domingo, 9 de septiembre de 2018

"Las redes del terror. Las policías secretas comunistas y su legado", de José M. Faraldo


José M. Faraldo (1968) es profesor en la Universidad Complutense de Madrid y lo ha sido de la Universidad Europea Viadrina en Fráncfort del Oder. Ha trabajado en diferentes proyectos europeos de investigación, como el que realizó en el Centro de Historia Contemporánea de Potsdam, Alemania. También ha sido investigador invitado en Bucarest, Varsovia, Leipzig, París, Berlín, Bogotá y Stanford. Faraldo es especialista en historia de Europa Oriental, como demuestran sus últimos libros: La Europa clandestina. Resistencia contra las ocupaciones nazi y estalinistas(1938-1948) y La revolución rusa: historia y memoria. El investigador alemán Karl Schlögel, profesor de Historia del Este en la Universidad Europea de Viadrina (Fránckfort del Oder) y autor del libro Terror y utopía (Acantilado), con quien José M. Faraldo ha colaborado en diferentes trabajos de investigación, destaca que el autor “ha escrito un libro que hacía mucho tiempo que era necesario. No se puede entender el dominio violento del comunismo soviético sin el núcleo duro del aparato terrorista y de la policía secreta”.
“Hasta ahora –escribe Faraldo en el prólogo- no había obra alguna que analizara en conjunto las distintas agencias de policía política de la Europa comunista, ni ha sido habitual mostrar cómo han sobrevivido al capitalismo los traumas y las herencias de aquel pasado violento”. El libro aborda el origen, desarrollo y las consecuencias del legado de estas policías secretas también en la actualidad, pues en muchos de estos países se han tomado iniciativas para recuperar la memoria del comunismo y para analizar –en algunos casos con encendidas polémicas- el contenido de unos archivos que explican por sí solos la magnitud del trabajo de control y represión realizado durante décadas, labor que va más allá del trabajo realizado exclusivamente por los miembros activos de estas policías y que se extiende a los numerosos confidentes con que han contado. Solo en el caso de Rumanía, en 1989 la Securitate tenía 15.000 miembros y entre 400.000 y 700.000 confidentes.


