lunes, 1 de septiembre de 2025

"Donde las Hurdes se llaman Cabrera", de Ramón Carnicer

 


He estado este verano en Ponferrada en los días en que los incendios asediaban El Bierzo y todo León. Y he recordado un libro de viajes que leí hace años de Ramón Carniver que recorre los pueblos olvidados de León, más entonces que ahora, integrados ahora al ritmo normal de la vida de tantos pueblos. También visita las Médulas, que ha padecido los incendios de este verano (2025). 


En 1962, el escritor Ramón Carnicer (1912-2007) recorrió el valle del río Cabrera, en los confines de la provincia de León con las de Zamora y Orense. En 1964, publicó este libro, en el que cuenta ese viaje, los lugares que recorrió y las gentes con las que se encontró en una zona muy cercana a su localidad natal, Villafranca del Bierzo, donde pasó la infancia hasta trasladarse a Barcelona, donde fue profesor, ensayista y autor también de otros libros de viajes como Gracias y desgracias de Castilla la Vieja

El título, Donde las Hurdes se llaman Cabrera, ya es bastante significativo de su intención: la Cabrera, aunque menos conocida que las Hurdes (que el rey Alfonso XIII recorrió en un famoso viaje) es otra zona olvidada y marcada por la pobreza. Cuando el libro se publicó, como escribe el autor en la “Advertencia” que abre la edición de 1985 (y que se reproduce en este libro), “supuso para quien esto escribe una serie de insultos, amenazas y reproches cuyas notas comunes eran la injusticia y la zafiedad, cuando no el sórdido interés de quienes se aprovechaban de una situación humana en muchos aspectos bochornosa”. En muchos sentidos, ya en 1985, gracias a la explotación minera de la pizarra, habían cambiado mucho las cosas y la Cabrera se había incorporado, muy lentamente, a los avances del progreso y la modernidad, aunque la pobreza secular ha llevado al despoblamiento de muchos de estos pueblos.

            Pero en 1962, esa zona alejada de casi todo, sin carreteras, pobre, sin recursos, parecía como si el tiempo se hubiese detenido. Los pueblos viven al día, con una pobreza que transite dignidad. Carnicer recorre los pueblos de la Cabrera Baja, bañados todos ellos por el río Cabrera o sus riachuelos y arroyos afluentes. Componen esta zona unos veinticinco pueblos con, a principios de los sesenta, unos 6.000 habitantes. La zona es muy montañosa. 



El viaje comienza en el pueblo de Puente de Domingos Flórez. El primer pueblo importante es Pombriego, al que presta una especial atención por lo que representa para esa zona. Luego recorre Santalavilla, Llamas, Odollo, Castrillo de Cabrera, Noceda, Saceda, Nogar, Robledo, Quintanilla, La Baña... En la Cabrera se encuentran Las Médulas, aquellas minas de oro explotadas por los romanos, lo mismo que otras minas cercanas. Hablando del pueblo de Odollo, escribe el autor: “Visto desde su cumbre, la nota dominante del pueblo es el negro ruinoso de los tejados, bajo los cuales se adivinan miserias, conciencias embotadas por la fatalidad de la costumbre, personas que oirían sin comprenderlo –porque “siempre ha sido así, y así seguirá siendo”- al reformador teorizante que puesto en pie en esta peña donde estoy sentado perorara colérico en nombre de la igualdad de derechos, el progreso y el nivel de vida”.

El viajero, bastante más humano que esos teóricos, observa las costumbres, los modos de vida, las ilusiones de sus gentes. Come con ellos, asiste a sus fiestas, visita las cantinas, charla con unos y con otros, aunque las conversaciones de más contenido las suele tener con los curas que atienden estos pueblos y con los maestros y maestras que hacen aquí lo que pueden, pues el atraso es endémico, lo mismo que la ignorancia y el analfabetismo. Las tierras son duras, secas, y para sacarles algo de rendimiento exigen ímprobos trabajos de toda la familia. El viajero, con un estilo sobrio, explica lo indispensable para entender lo que pasa en la Cabrera.



En su recorrido, resultan muy entrañables algunos de los personajes con los que se encuentra: el cura don Manuel, de Odollo, que atiende también varios pueblos, un derroche de sentido común y hospitalidad; la maestra Virginia, que habla con cariño de las gentes de su pueblo, reconociendo que las duras condiciones de vida de la zona determinan su falta de interés por la educación y la cultura; el indiano de Maracaibo, que tiene la solución para salir del atraso; Ceferino, el guía, entusiasta conocedor de todos los caminos... Con todos, el autor tiene conversaciones sencillas, interesantes, nada prepotentes. El sentido crítico del libro, que lo tiene, no está precisamente en los discursos ni en la moraleja, sino en la llana y realista descripción de la vida en esos pueblos y su secular falta de medios.

            “El origen de todo –resume el médico de La Baña al hablar de la Cabrera y sus habitantes- está en la alimentación escasa y en la miseria general, cuyas derivaciones más comunes son el bocio y el cretinismo”. ¿Y la solución? “La receta más segura (Marañón lo decía) es ésta: civilización. Pero este producto no se despacha en la farmacia del Puente ni en la de Truchas. Ha de venir de más lejos y de más arriba y tiene poco que ver con los últimos descubrimientos. El bocio disminuye cuando se eleva el nivel de vida de las regiones afectadas, cuando la alimentación es abundante y variada, cuando los caminos acercan a la gente y la liberan de la consanguinidad”.



