sábado, 5 de septiembre de 2020

"La era de Stalin", de David L. Hoffmann


“Pocos personajes históricos inspiran tanta adoración y aversión como Iósif Stalin, dictador de la Unión Soviética desde 1928 a su muerte en 1953”, escribe David L. Hoffmann, profesor de Historia de Rusia en la Universidad de Ohio y autor de numerosas publicaciones sobre la historia de la URSS. Este libro no es una biografía del dictador soviético sino un detallado análisis de los cambios que se dieron en la URSS durante lo que se ha venido en llamar estalinismo, aunque, como bien dice el autor, los métodos estalinistas no acabaron con su muerte sino que se extendieron con ligeros retoques hasta la época de Gorbachov.

            Hoy día, la figura de Stalin sigue despertando admiración entre ciudadanos rusos y de las antiguas repúblicas soviéticas que añoran nostálgicamente los años del Imperio de la URSS y el entusiasmo que suscitó la figura de Stalin tras la derrota de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, esta nostalgia se olvida de los años de terror, de las purgas, de las deportaciones y de las muertes. Muchos de estos “admiradores” ponen el acento exclusivamente en las transformaciones económicas que sufrió el país, que pasó de la autocracia y pobreza zarista a convertirse en potencia mundial. Eso sí, “esta transformación -como destaca Hoffmann- tuvo lugar mientras se aplicaba una violencia de Estado masiva, un verdadero baño de sangre”.

            El historiador norteamericano sitúa la novedad de la Revolución soviética en su contexto histórico, en una época de auge de las utopías socialistas, la política de masas y la reivindicación de las condiciones de los trabajadores. Estas ideas se encontraron con la fuerte oposición de los zares, que apenas movieron ficha para introducir cambios, y cuando los tomaron fue demasiado tarde. Hoffmann describe de manera muy crítica los últimos años del régimen zarista, con unos zares, como Nicolás II, desbordados por las circunstancias.


            El golpe de estado de los bolcheviques inició una guerra civil que, curiosamente, se convirtió en un suceso “formativo” para el nuevo régimen. Las políticas de estado militares, económicas y sociales no se desmontaron al finalizar la guerra civil sino que siguieron en vigor y moldearon las instituciones estatales y la cultura política y la mentalidad de los líderes bolcheviques. Y más todavía a partir de 1928, cuando Stalin, ya dueño del poder absoluto del Partido Comunista y del Estado, decidió desmontar las medidas de la Nueva Política Económica (NEP) y aplicar sus drásticas medidas para industrializar el país, que pasaban por la revolución agraria, la colectivización forzosa, la persecución de los kulak y la aprobación de los planes quinquenales. A partir de ese momento, el Estado se hizo cargo “de la economía y estableció normas férreas para el desarrollo de la industria”. Este nuevo camino solo podría llevarse a cabo con un control absoluto también de la población y la persecución contra los enemigos de la seguridad del Estado. Esta política justificó los años de terror, las purgas y la extensión de los Gulag.

            Los años 40 están marcados por la Gran Guerra Patriótica, que dejó millones de muertos en la URSS. La victoria no supuso cambios en las políticas de la URSS. La muerte de Stalin en 1953 trajo consigo, años después, ya en la época de Kruschev, una denuncia de los abusos de poder de Stalin y de los excesos del culto a la personalidad, pero las décadas siguientes siguió activo el estalinismo, pues no hubo cambios políticos.

            El libro resume muy bien todos estos acontecimientos a la vez que describe las líneas maestras del estalinismo, que pasaban por el dominio absoluto del Estado de todas las esferas, tanto en el plano individual como en el colectivo, en el económico y cultural y hasta en todo lo relacionado con el ocio y las relaciones personales. Este modelo, además, fue el que se extendió al resto de países del Telón de Acero. 



La era de Stalin

David L. Hoffmann

Rialp. Madrid (2020)

272 págs. 20 € 

T.o.: The Stalinist Era

Traducción: David Cerdá.

martes, 18 de agosto de 2020

Notas para un diario. "Decálogo del perfecto dominguero"

He recorrido este verano algunos de los escenarios emblemáticos de los domingueros (Boca del Asno, Los Asientos y, sobre todo, Cazalegas) y he llegado a la conclusión de que hay que dejar las cosas claras para que esto no se nos vaya de las manos. Desde mi humilde punto de vista, estos son los rasgos más característicos del perfecto dominguero. Lo demás son falsificaciones, copias baratas y un quiero y no puedo.  

