domingo, 20 de marzo de 2022

"Cadenas y terror", de Ioan Ploscaru

 

           

            Son muchos los testimonios de la persecución en los países comunistas contra los considerados enemigos del pueblo”, categoría en la que entraba de todo, pues las denuncias solían repetir acusaciones parecidas, todas ellas arbitrarias y ambiguas: espionaje, vínculos con el extranjero, traición a la patria, etc. Lo que demuestran estos testimonios, muy numerosos, es que cualquiera podía convertirse de la noche a la mañana en enemigo del pueblo y acabar sus días en un campo de trabajo (en los temidos Gulag) o fusilado en los sótanos de la Lubianka, la sede del KGB en Moscú. Técnicas parecidas de control las exportó la URSS a los países del Telón de Acero y al resto de países convertidos a la causa comunista.

 

Persecuciones religiosas generalizadas

 

            Dentro del género literario de las memorias de represaliados por el comunismo destaca el de las víctimas de las persecuciones religiosas. No fueron casos aislados sino que se dieron, primero, en toda la URSS, donde se llevaron a cabo innumerables detenciones y asesinatos. Posteriormente, se llevaron a cabo también en los países del Telón de Acero. Y, por poner otros ejemplos, hay que mencionar la represión religiosa en China y Vietnam. 

De la URSS destaco las memorias del sacerdote norteamericano de origen polaco Walter J. Ciszek, Caminando por valles oscuros (Palabra), en las que describe su estancia en varias cárceles soviéticas tras ser detenido en 1941 por ser sacerdote. Del historiador Didier Rance, exdirector de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), destaco dos libros dedicados a recopilar testimonios concretos sobre la represión religiosa en los países del Telón de Acero. El primer es La gran prueba, fruto de los viajes que realizó el autor tras la caída del Muro de Berlín para entrevistarse con numerosas víctimas. Este volumen reúne diez de estos testimonios, que proceden de Albania, Bielorrusia, Bulgaria, Lituania, Rumanía, Eslovaquia, Chequia y Ucrania. Sus protagonistas son religiosos, sacerdotes, obispos y laicos. 

El segundo es El beato Mark Çuni y los mártires de Albania, publicado en la colección “Mártires del siglo XX” de Ediciones Encuentro, volumen en el que vuelve a reunir un conjunto de breves biografías dedicadas a un grupo de mártires albaneses durante la dictadura comunista de Enver Hoxa. Cuando se conoció con detalle la persecución religiosa que tuvo lugar en Albania, el papa Juan Pablo II afirmó en 1993, poco después de la caída del régimen comunista: “Nunca antes había conocido la historia algo como lo
acontecido en Albania”. El libro describe las vidas de un buen grupo de mártires que fueron ejecutados o padecieron persecución en los diferentes campos de concentración que se crearon en Albania imitando los Gulag soviéticos. Uno de estos casos fue el de Mark Çuni, joven seminarista que fue acusado con otros colegas de pertenecer a una inexistente organización clandestina que preparaba un golpe de estado. Las condenas, con sus dosis de espectáculo, fueron sumarísimas.

De China menciono los libros del exiliado Liao Yiwu, de manera especial Dios es rojo, libro formado por entrevistas con las que muestra, por un lado, la pujanza del cristianismo en muchas zonas de China, y, por otro, las persecuciones violentas que tuvieron lugar a partir de 1955. Otro libro que merece destacarse es Encadenados. Diarios de mártires en la China de Mao, de Gerolamo Fazzini, que contiene los testimonios de católicos que fueron perseguidos y encerrados en los campos de concentración chinos, los laogai, de 1948 a 1978. Del mismo autor, y en la misma línea, es El libro rojo de los mártires chinos.

