sábado, 25 de octubre de 2025

Notas para un diario: "Camisa acusadora"

 


Me da tanta pereza comprarme ropa que la mayoría de las veces le encargó a mi sobrina Andrea, que tiene buen gusto, que me la compre ella. Lo mejor de todo es que siempre acierta. Sabe que no me gustan los colores chillones ni las modas estrambóticas. Prefiero ropa lo más normal posible, con un tono medio juvenil, pero sin pasarse. Uno debe asimilar quién es y la edad que tiene (la real, no la que le gustaría). Me resultan patéticas las personas ya maduras que juegan a aparentar ser todavía joviales y juveniles, con un resultado a todas luces estremecedor.  

Y eso que hoy día, más que nunca, la gente pasa olímpicamente de todo. Basta con quedarse un día parado a la salida del Metro del Puente de Vallecas, en pleno verano, para comprobar que la gente se pone cualquier cosa encima para llamar o no la atención, sin ningún sentido del ridículo: ni ellas, con sus culos absolutos; ni ellos, con sus barrigas concluyentes. Las mezclas son cósmicas, fuera de cualquier tipo de catalogación. Todos orgullosos, satisfechos y pletóricos.

Una de las últimas camisas que me compró me gustaba especialmente. No tiene ningún adorno, solo un ligerísimo bordado a la altura del corazón que apenas se ve y que pasa por ser la marca de la camisa. El resto, plana, con un color algo así como mar tormentoso, un azul fuerte muy lejos del azul celeste, que odio y que me parece muy cursi. Me suelo poner esta camisa en aquellas situaciones en las que hay que dar una imagen entre arreglada y desarreglada. No es precisamente una camisa de vestir (no le pega la corbata), ni tampoco es una camisa de sport, nada informal. Con ella voy, en el verano, a las reuniones más o menos oficiales. Ni qué decir tiene que cuando me la pongo me creo que voy hecho un pincel, que llamo la atención por mi estilo, que sobresalgo por mi buen gusto.

Pero el otro día se me cayeron todos los palos del sombrajo. A la salida de la Pastelería Guadalajara, donde suelo perder el sentido, casi me tropiezo con un señor muy mayor que llevaba una camisa idéntica de la que estoy hablando. Menos mal que ese día yo no la llevaba puesta, sino seguro que la depresión aguda y traumática hubiese sido instantánea. 

Tendría unos ochenta años y estaba bastante descuajeringado. No se había afeitado. Se había puesto unos pantalones cortos de vestir, marrones, que, para mi gusto, no pegaban nada con el conjunto. Pero ahí no acababa la cosa. Iba con zapatillas de deporte, marca Alcampo, verdes fosforito, y con unos calcetines negros que habían perdido la fijeza de la goma y que lucían mediocaídos mostrando unas canillas blanquecinas con aspecto cadavérico. Las rodillas mostraban en carne viva el paso del tiempo y la degeneración rotuliana, con unos cartílagos desgastados y sin apenas fuelle. Como había ido recientemente al médico precisamente para que me mirara las rodillas, que me dolían un montón, vi que tenían una forma parecida a las mías, machacadas por mis años de futbolero. El médico me dijo que podía ser condromalacia o condropatía. Me lo explicó, pero se me ha olvidado. Que me harían unas pruebas. Y no sabía si tendría grado 2 o grado 4. El viejo tendría, seguro, grado 4, porque las rodillas mostraban un acusado desgaste antiestético. Llevaba gafas de sol, de las de antes, grandes y reflectantes. Cargaba con una bolsa verde de los chinos en la que sobresalía unas lechugas y en el fondo unos tomates y unas patatas. Y una barra de pan, también del chino. Y, como remate, una gorra roja de Ferreterías Manolo. Sin embargo, su camisa era como la que yo tengo, con ese inconfundible y tan querido color azul de mar un tanto agitado.

De pronto, como un espejo, me vi retratado. El impacto me dejó casi sin respiración, pero acepté la lección existencial y decidí seguirle unos minutos, hasta casi el final de Puerto de Canfranc cuando se cruza con la Avenida de la Albufera. Fueron unos instantes angustiosos porque me atravesó el fluir del tiempo, el devenir de los minutos, el paso de las horas, el taladro de la conciencia. Yo y él éramos en ese momento la misma persona. Y yo debía aceptar que me estaba viendo a mí mismo dentro de unos años, todavía luciendo orgullosamente mi querida camisa azul de color mar tormentoso que me había comprado mi sobrina Andrea. 