1.- Rechazo de la improvisación: Todo debe estar absolutamente medido y calculado. Nada de ocurrencias de última hora.
2.- Huida de la originalidad: Un dominguero no arriesga, no innova. Sólo los domingueros aficionados, o los aventureros frustrados, son los que intentan buscar nuevas rutas, o los que incorporan al utillaje del dominguero elementos excesivamente modernos. ¿Alguien ha visto un dominguero con cascos? Los pueden llevar los hijos -eso sí se permite- pero no que los lleve el verdadero protagonista. El auténtico dominguero no siente envidia por los planes insólitos y exóticos. 


3.- Aprecio por la masificación: El dominguero es un ser solidario, comprometido, que se siente a gusto con los demás. No se vuelven locos por buscar un lugar apartado, donde no haya nadie. El dominguero de verdad no busca parajes solitarios, ni una casita perdida y romántica donde nunca hay nadie.
4.-Perseverancia y constancia: No se es dominguero un solo domingo. Se es dominguero todos los domingos, uno tras otro, haga buen tiempo, llueva o se haya puesto mala la abuela.
5.- Sin miedo al ridículo: El dominguero no deja de hacer lo de todos los domingos porque le entre una sensación de ridículo existencial: si hay que lavar el coche en un arroyo miserable, se lava el coche porque así está previsto. Además, a un dominguero no se le cae la baba ni siente envidia por cosas más modernas. Por ejemplo, hay gorras americanas baratas que también quitan el sol, pero sería un atentado contra la tradición tirar a la basura la tradicional gorra de Titanlux para sustituirla por un elemento extraño, y más aún si es americano. El dominguero es un producto nacional, intrahistórico, terruñero, carpetovetónico. 


6.- Obediente a las reglas: Se necesita tener un espíritu dócil y obediente, amigo de las empresas que tienen el éxito asegurado en la constancia y en lo establecido. La esencia de ser dominguero no puede alterarse en unas votaciones. Y es difícil que también cambien la mayoría de los elementos que lo definen, por mucho que evolucionen las marcas y el progreso, y los japoneses intenten hacerse con el control. Los domingueros saben hablar de la tradición, de los mayores. Todos tienen en sus casas fotos de parientes antiguos en bañador que han sido domingueros hasta el fin de sus días, sin dejarse vencer por las tentaciones de pasar una tarde de domingo delante del televisor o viendo una corrida de toros. El dominguero respeta a los mayores y sus instituciones. 
7.- Familiar: Un dominguero sin familia, sin niños revoloteando a su alrededor y sin abuela que ronca al echarse la siesta no es un dominguero oficial sino un simple y miserable aficionado. En algunas ciudades, se ha puesto en práctica un cómodo y práctico sistema de alquiler de niños y abuelas, pero no es lo mismo. Por desgracia hay cosas que no son fáciles de enseñar: por ejemplo, los niños alquilados obedecen siempre y las abuelas alquiladas comen de todo. 


8.-Gustos decimonónicos: El buen dominguero no vive pegado a la actualidad. Sus gustos musicales son los de hace dos o tres décadas, y no se pueden alterar. Tampoco el dominguero se deja llevar por las modas a la hora de introducir cambios en los bañadores. La abuela nunca lleva bañador y lo máximo que hace es meter los tobillos en el agua para refrescarse. A varias familias se les ha tenido que retirar el carnet de dominguero porque la abuela, la muy egoísta, les ha salido nadadora. 
9.-Una difícil armonía familiar: No es frecuente que brille la comprensión y la amabilidad entre los miembros de un equipo de domingueros, por muy familiares que sean. Es bueno que, al principio del día, todos muestren ganas de no tener problemas, pero a la mínima de cambio deben empezar las discusiones. Hay varios momentos claves, que deben cumplirse obligatoriamente, como manda el reglamento: antes de salir a primera hora de la mañana, cuando están preparando todo y la mujer no encuentra el salero, ni el vinagre, ni la tapa de una de las tarteras; cuando, ya en el coche, uno de los niños, a ser posible el gordo, quiera devolver y el padre no tenga ganas de parar. 


