Simon Leys es el seudónimo del belga Pierre Ryckmans (1935-2014), intelectual que desarrolló una importante labor ensayística y que fue, además, sinólogo, historiador, crítico, literario y traductor. Estuvo por vez primera en China en 1955. Viajó por segunda vez en 1972, cuando estaban dado los últimos coletazos la “Revolución Cultural Proletaria” que promovió Mao a partir de 1966 para eliminar, en teoría, los restos de elementos capitalistas que quedaban en la sociedad china pero que se tradujo en un ajuste de cuentas contra dirigentes del Partido Comunista que habían criticado a Mao por las consecuencias trágicas del "Gran Salto Adelante" y en una constante y calculada purga de escritores y de todos aquellos que en ese momento tanto Mao como la Guardia Roja consideraron de manera arbitraria enemigos del pueblo.
Sobre la Revolución Cultural, Leys escribió un importante libro en 1971, El traje nuevo del presidente Mao (El Salmón, 2017), en el que criticó la actitud complaciente de la izquierda francesa con el régimen maoísta, lo que le llevó a que fuera tachado incluso por el diario Le Monde de ser agente de la CIA. La izquierda francesa, que nunca quiso reconocer los crímenes cometidos por el estalinismo y que negó sistemáticamente la existencia de los Gulag (solo a partir de la publicación de Archipiélago Gulag, de Solzhenitsyn viraron hacia el maoísmo), convirtió al presidente Mao en un líder idealista y hasta poético y juzgaron la Revolución Cultural como un ejemplo de genuina vuelta a las esencias del comunismo.
En su libro, Leys arremete contra la visión utópica que escritores y filósofos de la talla de Roland Barthes, Jean-Paul Sartre y Philip Sollers, director de la revista Tel Quel, de filiación maoísta, propagaban en sus escritos y reportajes, ocultando los miles y miles de muertos que provocó la Revolución. Sobre este asunto, las cifras varían, pues las fuentes son casi siempre oficiales, pero se habla de que pudieron llegar a los veinte millones de muertos, a los que habría que sumar los más de 40 millones que provocó “El Gran Salto Adelante”, años de terror que están perfectamente descritos en La gran hambruna de China, del historiador holandés Frank Dikotter, autor también de una documentada historia de la revolución china que lleva por título La tragedia de la liberación. En estas dos obras, Dikötter maneja fuentes nuevas, muchas de ellas chinas, que alteran sustancialmente la imagen que la propaganda oficial ha transmitido siempre de la historia del comunismo chino. La editorial Acantilado, donde se han publicado los libros de Dikötter, ha anunciado la publicación de un tercer volumen que abordará los sucesos de la Revolución Cultural (los que quieran conocer de una manera historiográfica estos hechos, pueden consultar el libro de los historiadores Roderick MacFarquar y Michael Schoenhals, La revolución cultural china, Crítica, 2009).
Tras el viaje que realizó en 1972, Leys escribió sus impresiones en otro libro, el que ahora se publica, dedicado por entero a las consecuencias de la Revolución Cultural en China. Lo publicó en 1974 y también provocó mucha polémica, pues Leys desmontaba muchos de los tópicos que corresponsales de prensa occidentales sembraron sobre estos hechos. En concreto, Leys acusa de turiferarios los libros del norteamericano Edgar Snow, que acompañó a Mao en “La Larga Marcha”, y de K.S. Karol, periodista ruso exiliado en Francia pero de tendencias izquierdistas; también, con mucho sarcasmo, reseña en el epílogo de este libro una entrevista hagiográfica que la periodista norteamericana Roxane Wike hizo a Jian Qing, la esposa de Mao, y que se publicó antes de la caída en desgracia de la "Banda de los Cuatro".
El libro se abre con una introducción de Jean-François Revelen la que critica la “maolatría” extendida en Occidente y que Simon Leys, un experto en la cultura y política chinas, desmonta con rigor. Como escribe, “Leys nos hizo llegar un día el mensaje de la lucidez y de la moralidad”. A continuación, Leys aborda desde diferentes perspectivas la actualidad de la China que él vio en su viaje de 1972. Comienza con un capítulo en el que aborda la situación de los extranjeros en la China popular, que recuerda a lo que pasó en Europa en la década de los veinte y treinta, cuando muchos escritores y políticos europeos participaron en las “giras turísticas” organizadas por el Partido Comunista de la URSS para alabar los logros de la Revolución a su vuelta a sus respectivos países. Por ejemplo, el historiador Andreu Navarra ha publicado un estudio, El espejo blanco. Viajeros españoles en la URSS (Fórcola), en el que puede verse el atractivo que la URSS tuvo para muchos políticos y escritores españoles, que publicaron vergonzosos libros de viajes que ocultaban la realidad de la represión estalinista. También el libro Viajeros en el país de los soviets sirve para mostrar esta fascinación turística. Uno de esos libros fue El viaje a Rusia de 1934 (reeditado recientemente por Renacimiento) en el que María Teresa León cuenta sus peripecias en la URSS –con entrevista incluida a Stalin- acompañada de su marido Rafael Alberti.