Humillado, con el orgullo por los suelos, zarandeado psicológicamente por la experiencia, llegué a casa. Fui a mi habitación, abrí el armario, busqué y cogí la camisa azul de color ahora atormentado (en ese momento, para mí ya era de un azul desvaído, cerúleo, pálido, comatoso…, el color de la antesala de la muerte) y con unas tijeras de la cocina, despacito, la hice trizas, como los trocitos de un espejo roto.  

 

martes, 14 de octubre de 2025

"Un miliciano de Vallecas", de Ángel Rodríguez de Bodas

 

La Guerra Civil española sigue siendo motivo de inspiración para muchos libros que incluyen investigaciones históricas cada vez más minimalistas y locales y libros donde se cuentan las trayectorias de muchas de las víctimas y de los soldados que, en ambos frentes, vivieron y padecieron la Guerra. Recientemente, me he leído El viaje de mi padre (Alfaguara), de Julio Llamazares, en el que el autor leonés realizó el mismo recorrido que su padre, voluntario en el bando nacional, desde su pueblo de León, La Mata de la Bárbula, hasta la Sierra de Espadán, en Castellón. Se trata de un libro de viajes muy literario en el que las descripciones de los lugares y paisajes se combinan con las referencias a los acontecimientos más significativos que vive su padre. Pero la Guerra Civil casi aparece como telón de fondo, como un lejano escenario.

            Todo lo contrario de Un miliciano de Vallecas, que ha escrito Ángel Rodríguez de Bodas tras muchos años de una minuciosa investigación sobre la Guerra Civil. No hay más que ver la profusa bibliografía que ha usado el autor, y los anexos que figuran al final del libro, para ver que estamos ante un libro que va mucho más allá de la simple narración de las penalidades que pasó su padre desde que se alistó en el ejército republicano hasta su definitivo regreso a la capital de España en 1942. Al pormenorizado relato de cómo su padre, Paco, vivió la Guerra Civil, con muchas anécdotas familiares y personales, se suma el equilibrado y profundo análisis que el autor hace del transcurso de la Guerra, dando una primordial importancia al contexto militar, político y social, recurriendo a informes técnicos y militares, a diarios de soldados y a multitud de referencias históricas y periodísticas. 

            El libro se convierte así en un completísimo resumen de algunas de las más determinantes batallas (como la del Jarama, Brunete, Aragón…), del exilio de miles de militares y ciudadanos a Francia, de cómo vivieron en los campos de concentración franceses y del regreso de muchos militares republicanos de nuevo a España cuando Franco anunció una engañosa amnistía para ellos.

            A la vez, el autor describe la peripecia personal de su padre, una persona que vivió todos aquellos sucesos de una manera intensa pero no exaltada, consciente de que estaba en todo momento cumpliendo con su deber, pero sin dejarse llevar por el odio y la violencia que se instalaron en los dos bandos, provocando muertes innecesarias y un sinfín de ajustes de cuentas por motivos ideológicos. 



            Escribe el autor que su padre “nunca hizo un intento de contarnos de forma continuada sus recuerdos de la Guerra Civil. Sin embargo, aquí y allá, cuando venía a cuento, nos relataba alguna anécdota o acontecimiento que le había tocado vivir”. A medida que la investigación sobre su padre iba creciendo, su admiración por él iba en aumento, pues fue descubriendo aspectos insólitos de su carácter y personalidad, como el que “no hablara mal de nadie”, la cantidad de amigos que tenía y el espíritu de sacrificio, la integridad y el sentido de la justicia que puso en práctica toda su vida, de manera especial durante los años de la Guerra. 

            Los padres de Paco habían llegado a Madrid procedentes de Lugo y de Guadalajara. Se casaron en 1909 y en un principio vivieron en el barrio de la Arganzuela, en la calle Mira el Río Baja. Posteriormente se trasladaron al barrio de Pacífico y al comienzo de la Guerra Civil se fueron a vivir al Callejón de los Ruices, en el Puente de Vallecas, donde había una conocida vaquería. Paco dejó pronto de estudiar y empezó primero a trabajar repartiendo leche por el barrio. En 1930, con 15 años, entra en una empresa como ayudante de montaje de estructuras metálicas. En esa empresa, se afilia a la UGT. 

            A la vez que el autor cuenta los primeros años de la vida de su padre, habla también de la convulsa situación política que vive España, con la crisis de la monarquía, las elecciones de 1931, la proclamación de la República, la radicalización de los partidos políticos y el incremento de hechos violentos que se desatarán desde muy pronto del comienzo de la II República, como la quema de iglesias, los asaltos a centros y colegios católicos y el aumento de atentados. Paco y su familia rechazaban este tipo de actos extremistas y se mostraban más cercanos al socialismo que propugnaba Indalecio Prieto que al más incendiario de Largo Caballero.



