Andrés Trapiello publicó hace ya
unos meses el volumen diecisiete de sus diarios, a los que ha dado el
título genérico de Salón de Pasos Perdidos, una especie de
novela en marcha basada en su propia vida. Se trata de una aventura
literaria insólita en el panorama literario español que confirma, a
la vez, el cambio de tendencia en lo que a la literatura
memorialística se refiere. Si hace décadas se publicaban en España
relativamente pocos libros de memorias, diarios, etc., ahora es uno
de los géneros más frecuentados por los escritores y goza, además,
del favor de los lectores.
A ello está contribuyendo también
Internet, que ha provocado, sobre todo en los blogs, una explosión
de textos personales en los que hay de todo: diarios, dietarios,
desahogos, intimidad, crónica diaria, crítica literaria, verborrea,
articulismo... Hasta el propio Trapiello ha puesto en marcha un blog
para dar salida a otro tipo de textos personales donde también
tienen su peso las fotografías y hasta los cortometrajes. Sin lugar
a dudas, todo este fenómeno resulta muy interesante, pues permite
conocer en directo la literatura de muchos escritores, además de
asistir a novedosos experimentos en los que se da una muy actual
mezcla de artes y tendencias.
Pero hay más. Los diarios actuales no
tiene la dimensión social ni testimonial que tenían los diarios que
se publicaban hace años, más atentos a la vida social de los
autores y a la posibilidad de que en ellos se desvelasen opiniones
contundentes y polémicas, sucesos escabrosos, secretos inconfesables
y hasta sonoros escándalos. Además, parecía que sólo podían
escribir y publicar diarios aquellas personas que habían triunfado
en la vida política, social y literaria o aquellos otros que se
encontraban en el momento justo de una encrucijada histórica.
Nada tienen que ver los diarios que
publican ahora mismo los autores españoles con todo esto. Casi
ninguno de ellos tienen cotilleos muy importantes que desvelar o
relaciones tumultuosas del mundillo literario (aunque suele ser uno
de los temas preferidos, como ha sucedido casi siempre en la historia
de la literatura). No. Los autores utilizan el género del diario con
la misma intensidad que si estuviesen escribiendo una novela o un
libro de poesía. Les interesa el género literario para hacer
propiamente literatura, no como una actividad marginal de su
trayectoria o un género que frecuentan para hacer manos y cambiar de
vez en cuando de registro. Importa, pues, más el cómo que el qué.
Más cómo se cuentan las cosas que el qué se cuenta.
Pero esto, además, desde mi punto de
vista, tiene un interés no sólo literario. Los diarios actuales, ya
lo hemos dicho, no son claves para explicar ni la historia
contemporánea ni los entresijos de la historia de la literatura,
pero sí sirven –e, insisto, ahí están los numerosos blogs- para
captar el espíritu de una época, la vida cotidiana al natural, el
pensamiento en vivo de los escritores actuales (hayan triunfado o
no). Esto sí tiene su importancia para eso que Unamuno llamaba la
“intrahistoria”, la historia de los hombres sin historia.
Personalmente, uno no lee estos diarios para que le expliquen cómo
sucedieron grandes hechos históricos o literarios; uno los lee para
identificarse con lo que les pasa a esos mismos autores, para conocer
de cerca el corazón y el alma de muchos escritores que intentan
apresar un trozo de vida íntimo y personal y contemporáneo.
Andrés Trapiello es, en este sentido,
el escritor que mejor encarna esta corriente literaria. Aunque ha
escrito de todo –ensayos, novelas, poemarios, etc.-, con calidad y
prestigio en la mayoría de sus facetas, es conocido sobre todo por
sus diarios, que cuentan con un buen número de lectores enganchados
a ellos. Todos los ha publicado en la editorial Pre-Textos, aunque
algunos de sus títulos han aparecido en Destino y últmamente
también en Austral, como ha sucedido este año con Siete moderno.
Desde la publicación del primer tomo
en 1990, El gato encerrado, los ingredientes son siempre los
mismos. Escribe sobre su vida doméstica (una interesante novela
familiar), viajes, aforismos, reflexiones literarias, encuentros
inesperados, entrevistas, comentarios sobre algunos sucesos de
actualidad, sus visitas al Rastro madrileño, sus manías (ya
reconocibles), sus polémicas obsesiones (el arte moderno, algunos
escritores) y su a veces ácida y combativa visión del mundo
literario, pasajes que le han granjeado no pocos enemigos y que
quizás sean los más citados y conocidos por muchos lectores, aunque
personalmente pienso que no son lo mejor de sus diarios y, además,
restan interés y calidad al resto de las entradas.