10.- Consolidación de los tópicos: Los domingueros fomentan subliminalmente algunos de los tópicos románticos de nuestra sociedad. Por ejemplo, el padre a veces para el coche para decir "mirar que puesta del sol más bonita" o "qué paisaje más bonito se ve desde aquí, qué verde". El feminismo será el cáncer del dominguero. El marido se echará la siesta siempre, tenga ganas o no, y la mujer jugará al cinquillo con la abuela y el matrimonio más cercano, tenga ganas o no. 

miércoles, 5 de agosto de 2020

"Elogio de la quietud", de Pedro Cuartango


Reúne en este volumen el veterano periodista Pedro Cuartango crónicas, artículos y diferentes textos, escritos a lo largo de su larga trayectoria periodística, con los que traza de alguna manera su propia biografía. Todos ellos juntos forman una especie de diario personal que aportan “un testimonio sincero de lo que soy y siento”. Esta vertiente memorialística añade a estos artículos toques muy personales que hacen muy agradable la lectura y que contribuyen a conocer la vida, los gustos, las aficiones y los sentimientos de un periodista que ha trabajado en muchos medios de comunicación, que ha estado vinculado durante un cuarto de siglo al diario El Mundo –del que llegó a ser director- y que ahora escribe sus columnas en el diario ABC. 
            En el Prólogo, explica el autor de manera muy nítida los hilos conductores de esta selección. De hecho la misma división en capítulos explica los temas que más salen. Comienza con un capítulo titulado “Nostalgia”, que lleva al autor a recordar diferentes momentos y etapas de su vida con una mirada en la que está muy presente el paso del tiempo. Para Cuartango, estos recuerdos son un sentimiento que traspasa e impregna todo lo que escribe: “no hay día –escribe- que no rememore mi infancia y mis primeros años en Miranda de Ebro, mi localidad natal”. Recuerdos de sus padres, del colegio, situaciones actuales que le retrotraen a aquellos años, su juventud en Madrid y su estancia en París para estudiar filosofía.
            Otro capítulo está dedicado enteramente a París: “el lector encontrará en estas páginas un sentimiento de añoranza por ese París mítico y literario”. Sus recuerdos se extienden a los lugares que vivió, sus lecturas filosóficas y los profesores que tuvo en la Universidad de Vincennes, la mayoría herederos del espíritu del mayo del 68, como Gilles Deleuze. Pero sobre todo sus estudios filosóficos le sirvieron para descubrir a dos filósofos que le han marcado existencialmente, Descartes y Pascal. Los dos salen a menudo en este libro.
            Luego están sus aficiones culturales: el mundo del cine, la música y de manera muy especial los libros, a los que dedica muchos artículos. Su pasión por la lectura comenzó muy joven y ya en la adolescencia era lector asiduo de los clásicos rusos, Dostoievski, Tolstói y Chéjov. “La lectura –afirma- me ha ayudado a vivir y a entender a mis semejantes. En sus artículos sigue reivindicando “los libros, los periódicos de papel y la lectura”. Sus comentarios sobre obras y escritores suelen ser atinados y amenos. 
             El mismo tono aparece en la mayoría de los artículos. Combina muy bien Cuartango el peso de lo concreto y del presente con muchas reflexiones sobre la vida, la cultura y el periodismo, a la vez que abre su intimidad para describir su sentido de la existencia. Cuartango es un periodista muy experimentado, con una fuerte formación humanística y filosófica, que añade a sus artículos calidad, cultura y profundidad.


