miércoles, 5 de noviembre de 2025

Nadiezhda Mandelstam, “Contra toda esperanza”

             


En un reciente libro publicado por Acantilado,
La educación soviética, de Olga Medvedkova, se cuenta una anécdota relacionada con la madre de la protagonista, la joven Liza Klein. La madre, Lucie, trabaja en la editorial "Artista Soviético" que, como el resto de editoriales, está controlada por el Gobierno comunista. Una de sus compañeras en la editorial fue despedida e interrogada (y estamos a inicios de la década de los 80) por leer Contra toda esperanza, libro de memorias en el que Nadiezhda Mandelstam cuenta la persecución que sufrió su marido, el poeta Ósip Mandelstam, por parte de las autoridades soviéticas. Recupero una reseña que escribí cuando se publicó este libro en la editorial Acantilado, en una espléndida edición.

Como cuenta Vitali Shentalinski, , en Esclavos de la libertad (Galaxia Gutenberg), un poema satírico sobre Stalin condenó a Ósip Mandelstam, (1891-1938), detenido en 1934. El poema es el siguiente: Epigrama contra Stalin: “Vivimos sin sentir el país a nuestros pies, / nuestras palabras no se escuchan a diez pasos. / La más breve de las pláticas / gravita, quejosa, al montañés del Kremlin. / Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos, / y sus palabras como pesados martillos, certeras. / Sus bigotes de cucaracha parecen reír / y relumbran las cañas de sus botas. / Entre una chusma de caciques de cuello extrafino / él juega con los favores de estas cuasipersonas. / Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora; / sólo él campea tonante y los tutea. / Como herraduras forja un decreto tras otro: / A uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero en la ceja, al cuarto en el ojo. / Toda ejecución es para él un festejo / que alegra su amplio pecho de oseta” (noviembre 1933). Shentalinski, muy bien editado en Galaxia Gutenberg, es un escritor fundamental para conocer el alcance de la represión en la Unión Soviética contra miles de escritores.

Como homenaje a su vida y trayectoria literaria, y para denunciar los crímenes del totalitarismo, su viuda Nadiezhda escribió Contra toda esperanza“Esta es la historia de mi lucha contra las ciegas fuerzas de la naturaleza que intentaron arrasarme a mí y a los pobres trozos de papel que conservaba”, escribe Nadiezhdha Mandelstam. Ósip Mandelstam es uno de los mejores poetas rusos de las primeras décadas del siglo XX; murió en un campo de trabajo en Siberia, en 1938,  víctima de una represión que continuó incluso después de muerto, pues su viuda siguió siendo perseguida lo mismo que sus escritos. Ya en 1937, un decreto del NKVD decía que la persecución y los arrestos policiales debían también extenderse a las esposas e hijos de los condenados. Nadiezhda fue una de estas víctimas. Ese aislamiento, que se extendía a todas las actividades familiares y profesionales, queda descrito en estas páginas, donde también se reviven algunos momentos de intensa y necesaria amistad en un contexto tan complicado. En ese sentido, recuerda la autora su amistad con la poetisa Ajmátova.

Este libro, que Nadiezhdha  comenzó a escribir en la década del 50, es el intento por rescatar de la memoria la vida de un poeta esencial, que se enfrentó a la maquinaria del terror que impuso Stalin especialmente a los escritores. Mandelstam, junto con su gran amiga Ajmátova, también represaliada (fueron las voces más significativas del movimiento acmeísta, que reaccionó contra los valores del simbolismo poético), sufrió ya desde la década de los años 20 la ojeriza de los comunistas, que consideraban que su literatura no era una muestra de la nueva era. Como hemos señalado, en 1934 fue detenido por recitar el poema contra Stalin. Esa primera detención, con sus correspondientes interrogatorios, acabó en una deportación, primero a Cherdyn y luego a Vorónezh, a la que se le permitió que le acompañara su esposa Nadiezhda. 



            Tanto Ósip como Nadiezhda conocían bastante bien el funcionamiento del régimen soviético y la generalizada política de castigos y deportaciones a las que habían sometido ya a miles de ciudadanos, muchos de ellos amigos personales. Sabían, de alguna manera, lo que les esperaba. De hecho, Ósip ya había tenido problemas y roces con los representantes de la literatura oficial, los que concedían las oportunas autorizaciones para poder publicar en las editoriales y revistas promovidas por el régimen, las únicas que existían.

