lunes, 29 de septiembre de 2025

Notas para un diario: "Sorprendente pintada"

 

        Durante años coleccioné frases de las pintadas que veía por Vallecas. Tenía un buen archivo con expresiones que abarcaban muchos temas y modalidades, aunque por mayoría absoluta ganaban las pintadas de temas efímeros y sobre todo políticos. En muchas había una gran creatividad y mucha coña marinera. En la mayoría, simples y primitivos y obvios exabruptos políticos que subrayaban lemas y tópicos muy elementales y radicales. 

        El otro día, de camino a la comisaría de Sierra Carbonera para renovar el DNI, cerca de Martínez de la Riva, he visto una pintada de esas que va a ser difícil que se me olviden . Claramente, en Vallecas, hay un antes y un después de esa pintada. En ella ponía, en grande, con las habituales letras negras potentes y redundantes, “La poesía va más allá del poema”. A ver quién supera esto. Y en Vallecas.




domingo, 21 de septiembre de 2025

"Los extraños", de Vicente Valero

 


Diez años después de su publicación en 2014, la editorial Periférica vuelve a lanzar una nueva edición de esta gran novela de Vicente Valero (Ibiza, 1963), uno de los narradores españoles más interesantes de los últimos años. Su literatura, erudita, de gran calidad literaria, aborda temas poco usuales en la literatura actual, como ha hecho en Breviario provenzal y El arte de la fuga, entre otras obras que tienen un carácter unitario por sus parecidos objetivos estéticos. Los extraños es uno de esos libros que se seguirán leyendo por su originalidad, su verosimilitud, su punto de vista y unas historias repletas de vida.

El punto de partida es provocador: todas las familias tienen sus “extraños”. Familiares que, por diferentes circunstancias, se han alejado del devenir corriente de la familia. Unos lo han hecho definitivamente; otros, durante una larguísima temporada, motivada por oscuros desencuentros que puede que nunca sean descifrados. Con el paso del tiempo, esos personajes que aparecen como personajes secundarios en alguna fotografía en blanco y negro, se convierten en temas habituales de conversación. Y sobre ellos comienza la leyenda, pues los datos reales sobre su vida han desaparecido o forman parte del olvido.

            Este es el tema de este libro formado por cuatro narraciones en las que el autor recuerda a cuatro familiares de hace ya muchos años. La mayoría nacen con el siglo XX y viven a su manera, de manera directa o tangencial, los hechos más importantes del siglo XX español: las desventuras del África colonia, la agitada Segunda República, el hachazo de la Guerra Civil, la dura posguerra en España o en el exilio, la Ibiza rural de los años 70... 

            El autor ha oído hablar de ellos a sus padres, abuelos y familiares durante su infancia; a algunos, los ha conocido, aunque apenas recuerda nada. Todos han dejado algunas huellas, pocas: cartas, postales, fotografías. “Cuando de lo que se trata es de reconstruir la vida de un extraño –escribe el autor- (...) esta búsqueda debiera comenzar no en los recuerdos (...) sino en las huellas, es decir, en las heridas y en las cicatrices que sí han permanecido”. Esas heridas y cicatrices siguen presentes y forman parte, con sus desdibujados datos, de la leyenda familiar. El autor se propuso investigar sobre sus vidas y ofrecer un rastro coherente de lo que hicieron desde que, voluntariamente o por determinadas circunstancias, se alejaron del tronco común. El resultado es este libro, muy ameno, que es también un ejercicio literario sobre la familia y los misterios familiares.

            La primera narración está dedicada al teniente Marí Juan, que había nacido en Morna (Ibiza) en 1900, y a quien su padre preparó desde muy joven para que fuese abogado, escapando así de la tradición rural familiar. Sin embargo, Marí Juan eligió la aventurera vida militar como ingeniero, desempeñando labores en el África colonial, donde incluso el autor piensa que por su afición a los aviones pudo tener algún contacto con el escritor francés Saint-Exupéry, contemporáneo suyo. El teniente Marí Juan, casado con una joven de Ibiza, regresó sin embargo muy joven a la isla enfermo de gravedad. 

