. La canción de la banda sintetiza lo que Georgie Dann ha significado para nuestras vidas y, por qué no, para la historia de España. Comienza la canción diciendo que un verano sin Georgie Dann es como una Navidad sin los Reyes Magos o Papá Noel (cierto). Luego lo comparan con otros éxitos del verano, fugaces, muy fugaces: las Ketchup, Amaral, Ricky Martin, Chayanne (bastante cierto). A continuación destacan su valor como precursor en tantas cosas, también en la picante estética del acompañamiento y la representación: “Él fue el primer nota que salía a actuar con go-gós medio en pelotas bailando detrás (...) Él fue el primero que se inventó los bailecitos del verano”. Más adelante, hay una referencia a los éxitos más importantes de su discografía: “el chiringuito, la barbacoa, el negro no puede, bailemos el bimbó”. Es cierto que, como dice este grupo, Georgie Dann no es ni Julio Iglesias, ni Raphael, ni Massiel, pero ¿alguna vez lo ha buscado? Además, era mucho más fácil ser uno de estos artistas que llegar a donde él ha llegado. He dejado para el final unos versos que me han emocionado: para hablar de cómo las canciones de Georgie Dann penetraron hasta el tuétano de nuestras vidas, se dice: “lo tocaban las orquestas en la fiesta patronal”. Con esto Dann pasa por encima de la canción, sin suprimirla, y la convierte en himno. Verdaderamente grandioso. ¿Quién ha conseguido esto? Nadie, absolutamente nadie.
Desde aquí, además, aprovecho la ocasión para tributar un merecido, sentido y emocionado homenaje tanto a las orquestas oficiales de todas las ciudades y pueblos de España como a esas orquestas populares (de donde han salido tantas estrellas del firmamento musical, como los triunfitos David Bisbal, Manolo Carrasco, Vicente, etc.) que pueblan la geografía española y que, con su labor callada, sacrificada, ambulante y oculta, contribuyen año tras año a la democratización de la horterada como elemento genuino español. La historia de estas orquestas es la historia de un anonimato heroico. Mientras escribo esto tengo delante las espléndidas fotografías de algunos grupos que nunca pasarán a la historia (no lo persiguen), pero que saben que con su labor están prestando un servicio público a la humanidad en las salas de fiesta, bodas, bautizos y comuniones y en esa uniformización del gusto que son las fiestas de los pueblos. Un brindis, pues, lleno de cariño y nostalgia, por la Orquesta 10, Reino, Brillo de Estrellas, Hollywood, Sonora Real, Alborán y Acrópolis Show, Arco Iris, la Orquesta Internacional Libertad, la Agrupación Musical Los Marchosos, Fusansc, el grupo Chalay, la orquesta Manhattan, Élite, Volcán Orquesta, La Habana, Frontera, Eclipse, Clasics, Nova Sinfonía, Carrusel, Sladam, Nancy, Guaycan, Los Dan, Glamour, Marsella, Melodías, Solana, Costa, Zahira, Angora, Madison, Níquel Pershing, Florida Show, Primera Plana, Samoa, Luna, San Francisco, Los Dos Españoles (tengo una cinta suya y lloro cada vez que cantan su sentido homenaje al camionero)... Todos estos grupos y orquestas, además de interpretar sus propias composiciones, engordan sus repertorios con los mejores éxitos de todos los tiempos, sobre todo con canciones veraniegas. Ellos representan la estabilidad y la continuidad. Son el valle sin el cual no hay cimas.
No he sido capaz de encontrar la fecha del nacimiento de Georgie Dann, pero eso, en un mito, ¿qué importa? Sé que nació en París, un 14 de enero. Estudió música y se dedicó a la docencia. Impartiendo clase descubrió su vocación como cantante. Creó un grupo con sus alumnos, donde fue dando forma a esa personalísima manera de concebir la música. Le encanta la música clásica (Bach), el jazz y la poesía (uno de sus poetas preferidos es Miguel Hernández). Gratis, sugiero desde aquí algunos temas de posibles tesis doctorales: “La influencia de Miguel Hernández en las letras de las canciones de Georgie Dann” o “El eco de J. S. Bach en los ritmos veraniegos de Georgie Dann”. Yo me he dedicado en cuerpo y alma durante unas semanas a rastrear en las letras de sus canciones versos e ideas de Miguel Hernández, y el resultado es espectacular, pero no quiero desvelar ninguna conclusión por si acaso me lanzo yo a hacer la tesis.