            Nadiezhda revive en sus memorias la vida en Vorónezh, “una ciudad sombría y harapienta”, donde apenas contaba con los medios necesarios para sobrevivir. Estas circunstancias empeoraron la salud de Ósip, cada vez más enfermo de su psicosis traumática. Fueron años muy difíciles, sometidos a continuos controles policiales y sin que nadie pudiese acercarse a ellos con naturalidad:  cualquier contacto podía acarrear una nueva denuncia. 

            Cuando terminó esta deportación, el matrimonio buscó un lugar para vivir a cien kilómetros de Moscú, porque no se les permitía vivir en las grandes ciudades. Cerca de Moscú retomaron en parte sus amistades y continuaron con sus gestiones, siempre fallidas, para poder escribir, publicar y sobrevivir. Sin embargo, Mandelstam fue nuevamente detenido y condenado ahora a cinco años de trabajos forzados en Siberia. Murió en un campo de tránsito cerca de Vladivostok en diciembre de 1938. Por las averiguaciones de su viuda, parece que Ósip, ya muy enfermo, murió de una epidemia de tifus. Hasta años después, como sucedió con tantas otras víctimas, su mujer no consiguió conocer la fecha ni la causa de su muerte.

            Las desgracias no acaban con el fallecimiento de su marido. Nadiezhda fue también perseguida. Hasta 1956 no se la permitió regresar a Moscú. En 1970, en Estados Unidos, publicó este libro, Contra toda esperanza, con una continuación que también apareció en el mismo país en 1974, Esperanza abandonada. Falleció en 1980.

            Junto con el relato de los últimos años de la vida del poeta, estas memorias contienen comentarios sobre la vida y la poesía de Mandelstam, sus opiniones literarias, su evolución, sus relaciones con otros poetas –especialmente con Ana Ajmátova-, su radical concepto de la poesía, su fascinación por Italia y la cultura helenística y cristiana (ingredientes sobresalientes del acmeismo)...

            Además, son especialmente brillantes sus consideraciones sobre la vida cotidiana en un régimen de terror. “Dadnos al hombre, que la acusación ya la encontraremos”, repite Nadiezhda en diferentes momentos:  frase de la cheka que demuestra la victoria de la sinrazón y el triunfo de un estado policial.  “Además de reunir constante información, habían conseguido debilitar los vínculos entre la gente, fraccionar la sociedad”. Y es que tanto Nadiezhda como Ósip vivían “entre personas que desaparecían en el más allá, en el destierro, en el campo de trabajos forzados, en el infierno y entre aquellos que los enviaban al destierro, al campo, al más allá y al infierno”. La Unión Soviética era, en la práctica, un inmenso calabozo, en el que no había sitio para la libertad y donde todo estaba planificado para que el comunismo no encontrase ninguna oposición. “La propaganda del determinismo histórico –escribe- nos privó de voluntad y de la posibilidad de tener criterio propio”.


 

Contra toda esperanza 

Nadiezhda Mandelstam

Acantilado. Barcelona (2012)

642 págs. Traducción: Lydia Kúper

 

sábado, 25 de octubre de 2025

Notas para un diario: "Camisa acusadora"

 


Me da tanta pereza comprarme ropa que la mayoría de las veces le encargó a mi sobrina Andrea, que tiene buen gusto, que me la compre ella. Lo mejor de todo es que siempre acierta. Sabe que no me gustan los colores chillones ni las modas estrambóticas. Prefiero ropa lo más normal posible, con un tono medio juvenil, pero sin pasarse. Uno debe asimilar quién es y la edad que tiene (la real, no la que le gustaría). Me resultan patéticas las personas ya maduras que juegan a aparentar ser todavía joviales y juveniles, con un resultado a todas luces estremecedor.  

Y eso que hoy día, más que nunca, la gente pasa olímpicamente de todo. Basta con quedarse un día parado a la salida del Metro del Puente de Vallecas, en pleno verano, para comprobar que la gente se pone cualquier cosa encima para llamar o no la atención, sin ningún sentido del ridículo: ni ellas, con sus culos absolutos; ni ellos, con sus barrigas concluyentes. Las mezclas son cósmicas, fuera de cualquier tipo de catalogación. Todos orgullosos, satisfechos y pletóricos.

Una de las últimas camisas que me compró me gustaba especialmente. No tiene ningún adorno, solo un ligerísimo bordado a la altura del corazón que apenas se ve y que pasa por ser la marca de la camisa. El resto, plana, con un color algo así como mar tormentoso, un azul fuerte muy lejos del azul celeste, que odio y que me parece muy cursi. Me suelo poner esta camisa en aquellas situaciones en las que hay que dar una imagen entre arreglada y desarreglada. No es precisamente una camisa de vestir (no le pega la corbata), ni tampoco es una camisa de sport, nada informal. Con ella voy, en el verano, a las reuniones más o menos oficiales. Ni qué decir tiene que cuando me la pongo me creo que voy hecho un pincel, que llamo la atención por mi estilo, que sobresalgo por mi buen gusto.