El tío Alberto era un hermanastro del padre del autor. El posterior divorcio de los padres provocó la separación de los hermanos hasta que vuelven a encontrarse muchos años después. El tío Alberto ha llevado una vida viajera, casi de película, dedicado en cuerpo y alma a su gran pasión: el ajedrez. 

Carlos Cervera abandonó a los 16 años su vida en el seminario para dedicarse al mundo de la farándula. Se escapó en un barco rumbo a Barcelona, donde empezó un estilo de vida totalmente alejado de la vida rural y cerrada de su localidad natal. De su vida son testigos las numerosas postales que todavía se conservan. La última historia que rescata el autor está protagonizada por el comandante Chico, teósofo, vegetariano y practicante del yoga, que tuvo que exiliarse en Francia al acabar la Guerra Civil, donde murió años después con el sueño de regresar a una España republicana. 

            Cuatro historias amenas y muy bien desarrolladas en sus aspectos más insólitos. Como escribe Valero, “una biografía, como la salida de un laberinto, es también, en primer lugar, el inicio de una búsqueda”. Las búsquedas del autor han dado su fruto con el relato de unas vidas que puede que fueran como él las ha imaginado.



Los extraños

Vicente Valero

Periférica. Cáceres (2024)

176 págs. 21 € (papel) / 8,99 € (digital).

jueves, 11 de septiembre de 2025

Notas para un diario: "Vanidad de vanidades en el estanco"

     A principios de septiembre de 2025, he vuelto a pasar por el inicio de la calle Príncipe de Vergara, donde está, desde que empecé a trabajar en esa zona, un estanco que me tenía absolutamente alucinado. El palo ha sido tremendo: el estanco ha cerrado, me imagino que por jubilación. Como homenaje a este local tan emblemático y especial, rescato un texto que escribí hace unos años dedicado a un lugar que, con su decoración y señas de identidad, nunca debería haber cerrado. Nunca.



Mi trabajo está en una buena zona comercial de Madrid. En el inicio de la calle Príncipe de Vergara, entre las calles de Jorge Juan y Goya. Es una zona de muchas oficinas, negocios y tiendas que está repleta de bares y restaurantes de diferentes niveles, según por donde te muevas. Por ejemplo, la calle Jorge Juan, a partir de Velázquez en dirección a Serrano, tiene un buen número de restaurantes de alto nivel que se han puesto muy de moda en los últimos años. Más arriba, por la zona más cercana a mi trabajo, hay también buenos sitios exclusivos y otros dirigidos a bolsillos más populares. Al ser un barrio tan activo, los negocios abren y cierran a toda velocidad, y más todavía en los años de la crisis y también ahora en plena pandemia, que está pasando factura a muchas tiendas. Pero no paran de surgir nuevas iniciativas de negocio, pues estamos hablando de un barrio que mueve a miles de personas, supuestamente con un nivel adquisitivo alto.

            Como la aldea de Astérix, rodeada por todas partes del poderío del ejército romano, hay un negocio al inicio de la calle Príncipe de Vergara que resiste los vaivenes del paso del tiempo. Su sola presencia es un antídoto contra el exuberante poderío del neocapitalismo salvaje y la avasalladora fuerza del marketing. Desde que llevo trabajando por la zona, hace más de veinticinco años, la tienda, un estanco, sigue completamente igual: no ha hecho ninguna reforma, ningún cambio, ninguna adaptación a los nuevos aires comerciales. Tampoco ha actualizado sus pequeños escaparates, que lucen productos muy antiguos, orgullosamente pasados de moda pero sin que se les pueda aplicar el calificativo de vintage. La misma sensación de progresivo envejecimiento y, a la vez, de retroceder al paso del tiempo tiene uno si entra dentro. A la derecha hay uno de esos muebles giratorios con postales de un Madrid antiguo y sin brillo. Otro mueble para los libros de una antigua colección de libros, Alianza Cien (al precio de 150 pesetas) completamente vacío. A la izquierda, unos bolígrafos ya jubilados y unas casposas tarjetas de regalos para celebrar fiestas, aniversarios y onomásticas Enfrente, un decadente y sucio cristal. Detrás del mostrador, la dependienta, atemporal. Y como fondo, lo único que vende: tabaco y algunos sellos. Nada más. El único signo de modernidad es un extintor antiincendios rojo.