Elogio de la quietud
Pedro Cuartango
Círculo de Tiza
Madrid (2020)
250 págs. 21 €.

viernes, 24 de julio de 2020

Notas para un diario. "Un verano sin fiordos"

El hotel estaba a unos 50 metros de mi casa. Pegado a la M-30. Al final, fue el destino elegido. Y no porque no hubiera otras posibilidades, que las había, todas ellas sugerentes y exóticas, sino porque precisamente estaba harto de todo eso. Quería unas vacaciones distintas. No soportaba a Bea relatarme su enésimo viaje por los fiordos noruegos; ni a Agustín su ruta por castillos italianos; ni a Esther contarme su descubrimiento de los pueblos indígenas de Guatemala. Estaba sencillamente hasta las narices de tanta pedantería, de tanta pose turística, de tantas fotografías sobre lugares increíbles que siempre venían acompañadas de un florido relato literario que a mí ya me provocaba náuseas: “Esta foto es en el atardecer de Estambul, muy cerca de la mezquita, cuando el salat del ocaso”. Y era la primera de una ristra interminable de fotografías digitales, con sus correspondientes pies de página. Para vomitar. 
            Metí pocas cosas en la mochila, las justas para pasar una semana. Siete días para recorrer el Puente de Vallecas como un turista holandés o normando. Iría bien disfrazado para la ocasión. No me faltaría el mapa en la mano, ni la cámara de fotos colgada del cuello, ni un sombrero de turista, ni las gafas de sol. En una pequeña mochila llevaría la documentación, una botella de agua, un bote de nívea, un diccionario de español-holandés y una manzana. 



            El primer día, de camino para el Mercado del Puente de Vallecas, pasé por la puerta de casa. Hice una fotografía para destacar el momento. Me gustó el portal, y las farolas de la calle, y el contraste entre edificios modernos y casas casi destartaladas con la fachada de ladrillos. Molaría vivir aquí, me dije, como si estuviese paseando por el barrio de Alfama, en Lisboa. Vi el Mercado con ojos de interés y de expectación. Fotografié a José, el charcutero, que no me reconoció, despachando mortadela a una señora muy mayor. Estuve donde Pablo, haciendo fotografías del minúsculo bar, como si se tratase de una bodega milenaria; me entretuve bastante en la tienda de encurtidos de Paco, preguntando con un medio acento holandés y con la ayuda del diccionario sobre los tipos de aceitunas y pepinillos. Perdí el sentido en la casquería de la entrada de arriba, fotografiando a los dependientes al lado de la lengua de vaca, de sesos, zarajos, gallinejas, entresijos y de unas mantas de callos.



           Comí a la altura de Nueva Numancia, en uno de los restaurantes de la calle Nuestra Señora de las Mercedes, en Los Mariscos, el menú del día, pero preguntando los ingredientes de todo, como si estuviese comiendo los platos típicos de Rabat. Comí de primero ensaladilla rusa y de segundo un filete con patatas. De postre, flan de la casa. Café y un chupito de licor de hierbas que el camarero, Luis, describió con todo lujo de detalles, explicándome la receta tal y como se la había enseñado su abuelo gallego, con la mezcla del agua, las hierbas seleccionadas, la piel de limón y el orujo blanco. Contra mi costumbre, dejé una buena propina.


            
           
Fui a descansar un rato al hotel, como buen turista. Y por la tarde, pasé dos horas en el Bulevar y en la Plaza Vieja, haciendo fotografías de todo lo que se movía. Uno de los porteros del centro de mayores del Bulevar me contó la historia de la abuela rockera (de la que hice una foto muy chula), Ángeles Rodríguez Hidalgo, todo un personaje. La historia, por su exotismo, seguro que va a causar sensación en Normandía o en Holanda, donde pienso publicar –me hago la idea- un reportaje sobre mi visita turística al Puente de Vallecas. Cené en un bar chino de la calle Monte Igueldo, cerca del hotel y de mi casa. Me pasé dos horas escuchando historias del barrio en la puerta de entrada, donde volví a tomarme otro licor de hierbas. Qué interesante es Vallecas, cuánta mitología a su alrededor. Me acordé de Goyo, con el que tantas veces hemos deambulado por Vallecas. Por supuesto que invité a una ronda a mis cicerones.



