martes, 29 de diciembre de 2015

“Seré duda”, de Andrés Trapiello


En 1990, Andrés Trapiello publicó El gato encerrado, el primer volumen de su diario, que lleva como título genérico Salón de pasos perdidos. Seré duda es ya el volumen diecinueve. Sin lugar a dudas, el trabajo y la perseverancia de Trapiello (1953) han dado forma a una de las aventuras literarias más ambiciosas de la literatura española contemporánea.
            Es cierto que esta obra es un diario, género que puede echar para atrás a aquellos lectores que busquen libros de acción o piensen que estamos ante el recuento anodino y metódico de una vida. En el caso de Trapiello –y también en el de otros escritores contemporáneos que lo utilizan como su vehículo literario preferido: Iñaki Uriarte, José Luis García Martín…-, el diario es un género flexible, moldeable, dinámico, elástico, nada rígido, donde tienen cabida los múltiples ingredientes novelísticos de una vida. Por eso abre todos los volúmenes de Salón de pasos perdidos con una cita de Galdós tomada de su novela Fortunata y Jacinta: “Por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela”.
            El argumento, pues, de esta novela-diario (también los ha llamado vidario) es la vida de un único protagonista y personaje llamado “Andrés Trapiello”. En todos los volúmenes se repiten las situaciones y escenarios de su vida, pero siempre actualizados y con sabores y matices nuevos. “Tal y como yo los entiendo, esta novela y mi vida en ella son la misma cosa”, escribe en uno de los prólogos de esta novela. Y el extenso volumen –recupera el tamaño habitual de otras entregas, disminuido en las dos últimas, Miseria y compañía y Apenas sensitivo- es, una vez más, “una sucesión de hechos, impresiones y confidencias”.
            En esta ocasión, el diario, publicado en 2015, recoge la vida del autor en el año 2005, cuando se celebró el IV Centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote. A finales de 2004, Trapiello había publicado su novela Al morir don Quijote, en la que se contaba la vida de los principales personajes de la obra de Cervantes en los meses siguientes a la muerte de su protagonista (en 2014 ha publicado otra más sobre lo mismo: El final de Sancho Panza y otras suertes). Esta novela, más los ensayos del autor sobre El Quijote y su biografía Las vidas de Miguel de Cervantes, propiciaron que Trapiello fuese invitado a impartir conferencias y charlas en numerosas localidades de nuestro país. Más que en otros volúmenes, este es, como escribe el autor, “el más accidental y accidentado de todos”, en el que lleva “una vida ambulante bastante anómala” que, alejándole de su radical soledad, le proporciona el encuentro con “historias disparatadas y absurdas” y con una serie de personajes “descoyuntados, infelices y atónitos”, que Trapiello describe con tonos grotescos y mucho sentido del humor.
            Sobresale en este diario un suceso íntimo por encima de todos: la muerte del pintor Ramón Gaya (1910-2005), de la que Trapiello se entera en el aeropuerto de La Coruña. Gaya ha tenido una presencia constante en estos diarios, y ya en los últimos se hablaba del progresivo deterioro de su salud. Incluso en este tomo se relata una vista que Trapiello le hace con un grupo de amigos meses antes de su fallecimiento, tras la que comenta: “sentimos todos que acabábamos de decir adiós a uno de los hombres más grandes que hayamos conocido y al artista más puro”. En el relato de su entierro, Trapiello reconoce que “por pocas personas sentirá uno mayor gratitud y admiración, a pocas hemos querido tanto, pocos habían dejado en nuestras vidas una huella tan honda, ninguno un magisterio tan silencioso y benéfico”. Otro hecho que destaca en este tomo es la posible grave enfermedad de M, su mujer, que quedó al final en un fuerte susto. 


