En su trabajo editorial de dar a conocer literaturas minoritarias y recuperar a autores ya olvidados, Automática Editorial rescata una de las obras más importantes de Chinguiz Aitmátov (1928-2008), escritor nacido en la República de Kirguistán y que llevó a su literatura las vivencias de aquellas tierras y parajes vecinos, como los de Kazajistán, a la vez que recuerda en sus libros momentos de su niñez en una minúscula aldea kirguís. En la misma editorial se ha publicado Yamilia, una historia de amor que supera las barreras y las tradiciones ambientada en el mundo rural de Kirguistán al principio de los años de dominio soviético.
Más de un siglo se alarga el día transcurre en la estepa kazaja, en una aldea muy apartada donde solo viven los que trabajan para el ferrocarril soviético desempeñando puestos de guardagujas, mantenimiento de los raíles y para despejar los caminos de las intensas nieves de la zona. No es un sitio agradable para vivir (ni para morir), pero algunos de los muchos trabajadores que van pasando por ese lugar acaban encontrando allí sentido a su existencia, identificándose con el paisaje y con el estilo de vida, a pesar de las penalidades que tienen que atravesar.
Es el caso de Qazanghap, todo un baluarte en esa colonia, quien consiguió sacar adelante a su familia y ayudar en la medida de sus posibilidades a otras personas que no acababan de encontrar un sitio donde establecerse, tras estériles peregrinajes buscando trabajo y un lugar donde conseguir estabilidad para construir una familia. Es el caso de Ediguéi Buranny, casado con Ukubala, los dos originarios del mar Aral. Un casual e inesperado encuentro con Qazanghap en Kumbel, una ciudad próxima al que sería su destino definitivo, la aldea de Boranly-Buranny, cambiará definitivamente sus vidas.
La novela cuenta el largo camino que tiene que recorrer Ediguéi y la comitiva que le acompaña para enterrar a Qazanghap en el desierto de Ana-Beit, el cementerio de la zona, ligado además a curiosas leyendas ancestrales que Ediguéi hace suyas para confirmar que el destino del cuerpo de Qazanghap es ese cementerio. Tras conocer la muerte de su mejor amigo, a quien tanto debe, Ediguéi se responsabiliza de llamar a sus hijos, ya despegados de aquellas tierras y sus costumbres, y de organizar el viaje, en el que le acompañarían a regañadientes unos familiares de Qazanghap y algunos vecinos, como Edilbai el Largo.
A lo largo del viaje Ediguéi repasa su vida, su relación con Qazanghap y algunas historias que tienen que ver con leyendas de la zona que tienen un profundo valor antropológico, además de servir para explicar algunas cuestiones del presente. A la vez, Ediguéi se nos presenta como un personaje profundo, con sus crisis afectivas y existenciales, anclado en aquel duro y estéril paisaje que se le presenta como una imagen de su melancólica alma. Personalmente, este personaje, austero, familiar, trabajador, abnegado, buen compañero, generoso, me ha parecido lo mejor del libro.
La novela describe también cómo hasta ese lugar apartado llegan con cuentagotas los nuevos aires de la modernidad y también la presión del Partido Comunista soviético, obsesionado con uniformar a todos los habitantes de su vasto imperio.
En muchos momentos, el hilo conductor de la trama resulta muy tenue, pues los recuerdos o algunas historias protagonizadas por amigos y vecinos de Ediguéi se apoderan completamente de la narración, dedicando muchas páginas a relatar sus aventuras y leyendas. Es el caso de las desgracias que padecen sus vecinos Abutalip, su mujer Zaripa y sus dos hijos pequeños, a quienes el irracional poder soviético persigue de manera sistemática, incluso en un lugar tan apartado como Boranly-Buranny, por haber sido hecho prisionero por los alemanes Abutalip durante la Segunda Guerra Mundial y después, tras su liberación, haber colaborado con los partisanos yugoslavos, considerados después enemigos por Stalin. De manera colateral, se muestra el afán del poder soviético de imponer como sea su ideología, perseguir a los que considera sus enemigos y acabar con las tradiciones y costumbres de los muchos pueblos que formaron parte de la Unión Soviética.
En la novela, sobre todo al principio, aparecen algunos capítulos en los que el autor habla de las expediciones al espacio de los rusos y los americanos en las que incluso descubren el planeta Mambla Selvática, donde viven unos extraterrestres que se han puesto en contacto con los astronautas que se encuentran en el espacio, provocando el miedo y la estupefacción en los dirigentes de los países. Es precisamente en Kazajistán, en un lugar cercano a donde transcurre la acción de la novela, donde tienen lugar los viajes espaciales de los rusos. Parece como si el autor quisiese mostrar dos vidas muy distintas: la de Edigueí y sus vecinos, ancladas en la tradición, y la que prometen los avances de la ciencia, con una potente carga deshumanizadora.
Tanto la inclusión de estos capítulos “espaciales” como el extenso relato de algunas de las leyendas de aquella zona inciden en el ritmo y el desarrollo de la novela, que pierde fuelle precisamente por estas largas digresiones. Cuando la acción se centra en Ediguéi, sus ideas, sus crisis, su mundo interior y la relación con sus vecinos y su entorno -con las estepas sarozekas y con su camello Qaranar-, la novela levanta el vuelo pues el autor toca la fibra de los valores y los sentimientos universales en medio de un paisaje indiferente y enorme, que parece empequeñecer el destino del ser humano.
Más de un siglo se alarga el día
Chinguiz Aitmátov
Automática. Madrid (2024).
560 págs. 29 € (papel) / 12,99 € (digital).
Traducción: Marta Sánchez-Nieves Fernández.