Al igual que en esos viajes, en la China comunista todo estaba absolutamente programado. Más todavía, “las autoridades maoístas han obrado un extraño prodigio: para uso de extranjeros, han conseguido reducir China –ese mundo inmenso y diverso que una vida entera no bastaría para explorar siquiera superficialmente- a las estrechas y rutinarias dimensiones de un pequeño circuito invariable”. Los extranjeros que acuden a visitar China recorren siempre las mismas fábricas, ciudades, hoteles, universidades y charlan siempre con los mismos burócratas, que salpican sus conversaciones de datos y cifras estadísticas que engrandecen los logros de la Revolución (lo mismo que sucede con los viajes que ahora mismo se permiten a Corea del Norte y que algunos de estos turistas han relatado de manera esperpéntica, de los que muestro algunos ejemplos en mi libro Cien años de literatura a la sombra del Gulag). A los extranjeros, sistemáticamente, se les aísla e inmoviliza, y si uno lleva ya meses en China descubre un ritmo cíclico en los actos y cenas de gala que se organizan para ellos. Leys cuenta de manera divertida que en las cenas de gala a las que asistía era normal escuchar a una orquesta hasta seis veces consecutivas interpretar “La minoría Zhuang ama al presidente Mao con un amor ferviente” y “La brigada de producción celebra la llegada a la montaña de los acarreadores de estiércol”.
En otro capítulo, que lleva por título “Seguid al guía”, Leys describe los viajes oficiales que realizó por diferentes ciudades chinas y los problemas que tuvo cuando intentaba salirse de los circuitos programados. A pesar de todo, esos viajes le permitieron vislumbrar el alcance de los ultrajes cometidos por el maoísmo contra el patrimonio urbanístico y cultural y conocer también las depuraciones y purgas cometidas contra la clase política e intelectual. Y comprobar el desmesurado “culto a la personalidad” de Mao que se desarrolló durante esos años, que se tradujo, por ejemplo, y es una anécdota curiosa pero significativa de los niveles de adoctrinamiento, en los concursos escolares de rapidez en la recitación de citas del presidente Mao que se hacían en las escuelas, junto con los espectáculos de danza que convertían en lenguaje corporal los pensamientos del Gran Timonel. Especialmente crítico se muestra Leys cuando describe el clima intelectual que han impuesto los nuevos mandatarios comunistas. Por ejemplo, desaparecieron las óperas tradicionales, el gran espectáculo de masas de la cultura china, que se sustituyeron por óperas revolucionarias elaboradas por Madame Mao.
Cuando Leys viajó a China en 1971 ya se encontró algunas librería abiertas, y lo que allí vio le sirvió de termómetro del nivel “intelectual” de la Revolución Cultural. Por ejemplo, en un ejemplar titulado Compendio de historia de la filosofía europea figuraban estas perlas “revolucionarias”: Nietzsche “se erigió en el defensor público de las empresas de opresión cruel y de agresión llevadas a cabo por la clase revolucionaria burguesa”; y sobre los existencialistas: “en su mayoría han adoptado abiertamente posiciones reaccionarias. Se erigen en defensores de la política de la clase burguesa monopolista de Estados Unidos”. Otro ejemplo de la cultura que surge tras la devastación de la Revolución Cultural lo toma Leys de un anuncio que vio en una revista literaria en la que sólo aceptarían “las novelas, ensayos, reportajes, obras de arte que presenten un contenido revolucionario y una forma sana (...). Deben celebrar, con sentimientos proletarios hondos y calurosos, el grandioso presidente Mao; celebrar la grandiosa victoria de la línea revolucionaria proletaria del presidente Mao”.
El ambiente universitario que se encuentra le resulta pobre y adulterado, sobre todo después de que “Grupos de obreros-soldados de Propaganda del presidente Mao” se hiciesen con el control de muchas de ellas, sembrando la desconfianza y el menosprecio hacia los intelectuales, muchos de ellos enviados a campos de reeducación o a ejercer tareas agrícolas, lo mismo que les sucedió a muchos universitarios (experiencia que cuenta, por ejemplo, el novelista Dai Sijie en una novela, Balzac y la joven costurera china).
La actividad de la Revolución Cultural fue especialmente intensa en la organización de manifestaciones de masas, en la transformación del lenguaje y en la apoteosis de la propaganda oficial, donde se “recalienta y rumia el mismo caldo ideológico a todas horas del día y en todo lugar”. A diferencia de tantos periodistas y escritores que escribieron sobre China, que fueron víctimas –consentidas o no- de un plan premeditado de adoctrinamiento ideológico, Leys, experto en la cultura china, sabe de lo que está hablando y no cae en la trampa propagandística. Por eso no acepta los mensajes prefabricados de los burócratas chinos ni la imagen edulcorada y patética que se ofrece de Mao y de la Revolución china en los medios de comunicación franceses.
Este libro, inteligente y repleto de ironía, ofrece una radiografía veraz de la China de los inicios de la década de los setenta del siglo pasado en la que son muy evidentes los efectos devastadores de la legitimación de la violencia y del odio por parte de la Guardia Roja, el brazo armado de Mao para aplicar el terror y eliminar a contrincantes políticos que habían manifestado su oposición a los delirantes métodos maoístas desarrollados durante el “Gran Salto Adelante”.
Acantilado ha publicado otras obras de Simon Leys que abarcan su intensa actividad histórica e intelectual, como La felicidad de los pececillos, Breviario de saberes inútiles, Los náufragos del “Batavia”, Con Sthendhal y la novela La muerte de Napoleón.
Sombras chinescas
Simon Leys
Simon Leys
Acantilado. Barcelona (2020)
344 págs. 22 €.
T.o.: Ombres chinoises.
Traducción: José Ramón Monreal.
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