Aunque hoy día se le considera un clásico de la literatura rusa del siglo XX, Andréi Platónov (1899-1951) fue un escritor perseguido por el propio Stalin, marginado y totalmente olvidado que acabó sus días como conserje de la Unión de Escritores y víctima de la tuberculosis. Sus obras fueron expresamente prohibidas por Stalin a partir de los años 30. Dos de sus obras más conocidas, Chevengur y La zanja, no se publicaron en su país hasta las décadas de los ochenta y noventa. Chevengur(de la que también hablo en mi libro Cien años de literatura a la sombra del Gulag) apareció por vez primera en una edición en París y apareció en Rusia en 1988; La zanja, escrita en la década de los treinta, no se publicó de manera íntegra hasta 1999.
Pero Platónov no fue un enemigo declarado de la Revolución; al contrario: la apoyó en sus primeros años de manera entusiasta, pues veía en la Revolución la posibilidad de introducir cambios radicales y trascendentales en la sociedad rusa. Fue un hombre de ciencia, estudió Ingeniería Electrotécnica, con muchas inquietudes filosóficas, literarias y religiosas. Trabajó como experto en la recuperación de tierras y supervisó la excavación de estanques y pozos, el drenaje de pantanos y la construcción de tres centrales eléctricas. También fue destinado a viajar por el centro y el sur de Rusia para inspeccionar granjas colectivas (experiencia que le sirvió para ambientar su novela Dzhan). A diferencia de otros escritores rusos, que conocieron los efectos de la Revolución en el campo a través de guías programadas por el Partido Comunista (que les enseñaron lo que les convenía), Platónov conoció de primera mano lo que sucedió en el campo ruso en la década de los años 20 y 30, lo que disminuyó su fe en la Revolución, de la que comenzó a desconfiar (como se aprecia en sus escritos).
En concreto, Platónov vio de cerca la persecución que el Partido Comunista aplicó contra el campesinado tras la severa aplicación de la colectivización de la agricultura, de manera contundente y trágica a comienzos de los años treinta. Se calcula que casi dos millones de campesinos fueron deportados entre 1930-1931. Un ejemplo del desprecio del Partido Comunista hacia los campesinos lo tenemos en el escritor Maksim Gorki, que apoyó la Revolución desde diferentes frentes y quien llegó a afirmar lo siguiente (en palabras recogidas por los autores de esta edición en el posfacio): “Tendréis que perdonarme, pero el campesino todavía no es humano… es nuestro enemigo”.
Este contexto social y político (consolidación de Stalin en el poder, las consecuencias de la Gran Hambruna y la imposición por la fuerza de la colectivización) es fundamental para entender La zanja, considerada la novela más política de Platónov, aunque conviene destacar que en esta obra y en otras Platónov tiende hacia las cuestiones filosóficas más que las políticas. Su libro es, por ello, una fábula filosófica sobre el devenir y los problemas existenciales de un grupo de personas ligadas a un tiempo muy concreto: esos años treinta, en pleno proceso de hostilidades contra los campesinos y de auge pletórico del discurso comunista de pasión por el progreso vinculado a la felicidad.
La novela comienza con el despido de Vóschev y su viaje hasta encontrar un nuevo trabajo en una zona en la que se van a excavar los cimientos de un inmenso edificio. Tanto Vóschev como otros personajes se entregan de manera abnegada y optimista a la dureza del trabajo, pero las cosas no salen como pensaban y los trabajos se complican. A esto hay que sumar los problemas que tienen con el campesinado, brutalmente perseguido (sale todo esto en la novela), y la progresiva desilusión de los trabajadores, que empiezan a dudar del ingenuo entusiasmo que le transmiten los apasionados de la Revolución.
Todo está contado, como decíamos, en plan fábula y como si se tratase de un sueño o una pesadilla; los trabajadores, por ejemplo, aunque se citan los nombres de algunos de ellos, aparecen como fantasmas transparentes, figuras prescindibles en una tragedia que se relata de manera diáfana, con un estilo muy original con el que Platónov quiere transmitir con naturalidad el ambiente en el que viven esos personajes, las motivaciones para realizar su trabajo y los problemas y situaciones que van apareciendo, que en muchos casos adquieren el aire de una tragedia o una alegoría (como sucede con la muerte de la niña Nastia).
Vóschev, que mira todo desde la distancia, apenas se implica en nada de lo que hace y muestra con su controlada apatía el escepticismo ante lo que sucede a su alrededor. La novela puede funcionar como una alegoría en la que subyace un mensaje pesimista sobre los ideales de la revolución, que no han cumplido las expectativas políticas. Como dicen los autores del posfacio, Robert Chandler y Olga Meerson, responsables también de esta edición, la novela “oscila entre lo realista y lo religioso o mítico”.
La zanja
Andréi Platónov
Armaenia. Madrid (2019)
238 págs. 20 €.
T.o.: Kotlovan.
Traducción: Marta Sánchez-Nieves.