            Y así todos los días. Recorrí palmo a palmo la Avenida de la Albufera hasta Buenos Aires. Conté veintitrés tiendas de las que arreglan las uñas y más de veinte peluquerías. Visité como un turista asombrado las tiendas de los soportales de Portazgo, un lugar siempre emblemático. Hice una fotografía de la entrada del bar Los Asturianos, toda una reliquia. Visité la iglesia de San Francisco de Asís como si estuviese contemplando la Capilla Sixtina: me atendió un fraile ya mayor, fray Damián, muy amable y simpático, con un acento cerrado de Mallorca, a pesar de llevar casi cincuenta años en Vallecas. Quedé abducido por las vistas del Parque Azorín. Pasé una mañana en la piscina que está al lado del campo del Rayo Vallecano. Conseguí visitar la sala de trofeos del Rayo y recorrí las gradas donde está el Bar Cota como si estuviese en el mítico Anfield. Estuve un par de horas en los locales de entrenamiento de boxeo y de ajedrez, en los bajos del campo. Se me hizo tarde y cogí el metro para ir de Portazgo al Puente de Vallecas porque quería ver el atardecer desde la terraza que hay en Melquíades Biencinto, pegada a la M-30. Impresionante. Unas vistas alucinantes. Se me cayeron algunas lágrimas de emoción.
            Agotado y feliz, a la semana volví a casa con la sensación de haber sido un turista ejemplar y de haber hecho lo mismo que si hubiese viajado a Bolivia, por ejemplo. Por eso, el año que viene lo pienso repetir. Nada de fiordos. Estoy deseando conocer Entrevías.  

domingo, 19 de julio de 2020

"Apuntes para un naufragio", de Davide Enia


Nacido en Palermo, Italia, en 1974, Davide Enia es un prestigioso novelista y dramaturgo italiano que ha obtenido destacados premios por algunas de sus obras. Apuntes para un naufragio es una novela autobiográfica y testimonial en la que el autor mezcla diferentes géneros. 
El tema central es el viaje que realiza el autor con su padre a la isla de Lampedusa para conocer de cerca las cicatrices de los numerosos naufragios de inmigrantes que han tenido lugar en el mar. Lampedusa es un enclave estratégico para la llegada de inmigrantes, pues se encuentra a 205 km de Sicilia y a apenas 113 km de las cosas africanas. Es, sin lugar a dudas, el lugar preferido por aquellos que se dedican al tráfico de personas. 
            En Lampedusa muchas personas se han dedicado a dar de sí lo mejor que tienen para ayudar a la gente. Por un lado, los miembros de la vigilancia costera y los servicios de auxilio en el mar, que han puesto en peligro numerosas veces sus vidas para salvar al mayor número posible de inmigrantes. También en tierra se ha desatado una corriente de solidaridad que, sin embargo, no da abasto para acoger al elevado número de personas que en determinados momentos arriban a sus costas. 
Davide Enea se entrevista con estos personajes, quienes le cuentan su experiencia personal. Y aunque son personas que han hecho muchísimo para salvar a muchas personas, no olvidan las experiencias trágicas más traumáticas, como el naufragio del 3 de octubre de 2013 en el que murieron más de 350 inmigrantes, que se recuerda todos los años en Lampedusa y que es uno de los motivos de uno de los viajes que Davide Enea realiza acompañado de su padre.


            En esta parte, el libro tiene mucho de testimonial, pues las personas que entrevista, que desempeñan diferentes puestos y trabajos, ofrecen sus puntos de vista sobre el drama del que son testigos directos. En todo momento, el autor ofrece una imagen muy solidaria y su narración tiene como objetivo ayudar a los lectores a ponerse en el lugar de las personas que han emprendido esos arriesgados y peligrosos viajes, miles de personas con sus sueños, frustraciones y anhelos. 
Enia subraya que no estamos ante titulares de periódicos ni ante estadísticas más o menos dramáticas sino ante el triste destino de personas concretas de Nigeria, Camerún, Siria, Eritrea, Sudán, Somalia, Marruecos, Túnez… Este punto de vista engrandece el texto, que se convierte en una poderosa llamada de atención sobre un drama que ocupa de manera puntual e intermitente las portadas de los medios de comunicación, pero que se olvida pronto.
            Pero Apuntes para un naufragio es algo más. El autor viaja a Lampedusa con su padre, cardiólogo ya retirado y aficionado a la fotografía. Los días que pasan en la isla en los viajes que realizan sirven para repasar y reforzar su relación, basada más en hechos que en palabras y plagada de recuerdos. También merece mencionarse al tío Beppe, hermano de su padre, también médico y ahora gravemente enfermo. La enfermedad ha servido para unir más todavía a su tío con su sobrino y a Beppe con su hermano. Esta parte está imbricada en el desarrollo de la narración y sirve para subrayar la necesidad de preocuparse por las personas concretas que uno conoce, el mayor tesoro que se tiene entre manos. 