            Pero el inicio de la Guerra Civil puso todo patas arriba. Paco acabó por alistarse voluntario en el Batallón Pablo Iglesias, formado por milicianos de la UGT. Ante el asedio de Madrid por parte de las tropas franquistas, este Batallón se dedicó a labores de defensa en los alrededores de la carretera de Valencia. El Batallón de Paco participó en las Batallas del Jarama, Guadalajara y Brunete. Paco fue ascendido primero a cabo y después a sargento. Víctima de un bombardeo aéreo de los muchos que recibió la capital, se rompió una pierna y estuvo unos meses convaleciente en su domicilio de Vallecas. Cuando recibió el alta, fue destinado al Bajo Aragón. Meses después fue ascendido a sargento y a teniente y asistió al desplome del frente de Aragón y a las sucesivas derrotas del ejército republicano hasta la casi definitiva del Ebro. 



            El autor describe el periplo de su padre y lo que queda de su batallón por diferentes localidades de Cataluña hasta que llegan a tierras francesas, a Prats-de-Mollo, donde entregan las armas. Después recorrería diferentes y penosos campos de concentración (Le Sendreu, Saint Cyprien, Le Barcarès) hasta que decide, como otros muchos miles de soldados, regresar a España al acabar la Guerra. Ya en España, primero es encerrado en el campo de concentración de Reus, luego en el de Horta y posteriormente, para realizar trabajos forzados, es trasladado a la Alcazaba de Zeluán, en Melilla, donde realiza reparaciones en las vías de los trenes. Estando en Melilla, por fin es licenciado y regresa a Vallecas, aunque a los pocos meses, cuando ya estaba de nuevo trabajando, fue llamado otra vez a filas para realizar el servicio militar franquista en Santiago de Compostela. Fue licenciado el 21 de mayo de 1942. 




            De nuevo en Madrid reanuda su noviazgo con Isabel, se casan en 1944 y en 1947 nace el autor en la vallecana calle de Arroyo del Olivar. Posteriormente, Ángel Rodríguez de Bodas estudió Químicas en la Universidad Complutense y desarrolló su actividad profesional y académica en las universidades de McGill y Ottawa, en Canadá, donde reside en la actualidad y donde, además, se ha dedicado a investigar sobre la Guerra Civil y Vallecas para conocer mejor la vida de sus padres.

            Muchos son los aciertos de este ambicioso libro, que merece la pena leer para tener una imagen cabal y equilibrada de la Guerra Civil. La vida tan anónima de su padre, como la de tantos y tantos milicianos, le da pie a reflejar de manera muy verosímil y desideologizada el devenir de la Guerra desde la perspectiva de los vencidos, de los soldados y ciudadanos republicanos que fueron víctimas, al finalizar la Guerra, de infinidad de tropelías, abusos y engaños, como se comprueba con la vida del propio Paco, que fue tratado como un prisionero de guerra, sin apenas derechos y en unas condiciones humanas e higiénicas miserables. 

            Excelente libro, muy trabajado, muy bien escrito, con información contrastada y muy detallada que ofrece una visión viva, directa, amena, sosegada, a ras de suelo de unos hechos siempre controvertidos que contrasta con otros testimonios sobre los mismos sucesos en los que impera el sectarismo, el odio y el revanchismo. Ojalá que este libro, un merecido homenaje a la vida de su padre, fallecido en 1991, lleno de pasión por Vallecas y respeto a la dignidad de todos los que combatieron en la Guerra Civil, llegue a muchos lectores.



Un miliciano de Vallecas

Ángel Rodríguez de Bodas

Círculo Rojo. Madrid (2025). 

420 págs. 24 €

miércoles, 8 de octubre de 2025

"Cisnes salvajes", de Jung Chang


    He estado leyendo estos días "Próspero viento", las memorias políticas del escritor Andrés Trapiello. El libro rescata algunos episodios biográficos que, de manera directa o indirecta, estuvieron salpicados de política. Como experto en la Guerra Civil, sobre la que ha publicado "Las armas y las letras", dedicado a la actuación de los escritores durante esta contienda fratricida, le sorprende que a día de hoy, en la literatura y en los libros de historia, sigan imperando visiones maniqueístas que dividen a las víctimas en buenas o malas según el color político. A pesar de lo mucho publicado desde entonces, libros que cuestionan el relato inmovilista que proponen algunos escritores de izquierda, Trapiello anima a conocer más en profundidad los crímenes que se cometieron en países dictatoriales y comunistas como la URSS o China, por poner dos ejemplos (se pueden poner muchos más). En "Próspero viento" anima en concreto a leer "Cisnes salvajes", de la historiadora china Jung Chang. También las memorias de Nadiezhda Mandelstam, la viuda del poeta Ósip Mandelstam, "Contra toda esperanza", y las de Eugenia Ginzburg, "El vértigo". En esta entrada rescato una reseña del libro "Cisnes salvajes", que se publicó en España en 1991 y que todavía se sigue leyendo.