Pero el otro día se me cayeron todos los palos del sombrajo. A la salida de la Pastelería Guadalajara, donde suelo perder el sentido, casi me tropiezo con un señor muy mayor que llevaba una camisa idéntica de la que estoy hablando. Menos mal que ese día yo no la llevaba puesta, sino seguro que la depresión aguda y traumática hubiese sido instantánea. 

Tendría unos ochenta años y estaba bastante descuajeringado. No se había afeitado. Se había puesto unos pantalones cortos de vestir, marrones, que, para mi gusto, no pegaban nada con el conjunto. Pero ahí no acababa la cosa. Iba con zapatillas de deporte, marca Alcampo, verdes fosforito, y con unos calcetines negros que habían perdido la fijeza de la goma y que lucían mediocaídos mostrando unas canillas blanquecinas con aspecto cadavérico. Las rodillas mostraban en carne viva el paso del tiempo y la degeneración rotuliana, con unos cartílagos desgastados y sin apenas fuelle. Como había ido recientemente al médico precisamente para que me mirara las rodillas, que me dolían un montón, vi que tenían una forma parecida a las mías, machacadas por mis años de futbolero. El médico me dijo que podía ser condromalacia o condropatía. Me lo explicó, pero se me ha olvidado. Que me harían unas pruebas. Y no sabía si tendría grado 2 o grado 4. El viejo tendría, seguro, grado 4, porque las rodillas mostraban un acusado desgaste antiestético. Llevaba gafas de sol, de las de antes, grandes y reflectantes. Cargaba con una bolsa verde de los chinos en la que sobresalía unas lechugas y en el fondo unos tomates y unas patatas. Y una barra de pan, también del chino. Y, como remate, una gorra roja de Ferreterías Manolo. Sin embargo, su camisa era como la que yo tengo, con ese inconfundible y tan querido color azul de mar un tanto agitado.

De pronto, como un espejo, me vi retratado. El impacto me dejó casi sin respiración, pero acepté la lección existencial y decidí seguirle unos minutos, hasta casi el final de Puerto de Canfranc cuando se cruza con la Avenida de la Albufera. Fueron unos instantes angustiosos porque me atravesó el fluir del tiempo, el devenir de los minutos, el paso de las horas, el taladro de la conciencia. Yo y él éramos en ese momento la misma persona. Y yo debía aceptar que me estaba viendo a mí mismo dentro de unos años, todavía luciendo orgullosamente mi querida camisa azul de color mar tormentoso que me había comprado mi sobrina Andrea. 

Humillado, con el orgullo por los suelos, zarandeado psicológicamente por la experiencia, llegué a casa. Fui a mi habitación, abrí el armario, busqué y cogí la camisa azul de color ahora atormentado (en ese momento, para mí ya era de un azul desvaído, cerúleo, pálido, comatoso…, el color de la antesala de la muerte) y con unas tijeras de la cocina, despacito, la hice trizas, como los trocitos de un espejo roto.  

 

martes, 14 de octubre de 2025

"Un miliciano de Vallecas", de Ángel Rodríguez de Bodas

 

La Guerra Civil española sigue siendo motivo de inspiración para muchos libros que incluyen investigaciones históricas cada vez más minimalistas y locales y libros donde se cuentan las trayectorias de muchas de las víctimas y de los soldados que, en ambos frentes, vivieron y padecieron la Guerra. Recientemente, me he leído El viaje de mi padre (Alfaguara), de Julio Llamazares, en el que el autor leonés realizó el mismo recorrido que su padre, voluntario en el bando nacional, desde su pueblo de León, La Mata de la Bárbula, hasta la Sierra de Espadán, en Castellón. Se trata de un libro de viajes muy literario en el que las descripciones de los lugares y paisajes se combinan con las referencias a los acontecimientos más significativos que vive su padre. Pero la Guerra Civil casi aparece como telón de fondo, como un lejano escenario.