De Vietnam brilla la dramática experiencia del cardenal Van Thuan, autor de varios libros, como Cinco panes y dos peces, en los que su forzado confinamiento en diferentes prisiones es el camino para incrementar su relación con Dios; sobre Van Thuan merece citarse también la biografía de Miguel Ángel Velasco, La luz brilla en las tinieblas, y la novela basada en su vida de Teresa Gutiérrez de Cabiedes, Van Thuan. Libre entre rejas. De algunos de estos libros hablo en Cien años de literatura a la sombra del Gulag

En esta misma línea de describir la persecución de miembros de la Iglesia hay que destacar Cadenas y terror (1), del obispo rumano Ioan Ploscaru, que acaba de editar la BAC, libro que como El diario de la felicidad, del filósofo y religioso Nicolae Steinhardt, describe la vida en las cárceles rumanas durante décadas de comunismo. 

 

Obispo clandestino

 

Ioan Ploscaru (1911-1998) nació en la ciudad rumana de Cluj y posteriormente amplió estudios en la ciudad francesa de Estrasburgo; fue ordenado sacerdote en 1933. Al poco de iniciarse las persecuciones contra la Iglesia greco-católica que se cuentan en este libro, fue ordenado clandestinamente obispo de una de las eparquías, la de Lugoj. Tras acabar la Segunda Guerra Mundial, las tropas soviéticas se hicieron con el control político en Rumanía, que se transformó en un país comunista más ya en 1947. A partir de ese momento, las autoridades soviéticas dirigieron el destino de Rumanía, donde se reprodujeron las mismas políticas de control absoluto y totalitario de la población y la metódica persecución de la disidencia, con el papel protagonista de la Securitate, la polícía secreta. Desde que el comunismo se instaló en su país, Ploscaru sabía que su destino estaba ya marcado, pues conocía muy bien las persecuciones religiosas que se habían dado en la URSS. 



Después de la Segunda Guerra Mundial, los dirigentes comunistas permitieron a la Iglesia ortodoxa que continuase con sus actividades, eso sí, todas ellas bajo control de las autoridades. Pero no pasó lo mismo con otras confesiones ni con la Iglesia católica de rito romano ni con la Iglesia Greco-Católica, a la que pertenecía Ploscaru y que que contaba en Rumanía con una destacada presencia. Como temía Ploscaru (“no nos quedaba más que prepararnos con tenacidad para el martirio”), en 1948, en diciembre, se aprobó un Decreto que prohibió la Iglesia Greco-Católica y obligó a los obispos, sacerdotes y fieles a ingresar en la Iglesia ortodoxa, que se hizo cargo también de sus bienes y posesiones. Acusados de espías de Roma y de Estados Unidos, se inició una programada persecución contra los miembros de la Iglesia greco-católica.

De los 1.800 sacerdotes que había, 430 decidieron hacerse ortodoxos; el resto, abandonaron el ministerio sacerdotal o acabaron en las cárceles comunistas, donde fallecieron seis obispos greco-latinos a los que el Papa Francisco, en junio de 2019, ha beatificado. De todos ellos, que pasaron como el autor largas temporadas en prisión, se habla en este libro, que rinde también homenaje a sus vidas. 

 

Un carrusel de prisiones

 

Ioan Ploscaru fue arrestado en Lugoj el 29 de agosto de 1949. “Estuve en la cárcel durante 15 años, cuatro de ellos aislado. Liberado en el 1964, he sido continuamente vigilado, acechado, perseguido y otra vez interrogado; he sufrido arrestos domiciliarios; he tenido a veces miedo en los años sucesivos. Y han sido 25 años”. Su trayectoria está contada en estos recuerdos, que comenzó a escribir en 1956, cuando abandonó la prisión por unos meses, y que retoma en diferentes momentos de su vida hasta su definitiva publicación en 1993. 



Que la narración sea intermitente afecta en algunas ocasiones al ritmo de la narración, a su estructura y a algunas reiteraciones. También influye en la narración que el autor interrumpa de vez en cuando su relato personal para escribir minibiografías de los obispos greco-católicos que perdieron la vida en las cárceles. Y es una lástima que el libro no se haya revisado convenientemente, pues su edición contiene errores y faltas tipográficas más abundantes de lo normal y la traducción deje mucho que desear en algunas expresiones y pasajes. 

