La editorial Cálamo,
con sede en Palencia, publica una edición especial de Campos de
Castilla con motivo del primer centenario de la aparición de uno
de los mejores poemarios de la literatura española del siglo XX.
Esta edición viene acompañada de 67 ilustraciones a cargo de Juan
Manuel Díaz-Caneja (1905-1988), pintor que vivió en Madrid y París,
que fue uno de los iniciadores de la Escuela de Vallecas con el
escultor Alberto y el también pintor Benjamín Palencia y que, con
un espíritu vanguardista, reflejó en sus cuadros la vida de
Castilla, hilo conductor que lo emparenta con Antonio Machado y otros
escritores de la Generación del 98.
Machado se trasladó a Soria en 1907 para ocupar al
cátedra de francés. Vivió allí hasta 1912, cuando abandonó la
ciudad rumbo a Baeza tras la muerte de su mujer, Leonor Izquierdo,
con la que había contraído matrimonio en 2010 y que murió tras una
dolorosa enfermedad en agosto de 2012. Campos de Castilla se
publicó en 2012, aunque la primera versión ya estaba acabada en
2010, pues sucesivos problemas editoriales retrasaron su publicación.
Machado fue ampliando sucesivamente este libro con poemas posteriores
a 2010, aunque él afirmó siempre la unidad que había también en
los poemas que escribió ya fuera de Soria, algunos dedicados
precisamente a la muerte de Leonor y otros a Baeza.
Anteriormente, Machado
había publicado Soledades. Galerías. Otros poemas, cuya
última edición es de 1907. Aunque en Campos de Castilla mantiene
el mismo tono melancólico y sereno, y el paso del tiempo sigue
ocupando un lugar destacado, hay en Machado un cambio sustancial. Los
temas propios de la estética modernista y simbolista que dominan en
sus poemas anteriores, en la estela de Rubén Darío y Verlaine, son
reforzados ahora por un mayor peso del paisaje castellano y de una
simbología ética que subraya el componente cívico de muchos de sus
poemas, en consonancia con las inquietudes sociales y hasta políticas
de otros miembros de la generación del 98, como pueden ser Azorín,
Miguel de Unamuno y Valle-Inclán, a quienes dedica algunos poemas de
Campos de Castilla.
Las tierras sorianas y sus gentes poco tienen que
ver con la Andalucía natal del autor, y con París y Madrid, donde
Machado había vivido antes de su traslado a Soria. Al principio,
Machado juzga de manera cruda y árida tanto el paisaje como el
retraso secular de aquellas tierras castellanas; sin embargo, poco a
poco Machado descubre en el paisaje una fotocopia de su espíritu y
también de sus inquietudes. Su reflexión sobre Castilla y el campo
soriano se convierte, así, en un símbolo que va más allá de su
propia intimidad para convertirse en una reflexión generacional,
donde Machado ve la síntesis de muchos problemas por los que
atraviesa España en aquellos años.
El paso del tiempo ha convertido Campos de
Castilla en un imprescindible poemario sobre Castilla, Soria, sus
paisajes y sus significados. Hoy es imposible ver aquellas tierras,
que apenas han cambiado sustancialmente, sin la mirada nostálgica y
melancólica de Machado, que vivió además en ellas momentos
personales muy importantes, como su enamoramiento y la posterior
muerte de Leonor. Mucho se ha escrito sobre la importancia de su
estancia en Soria para encontrar su voz poética definitiva, siempre
traspasada por una tristeza honda y unas inquietudes cívicas y
sociales nada superficiales que cobraron más fuerza en su estancia
soriana.
Se abre el libro con el conocido “Retrato”, radiografía de
su alma y de su poética. Luego vienen una sucesión de estampas
sobre personas, lugares, paisajes con los que se acrecienta su
estupor ante unas tierras que, tras una etapa complicada, poco a poco
empieza a comprender, tras un momento muy crítico, con descripciones
duras. En “Primavera soriana” y “Campos de Soria” hay ya un
acercamiento más emotivo al paisaje castellano, remarcando la
tristeza que emana de aquel paisaje y el amor que Machado encuentra
en las “colinas plateadas”, los “grises alcores”, las
“cárdenas roquedas”. Luego está el largo poema “La tierra de
Alvargonzález”, con tantas resonancias que ligan su contenido y su
forma a la tradición poética castellana. El inmortal poema “A un
olmo seco”, con ese brote de inesperada esperanza que anuncian los
versos finales. Poemas en los que el poeta se queja a Dios de la
muerte de Leonor, habla de su soledad infinita y saca a relucir sus
melancólicos recuerdos. El poema “ José María Palacio”,
escrito ya en Baeza en 1913, describe perfectamente cómo el campo de
Castilla forma parte ya del alma machadiana, plagada de íntimos y
agradables recuerdos. Y la peculiar religiosidad, poco andaluza, que
transmite “La saeta”. Y las condensadas reflexiones sobre el
presente y el futuro de España, marcadas por la tristeza y la
crítica.
Esta edición de Campos de Castilla se
enriquece, como escribe el poeta Fermín Herrero en su introducción,
con las pinturas de Díaz-Caneja. Los dos, poeta y pintor, practican
una “metafísica de lo castellano”. “No hay pintor –escribe
el prologuista- que transmita con tanta propiedad la emoción
espacial, sobria y austera, adusta incluso, que caracteriza el
sentido último de Campos de Castilla”.
Campos de Castilla
Cálamo. Palencia (2012)
276 págs. 26 €.
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