            Todo lo contrario de Un miliciano de Vallecas, que ha escrito Ángel Rodríguez de Bodas tras muchos años de una minuciosa investigación sobre la Guerra Civil. No hay más que ver la profusa bibliografía que ha usado el autor, y los anexos que figuran al final del libro, para ver que estamos ante un libro que va mucho más allá de la simple narración de las penalidades que pasó su padre desde que se alistó en el ejército republicano hasta su definitivo regreso a la capital de España en 1942. Al pormenorizado relato de cómo su padre, Paco, vivió la Guerra Civil, con muchas anécdotas familiares y personales, se suma el equilibrado y profundo análisis que el autor hace del transcurso de la Guerra, dando una primordial importancia al contexto militar, político y social, recurriendo a informes técnicos y militares, a diarios de soldados y a multitud de referencias históricas y periodísticas. 

            El libro se convierte así en un completísimo resumen de algunas de las más determinantes batallas (como la del Jarama, Brunete, Aragón…), del exilio de miles de militares y ciudadanos a Francia, de cómo vivieron en los campos de concentración franceses y del regreso de muchos militares republicanos de nuevo a España cuando Franco anunció una engañosa amnistía para ellos.

            A la vez, el autor describe la peripecia personal de su padre, una persona que vivió todos aquellos sucesos de una manera intensa pero no exaltada, consciente de que estaba en todo momento cumpliendo con su deber, pero sin dejarse llevar por el odio y la violencia que se instalaron en los dos bandos, provocando muertes innecesarias y un sinfín de ajustes de cuentas por motivos ideológicos. 



            Escribe el autor que su padre “nunca hizo un intento de contarnos de forma continuada sus recuerdos de la Guerra Civil. Sin embargo, aquí y allá, cuando venía a cuento, nos relataba alguna anécdota o acontecimiento que le había tocado vivir”. A medida que la investigación sobre su padre iba creciendo, su admiración por él iba en aumento, pues fue descubriendo aspectos insólitos de su carácter y personalidad, como el que “no hablara mal de nadie”, la cantidad de amigos que tenía y el espíritu de sacrificio, la integridad y el sentido de la justicia que puso en práctica toda su vida, de manera especial durante los años de la Guerra. 

            Los padres de Paco habían llegado a Madrid procedentes de Lugo y de Guadalajara. Se casaron en 1909 y en un principio vivieron en el barrio de la Arganzuela, en la calle Mira el Río Baja. Posteriormente se trasladaron al barrio de Pacífico y al comienzo de la Guerra Civil se fueron a vivir al Callejón de los Ruices, en el Puente de Vallecas, donde había una conocida vaquería. Paco dejó pronto de estudiar y empezó primero a trabajar repartiendo leche por el barrio. En 1930, con 15 años, entra en una empresa como ayudante de montaje de estructuras metálicas. En esa empresa, se afilia a la UGT. 

            A la vez que el autor cuenta los primeros años de la vida de su padre, habla también de la convulsa situación política que vive España, con la crisis de la monarquía, las elecciones de 1931, la proclamación de la República, la radicalización de los partidos políticos y el incremento de hechos violentos que se desatarán desde muy pronto del comienzo de la II República, como la quema de iglesias, los asaltos a centros y colegios católicos y el aumento de atentados. Paco y su familia rechazaban este tipo de actos extremistas y se mostraban más cercanos al socialismo que propugnaba Indalecio Prieto que al más incendiario de Largo Caballero.



            Pero el inicio de la Guerra Civil puso todo patas arriba. Paco acabó por alistarse voluntario en el Batallón Pablo Iglesias, formado por milicianos de la UGT. Ante el asedio de Madrid por parte de las tropas franquistas, este Batallón se dedicó a labores de defensa en los alrededores de la carretera de Valencia. El Batallón de Paco participó en las Batallas del Jarama, Guadalajara y Brunete. Paco fue ascendido primero a cabo y después a sargento. Víctima de un bombardeo aéreo de los muchos que recibió la capital, se rompió una pierna y estuvo unos meses convaleciente en su domicilio de Vallecas. Cuando recibió el alta, fue destinado al Bajo Aragón. Meses después fue ascendido a sargento y a teniente y asistió al desplome del frente de Aragón y a las sucesivas derrotas del ejército republicano hasta la casi definitiva del Ebro. 



            El autor describe el periplo de su padre y lo que queda de su batallón por diferentes localidades de Cataluña hasta que llegan a tierras francesas, a Prats-de-Mollo, donde entregan las armas. Después recorrería diferentes y penosos campos de concentración (Le Sendreu, Saint Cyprien, Le Barcarès) hasta que decide, como otros muchos miles de soldados, regresar a España al acabar la Guerra. Ya en España, primero es encerrado en el campo de concentración de Reus, luego en el de Horta y posteriormente, para realizar trabajos forzados, es trasladado a la Alcazaba de Zeluán, en Melilla, donde realiza reparaciones en las vías de los trenes. Estando en Melilla, por fin es licenciado y regresa a Vallecas, aunque a los pocos meses, cuando ya estaba de nuevo trabajando, fue llamado otra vez a filas para realizar el servicio militar franquista en Santiago de Compostela. Fue licenciado el 21 de mayo de 1942. 




