lunes, 27 de octubre de 2014

“La vida sin armadura. Una autobiografía”, de Alan Sillitoe


Publicada en 1995, esta autobiografía retrata con una cruda sinceridad la vida de Alan Sillitoe ((1928-2010), uno de los máximos exponentes, junto con Kingsley Amis, John Braine y John Osborne, de la denominada Angry Young Men, un grupo de escritores que manifestaron su rechazo contra el devenir de la vida política y literaria inglesa con un tipo de libros que mostraba, con crudeza y al natural, la vida de la clase trabajadora inglesa tras la Segunda Guerra Mundial.
Estas memorias describen su infancia y juventud en la ciudad de Nottingham, al norte de Inglaterra; su experiencia como radiotelegrafista en Malasia; su regreso a Inglaterra y su larga enfermedad; sus inicios como escritor y sus viajes al extranjero, especialmente a España; su regreso a Inglaterra y su consagración como escritor tras la publicación en 1957 Sábado por la noche y domingo porla mañana, novela que rápidamente fue llevada al cine y que propició la publicación de sus posteriores obras, de manera singular La soledad delcorredor de fondo (1958), libro de relatos que se convirtió también en otro fulgurante éxito y que también se convirtió pronto en una famosa película. Sillitoe es autor de mas de cincuenta obras entre relatos, poemarios, novelas, libros infantiles y esta autobiografía.
Tras unos comienzos dubitativos, con dificultades para encontrar su voz narrativa y sus temas, Sillitoe acertó en los dos libros antes mencionados, los más importantes de su dilatada trayectoria, a exponer desde dentro la escala de valores y el mundo social y familiar de la clase trabajadora. Obreros como Arthur Seaton, el cínico y primario protagonista de Sábado por la noche y domingo por la mañana, y jóvenes desorientados y al borde de la delincuencia como el de La soledad del corredor de fondo, tienen unos horizontes vitales estrechos y limitados cuyos afanes se resumen en sobrevivir como sea y en disfrutar de la vida de una manera elemental, a ras de suelo, sin grandes expectativas y desconfiando de las grandes ideas, de las autoridades y de todo lo que tienen a su alrededor.
La vida sin armadura reconstruye, en su primera parte, la más interesante, su vida en Notthingham una ciudad de trabajadores con pocas expectativas culturales, vitales y laborales. Los padres de Alan están permanentemente enfrentados, en una disputa que lógicamente determinó las relaciones familiares. Su padre pasaba larguísimas temporadas en el paro, viviendo de los subsidios sociales, y cuando encontraba algún trabajo le duraba muy poco tiempo; la madre, el sostén de la familia, se las ve y se las desea para alimentar a su nutrida prole y tiene que recurrir a diferentes trapicheos amorales para traer dinero a casa.
Alan describe con verosimilitud la relación con sus padres y hermanos, su vida escolar, las típicas diversiones y trastadas infantiles. Aunque su formación es muy elemental, poco a poco siente interés por algunos temas históricos y científicos. Durante la Segunda Guerra Mundial, sigue de cerca el desarrollo de la guerra, con planos que adquiere para situar las batallas y los ejércitos. Siendo adolescente, entra en contacto con el ejército para formar parte de las milicias juveniles. Alan aprende disciplina, orden y muchos conocimientos científicos que le entusiasman y que le permiten, además, llevar una vida alejada de sus padres. Muy joven, comienza a trabajar en las fábricas de Nottingham hasta que aprueba unas oposiciones e ingresa en el ejército, en la RAF, como radiotelegrafista.
Su experiencia militar le permite cambiar drásticamente de aires, de amistades y de expectativas. Se convierte en un excelente profesional, con largas estancias en el extranjero (en Malasia). En esos años intensifica sus lecturas y comienza a plantearse abandonar el ejército para dedicarse a otras cosas. A su regreso a Inglaterra, en una revisión le descubren una tuberculosis que arrastrará durante años. Durante los largos periodos de convalecencia se plantea ser escritor. Luego pasa años en la isla de Mallorca dedicado a la lectura y la escritura, y aunque escribe muchos poemas y relatos, no consigue que le publiquen nada. Viaja a menudo por otras zonas de España mientras sigue escribiendo de manera compulsiva.
En uno de sus viajes a Inglaterra consigue que un editor se interese por su literatura y a partir de ese momento, como ya hemos mencionado, su éxito fue fulgurante. Esta autobiografía finaliza en la década de los sesenta, cuando Sillitoe es ya un escritor de reconocido prestigio.
Gran lector, las Sagradas Escrituras ocupan un destacado lugar entre sus preferencias, aunque las preocupaciones religiosas o morales apenas tienen cabida ni en su vida ni en sus escritos. Esta biografía tiene excelentes momentos, sobre todo cuando recuerda algunas anécdotas familiares llenas de crudeza y autenticidad. Hay pasajes un tanto tediosos, especialmente cuando recuerda su etapa como radiotelegrafista; y aunque habla de la importancia de la lectura en su formación y de las dificultades que atravesó como escritor para encontrar su auténtica voz, se echan en falta más reflexiones en esta dirección. Teniendo en cuenta que Sillitoe es un atípico escritor, estos comentarios hubiesen tenido mucho interés. En líneas generales, sobresalen estas memorias por su compromiso con la verdad: Sillitoe no adultera su pasado, ni embellece su largo y problemático camino como escritor. Lo suyo, como su literatura, es un aséptico realismo casi fotográfico.