Todo cabe, pues, en estas páginas:
pensamientos poéticos, inteligentes digresiones literarias,
descripciones muy logradas, magníficos retratos, etc. También hay
momentos con los que uno disiente abiertamente del autor, bien por
sus contundentes y a veces injustas opiniones sobre algunos
escritores, bien por sus sarcásticas críticas a determinadas
personas e instituciones. Sobre algunas cuestiones y personajes, sus
comentarios no son precisamente convencionales.
Este volumen, dedicado al año 2003
(el alejamiento de la actualidad es una seña de identidad de estos
diarios), comienza con la recepción de una carta que provoca en el
autor una deliberada crisis, pues le hace reflexionar sobre el
sentido y destino de unos diarios que no paran de crecer y que,
además, según le dice su amigo en la misiva, no suponen ninguna
novedad ya que, como decíamos, siempre aparecen los mismos
ingredientes, con los que uno ya está identificado. Sin embargo,
visto lo visto (la fidelidad al proyecto literario y su puntual
continuidad en el tiempo), quizás en esa reiteración está el
atractivo de unos diarios amenos y muy entretenidos. 2003 es el año
que Trapiello obtiene el Premio Nadal con su novela Los amigos del
crimen perfecto. Casi las primeras entradas están dedicadas a
describir cómo fue la entrega del premio, las bambalinas, la
recepción, las primeras críticas y, sobre todo, los bolos que hace
por toda España para presentar su novela, viajes que provocan
interesantes reflexiones sobre el papel del escritor en la cultura
actual y, también, no pocas situaciones ciertamente hilarantes.
Vuelven a tener mucho peso en los
diarios sus periódicas estancias en Las Viñas, en un pueblo de
Cáceres. Emocionante resulta la narración de la muerte de su perra
Mora. También la invasión de ratones en la casa. Los paseos. La
relación con su mujer y sus hijos. Más que en otros volúmenes,
como consecuencia de haber obtenido el Nadal, su vida social y
literaria es más agitada. Pero también hay excelentes pasajes en
los que habla de su intimidad, de la literatura, del arte (por
ejemplo, cuando cuenta sus encuentros con Ramón Gaya, pintor con el
que Trapiello tuvo una relación especial y familiar).
En 2010, cuando publicó Troppo vero, su
anterior volumen diarístico, apareció también el volumen Vidario.
A propósito del “Salón de Pasos Perdidos” de Andrés Trapiello
(Pre-Textos), libro que aglutinaba reseñas y comentarios sobre estos
diarios escritos por un puñado de escritores, la mayoría lectores
asiduos de Trapiello y amigos suyos. Todos coinciden en que estos
libros ocupan ya un lugar privilegiado en la historia de la
literatura última española (opinión que comparto). Para José
Jiménez Lozano, por ejemplo, “lo importante es que estos diarios
son un fresco no sólo de nuestra realidad en la sociedad literaria,
sino también, a través de relucientes reflejos, de la sociedad en
general”. Por su parte, el también escritor Carlos Pujol,
recientemente desaparecido, se refiere al contenido de estos diarios,
muy parecido en todas las entregas, pero distinto siempre: “¿No
pasa nada? –escribe-. Podría decirse que nunca pasa nada y que al
mismo tiempo no dejan de suceder episodios en los que uno se ve
obligado a jugar con fuego”.
Todos los que colaboraron en ese volumen destacan
la calidad de su prosa, su visión poética de la realidad, la
habilidad de crear un personaje tan conseguido –el propio autor:
“tierno, arisco, insolente, belicoso, tímido, delicado”-, la
agradable presencia de tantos amigos... También su predilección por
los perdedores, los escritores marginados por la cultura oficial
(Trapiello es uno de los que ha recuperado a Manuel Chaves Nogales y
Manuel Machado), la vida en el campo... En definitiva, la vida misma,
cotidiana, sin grandes sobresaltos, con la que resulta grato
identificarse.
Y también tienen su importancia los pasajes más
conflictivos, pues tienen también su efecto en la lectura. Al
leerlos, provocan en los lectores un provechoso y fructífero diálogo
entre el autor y el lector.
Si tengo que destacar
algún rasgo de estos diarios, ese es, sobre todo, su calidad
literaria: su llamativa capacidad para abordar, literariamente, todo
tipo de situaciones, casi siempre con un puntilloso y ocurrente
sentido del humor.
Apenas sensitivo
Andrés Trapiello
Pre-Textos. Valencia (2011)
380 págs. 32 €.