            De nuevo en Madrid reanuda su noviazgo con Isabel, se casan en 1944 y en 1947 nace el autor en la vallecana calle de Arroyo del Olivar. Posteriormente, Ángel Rodríguez de Bodas estudió Químicas en la Universidad Complutense y desarrolló su actividad profesional y académica en las universidades de McGill y Ottawa, en Canadá, donde reside en la actualidad y donde, además, se ha dedicado a investigar sobre la Guerra Civil y Vallecas para conocer mejor la vida de sus padres.

            Muchos son los aciertos de este ambicioso libro, que merece la pena leer para tener una imagen cabal y equilibrada de la Guerra Civil. La vida tan anónima de su padre, como la de tantos y tantos milicianos, le da pie a reflejar de manera muy verosímil y desideologizada el devenir de la Guerra desde la perspectiva de los vencidos, de los soldados y ciudadanos republicanos que fueron víctimas, al finalizar la Guerra, de infinidad de tropelías, abusos y engaños, como se comprueba con la vida del propio Paco, que fue tratado como un prisionero de guerra, sin apenas derechos y en unas condiciones humanas e higiénicas miserables. 

            Excelente libro, muy trabajado, muy bien escrito, con información contrastada y muy detallada que ofrece una visión viva, directa, amena, sosegada, a ras de suelo de unos hechos siempre controvertidos que contrasta con otros testimonios sobre los mismos sucesos en los que impera el sectarismo, el odio y el revanchismo. Ojalá que este libro, un merecido homenaje a la vida de su padre, fallecido en 1991, lleno de pasión por Vallecas y respeto a la dignidad de todos los que combatieron en la Guerra Civil, llegue a muchos lectores.



Un miliciano de Vallecas

Ángel Rodríguez de Bodas

Círculo Rojo. Madrid (2025). 

420 págs. 24 €

miércoles, 8 de octubre de 2025

"Cisnes salvajes", de Jung Chang


    He estado leyendo estos días "Próspero viento", las memorias políticas del escritor Andrés Trapiello. El libro rescata algunos episodios biográficos que, de manera directa o indirecta, estuvieron salpicados de política. Como experto en la Guerra Civil, sobre la que ha publicado "Las armas y las letras", dedicado a la actuación de los escritores durante esta contienda fratricida, le sorprende que a día de hoy, en la literatura y en los libros de historia, sigan imperando visiones maniqueístas que dividen a las víctimas en buenas o malas según el color político. A pesar de lo mucho publicado desde entonces, libros que cuestionan el relato inmovilista que proponen algunos escritores de izquierda, Trapiello anima a conocer más en profundidad los crímenes que se cometieron en países dictatoriales y comunistas como la URSS o China, por poner dos ejemplos (se pueden poner muchos más). En "Próspero viento" anima en concreto a leer "Cisnes salvajes", de la historiadora china Jung Chang. También las memorias de Nadiezhda Mandelstam, la viuda del poeta Ósip Mandelstam, "Contra toda esperanza", y las de Eugenia Ginzburg, "El vértigo". En esta entrada rescato una reseña del libro "Cisnes salvajes", que se publicó en España en 1991 y que todavía se sigue leyendo.

 Jung Chang es una escritora china que también ha publicado, entre otros, Mao. La historia desconocida (Taurus), una monumental, exhaustiva y demoledora biografía, escrita con su marido Jon Halliday, sobre la vida del dictador más sangriento de la historia (ahí están los datos de los más de sesenta millones de víctimas para confirmarlo). Pero antes de este libro dedicado a Mao publicó en 1991 Cisnes salvajes, libro testimonial que supuso para mí un verdadero descubrimiento literario e histórico. Chang, que abandonó China en 1978 a la edad de 26 años para continuar sus estudios de Lingüística en Gran Bretaña, consigue en este libro acercar a los lectores occidentales la realidad de lo que había acontecido en China a lo largo del pasado siglo. 

