lunes, 15 de octubre de 2012

Raúl Brandao, un clásico contemporáneo de las letras portuguesas


En 2009, también en Ediciones del Viento, se publicó Los pescadores, de Raúl Brandao (1867-1930) y, junto con ésta, Las Islas Desconocidas, las más costumbristas y de más calidad. En las dos aparece su dramático sentido de la literatura, que le lleva a estar muy cerca de las gentes, a ser posible de los más pobres –como sucede en Los pescadores-, con unos temas, paisajes y personajes sencillos y realistas que aborda con un singular estilo trágico e impresionista.

Los pescadores se publicó en 1923. Un año después, en 1924, acompañado de su mujer, realizó un viaje a las Islas de las Azores y Madeira. Esta experiencia le sirvió para escribir un libro que apareció en 1926. No se trata de un libro de viajes al uso ni mucho menos de una guía turística, géneros que están, sobre todo el último, en las antípodas de la manera de escribir de Brandao. Más aún, repudiaba no sólo este género sino el concepto mismo de turismo, que ya empieza a apoderarse en aquellos años de algunas de estas islas, en especial de Madeira. Es cierto que de 1924 a ahora han cambiado muchas cosas en esta islas, en sus gentes y modos de vida. Sin embargo, Brandao supo apropiarse del alma de unas islas en aquellos años lejanas y desconocidas. Antes y ahora, sin embargo, “la belleza del paisaje sigue siendo irreal”.
 

Brandao recorre las islas que forman parte del archipiélago de las Azores, muy distintas en su orografía, características, accesibilidad y en sus gentes. A Brandao le interesa captar el paisaje –su prioridad- y, también, hablar con sus gentes para conocer sus costumbres y sus modos de vida. De las gentes de Corvo, la isla más alejada de todas, escribe: “Lo que en la soledad los libra de la naturaleza y del infierno es la religión. Es la que, más allá de la vida monótona, de la vida horrible, les muestra otra vida superior. La que los une y los salva”. Y describiendo la vida de los habitantes de la Isla Graciosa dice: “Estos hombres desamparados tienen en su aislamiento y en su explotada pobreza un algo de misterioso”.

Donde más brilla el estilo impresionista de Brandao es en la descripción del paisaje. Su estilo se atreve con todo tipo de escenas y estampas, intentando, como si se tratase de pintar un cuadro, matizar al máximo los colores y los detalles, con un vocabulario lleno de matices y riquísimo que la magnífica edición y traducción de María Tecla Portela ha sabido trasladar con vida al castellano. Su prosa se estiliza ante estos retos descriptivos y adquiere un variado cromatismo con el que busca definir la fuerza telúrica del paisaje, como, por ejemplo, al querer describir el cielo: “Blanco y quieto, blanco e indeciso, blanco lastimado, claridad tan íntima que yo mismo desfallezco”. Cuando habla con sus gentes se muestra, sin embargo, en ocasiones distante y duro en sus juicios, quizás porque le resulte imposible entender esos modos de vida o porque no consiga esquivar los prejuicios, pues en aquellas islas desconocidas la gente vive con otras coordenadas existenciales. También se encuentra con gente que “pasaron su vida siempre en el mar y lo ignoran todo del mundo”.

Las Islas Desconocidas
Raúl Brandao
Ediciones del Viento. A Coruña (2010). 200 págs. 17,50 €. T.o.: As Ilhas Desconhecidas. Traducción: María Tecla Portela Carreiro.

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