“Llevo en el nombre a
la humanidad naciente, pero pertenezco a una humanidad que se
extingue”, escribe al principio de esta novela Adam, su principal
narrador y protagonista, un profesor árabe de Historia que vive
desde hace décadas en París después de haberse exiliado en la
década de los setenta del Líbano, su país natal. Adam, un trasunto
del autor, abandonó el país cuando la guerra civil destrozó
absolutamente todo y cambió el destino de muchos de los integrantes
de su generación, afectados de lleno por la marcha de la guerra y
por sus consecuencias. Desde entonces no ha regresado al Líbano,
aunque ha seguido muy al tanto de lo que sucede allí y también del
destino de sus principales amigos.
La novela comienza
cuando Adam recibe desde el Líbano una intempestiva llamada
telefónica de Tania, la mujer de Mourad, uno de sus mejores amigos
ahora gravemente enfermo, aunque en los últimos años el
distanciamiento entre ellos se ha ido agrandando por cuestiones
políticas. Animado por su actual pareja, la argentina Dolores, Adam
viaja al Líbano para reencontrarse con Mourad, aunque cuando llega
éste acaba de fallecer. Tras saludar a la viuda, decide pasar una
temporada en Beirut con el fin de preparar un encuentro entre todos
los amigos que formaron, en la década de los 70, el Círculo de los
Bizantinos, un grupo de universitarios procedentes de diferentes
carreras, religiones, culturas... que compartieron una fuerte amistad
en unos difíciles momentos.
Adam
se pone en contacto con todos ellos para preparar la reunión. Esas
gestiones, que anota escrupulosamente en unas libretas personales que
funcionan como un diario íntimo, le sirven a Adam para describir el
ambiente del Líbano durante su juventud, la convulsión de la
guerra, las diferentes reacciones de sus amigos, las cicatrices del
exilio y, sobre todo, la estrecha unión que existía entre todos
ellos; a la vez, Adam, un intelectual, reflexiona sobre el destino de
un país de una rica herencia cultura y religiosa, que durante
décadas consiguió un elogiado equilibrio político que, sin
embargo, desde aquellas décadas, amenaza constantemente con romperse
por las presiones históricas, políticas y religiosas que a lo largo
de su historia ha padecido Beirut. Como escribe Adam en una de su
anotaciones, “es ese conflicto el que impide a Occidente y al islam
reconciliarse, es el que hace retroceder a la humanidad contemporánea
hacia las crispaciones identitarias, hacia el fanatismo religioso,
hacia eso que llaman en nuestros días el enfrentamiento de las
civilizaciones”.
Adam se instala en el
hotel que dirige Semiramis, una de estas antiguas amistades, una
mujer que, tras una aguda crisis, consiguió recuperarse de la muerte
al inicio de la guerra de su antiguo novio, Bilal, un prometedor
escritor. El hermano de éste, Nidal, también asiduo a aquellas
tertulias del grupo de los Bizantinos, acudirá a la reunión
programada por Adam, aunque puede ser uno de los elementos de
fricción, pues Nidal está comprometido al máximo con la causa
radical islámica. También recupera Adam el contacto con el inseguro
y pesimista Albert, quien acudirá desde Estados Unidos, donde
trabaja desde hace décadas; y con Naim, un judío que se ha
establecido en Brasil. También contacta con Ramez, quien dirige
importantes empresas en el mundo árabe, y con su antiguo socio,
Ramzi, ahora monje católico en un monasterio después de haber
sufrido una desgraciada experiencia y haber vivido una intensa y
vacía vida de negocios. Todos ellos representan una parte cultural y
religiosa de la elogiada convivencia que había en el Líbano y que
se hizo añicos con la guerra.
El
regreso al Líbano provoca en Adam un auténtico mazazo afectivo y
existencial que también le lleva a cuestionar parte de su vida y las
decisiones que ha ido tomando. Esta desorientación, similar en otros
personajes, le lleva a tener durante su estancia en Beirut una
intensa relación con Semiramís, también sexual, que, sin embargo,
en una pirueta moral difícil de encajar y justificar, es consentida
desde la distancia por Dolores, su pareja parisina.
La narración combina el
relato en tercera persona de los hechos con numerosas reflexiones que
proceden de los diarios de Adam. En estos textos, incluye Amin
Maalouf (Beirut, 1949), Premio Príncipe de Asturias de las Letras
2010, muchas de las ideas que viene repitiendo tanto en su conocida
obra literaria (en la que destacan títulos como León el Africano
y La roca de Tanios), como ensayística, entre las que destaca
de manera especial Identidades asesinas, aunque en esta
ocasión se acentúa más el ingrediente biográfico, ya presente en
su anterior obra de ficción, Orígenes, todavía de modo más
acusado, pues Maalouf convierte en ficción parte de su propia
experiencia personal.
Además
de las cuestiones étnicas, políticas e históricas, tiene un lugar
importante en estas reflexiones la religión, vista unas veces con un
gran respeto y otras con una actitud distante y crítica, pues el
protagonista considera que gran parte de los problemas de su país
están vinculados a una exagerada presencia invasiva de la religión.
Adam se halla “entre la creencia y la incredulidad”, término
medio que le permite no caer en fáciles simplificaciones y hasta
descalificaciones pero que denota también ignorancia de la auténtica
vivencia religiosa, reducida en ocasiones exclusivamente a sus
manifestaciones sociológicas y hasta políticas.
Los desorientados
Amin MaaloufAlianza. Madrid (2012)
528 págs. 22 €.
T.o.: Les Desorientes. Traducción: María Teresa Gallego.
José Antonio: muy interesante tu comentario y tus enlaces.
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