jueves, 4 de octubre de 2012

Centenario de "Campos de Castilla", de Antonio Machado


La editorial Cálamo, con sede en Palencia, publica una edición especial de Campos de Castilla con motivo del primer centenario de la aparición de uno de los mejores poemarios de la literatura española del siglo XX. Esta edición viene acompañada de 67 ilustraciones a cargo de Juan Manuel Díaz-Caneja (1905-1988), pintor que vivió en Madrid y París, que fue uno de los iniciadores de la Escuela de Vallecas con el escultor Alberto y el también pintor Benjamín Palencia y que, con un espíritu vanguardista, reflejó en sus cuadros la vida de Castilla, hilo conductor que lo emparenta con Antonio Machado y otros escritores de la Generación del 98.

Machado se trasladó a Soria en 1907 para ocupar al cátedra de francés. Vivió allí hasta 1912, cuando abandonó la ciudad rumbo a Baeza tras la muerte de su mujer, Leonor Izquierdo, con la que había contraído matrimonio en 2010 y que murió tras una dolorosa enfermedad en agosto de 2012. Campos de Castilla se publicó en 2012, aunque la primera versión ya estaba acabada en 2010, pues sucesivos problemas editoriales retrasaron su publicación. Machado fue ampliando sucesivamente este libro con poemas posteriores a 2010, aunque él afirmó siempre la unidad que había también en los poemas que escribió ya fuera de Soria, algunos dedicados precisamente a la muerte de Leonor y otros a Baeza.

Anteriormente, Machado había publicado Soledades. Galerías. Otros poemas, cuya última edición es de 1907. Aunque en Campos de Castilla mantiene el mismo tono melancólico y sereno, y el paso del tiempo sigue ocupando un lugar destacado, hay en Machado un cambio sustancial. Los temas propios de la estética modernista y simbolista que dominan en sus poemas anteriores, en la estela de Rubén Darío y Verlaine, son reforzados ahora por un mayor peso del paisaje castellano y de una simbología ética que subraya el componente cívico de muchos de sus poemas, en consonancia con las inquietudes sociales y hasta políticas de otros miembros de la generación del 98, como pueden ser Azorín, Miguel de Unamuno y Valle-Inclán, a quienes dedica algunos poemas de Campos de Castilla.

Las tierras sorianas y sus gentes poco tienen que ver con la Andalucía natal del autor, y con París y Madrid, donde Machado había vivido antes de su traslado a Soria. Al principio, Machado juzga de manera cruda y árida tanto el paisaje como el retraso secular de aquellas tierras castellanas; sin embargo, poco a poco Machado descubre en el paisaje una fotocopia de su espíritu y también de sus inquietudes. Su reflexión sobre Castilla y el campo soriano se convierte, así, en un símbolo que va más allá de su propia intimidad para convertirse en una reflexión generacional, donde Machado ve la síntesis de muchos problemas por los que atraviesa España en aquellos años.

El paso del tiempo ha convertido Campos de Castilla en un imprescindible poemario sobre Castilla, Soria, sus paisajes y sus significados. Hoy es imposible ver aquellas tierras, que apenas han cambiado sustancialmente, sin la mirada nostálgica y melancólica de Machado, que vivió además en ellas momentos personales muy importantes, como su enamoramiento y la posterior muerte de Leonor. Mucho se ha escrito sobre la importancia de su estancia en Soria para encontrar su voz poética definitiva, siempre traspasada por una tristeza honda y unas inquietudes cívicas y sociales nada superficiales que cobraron más fuerza en su estancia soriana.

Se abre el libro con el conocido “Retrato”, radiografía de su alma y de su poética. Luego vienen una sucesión de estampas sobre personas, lugares, paisajes con los que se acrecienta su estupor ante unas tierras que, tras una etapa complicada, poco a poco empieza a comprender, tras un momento muy crítico, con descripciones duras. En “Primavera soriana” y “Campos de Soria” hay ya un acercamiento más emotivo al paisaje castellano, remarcando la tristeza que emana de aquel paisaje y el amor que Machado encuentra en las “colinas plateadas”, los “grises alcores”, las “cárdenas roquedas”. Luego está el largo poema “La tierra de Alvargonzález”, con tantas resonancias que ligan su contenido y su forma a la tradición poética castellana. El inmortal poema “A un olmo seco”, con ese brote de inesperada esperanza que anuncian los versos finales. Poemas en los que el poeta se queja a Dios de la muerte de Leonor, habla de su soledad infinita y saca a relucir sus melancólicos recuerdos. El poema “ José María Palacio”, escrito ya en Baeza en 1913, describe perfectamente cómo el campo de Castilla forma parte ya del alma machadiana, plagada de íntimos y agradables recuerdos. Y la peculiar religiosidad, poco andaluza, que transmite “La saeta”. Y las condensadas reflexiones sobre el presente y el futuro de España, marcadas por la tristeza y la crítica.
Esta edición de Campos de Castilla se enriquece, como escribe el poeta Fermín Herrero en su introducción, con las pinturas de Díaz-Caneja. Los dos, poeta y pintor, practican una “metafísica de lo castellano”. “No hay pintor –escribe el prologuista- que transmita con tanta propiedad la emoción espacial, sobria y austera, adusta incluso, que caracteriza el sentido último de Campos de Castilla”.


Campos de Castilla
Antonio Machado
Cálamo. Palencia (2012)
276 págs. 26 €.




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