Vino a España de la mano del Festival del Mediterráneo, en la década de los setenta. Está felizmente casado y ha confesado que uno de sus primeros peluqueros fue Llongueras. Ya en 1976 era un ídolo de masas con “El bimbó”, canción que todavía hoy compite con “La konga” para cerrar como se merece una boda. Desde el principio, George Dann, icono de la transición española, tenía claro que lo suyo es ser una ong andante: “yo intentaba hacer música para divertir a la gente”. En unos momentos políticamente duros e intensos en España, hacía falta alguien que se empeñase en transmitir a la humanidad cosas felices y duraderas, esquivando con sagacidad el peso de la censura, con la que, son palabras suyas, nunca tuvo problemas (aunque todavía puede aparecer algún documento secreto que considere a Georgie Dann enemigo del régimen, nunca se sabe).. Cuando se le pregunta sobre los contenidos de las canciones, con una sorprendente sinceridad, Georgie Dann da en el clavo: “ Una canción es una cosa con la que la gente se puede divertir”. Toda su poética y su sabiduría encerrada en estas sencillas palabras.
“Lo fácil es lo difícil”. No es una cita de Gracián sino de Georgie Dann. “Yo soy músico y también estudié en el conservatorio. Intenté este tipo de canción veraniega, acompañada de baile, y he sido muy imitado”. Confiesa que cuando va de viaje le gusta escuchar chistes del humorista Arévalo (con esto se podría hacer otra tesis).
¿Quién hace las letras de su increíbles canciones? Él, sólo él. De entrada, intenta ser original, imprevisible (“siempre he procurado ir contracorriente. Si se lleva un estilo determinado, disco por ejemplo, yo salgo por donde la gente no espera”. ¿Tienen sus canciones un sentido, un mensaje oculto? Aquí, el muy cuco, no quiere desvelar el misterio. A veces, para despistar, se muestra tajante: “Nunca acabo de decir nada”; pero en otro momento deja caer que quizás haya algo más (apuesto por esto): “Mis canciones tienen un doble sentido, sin acabar de desvelarlo”. Prefiere que sean los receptores los que concreten el oculto mensaje de sus canciones. ¿Alguna finalidad oculta?: “Si la gente, cuando escucha tu canción, echa una sonrisa, ya está todo medio ganado” (y pensar que a otros artistas, por mucho menos, les han dado el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia).
Gracias al apoyo de un divertido anuncio televisivo, uno de sus más espectaculares éxitos musicales es la canción “La barbacoa”, con la que intenta atrapar la mentalidad de otro espécimen muy hispánico: el dominguero. Merece la pena reflexionar un poco sobre el ser dominguero para entender mejor la complicada y sinuosa letra de esta canción. Tras años de pausada contemplación, éstas son algunas de sus notas distintivas: rechazo de la improvisación (todo se lleva preparado, como se aprecia en la canción); huida de la originalidad; aprecio por la masificación y el plan familiar; perseverancia y constancia; nunca se debe tener miedo al ridículo; obediente a la tradición; gustos decimonónicos (es carne de cañón de la canción del verano); apasionado por los tópicos.
La canción, pues, comienza con una definición del dominguero: “Este domingo con todos los amigos/ nos vamos para el campo a comer la barbacoa”. Ya aparecen, como decíamos, algunos de los rasgos del dominguero: la obligada periodicidad (este domingo), el acusado sentido familiar y de la amistad (amigos) y la finalidad gastronómica (comer la barbacoa). Los siguientes versos insisten en algunas de estas características: “Nos llevamos muchas cosas, /las bebidas, las gaseosas”. El dominguero no improvisa sino que amarra todo lo que puede, sin lugar para las ocurrencias de última hora. Comentaba Georgie Dann que “lo fácil es lo más difícil”; por eso opta en toda la canción por rimas aparentemente fáciles pero que son el resultado de un esforzado trabajo poético: cosas/gaseosas, con la famosa rima en o-a, que tanta importancia tienen en su poética, lo mismo que la rima en illa-illa: “La salsita, las costillas/ buena carne a la parrilla”. Francamente genial. Luego viene el enigma del significativo barbekiú, fruto, quizás, de su plurilingüismo, su apertura hacia el mercado internacional y, por qué no, su sentido del humor.