Las redes del terror comienza con un capítulo en el que describe los comienzos de esta generalizada vigilancia en muchos estados con la puesta en marcha de policías secretas que comenzaron a tomar más protagonismo a partir de finales del siglo XVIII con la Revolución francesa. Sin embargo, como describe Faraldo, conviene destacar la absoluta novedad que incorpora el socialismo soviético en el grado, la forma y los contextos en que desarrolló su actividad, que no pueden compararse ni de lejos, por ejemplo, con las actividades realizadas ni siquiera por la policía secreta zarista, la Ojrana, a menudo mencionada como el origen de la Cheká comunista. Luego se centra Faraldo de manera extensa en la creación de esta policía política después de la Revolución rusa, que tuvo su inmediato precedente en los Comités de Defensa creados por los bolcheviques a raíz de la Revolución frustrada de 1905 y tras el éxito de la Revolución en Petrogrado en 1917. Ya en el mismo diciembre de 1917, con Lenin como ideólogo y el polaco Feliks Dzierzynski como jefe del comisariado, se creó la “Comisión Panrusa Extraordinaria para Combatir el Sabotaje y la Contrarrevolución” (Cheká), una maquinaria represiva autónoma y extrajudicial que no dependía del nuevo Gobierno sino directamente del Partido Comunista. Como afirmó el propio Dzierzynski en un documento que se cita en este libro: “Defendemos el terrorismo organizado, esto debe ser admitido con franqueza”. En diciembre de 1917 contaba con 100 miembros que aumentó hasta los dos mil en julio de 1918 y a los 260.000 (entre civiles y militares) en 1921. La Cheká (y sus diferentes nombres OGPU, GPU, KGB…) fue una pieza clave del régimen comunista durante décadas en la imposición por la fuerza de la ingeniería  social que promovía la construcción del comunismo, gulag incluidos.
Son cada vez más conocidas estas actuaciones de la policía secreta durante los años de Lenin, Stalin y sucesivos dirigentes del PCUS, acciones que también aparecen descritas en numerosos testimonios memorialísticos y en novelas basadas en hechos reales, como explico en mi libro Cien años de literatura a la sombra del Gulag, donde indirectamente se habla mucho de las policías secretas. El autor destaca el papel de la Cheká en el proceso de “deskulakización” del campo soviético, cuando los dirigentes comunistas declararon la guerra a los kulaks, los campesinos. Por ejemplo, en una directiva del Politburó de 1930 se aprobaron una serie de medidas secretas: 60.000 kuláks debían ser enviados a los campos de concentración y, en caso de resistencia, se concedía permiso para que fueran fusilados; unas 150.000 familias de kulaks fueron deportadas a diferentes repúblicas soviéticas; y otros 800.000 fueron reubicados en tierras de peor calidad dentro de sus repúblicas. Como respondió Molotov, secretario del Comité Central, a la pregunta de qué hacer con los kulaks: “si hay un río adecuado, se les ahoga”. También la Cheká tuvo un papel protagonista en la represión que tuvo lugar en 1937 después de que se aprobara la Orden 0047 del NKVD por la que fueron detenidas millón y medio de personas, de las que, por cuotas, 700.000 fueron fusiladas.
A continuación, analiza Faraldo la internacionalización de la policía secreta tras el final de la Segunda Guerra Mundial y la aparición del bloque comunista. Se centra el autor en tres casos: la Stasi en la República Democrática Alemana, la Securitate en Rumanía y el SB en Polonia. Todas ellas imitaron los métodos de la Cheká y también funcionaron como herramientas de represión que dependían directamente de los respectivos partidos comunistas. En todas, detrás estaba la mano de la URSS. Por ejemplo, en Rumanía, la Dirección General del Pueblo se creó en 1948 y tuvo como primer jefe al soviético Pantelimon Bodnarenko, que adoptó el nombre rumano de Gheorghe Pintilie para ocultar su procedencia. Lo mismo hicieron otros asesores soviéticos en el resto de los países del este. Como ocurrió con la Cheká, estos organismos adquirieron unas proporciones descomunales, lo que revela la importancia que tuvieron en estos países: en 1989, la Securitate tenía 15.000 miembros y, como hemos comentado, entre 400.000 y 700.000 dirigentes; la STASI, también en 1989, contaba con 90.000 miembros y unos 175.000 confidentes; y la SB polaca tenía en la misma fecha 24.000 policías y 98.000 confidentes.


El libro analiza después algunas actuaciones de estas policías secretas en relación con España: vigilancia a diplomáticos y exiliados, relación con ETA, condiciones de los exiliados, financiación de actividades, sostenimiento económico del PCE… Algunos de esos países, como la Rumanía de Ceaucescu, fueron destino de descanso de los dirigentes comunistas españoles. Por último, el libro, en varios capítulos novedosos y muy interesantes, describe la situación de estas policías secretas tras la caída del comunismo, algunas de las polémicas que se han dado cuando se han conocido los nombres de algunos confidentes y los trabajos de investigación que se están llevando a cabo para conocer mejor el alcance del comunismo y sus policías políticas.


Los revolucionarios rusos tuvieron como modelo, y no lo ocultaban, la violencia ejercida tras la revolución francesa. Ante algunas acusaciones sobre cómo se estaba desplegando este terror de manera arbitraria ya en 1917, Lev Trotski escribió lo siguiente: “Te indignas con el terror desnudo que estamos aplicando contra nuestros enemigos de clase, pero déjame decirte que dentro de un mes como máximo asumirá formas mucho más espantosas, modeladas sobre el terror de los grandes revolucionarios franceses. No la prisión, sino la guillotina esperará a nuestros enemigos”.


Las redes del terror. Las policías secretas comunistas y su legado
José M. Faraldo
Galaxia Gutenberg. Barcelona (2018)
340 págs. 22,50 € (papel) / 13,99 € (digital) 

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