            Y asistimos, entretenidos, a las vicisitudes de Trapiello en el Rastro madrileño, a la caza de libros viejos. A los viajes a Tetuán, Tánger y Bucarest, a los que dedica una atención especial en descripciones y páginas. Y a las impresiones del rodaje de un documental para la televisión en el que Trapiello se reencuentra con los lugares esenciales de su vida. También vuelven a aparecer pequeños sucesos domésticos, la visita a sus familiares, las periódicas estancias en Las Viñas, la relación con sus hijos, sus lecturas, encuentros con los amigos… Y no podían faltar las rencillas y encontronazos que mantiene con otros autores, los cotilleos, los dardos envenenados, las suspicacias, los malentendidos, las malas lenguas… Soy de los que piensan que algunos de estos comentarios rebajan algo la calidad de estos diarios, aunque le añaden un morbo que, curiosamente, algunos lectores echarían de menos si desapareciesen, lo que Trapiello sabe muy bien. “Si la literatura se ocupa de la vida –escribe- y en la vida procuramos pasar el mayor tiempo posible con los amigos y no con los enemigos, la literatura debería ocuparse menos de los enemigos que de los amigos. Pero es más difícil hablar bien de algo que hablar mal, aunque hablar mal, no se sabe por qué, suele ser más agradecido”.
            Los asiduos lectores de estos diarios ya conocen sus manías y cómo respira, y están habituados a su acidez y mordacidad cuando se refiere a la Iglesia católica (este año 2005 es el de la muerte de Juan Pablo II y sus juicios sobre él son muy negativos), a ciertos ambientes de la vida literaria y a valoraciones artísticas (en especial, cuando salen el arte moderno y alguno de sus gurús). 
            Literariamente, hay de todo en estas páginas. Aparecen felices aforismos: “El dinero no da la felicidad, de acuerdo; pero la felicidad tampoco”, “Yo sé que el infierno se parecerá a una tienda de suvenires”. Momentos poéticos, como cuando escribe que “la muerte de alguien a quienes hemos amado tanto hace posible la eternidad”, refiriéndose a Ramón Gaya. Jugosas valoraciones literarias, como las que hace de El libro de Sigüenza, de Gabriel Miró, o Koba el Temible, del novelista inglés Martin Amis, entre otros.
También hay sobresalientes descripciones de lugares, como ésta del Ateneo de Madrid: “Es un casón increíble. Sigue como si por él no hubiesen pasado, qué digo los años, siglos, y la ciencia de tantas generaciones se ha fosilizado de tal manera, que le da a todo un cierto aire de cenotafio. Las paredes, color suicidio, y los ateneístas todos con un aspecto de haber sido rebozados por un lutero, a la espera de que alguien los arroje a la sartén de las oposiciones”.  O esta otra descripción de una librería de viejo en Tánger: “Si se algún agujero se puede decir que era un mechinal libresco, era de aquel. No he visto más porquería, libros rotos, papeles sucios, polvorientos y pringosos que allí. Ni en la librería que llamábamos hace treinta años “del Guarro”, cerca de la Escalinata de Madrid, a la sombra del Viaducto, había tanta mierda como en aquella. El librero estaba en la puerta, sentado en una silla, para no mancharse. Era un hombre de unos setenta años, con fez rojo, gafas de cristal ámbar y chilaba azul, yo creo que la usaba como guadapolvo, porque le asomaban por debajo los pantalones y por arriba las mangas de una chaqueta. De no saberle dueño de aquella pocilga, podría habérsele tomado por uno de los pulcros orives de la medina”.
Por último, hay que destacar cómo la calidad literaria y los objetivos estilísticos de estos diarios exceden los a menudo estrechos límites de la literatura memorialística. En la época que vivimos de permeabilidad de los géneros y de apertura de las fronteras literarias, este Salón de pasos perdidos –para el autor, “una novela en marcha”- es una obra insólita, novedosa, imprescindible, fundamental, que merece todo nuestro reconocimiento. Lástima que estos diarios, muy amenos, no sean más conocidos por los lectores que huyen de la literatura más comercial y buscan caminos nuevos y de calidad. Se lo pierden, y es una pena porque estos diarios son un excelente muestrario de todo lo que puede dar de sí la literatura.   
  

Seré duda
Andrés Trapiello
Pre-Textos. Valencia (2015)
720 págs. 35 €.

2 comentarios:

  1. Soy como usted partidaria lectora de AT y de su SPP por lo que adelanto mis disculpas si entendiese mis observaciones como incordio...
    Dice que el autor considera esta obra como "novela en marcha" pero usted sigue hablando de ella como un diario. No sé si es que no le da mayor importancia a esta distinción o simplemente no está de acuerdo con el autor. Se supone que los diarios no son una obra de ficción, a diferencia de la novela... Leer el SPP como el diario de un escritor (como si fuera el de Miguel Torga, por ejemplo) o como una novela, peculiar en cuanto que transforma en ficción hechos, mundo y personajes muy próximos (a la manera de Proust, por ejemplo) ¿no tiene ninguna importancia?...
    Dice que Trapiello habla y opina de todo o de casi todo. Bueno, en tantas páginas de algo tenía que hablar. Pero piense en todo aquello de lo que no habla y opina y verá que son infinidad. Mi sentir es que conozco las opiniones de la mayor parte de los escritores actuales, aun de los que he leído muy poco, mucho más que las de la AT. ¿Qué piensa el melancólico narrador del SPP de la educación actual? ¿y del hambre en el mundo? ¿y de las centrales nucleares? ¿y de Chechenia? ¿y del cambio climático?... Siendo discípulo de RG es normal que tenga opinión sobre los caminos del arte, y que tome parte en la batalla...
    Dice que hay acidez, mordacidad al hablar de la religión. ¿Dónde? ¿Es un determinado papa La Religión? En todo el SPP no he encontrado ni un solo pasaje en el que atacase la religión entendida como sentimiento piadoso que puede hacer mejores o más completos a los seres humanos.
    Confieso que soy una lectora que disfruta y considera muy valiosos esos pasajes ácidos y mordaces sobre la "vida literaria". Al fin y al cabo el protagonista es escritor y no veo legítimo que se nos hurtase esa realidad. Desde luego no veo maledicencia, suspicacia... ¿quién ha perdido algo de lo que valía por parecerse demasiado a un personaje del SPP? ¿Qué culpa tiene el niño de que el rey fuese desnudo?...
    Tengo entendido que AT tiene grandes amigos escritores RG, CP, FBR, ESR... Ellos también son "vida literaria" y de ellos ha hablado mejor que de nadie y como no he oído a ningún escritor hablar de sus amigos.
    No me parece legítimo que se pueda decir que los políticos son unos corruptos, los funcionarios unos vagos, los médicos unos ineptos pero que en cuando se evidencie la estupidez, la soberbia, la incoherencia... de una persona que se dedica al cultivo de las letras (que vive de dar consejos) se reduzca todo a "maledicencia, suspicacia, acidez..."

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