            Me admira el proverbial y perseverante realismo de la dependienta, que tiene pinta de ser también la propietaria. Ha decidido, quizás con un admirable sentido común, no invertir ni un mísero euro en la imagen del negocio. En los tiempos actuales de un poderoso y omnipresente marketing, espumoso y en muchos casos ridículo, este negocio supone un corte de mangas a los tópicos de la modernidad. De hecho, prefiere que todo siga igual antes que introducir el más mínimo cambio en el escaparate de la derecha, donde hay amontonados juegos de llaveros llenos de polvo del Real Madrid, Atlético de Madrid y Barcelona. O en el escaparate de la izquierda, repleto de mecheros antediluvianos, carpetas de plástico ya derrotadas por el sol, barajas de cartas de la época de Marcial Lafuente Estefanía y libros para niños que hoy ya están en el Imserso.



            Para ella está claro que lo importante, lo único importante, es el tabaco. Tampoco lo es la atención al cliente, que a veces tiene que esperar más de la cuenta porque la dependienta pasa olímpicamente de todo, mimetizada como está con el alma pasajera del negocio. No la verás estresarse, ni correr más de la cuenta, ni agobiarse. Por supuesto, no está pensando en renovar lo accesorio, un lujo innecesario. El que entra en el estanco no se va a entretener en las postales, ni en los llaveros, ni en los mecheros, ni en las barajas de cartas. Y ella lo sabe. 

            El estanco es, por eso, un símbolo de resistencia, una metáfora de unos valores permanentes, un testigo de la levedad y fugacidad del paso del tiempo. Los años pasan y pasan. Las modas se suceden. La imaginación publicitaria se dispara. En su obstinación existencial, este estanco y su dueña son un grito dirigido al vanidoso hombre contemporáneo. Al igual que el experimentado profeta del Eclesiastés, la dependienta parece decir que todo es “vanidad de vanidades, todo es vanidad ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol? (…) Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol”. 

-“Por favor, un paquete de Fortuna”. 

-“Ya voy”.




 

lunes, 1 de septiembre de 2025

"Donde las Hurdes se llaman Cabrera", de Ramón Carnicer

 


He estado este verano en Ponferrada en los días en que los incendios asediaban El Bierzo y todo León. Y he recordado un libro de viajes que leí hace años de Ramón Carniver que recorre los pueblos olvidados de León, más entonces que ahora, integrados ahora al ritmo normal de la vida de tantos pueblos. También visita las Médulas, que ha padecido los incendios de este verano (2025). 


En 1962, el escritor Ramón Carnicer (1912-2007) recorrió el valle del río Cabrera, en los confines de la provincia de León con las de Zamora y Orense. En 1964, publicó este libro, en el que cuenta ese viaje, los lugares que recorrió y las gentes con las que se encontró en una zona muy cercana a su localidad natal, Villafranca del Bierzo, donde pasó la infancia hasta trasladarse a Barcelona, donde fue profesor, ensayista y autor también de otros libros de viajes como Gracias y desgracias de Castilla la Vieja

El título, Donde las Hurdes se llaman Cabrera, ya es bastante significativo de su intención: la Cabrera, aunque menos conocida que las Hurdes (que el rey Alfonso XIII recorrió en un famoso viaje) es otra zona olvidada y marcada por la pobreza. Cuando el libro se publicó, como escribe el autor en la “Advertencia” que abre la edición de 1985 (y que se reproduce en este libro), “supuso para quien esto escribe una serie de insultos, amenazas y reproches cuyas notas comunes eran la injusticia y la zafiedad, cuando no el sórdido interés de quienes se aprovechaban de una situación humana en muchos aspectos bochornosa”. En muchos sentidos, ya en 1985, gracias a la explotación minera de la pizarra, habían cambiado mucho las cosas y la Cabrera se había incorporado, muy lentamente, a los avances del progreso y la modernidad, aunque la pobreza secular ha llevado al despoblamiento de muchos de estos pueblos.