La siguiente estrofa es un dechado de excelente utilización de los paralelismos sintácticos y emotivos, apoyados por el magistral uso de la exclamación con una finalidad enumerativa: “Qué ricos (los chorizos)/ Qué ricas (las salchichas)/ ¡Qué buenas –obsérvese el giro- (las chuletas). El ritmo está basado en la repetición de las mismas estructuras gramaticales, con las que refuerza el mensaje sentimental que desea transmitir.
Le he estado dando muchas vueltas al significado de este verso: “¡qué bueno es este vino de garrafa!”. ¿Qué querrá decir? Lo fácil es pensar que, irónicamente, Georgie Dann está lanzando una velada protesta social: tenemos que conformarnos con el vino de garrafa porque no tenemos dinero, de lo explotados que estamos, para poder comprar un vino mejor. Pero hay que rechazar esta interpretación en clave marxista (qué haría Luckács con estas canciones) porque ya sabemos que Georgie Dann lo único que desea es transmitir felicidad, sin más vueltas de hoja. Le podemos dar entonces un giro la vuelta al argumento: qué suerte poder tomar un vino de garrafa, un producto barato que acepta el paladar exigente de un buen dominguero. El justo uso otra vez de las exclamaciones pone las cosas en su sitio. Y el final de la canción es, abiertamente, una defensa de su optimismo vital, subrayado en todas sus facetas: sonrisa suya, de las bailarinas, los colores, los bailes, etc. La letra dice: “disfrutan como locos chupándose los dedos”. Imagen visual con la que fija, como una fotografía, el apoteósico espectáculo de la alegría.
“La barbacoa” es un excelente ejemplo de cómo Georgie Dann maneja todos los ingredientes de una canción, siempre pensando en el hortera/receptor, que asimila de manera subliminal los mensajes porque comparte la misma vitalidad (o por lo menos el deseo de vitalidad). Este sabio trabajo compositor se manifiesta también en otras canciones suyas, como en “El Chiringuito”, canción que guarda muchos puntos en común con “La barbacoa”. Aquí, entre nosotros, me he emocionado hasta las lágrimas con “Macumba”. No sé por qué, pensaba que se trataba de una letra insustancial, y no es así. “Macumba” describe el drama de una joven (¿Macumba?, ¿nombre real o seudónimo? ¿relato de una historia verídica?) que “vive igual que una estrella/ con sus aires de telenovela” (otra vez su inseparable rima e-a). Macumba ansía, como sus estrellas televisivas, una vida llena de otros encantos. Aunque no se dice abiertamente, se refugia en el mundo de la peligrosa noche, donde el baile es parte consustancial a su manera de vivir. Gracias a su habilidad, se convierte en “la reina del lugar”, ya que “no puede vivir sin dejar de bailar” (lugar/bailar). Pero esa aparente felicidad (tema obsesivo en las letras del francés) esconde la tragedia: ella, Macumba, gastó su vida entre “copas y risas”, metonimia que designa una vida mal vivida. Y peor todavía, perdió su ilusión “con políticos duques y artistas”. La verdad es que la tal Macumba iba un poco descaminada.
Otra canción estrella de Georgie Dann es “Una paloma blanca”. El punto de partida se me ocurre que puede ser la poesía que Rafael Alberti dedica a la paloma (“se equivocó la paloma”). Con pericia, el cantante convierte su paloma blanca en un símbolo del amor perdido. Entre el yo (enamorado sufrido en una playa) y el (amante lejano) se sitúa la paloma, que hace de mensajera/intermediaria/confidente del mal de amor. La paloma está entre los dos: “Una paloma blanca/ a los ojos me miró./ Una paloma blanca/ al verte triste lloró”. Traslación y personificación en un mismo verso, hábil amontonamiento de sugerencias. La paloma ve llorar a los dos. ¿Quién tiene la culpa? El protagonista, que fue quien la abandonó: “porque me marché/ muy lejos de ti”. Dolor, sufrimiento. Y todo en el contexto antitético de una playa alegre y exótica, escenario de mil felices batallas de amor. Acaba la canción con unos versos que superan ampliamente la capacidad evocadora de las golondrinas en el famoso poema de Bécquer. La paloma (que aquí sólo es una) se convierte en la íntima confidente de las cuitas de amor del enamorado: “Si todavía sientes niña/ aquel amor que te juré./ Busca en el cielo y la paloma/ te contará lo que lloré”. Emocionante. La misma fuerza trágica está presente en otro de sus conocidos éxitos: “La colegiala”.