Apuntes para un naufragio
Davide Enia
Minúscula. Barcelona (2020)
240 págs. 18 €. 
T.o.: Appunti per un naufragio
Traducción: Miguel Izquierdo.

viernes, 10 de julio de 2020

"Sombras chinescas", de Simon Leys


Simon Leys es el seudónimo del belga Pierre Ryckmans (1935-2014), intelectual que desarrolló una importante labor ensayística y que fue, además, sinólogo, historiador, crítico,  literario  y  traductor. Estuvo  por  vez  primera  en China  en  1955.  Viajó  por segunda  vez  en  1972,  cuando  estaban  dado  los  últimos  coletazos  la  “Revolución Cultural Proletaria” que promovió Mao  a  partir  de  1966  para  eliminar,  en  teoría,  los restos de elementos capitalistas que quedaban en la sociedad china pero que se tradujo en un ajuste de cuentas contra dirigentes del Partido Comunista que habían criticado a Mao por las consecuencias trágicas del "Gran Salto Adelante" y en una constante y calculada purga de escritores y de todos aquellos que en ese momento tanto Mao como la Guardia Roja consideraron de manera arbitraria enemigos del pueblo. 
Sobre  la  Revolución  Cultural, Leys  escribió  un  importante  libro  en 1971, El  traje nuevo del presidente Mao (El Salmón, 2017), en el que criticó la actitud complaciente de la izquierda francesa con el régimen maoísta, lo que le llevó a que fuera tachado incluso por el diario Le Monde de ser agente de la CIA. La  izquierda  francesa, que nunca  quiso reconocer los crímenes cometidos por el estalinismo y que negó sistemáticamente  la existencia de los  Gulag  (solo a partir de la  publicación de Archipiélago Gulag, de Solzhenitsyn viraron hacia el maoísmo), convirtió al presidente Mao en un líder idealista y hasta poético y juzgaron la Revolución Cultural como un ejemplo de genuina vuelta a las esencias del comunismo. 


En su libro, Leys arremete contra la visión utópica que escritores y filósofos de la  talla  de  Roland  Barthes,  Jean-Paul  Sartre y Philip  Sollers,  director de la revista Tel Quel, de filiación maoísta, propagaban en sus escritos y reportajes, ocultando los miles y miles de muertos que provocó la Revolución. Sobre este asunto, las cifras varían, pues las fuentes son casi siempre oficiales, pero se habla de que pudieron llegar a los veinte millones de muertos, a los que habría que sumar los más de 40 millones que  provocó “El Gran Salto Adelante”, años de terror que están perfectamente descritos en La gran hambruna de China, del historiador holandés Frank Dikotter, autor también de  una documentada historia de la revolución china que lleva por título La tragedia de la liberación. En estas dos obras, Dikötter maneja fuentes nuevas, muchas de ellas chinas, que alteran sustancialmente la imagen que la propaganda oficial ha transmitido siempre de la historia del comunismo chino. La editorial Acantilado, donde se han publicado los libros de Dikötter, ha anunciado la publicación de un tercer volumen que abordará los sucesos de la Revolución  Cultural (los que quieran conocer de una manera historiográfica estos hechos, pueden consultar el libro de los historiadores Roderick MacFarquar y Michael Schoenhals, La revolución cultural china, Crítica, 2009).
Tras el viaje que realizó en 1972, Leys escribió sus impresiones en otro libro, el que  ahora  se publica, dedicado  por  entero  a  las  consecuencias  de  la  Revolución Cultural en China. Lo publicó en 1974 y también provocó mucha polémica, pues Leys desmontaba muchos de los tópicos que corresponsales de prensa occidentales sembraron  sobre estos hechos. En concreto, Leys acusa de turiferarios los libros del norteamericano Edgar Snow, que acompañó a Mao en “La Larga Marcha”, y de K.S. Karol, periodista ruso exiliado en Francia pero de tendencias izquierdistas; también, con mucho sarcasmo, reseña en el epílogo de este libro una entrevista hagiográfica que la periodista norteamericana Roxane Wike hizo a Jian Qing, la esposa de Mao, y que se publicó antes de la caída en desgracia de la "Banda de los Cuatro".
El libro se abre con una introducción de Jean-François Revelen la que critica la “maolatría”  extendida  en  Occidente  y  que  Simon  Leys,  un  experto  en  la  cultura  y política chinas, desmonta con rigor. Como escribe, “Leys nos hizo llegar un día el mensaje de la lucidez y de la moralidad”. A continuación, Leys aborda desde diferentes  perspectivas la actualidad de la China que  él vio en  su  viaje de 1972. Comienza con  un  capítulo  en  el  que  aborda  la situación de los extranjeros en la China popular, que recuerda a lo que pasó en Europa en la década de los  veinte y treinta, cuando muchos escritores y políticos europeos participaron en las “giras turísticas” organizadas por el Partido Comunista de la URSS para alabar los logros de la Revolución a su vuelta a sus respectivos países. Por ejemplo, el historiador Andreu Navarra ha publicado un estudio, El  espejo  blancoViajeros españoles en la URSS (Fórcola),  en el que puede verse el atractivo que la URSS tuvo para  muchos  políticos y escritores españoles, que publicaron vergonzosos libros de viajes que ocultaban la realidad de la represión estalinista. También el libro Viajeros en el país de los soviets sirve para mostrar esta fascinación turística. Uno de  esos libros fue El viaje a Rusia de 1934 (reeditado  recientemente  por  Renacimiento) en  el  que María Teresa  León  cuenta  sus  peripecias  en  la  URSS –con  entrevista  incluida  a  Stalin- acompañada de su marido Rafael Alberti.