El libro fue un inmenso mazazo, pues todavía muchos tenían una visión idílica de la China de Mao, imagen adulterada a la que habían contribuido con testimonios propagandísticos y panfletarios muchos intelectuales de izquierdas, especialmente franceses (como denuncia el gran escritor Simon Leys), que ocultaron los asesinatos, los crímenes, la tortura y la obsesiva censura que se vivía en China. Mientras estos intelectuales, cuando se trasladaban a China, vivían en lujosos hoteles visitaban los escenarios preparados por los organizadores y ligaban paladeando las poesías y las consignas políticas de El libro rojo de Mao, la población china moría de hambre por culpa de los delirios de grandeza de un dictador que siempre manifestó un desprecio absoluto por el ser humano, como la reciente biografía y Cisnes salvajes ponen tristemente de manifiesto. Al que le gusten más los libros históricos, le recomiendo la reciente trilogía publicada en Acantilado de los espléndidos libros del historiador holandés Frank Dikötter.

            Cisnes salvajes no es una novela sino el relato de las vidas de tres mujeres que resumen las vicisitudes de la historia de China a lo largo del siglo XX. Primero se cuenta la vida de Yu fang, la abuela de Jung; después la de su madre, Bao Qin/De-Hong (cisne salvaje, en chino); por último, la vida de la propia narradora hasta que consigue trasladarse a Gran Bretaña.

            La vida de Yu fang explica bastante bien qué pasó en China antes de la llegada de Mao al poder. La abuela fue concubina de uno de los generales de los señores de la guerra, durante el periodo de decadencia del imperio manchú. Toda esta parte tiene un innegable sabor tradicional, y recuerda algunos de los episodios que revive también el escritor norteamericano David Kidd en su libro Historias de Pekín (Libros del Asteroide), que describe los años en los que el comunismo destrozó de manera deliberada la cultura tradicional. Pero la vida de Yu fang sufre continuos cataclismos políticos. Primero es la caída del Imperio de Manchuria; luego, la invasión de los japoneses en 1931; poco cambiaron las cosas con la llegada al poder del emperador Pu Yin, un títere de los japoneses. Con su segundo marido, el doctor Xia, Yu fang asiste también a la alianza entre el Kuomintang y los comunistas para derrotar a los japoneses.

            A partir de ese momento, el testigo pasa a la madre de Jung Chang, Bao Qin/De-Hong, quien, como tantos millones de chinos, se ilusionó con la victoria de los comunistas durante la guerra civil con el Kuomintang. Bao Qin se casó con un revolucionario comunista, uno de los personajes más entrañables del libro, una persona que mantuvo hasta el final su fe en los ideales comunistas. Sin embargo, poco a poco el matrimonio empieza a descubrir cómo el comunismo deriva en la justificación de la represión y la violencia. Durante los años de la Revolución Cultural, los padres de Jung son denunciados y sufrieron en sus carnes la política de la sinrazón. 

            Los testimonios que cuenta Jung Chang son reales y estremecedores. Y aunque resulta en ocasiones durísimo de leer, estos hechos sirven para explicar la historia colectiva del sufrido pueblo chino. Como escribe la autora, “rodeada de sufrimiento, muerte y desolación, había contemplado la indestructible capacidad humana para sobrevivir y buscar la felicidad”.




Cisnes salvajes

Jung Chang

Circe. Barcelona

540 págs. 25 €.

lunes, 29 de septiembre de 2025

Notas para un diario: "Sorprendente pintada"

 

        Durante años coleccioné frases de las pintadas que veía por Vallecas. Tenía un buen archivo con expresiones que abarcaban muchos temas y modalidades, aunque por mayoría absoluta ganaban las pintadas de temas efímeros y sobre todo políticos. En muchas había una gran creatividad y mucha coña marinera. En la mayoría, simples y primitivos y obvios exabruptos políticos que subrayaban lemas y tópicos muy elementales y radicales. 

        El otro día, de camino a la comisaría de Sierra Carbonera para renovar el DNI, cerca de Martínez de la Riva, he visto una pintada de esas que va a ser difícil que se me olviden . Claramente, en Vallecas, hay un antes y un después de esa pintada. En ella ponía, en grande, con las habituales letras negras potentes y redundantes, “La poesía va más allá del poema”. A ver quién supera esto. Y en Vallecas.




domingo, 21 de septiembre de 2025

"Los extraños", de Vicente Valero

 


Diez años después de su publicación en 2014, la editorial Periférica vuelve a lanzar una nueva edición de esta gran novela de Vicente Valero (Ibiza, 1963), uno de los narradores españoles más interesantes de los últimos años. Su literatura, erudita, de gran calidad literaria, aborda temas poco usuales en la literatura actual, como ha hecho en Breviario provenzal y El arte de la fuga, entre otras obras que tienen un carácter unitario por sus parecidos objetivos estéticos. Los extraños es uno de esos libros que se seguirán leyendo por su originalidad, su verosimilitud, su punto de vista y unas historias repletas de vida.