Ploscaru fue detenido en Lugoj, donde ejercía su ministerio sacerdotal, por oponerse al decreto de unión con la Iglesia ortodoxa. Pero en ningún momento se inició contra él ningún proceso judicial ni recibió ninguna condena. Su periplo le llevó a recorrer numerosas cárceles y prisiones, como las de Timisoara, Bucarest, Jilava, Gherla, Dej, Zarka… y las temidas Sighet y Pitesti. En Sighet, escribe Ploscaru, “el régimen disciplinario era deshumanizante. Todo estaba destinado a destruir el sentido de la dignidad individual y a destruir la moral para capitular”. En Siguet tiene en la actualidad su sede el Museo Memorial de las Víctimas del Comunismo en Rumanía, una iniciativa promovida por el escritor Romulus Rusan y la poetisa de fama internacional Ana Blandiana.

 

Apoteosis de la deshumanización

 

Pitesti ocupa un lugar muy especial en la historia de las cárceles comunistas. En ella tuvo lugar uno de los peores experimentos, pues los carceleros convirtieron a los detenidos, para salvar sus vidas, en los verdugos de sus compañeros. Para el historiador Stéphane Courtois, uno de los autores de El Libro negro del comunismo, se trata del peor ensayo y el más deshumanizado que se dio en todas las prisiones del Gulag, donde había para elegir muchas y crueles modalidades de deshacerse de los enemigos. Los dramas que se vivieron en Pitesti también aparece en un libro que cuenta la represión comunista en Rumanía, La tortura del silencio, escrito por el periodista y activista Guido Barella, que entrevistó a intelectuales, políticos y al arzobispo Alexandru Todea, que consiguió sobrevivir de 16 años en prisión y 27 de arresto domiciliario. 

  


En 1957, tras un juicio farsa, como era habitual, Ploscaru fue condenado a otros 15 años de prisión acusado de “instigación al crimen de traición a la patria” y “conspiración contra el orden social”, aunque fue liberado en 1964. Después, fue sometido a constantes interrogatorios y confinamientos, que duraron hasta el fin del comunismo en Rumanía, en 1989. 

 

Un confinamiento volcado en la oración

 

En las cárceles vio de todo, lo mismo que en los interrogatorios. Por ejemplo, a los enfermos terminales los encerraban aislados en una celda hasta que murieran de hambre, como sucedió con algunos de los obispos y sacerdotes que fallecieron. Fue testigo de palizas, delaciones, acusaciones falsas, brutales interrogatorios. Las condiciones higiénicas y alimenticias de la prisión pasaron factura a su salud. Estuvo catorce años sin poder leer un libro y solo en los últimos años, en prisiones de reeducación, les dejaban leer la prensa para empaparse del mensaje comunista. Cuando describe estos métodos “reeducativos”, cuenta con humor un chiste que circulaba sobre la prensa comunista: “se decía que en los periódicos hay tres tipos de noticias: ciertas, probables y falsas. Cierto es el título y la fecha; probable es la previsión del tiempo, el resto es falso”.



Sobrevivió gracias a su vida interior. Desde el primer momento, se unió a Cristo y llevó una vida de oración, sacrificio y entrega, que contagió además a los presidiarios que coincidieron con él. Intentó en todo momento dedicar muchas horas a la oración y vivió su experiencia como un martirio en vida. De todo
ello son buen testimonio las poesías que compuso y memorizó en prisión y que aparecen en este libro, en las que además de contar la monotonía de su vida en prisión, incluye jugosas consideraciones que muestran su finura espiritual y la radical entrega de este obispo rumano. 

El libro concluye con un capítulo que explica de manera resumida la historia de la Iglesia Rumana Unida desde que en 1700 decidieron unirse a Roma, manteniendo el rito greco-católico. Sin lugar a dudas, estamos ante un impresionante testimonio del sufrimiento y de las persecuciones que tuvo que padecer la Iglesia católica rumana durante los años de un deshumanizado comunismo.

 


(1) Ioan Ploscaru, Cadenas y terror. Un obispo greco-latino clandestino en la persecución comunista en Rumanía. BAC. Madrid (2021). 480 págs. Edición española basada en la edición italiana Catene e terrore. Traducción: Daniel Lazar. 

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