A lo largo de su trayectoria, Georgie Dann ha dado muestras suficientes de su sutileza poética y de su capacidad para, con las palabras, con el cuerpo, con la música, contagiar a los receptores de sus profundos sentimientos, a veces camuflados en frivolidad. Los títulos de sus elepés son, a estos efectos, significativos: “Bota-va”, Casatshock” (con esa valiente reivindicación aperturista en tiempos de guerra fría del folklore ruso: aquí hay tema), “La cremallera”, “El soltero”.
La ligereza (repetimos, “lo fácil es lo difícil”) se puede apreciar en tres canciones quizás no tan conocidas: “La duchita”, “El pulpo” y ese sensacional ejemplo de didáctica narratividad como es “La gallina cha-cha-cha”. “El pulpo” es la más obvia, y el explícito mensaje sensual arrastra y rebaja el contenido lírico de la canción. “La duchita” es un prodigio de sencillez. La canción comienza de la siguiente manera: “Agua, agua, agua/ una duchita, una duchita, una duchita” (el efecto de la repetición, que hace las veces de balbuceo, convierte en innecesario el discurso gramatical). Más adelante, vuelve a aparecer el Georgie Dann picarón, aunque si hacemos caso a sus declaraciones, lo suyo es la sutil ambigüedad: “Me ducho por arriba, me ducho por abajo/ también con mi vecina, si me pilla de paso”. Algunos, en aquellos años, le consideraron un adelantado de la revolución sexual.
Pero vayamos a “La gallina cha-cha-ha”, canción que pudo inspirar años después (es una teoría mía) la letra de la canción de “La gallina Turureta”, uno de los grandes éxitos de Gaby, Fofó y Miliki. Inspirándose en los debates de amor tardomedievales, Georgie Dann se plantea la canción como un debate entre una tal María (nombre que será emblemático a partir de entonces en las canciones del verano, aunque ya antes, como era de esperar, Luis Aguilé había dedicado a este nombre toda una canción: “María no más”) y un anónimo narrador (¿el propio autor?). Comienza la canción: “María, dónde está la gallina”, Responde la tal María: “en el gallinero, en el gallinero” (obsérvese el ingenioso recurso dramático a la consabida repetición). Vuelve a preguntar el narrador: “¿Y qué hace la gallina?”. En ese momento, estamos como en suspenso: eso, ¿qué está haciendo la gallina? Con habilidad, ha introducido en el diálogo una dosis de intriga que deja al receptor con una sospechosa incertidumbre. Menos mal que María lo arregla todo en el siguiente verso: “La gallina pone huevos/ la gallina pone huevos”. Pero no acaba ahí la cosa, porque María posee tal sentido de lo didáctico que aprovecha la pregunta del ignorante narrador para dar una lección de ecología: “Por el día pone uno, por la noche pone dos”. Entran ganas de recomendar este texto en alguna asignatura de la ESO. Sin embargo, cuando pensábamos que la canción transcurría por senderos pedagógicos, viene la sorpresa, ese forzar el quiebro que tanto gusta a Georgie Dann. La tal María no es lo que parecía. Vuelve el diálogo, ahora con un tono más preocupado: “María, qué pasó en el gallinero”. Y la trágica respuesta, después de unos interminables segundos de espera: “Que he pelado al gallo para hacer puchero”. A simple vista, parece como si el cantante estuviera jugando con nosotros, los receptores. Pero no es así porque Georgie Dann vuelve a envolver toda la canción con sus inequívocos ritmos juguetones, dándonos a entender que no es ninguna tragedia sino que la lucha por la vida (del gallo sale el puchero que nos acabamos de comer) hay que tomársela así, con agradable filosofía, como todo lo que hace Georgie Dann, el verdadero motor, ídolo, gurú, vate y profeta de la canción del verano.
Georgie Dann es, en definitiva, un producto y a la vez un animador de la mayoría, de millones de gente común, que en él han visto el trasmisor de esa cultura tan tenue, pero tan persistente, que sin ella no habría historia.