El punto de partida es provocador: todas las familias tienen sus “extraños”. Familiares que, por diferentes circunstancias, se han alejado del devenir corriente de la familia. Unos lo han hecho definitivamente; otros, durante una larguísima temporada, motivada por oscuros desencuentros que puede que nunca sean descifrados. Con el paso del tiempo, esos personajes que aparecen como personajes secundarios en alguna fotografía en blanco y negro, se convierten en temas habituales de conversación. Y sobre ellos comienza la leyenda, pues los datos reales sobre su vida han desaparecido o forman parte del olvido.

            Este es el tema de este libro formado por cuatro narraciones en las que el autor recuerda a cuatro familiares de hace ya muchos años. La mayoría nacen con el siglo XX y viven a su manera, de manera directa o tangencial, los hechos más importantes del siglo XX español: las desventuras del África colonia, la agitada Segunda República, el hachazo de la Guerra Civil, la dura posguerra en España o en el exilio, la Ibiza rural de los años 70... 

            El autor ha oído hablar de ellos a sus padres, abuelos y familiares durante su infancia; a algunos, los ha conocido, aunque apenas recuerda nada. Todos han dejado algunas huellas, pocas: cartas, postales, fotografías. “Cuando de lo que se trata es de reconstruir la vida de un extraño –escribe el autor- (...) esta búsqueda debiera comenzar no en los recuerdos (...) sino en las huellas, es decir, en las heridas y en las cicatrices que sí han permanecido”. Esas heridas y cicatrices siguen presentes y forman parte, con sus desdibujados datos, de la leyenda familiar. El autor se propuso investigar sobre sus vidas y ofrecer un rastro coherente de lo que hicieron desde que, voluntariamente o por determinadas circunstancias, se alejaron del tronco común. El resultado es este libro, muy ameno, que es también un ejercicio literario sobre la familia y los misterios familiares.

            La primera narración está dedicada al teniente Marí Juan, que había nacido en Morna (Ibiza) en 1900, y a quien su padre preparó desde muy joven para que fuese abogado, escapando así de la tradición rural familiar. Sin embargo, Marí Juan eligió la aventurera vida militar como ingeniero, desempeñando labores en el África colonial, donde incluso el autor piensa que por su afición a los aviones pudo tener algún contacto con el escritor francés Saint-Exupéry, contemporáneo suyo. El teniente Marí Juan, casado con una joven de Ibiza, regresó sin embargo muy joven a la isla enfermo de gravedad. 

El tío Alberto era un hermanastro del padre del autor. El posterior divorcio de los padres provocó la separación de los hermanos hasta que vuelven a encontrarse muchos años después. El tío Alberto ha llevado una vida viajera, casi de película, dedicado en cuerpo y alma a su gran pasión: el ajedrez. 

Carlos Cervera abandonó a los 16 años su vida en el seminario para dedicarse al mundo de la farándula. Se escapó en un barco rumbo a Barcelona, donde empezó un estilo de vida totalmente alejado de la vida rural y cerrada de su localidad natal. De su vida son testigos las numerosas postales que todavía se conservan. La última historia que rescata el autor está protagonizada por el comandante Chico, teósofo, vegetariano y practicante del yoga, que tuvo que exiliarse en Francia al acabar la Guerra Civil, donde murió años después con el sueño de regresar a una España republicana. 

            Cuatro historias amenas y muy bien desarrolladas en sus aspectos más insólitos. Como escribe Valero, “una biografía, como la salida de un laberinto, es también, en primer lugar, el inicio de una búsqueda”. Las búsquedas del autor han dado su fruto con el relato de unas vidas que puede que fueran como él las ha imaginado.



Los extraños

Vicente Valero

Periférica. Cáceres (2024)

176 págs. 21 € (papel) / 8,99 € (digital).

jueves, 11 de septiembre de 2025

Notas para un diario: "Vanidad de vanidades en el estanco"

     A principios de septiembre de 2025, he vuelto a pasar por el inicio de la calle Príncipe de Vergara, donde está, desde que empecé a trabajar en esa zona, un estanco que me tenía absolutamente alucinado. El palo ha sido tremendo: el estanco ha cerrado, me imagino que por jubilación. Como homenaje a este local tan emblemático y especial, rescato un texto que escribí hace unos años dedicado a un lugar que, con su decoración y señas de identidad, nunca debería haber cerrado. Nunca.