La vida sin armadura. Una autobiografía
Alan Sillitoe
Impedimenta. Madrid (2014)
336 págs. 22,50 €.
T.o.: Life Without.
Traducción: Antonio Lastra.


lunes, 20 de octubre de 2014

"El secreto de Joe Gould", de Joseph Mitchell



“Yo no soy un cualquiera. Soy Joe Gould. Joe Gould el poeta; Joe Gould el historiador; Joe Gould el salvaje bailarín chippewa; Joe Gould, la máxima autoridad mundial en la lengua de las gaviotas”. Nativo de Norwood, en Massachussets, en los alrededores de Boston, Joe Gould se graduó en Letras en Harvard, tras renunciar a estudiar medicina, la tradición familiar. Sin embargo, apenas trabajó en lo suyo. Tras una etapa en la que se entregó a recopilar fondos para fundaciones de Albania, se dedicó a hacer encuestas relacionadas con la eugenesia y a medir cráneos de los indios chippewas de Dakota del Norte. En 1916 decidió trasladarse a Nueva York. Desde entonces, se convirtió en una figura habitual del mundo lumpen y bohemio de la ciudad, dando sablazos para sobrevivir. Para Gould, “el deber del bohemio es hacer de sí mismo un espectáculo”.
            Siempre al borde de la miseria y la degradación (“en materia de carencias, soy la máxima autoridad de Estados Unidos”), Gould alimentaba una increíble leyenda que circulaba por Nueva York. Gould vivía entregado a la redacción de lo que él llamaba la Historia oral de nuestro tiempo, un ambicioso y monumental proyecto literario que solo saldría a la luz cuando él muriese. Se le solía ver por los cafés, bares y todo tipo de tugurios escribiendo a mano de manera compulsiva en unos cuadernos escolares que luego distribuía por diferentes escondites en casas de amigos y conocidos. Como si se tratase de una iluminación, Gould había convertido este proyecto en “mi soga y mi patíbulo, mi cama y mi pupitre, mi esposa y mi fulana, mi herida y la sal que en ella se derrama, mi whisky y mi aspirina, mi roca y mi salvación. Es lo único que me importa”. Para Gould, “la historia de una nación no está en los parlamentos ni en los campos de batalla, sino en lo que las gentes se dicen en días de fiesta y de trabajo, y en cómo cultivan, se pelean y van en peregrinación”. Como escribe el periodista Joseph Mitchell, la Historia oral “era una gran mezcolanza, un cocido casero de la habladuría, un muestrario del rumor, un poco ciego de cuentos, chismes, alcahueterías, bulos, embrollos y desplantes, fruto según el cálculo de Gould, de más de veinte mil conversaciones”.
            A este curioso, pícaro y enigmático personaje dedica Joseph Mitchell dos de sus famosos “perfiles”, que fueron publicados en The New Yorker, del que era redactor. El primero, “El profesor gaviota”, apareció en 1942. Para escribir este reportaje dedicó muchas horas a rastrear sobre su fama, amistades, escritos y opiniones. Cuando se publicó, el relato tuvo bastante éxito y engordó todavía más el mito de genio incomprendido de Gould en los bajos fondos que frecuentaba. En 1964, siete años después de su muerte, Mitchell volvió sobre el mismo personaje para escribir un reportaje muchísimo más extenso, titulado “El secreto de Joe Gould”, en el que ahora de manera más minuciosa añade nuevos datos e informaciones, fruto de sus averiguaciones y de las largas conversaciones que mantuvo con él. Sin duda, fue Mitchell la persona que mejor conoció a Gould y quien, como cuenta en su segundo reportaje, dio con la clave que explicaba la rocambolesca y subterránea personalidad de Gould, sus sueños y frustraciones, y también sus mentiras y engaños.
            El resultado de todo este trabajo periodístico y literario son estos dos espléndidos reportajes que Mitchel reunió en un libro que apareció por vez primera en 1965. La editorial Anagrama lo vuelve a publicar ahora en su colección “Otra vuelta de tuerca”, tras su primera publicación en castellano en 2000. Originario de Fairmont, un pueblo de granjeros de Carolina del Norte, Joseph Mitchell (1908-1996) se trasladó a Nueva York en 1929 para dedicarse al periodismo. A partir de 1938, se hizo famoso en The New Yorker por sus “perfiles”, que solía dedicar a gente ordinaria de las calles y barrios de Nueva York. Cuando en una ocasión le recriminaron su obsesión por escribir sobre esta gente, Mitchell contestó: “la gente ordinaria es tan importante como usted, quienquiera que usted sea”. Existe una versión cinematográfica de este libro, de 2003, dirigida por Stanley Tucci. 