 Jung Chang es una escritora china que también ha publicado, entre otros, Mao. La historia desconocida (Taurus), una monumental, exhaustiva y demoledora biografía, escrita con su marido Jon Halliday, sobre la vida del dictador más sangriento de la historia (ahí están los datos de los más de sesenta millones de víctimas para confirmarlo). Pero antes de este libro dedicado a Mao publicó en 1991 Cisnes salvajes, libro testimonial que supuso para mí un verdadero descubrimiento literario e histórico. Chang, que abandonó China en 1978 a la edad de 26 años para continuar sus estudios de Lingüística en Gran Bretaña, consigue en este libro acercar a los lectores occidentales la realidad de lo que había acontecido en China a lo largo del pasado siglo. 

El libro fue un inmenso mazazo, pues todavía muchos tenían una visión idílica de la China de Mao, imagen adulterada a la que habían contribuido con testimonios propagandísticos y panfletarios muchos intelectuales de izquierdas, especialmente franceses (como denuncia el gran escritor Simon Leys), que ocultaron los asesinatos, los crímenes, la tortura y la obsesiva censura que se vivía en China. Mientras estos intelectuales, cuando se trasladaban a China, vivían en lujosos hoteles visitaban los escenarios preparados por los organizadores y ligaban paladeando las poesías y las consignas políticas de El libro rojo de Mao, la población china moría de hambre por culpa de los delirios de grandeza de un dictador que siempre manifestó un desprecio absoluto por el ser humano, como la reciente biografía y Cisnes salvajes ponen tristemente de manifiesto. Al que le gusten más los libros históricos, le recomiendo la reciente trilogía publicada en Acantilado de los espléndidos libros del historiador holandés Frank Dikötter.

            Cisnes salvajes no es una novela sino el relato de las vidas de tres mujeres que resumen las vicisitudes de la historia de China a lo largo del siglo XX. Primero se cuenta la vida de Yu fang, la abuela de Jung; después la de su madre, Bao Qin/De-Hong (cisne salvaje, en chino); por último, la vida de la propia narradora hasta que consigue trasladarse a Gran Bretaña.

            La vida de Yu fang explica bastante bien qué pasó en China antes de la llegada de Mao al poder. La abuela fue concubina de uno de los generales de los señores de la guerra, durante el periodo de decadencia del imperio manchú. Toda esta parte tiene un innegable sabor tradicional, y recuerda algunos de los episodios que revive también el escritor norteamericano David Kidd en su libro Historias de Pekín (Libros del Asteroide), que describe los años en los que el comunismo destrozó de manera deliberada la cultura tradicional. Pero la vida de Yu fang sufre continuos cataclismos políticos. Primero es la caída del Imperio de Manchuria; luego, la invasión de los japoneses en 1931; poco cambiaron las cosas con la llegada al poder del emperador Pu Yin, un títere de los japoneses. Con su segundo marido, el doctor Xia, Yu fang asiste también a la alianza entre el Kuomintang y los comunistas para derrotar a los japoneses.

            A partir de ese momento, el testigo pasa a la madre de Jung Chang, Bao Qin/De-Hong, quien, como tantos millones de chinos, se ilusionó con la victoria de los comunistas durante la guerra civil con el Kuomintang. Bao Qin se casó con un revolucionario comunista, uno de los personajes más entrañables del libro, una persona que mantuvo hasta el final su fe en los ideales comunistas. Sin embargo, poco a poco el matrimonio empieza a descubrir cómo el comunismo deriva en la justificación de la represión y la violencia. Durante los años de la Revolución Cultural, los padres de Jung son denunciados y sufrieron en sus carnes la política de la sinrazón. 

            Los testimonios que cuenta Jung Chang son reales y estremecedores. Y aunque resulta en ocasiones durísimo de leer, estos hechos sirven para explicar la historia colectiva del sufrido pueblo chino. Como escribe la autora, “rodeada de sufrimiento, muerte y desolación, había contemplado la indestructible capacidad humana para sobrevivir y buscar la felicidad”.




Cisnes salvajes

Jung Chang

Circe. Barcelona

540 págs. 25 €.