Mi trabajo está en una buena zona comercial de Madrid. En el inicio de la calle Príncipe de Vergara, entre las calles de Jorge Juan y Goya. Es una zona de muchas oficinas, negocios y tiendas que está repleta de bares y restaurantes de diferentes niveles, según por donde te muevas. Por ejemplo, la calle Jorge Juan, a partir de Velázquez en dirección a Serrano, tiene un buen número de restaurantes de alto nivel que se han puesto muy de moda en los últimos años. Más arriba, por la zona más cercana a mi trabajo, hay también buenos sitios exclusivos y otros dirigidos a bolsillos más populares. Al ser un barrio tan activo, los negocios abren y cierran a toda velocidad, y más todavía en los años de la crisis y también ahora en plena pandemia, que está pasando factura a muchas tiendas. Pero no paran de surgir nuevas iniciativas de negocio, pues estamos hablando de un barrio que mueve a miles de personas, supuestamente con un nivel adquisitivo alto.

            Como la aldea de Astérix, rodeada por todas partes del poderío del ejército romano, hay un negocio al inicio de la calle Príncipe de Vergara que resiste los vaivenes del paso del tiempo. Su sola presencia es un antídoto contra el exuberante poderío del neocapitalismo salvaje y la avasalladora fuerza del marketing. Desde que llevo trabajando por la zona, hace más de veinticinco años, la tienda, un estanco, sigue completamente igual: no ha hecho ninguna reforma, ningún cambio, ninguna adaptación a los nuevos aires comerciales. Tampoco ha actualizado sus pequeños escaparates, que lucen productos muy antiguos, orgullosamente pasados de moda pero sin que se les pueda aplicar el calificativo de vintage. La misma sensación de progresivo envejecimiento y, a la vez, de retroceder al paso del tiempo tiene uno si entra dentro. A la derecha hay uno de esos muebles giratorios con postales de un Madrid antiguo y sin brillo. Otro mueble para los libros de una antigua colección de libros, Alianza Cien (al precio de 150 pesetas) completamente vacío. A la izquierda, unos bolígrafos ya jubilados y unas casposas tarjetas de regalos para celebrar fiestas, aniversarios y onomásticas Enfrente, un decadente y sucio cristal. Detrás del mostrador, la dependienta, atemporal. Y como fondo, lo único que vende: tabaco y algunos sellos. Nada más. El único signo de modernidad es un extintor antiincendios rojo.



            Me admira el proverbial y perseverante realismo de la dependienta, que tiene pinta de ser también la propietaria. Ha decidido, quizás con un admirable sentido común, no invertir ni un mísero euro en la imagen del negocio. En los tiempos actuales de un poderoso y omnipresente marketing, espumoso y en muchos casos ridículo, este negocio supone un corte de mangas a los tópicos de la modernidad. De hecho, prefiere que todo siga igual antes que introducir el más mínimo cambio en el escaparate de la derecha, donde hay amontonados juegos de llaveros llenos de polvo del Real Madrid, Atlético de Madrid y Barcelona. O en el escaparate de la izquierda, repleto de mecheros antediluvianos, carpetas de plástico ya derrotadas por el sol, barajas de cartas de la época de Marcial Lafuente Estefanía y libros para niños que hoy ya están en el Imserso.



            Para ella está claro que lo importante, lo único importante, es el tabaco. Tampoco lo es la atención al cliente, que a veces tiene que esperar más de la cuenta porque la dependienta pasa olímpicamente de todo, mimetizada como está con el alma pasajera del negocio. No la verás estresarse, ni correr más de la cuenta, ni agobiarse. Por supuesto, no está pensando en renovar lo accesorio, un lujo innecesario. El que entra en el estanco no se va a entretener en las postales, ni en los llaveros, ni en los mecheros, ni en las barajas de cartas. Y ella lo sabe. 

            El estanco es, por eso, un símbolo de resistencia, una metáfora de unos valores permanentes, un testigo de la levedad y fugacidad del paso del tiempo. Los años pasan y pasan. Las modas se suceden. La imaginación publicitaria se dispara. En su obstinación existencial, este estanco y su dueña son un grito dirigido al vanidoso hombre contemporáneo. Al igual que el experimentado profeta del Eclesiastés, la dependienta parece decir que todo es “vanidad de vanidades, todo es vanidad ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol? (…) Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol”. 

-“Por favor, un paquete de Fortuna”. 

-“Ya voy”.