Al  igual que en esos viajes, en la China comunista todo estaba absolutamente programado. Más todavía, “las autoridades maoístas han obrado un extraño prodigio: para uso de extranjeros, han conseguido reducir China –ese mundo  inmenso y diverso que una vida entera no bastaría para explorar siquiera superficialmente- a las estrechas y rutinarias dimensiones de un pequeño circuito invariable”. Los extranjeros que acuden a visitar China recorren siempre las mismas  fábricas,  ciudades,  hoteles, universidades  y charlan siempre con los mismos burócratas, que salpican sus conversaciones de datos y cifras  estadísticas que  engrandecen los logros de la Revolución (lo mismo que  sucede con los viajes que ahora mismo se permiten a  Corea  del  Norte  y que algunos de  estos turistas  han  relatado de manera esperpéntica, de los que muestro algunos ejemplos en mi libro Cien años de literatura a la sombra del Gulag). A los extranjeros, sistemáticamente, se les aísla e  inmoviliza, y si uno lleva ya meses en China descubre un ritmo cíclico en los actos y cenas de gala que se organizan para ellos. Leys cuenta de manera divertida que en las cenas de gala a las que asistía era normal escuchar  a  una  orquesta  hasta  seis  veces  consecutivas interpretar “La minoría Zhuang  ama  al  presidente  Mao  con  un  amor  ferviente” y “La brigada de producción celebra la llegada a la montaña de los acarreadores de estiércol”.
En otro capítulo, que lleva por título “Seguid al guía”, Leys describe los viajes oficiales  que  realizó  por diferentes ciudades chinas y los problemas que tuvo cuando intentaba salirse de los   circuitos programados. A pesar de todo, esos viajes le permitieron vislumbrar el alcance de los  ultrajes cometidos por el maoísmo contra el patrimonio urbanístico y cultural y conocer también las   depuraciones y purgas cometidas contra la clase política e intelectual. Y comprobar el desmesurado “culto a la personalidad” de Mao que se desarrolló durante esos años, que se tradujo, por ejemplo, y es una anécdota curiosa pero significativa de los niveles de adoctrinamiento, en los concursos  escolares de  rapidez en la recitación  de  citas  del presidente Mao que se hacían en las escuelas, junto con los espectáculos de danza que convertían en lenguaje corporal los pensamientos del Gran Timonel. Especialmente crítico se muestra Leys cuando describe el clima intelectual que han impuesto los nuevos mandatarios comunistas. Por ejemplo, desaparecieron las óperas tradicionales, el gran espectáculo de masas de la cultura china, que se sustituyeron por óperas revolucionarias elaboradas por Madame Mao. 