El secreto de Joe Gould
Joseph Mitchell
Anagrama. Barcelona (2014)
192 págs. 14,90 €. (papel). 9,99 €. (digital).
T.o.: Joe Gould’s Secret.
Traducción: Marcelo Cohen.


jueves, 16 de octubre de 2014

“Al borde del camino”, de Seumas O’Kelly


Contemporáneo de James Joyce, con quien compartió aulas, el periodista y dramaturgo Seumas O’Kelly (c.a. 1881-1918) es uno de los más importantes escritores irlandeses de la primera mitad del siglo XX. Tras el acierto de la publicación de su breve y famosa novela La tumba del tejedor, aparece ahora una espléndida colección de relatos que se publicó en 1918, el mismo año de su muerte.
Al igual que La tumba del tejedor, estos relatos están muy bien ambientados en la realidad costumbrista irlandesa, en esta ocasión transcurren en la región de Connacht, la parte más occidental de Irlanda. Como telón de fondo, en algunos aparecen las huellas de la Gran Hambruna que tuvo lugar en Irlanda a mediados del siglo XIX y que padecieron especialmente los habitantes de esta región.
La mayoría son relatos muy costumbristas, pegados a la realidad, de la que también forman parte algunos elementos fantásticos, muy presentes en la literatura oral y popular irlandesa. Esta mezcla de realidad y fantasía se aprecia en los relatos “El zapatero” y “El Lago Gris”, donde se reproducen también algunas bellas leyendas tradicionales.
Otros describen la picaresca sagaz y ruin de algunos campesinos, como en el relato “La lata con la marca de diamante”, una eficaz y entretenida incursión en la astucia rural. En otros aparecen las ilusiones de sus habitantes, en unos casos con final feliz, como las de un vendedor de turba, aficionado a la canción; y los sueños frustrados de Martín Cosgrave, quien en “El edificio” tiene que asumir que la vida es una constante sucesión de espejismos y frustraciones. Los hay también que reflejan el mundo rural sórdido, violento y primitivo, como en “La cabra blanca”, también con sus dosis de humanidad. Y los que hablan de la muerte, como el que transcurre en el cementerio del asilo de pobres, “Entierro al borde del camino”.
Muy bien traducidos, estos relatos muestran la realidad de las vidas de los habitantes de una región que ha aprendido a convivir con las penalidades y las injusticias. O’Kelly retrata como nadie el espíritu campesino irlandés, portador de una práctica y a veces ancestral filosofía de la vida.



Al borde del camino
Seumas O’Kelly
Sajalín. Barcelona (2014)
148 págs. 15,50 €.
T.o.: Waysiders.