            Pero en 1962, esa zona alejada de casi todo, sin carreteras, pobre, sin recursos, parecía como si el tiempo se hubiese detenido. Los pueblos viven al día, con una pobreza que transite dignidad. Carnicer recorre los pueblos de la Cabrera Baja, bañados todos ellos por el río Cabrera o sus riachuelos y arroyos afluentes. Componen esta zona unos veinticinco pueblos con, a principios de los sesenta, unos 6.000 habitantes. La zona es muy montañosa. 



El viaje comienza en el pueblo de Puente de Domingos Flórez. El primer pueblo importante es Pombriego, al que presta una especial atención por lo que representa para esa zona. Luego recorre Santalavilla, Llamas, Odollo, Castrillo de Cabrera, Noceda, Saceda, Nogar, Robledo, Quintanilla, La Baña... En la Cabrera se encuentran Las Médulas, aquellas minas de oro explotadas por los romanos, lo mismo que otras minas cercanas. Hablando del pueblo de Odollo, escribe el autor: “Visto desde su cumbre, la nota dominante del pueblo es el negro ruinoso de los tejados, bajo los cuales se adivinan miserias, conciencias embotadas por la fatalidad de la costumbre, personas que oirían sin comprenderlo –porque “siempre ha sido así, y así seguirá siendo”- al reformador teorizante que puesto en pie en esta peña donde estoy sentado perorara colérico en nombre de la igualdad de derechos, el progreso y el nivel de vida”.

El viajero, bastante más humano que esos teóricos, observa las costumbres, los modos de vida, las ilusiones de sus gentes. Come con ellos, asiste a sus fiestas, visita las cantinas, charla con unos y con otros, aunque las conversaciones de más contenido las suele tener con los curas que atienden estos pueblos y con los maestros y maestras que hacen aquí lo que pueden, pues el atraso es endémico, lo mismo que la ignorancia y el analfabetismo. Las tierras son duras, secas, y para sacarles algo de rendimiento exigen ímprobos trabajos de toda la familia. El viajero, con un estilo sobrio, explica lo indispensable para entender lo que pasa en la Cabrera.



En su recorrido, resultan muy entrañables algunos de los personajes con los que se encuentra: el cura don Manuel, de Odollo, que atiende también varios pueblos, un derroche de sentido común y hospitalidad; la maestra Virginia, que habla con cariño de las gentes de su pueblo, reconociendo que las duras condiciones de vida de la zona determinan su falta de interés por la educación y la cultura; el indiano de Maracaibo, que tiene la solución para salir del atraso; Ceferino, el guía, entusiasta conocedor de todos los caminos... Con todos, el autor tiene conversaciones sencillas, interesantes, nada prepotentes. El sentido crítico del libro, que lo tiene, no está precisamente en los discursos ni en la moraleja, sino en la llana y realista descripción de la vida en esos pueblos y su secular falta de medios.

            “El origen de todo –resume el médico de La Baña al hablar de la Cabrera y sus habitantes- está en la alimentación escasa y en la miseria general, cuyas derivaciones más comunes son el bocio y el cretinismo”. ¿Y la solución? “La receta más segura (Marañón lo decía) es ésta: civilización. Pero este producto no se despacha en la farmacia del Puente ni en la de Truchas. Ha de venir de más lejos y de más arriba y tiene poco que ver con los últimos descubrimientos. El bocio disminuye cuando se eleva el nivel de vida de las regiones afectadas, cuando la alimentación es abundante y variada, cuando los caminos acercan a la gente y la liberan de la consanguinidad”.



            A pesar de este negro balance, el recorrido que hace Carnicer por estas tierras resulta entrañable y humano y permite adentrarse en un mundo desconocido, en una España olvidada de los Planes de Desarrollo; y en este recorrido uno comparte conversaciones y reflexiones con unos habitantes que, como la maestra Virginia y el cura Manuel, trabajan en serio para aportar a sus vecinos otras expectativas vitales. 

Esta edición contiene las fotografías que hizo el mismo autor de este viaje, un excepcional testimonio gráfico de aquel recorrido y de aquella España.




Donde las Hurdes se llaman Cabrera

Ramón Carnicer

Gadir. Madrid (2012)

216 págs. 17,50 €.