Cuando  Leys viajó a China en 1971 ya se encontró algunas librería abiertas, y lo que allí vio le sirvió de  termómetro  del nivel “intelectual” de  la  Revolución Cultural.  Por  ejemplo, en un ejemplar titulado Compendio de historia de la filosofía europea figuraban estas perlas “revolucionarias”: Nietzsche “se erigió en el defensor público de las empresas de opresión cruel y de agresión llevadas a cabo por la clase revolucionaria  burguesa”; y sobre los existencialistas: “en su mayoría han adoptado  abiertamente  posiciones reaccionarias. Se erigen en defensores de la política de la clase burguesa monopolista de Estados Unidos”. Otro ejemplo de la cultura que surge tras la  devastación de la Revolución Cultural lo toma Leys de un anuncio que vio en una  revista  literaria  en  la  que  sólo aceptarían “las novelas, ensayos, reportajes, obras de arte que presenten un contenido revolucionario y una forma sana (...). Deben celebrar, con sentimientos proletarios hondos y calurosos, el grandioso  presidente Mao; celebrar la grandiosa victoria  de  la línea revolucionaria proletaria del presidente Mao”. 
El  ambiente universitario que se encuentra le resulta pobre y adulterado, sobre todo después de que “Grupos de obreros-soldados de Propaganda del presidente Mao” se  hiciesen con el control de muchas de ellas, sembrando la desconfianza y el menosprecio hacia los intelectuales, muchos de ellos enviados a campos de reeducación o  a  ejercer  tareas  agrícolas,  lo  mismo  que  les  sucedió  a  muchos  universitarios (experiencia que cuenta, por ejemplo, el novelista Dai Sijie en una novela, Balzac y la joven costurera china). 
La actividad de la Revolución Cultural fue especialmente intensa en la organización  de  manifestaciones  de masas,  en la  transformación  del  lenguaje  y  en  la apoteosis  de  la propaganda  oficial,  donde  se  “recalienta  y  rumia el  mismo  caldo ideológico a todas horas del día y en todo lugar”. A diferencia de tantos periodistas y escritores que escribieron sobre China, que fueron víctimas –consentidas   o   no- de un plan premeditado de adoctrinamiento ideológico, Leys, experto en la cultura china, sabe de lo que está hablando y no cae en la  trampa  propagandística. Por  eso  no  acepta los  mensajes  prefabricados  de  los burócratas  chinos  ni la  imagen  edulcorada y patética que se ofrece de Mao y de la Revolución china en los medios de comunicación franceses. 
Este  libro,  inteligente  y  repleto de  ironía, ofrece  una radiografía  veraz  de  la China  de  los  inicios de la década de los setenta del siglo pasado en  la  que  son  muy evidentes los efectos devastadores de la legitimación de la violencia y del odio por parte de  la  Guardia  Roja,  el  brazo  armado  de  Mao  para  aplicar  el  terror  y  eliminar  a contrincantes  políticos que habían manifestado su oposición a los delirantes métodos maoístas desarrollados durante el “Gran Salto Adelante”. 
Acantilado  ha  publicado otras  obras  de  Simon  Leys que  abarcan su  intensa actividad  histórica  e intelectual,  como La  felicidad  de  los  pececillosBreviario  de saberes inútilesLos náufragos del “Batavia”Con Sthendhal y la novela La muerte de Napoleón.


Sombras chinescas
Simon Leys
Acantilado. Barcelona (2020)
344 págs. 22 €.
T.o.: Ombres chinoises.


Traducción: José Ramón Monreal.

sábado, 4 de julio de 2020

Selección de novelas para un verano atípico




Un año más, en Aceprensa hemos preparado una selección de novelas para este verano atípico y distinto por culpa del COVID'19. Aunque la actividad editorial ha estado parada durante meses, y todavía no se ha recuperado del todo, hay que reconocer que, desde mi punto de vista, la cosecha ha sido sensacional, con títulos muy recomendables y de gran altura literaria. La selección incluye sobre todo novelas, pero también hay varios reportajes periodísticos de calidad y libros de memorias. 
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