Traducción: Celia Filipetto.

viernes, 10 de octubre de 2014

“Sofia Petrovna, una ciudadana ejemplar”, de Lidia Chukóvskaia



Lidia Chukóvskaia (1907-1996) convirtió en novela y ficción su propia tragedia personal, una más de las muchas que sufrieron miles y miles de personas tras la Gran Purga que desató Stalin en la URSS de 1934 a 1937. Chukóvskaia fue la esposa de Matréi Bronstein, un eminente físico técnico que fue arrestado en 1937 y ejecutado en 1938, aunque como era práctica normal en el sistema represivo de la URSS a su mujer le dijeron que había sido condenado a diez años de trabajos forzados en uno de los numerosos campos que formaban parte del temido Gulag. Años después, consiguió que su marido fuera rehabilitado y durante la década de los sesenta y setenta denunció públicamente las persecuciones que sufrieron destacados escritores e intelectuales como Joseph Brodsky, Andréi Siniavski, Yuri Daniel, Solzhenitsyn y Sájarov. Como represalia, fue expulsada de la todopoderosa Unión de Escritores y perdió el derecho a publicar en la URSS.
Chukóvskaia fue también amiga de la poetisa Anna Ajmátova, otra de las escritoras represaliadas y autora de su impactante poema Réquiem. Próximamente esta misma editorial publicará un libro con las conversaciones y vivencias de años de Chukóvskaia con esta importante escritora, un símbolo de la persecución que sufrieron durante la dictadura soviética cientos de escritores que prefirieron ir por libre antes de plegarse a los intereses literarios e ideológicos del realismo socialista.
            Sofia Petrovna, una ciudadana ejemplar fue escrita muy poco tiempo después de la detención y ejecución de su marido, en los últimos meses de 1939 e inicios de 1940. “Mi obra –escribió la autora- se escribió con la huella de los acontecimientos aún fresca en mi mente. Aquí radica la diferencia entre mi relato y cualquiera otros que estén consagrados a los años 1937-1938”. Escribió esta novela en un cuaderno escolar que escondió celosamente durante años, sabedora de que si era descubierta por los servicios secretos sería detenida. Cuando tras la publicación en 1962 de Un día en la vida de Iván Denisovich, de Solzhenitsyn, parecía que se respiraba un cierto aperturismo, Chukóvskaia envió su novela a varias editoriales; en principio, se comprometieron a publicarla, pero poco después, por presiones de las autoridades, la editorial renunció a ello con el argumento de que “no hay que abrir viejas heridas y echarles sal”. Al final, esta novela se publicó en la URSS cincuenta años después.
            En la novela se cuenta el proceso que conduce a la locura de su protagonista, Sofia Petrovna, “una ciudadana ejemplar”. Tras la muerte de su marido, un eminente médico, entra a trabajar como mecanógrafa en una importante editorial de Leningrado. Junto con su hijo, estudiante de Ingeniería, lleva una existencia cómoda y plácida, totalmente insertada ideológicamente en el régimen. Participa de las reuniones políticas y sindicales que se celebran en su empresa y comparte la preocupación por los sabotajes de los enemigos del pueblo que todos los días aparecen en los medios de comunicación.
            Pero tanto sosiego finaliza cuando de manera inesperada detienen a su modélico hijo y le acusan de formar parte de una organización terrorista. Sofia recorre las cárceles en busca de noticias sobre el paradero de su hijo que no encuentra por ningún lado; pero sobre ella se levantan ya todo tipo de sospechas ideológicas y comienzan también los problemas en el trabajo y en la comunidad en la que vive. A su alrededor se teje una malla de desgracias, situación degradante que va paralela al proceso degenerativo de un régimen represivo que ve enemigos el pueblo por todos los lados.
            “Quería escribir un libro sobre una sociedad que ha perdido el juicio”. El resultado consigue sus objetivos, pues la novela refleja muy bien esta peligrosa transformación. Sofia no es una heroína lírica; ella había creído con todas sus fuerzas en las bondades del régimen y le cuesta aceptar que todo lo que le pasa a su hijo y en su trabajo no sea un error (como pensaron también tantos miles de personas); sin embargo, las evidencias son las que son y el terror, cuando aparece, lo hace sin contemplaciones.
            Marta Rebón, responsable de una impecable traducción, y Ferran Mateo escriben en el epílogo que, con esta obra, Lidia Chukóvskaia “combatió el miedo con palabras, el silencio con el testimonio, la colectivización con la historia individual, la patraña estatal con la verdad de una ficción literaria”. La novela y el testimonio personal de Chukóvskaia se suma al de otros muchos que se han publicado en los últimos años, multiplicando así la literatura sobre la represión comunista y los Gulag, un reciente y apasionante filón literario.


Sofia Petrovna, una ciudadana ejemplar
Lidia Chukóvskaia
Errata Naturae. Madrid (2014)
192 págs. 17,50 €.

Traducción: Marta Rebón.