            A pesar de este negro balance, el recorrido que hace Carnicer por estas tierras resulta entrañable y humano y permite adentrarse en un mundo desconocido, en una España olvidada de los Planes de Desarrollo; y en este recorrido uno comparte conversaciones y reflexiones con unos habitantes que, como la maestra Virginia y el cura Manuel, trabajan en serio para aportar a sus vecinos otras expectativas vitales. 

Esta edición contiene las fotografías que hizo el mismo autor de este viaje, un excepcional testimonio gráfico de aquel recorrido y de aquella España.




Donde las Hurdes se llaman Cabrera

Ramón Carnicer

Gadir. Madrid (2012)

216 págs. 17,50 €. 

sábado, 30 de agosto de 2025

Notas para un diario: "Sonríe, ruso, sonríe"

 


Recupero un texto que escribí en el verano de 2021.

Ayer pasé por los alrededores del campo del Rayo Vallecano en el preciso momento en el que tenía lugar la presentación del fichaje estrella del Rayo para la temporada 2021-2022: Radamel Falcao, el colombiano que tantos goles marcó con el Atlético de Madrid, una estrella internacional (aunque ya de capa caída). Como han resaltado después los medios de comunicación, nunca había acudido tanta gente al campo del Rayo para una presentación. 

Pero yo fui testigo de otra que fue todo lo contrario.

Cuando escribía en la revista del Rayo Vallecano que llevaba Juan L., surgió la oportunidad de asistir a la presentación de un sonado fichaje que había hecho el Rayo para la temporada 1996-1997. Se trataba del ruso Dmitri Radchenko, un delantero centro alto, espigado, que iba muy bien de cabeza, con una potente zancada, aunque lento de reflejos. Radchenko tenía cara de ruso: estirada, seria, de rasgos contundentes. Viendo algunas fotos suyas, alegría no transmitía, por lo menos ese año.

            Radchenko despuntó como futbolista en el Zenit de San Petersburgo y luego en el Spartak de Moscú. En una eliminatoria contra el Real Madrid, consiguieron eliminar a los madridistas y su nombre se hizo famoso. En el año 1993 fichó por el Racing de Santander, donde estuvo dos temporadas. Luego fichó por el Deportivo, pero allí tuvo mala suerte: resultó un año complicado para los deportivistas, con muchos cambios de entrenador. Radchenko no cuajó. Al año siguiente le fichó el Rayo Vallecano. Tampoco duró mucho, una mísera temporada. Luego pasó por el Mérida, el Compostela y se retiró en un equipo gallego, el Bergantiños (esto da para un documental). En Galicia nació una de sus hijas. Ahora, Radchenko entrena a las categorías inferiores del Zenit, vive en San Petersburgo y trabaja también en una granja familiar donde vive su madre, a 55 kilómetros de San Petersburgo. 

            El día de su presentación estábamos tres medios de comunicación y un fotógrafo en la minúscula sala de prensa de la calle Payaso Fofó. Duró menos de cinco minutos. El secretario técnico dijo unas palabras sobre las virtudes futbolísticas de Radchenko que no se las creía ni él y el ruso comentó, en un castellano brusco y primitivo, que venía al equipo de Vallecas con toda la ilusión. Como ninguno de los asistentes le preguntábamos nada, acabada la primera parte de la obra de teatro, se levantaron y Radchenko se dirigió a los vestuarios. 



    A los cinco minutos, saltó al campo del Rayo con un balón para la sesión de fotos. Solo estábamos un fotógrafo y yo, que aproveché para vivir ese “histórico” momento en el césped. Como público, solo había un aficionado rayista, vestido totalmente de aficionado rayista: gorra, bufanda y camiseta del Rayo. Llevaba un bigotazo que le llegaba hasta la barbilla y unas reflectantes gafas de sol. Un puro producto de la hinchada vallecana. Radchenko cogió el balón, dio unos desganados toques con la cabeza, luego con los pies, disparó a la portería y se dirigió a los vestuarios para poner punto final a lo que seguro él estaba viviendo como un ridículo mayúsculo, vista la expectación que su fichaje había levantado en Vallecas. Cuando iba a entrar a los vestuarios, el hincha del Rayo, con una potente voz, y viendo la lánguida tristeza y el supino aburrimiento que desprendía todo Radchenko, incluso vestido de corto, le dijo: “Sonríe, ruso, sonríe… Que has fichado por el mejor equipo del mundo”. 

sábado, 26 de julio de 2025

"Cien libros, una vida", de Antonio Martínez Asensio

 


Antonio Martínez Asensio (Madrid, 1964) presenta el programa Un libro una hora de la Cadena Ser. Además, también en la Cadena Ser, es el responsable de “La biblioteca”, la sección de libros del programa Hoy por Hoy. Escribe en Zenda y, sin lugar a dudas, es un referente en el periodismo cultural de nuestro país. 

            No estamos ante un libro académico sino ante el resultado de una radical y personal pasión por la lectura y los libros. Como él mismo explica, “no es un libro de crítica, sino un recorrido por los libros que han sido importantes para mí, y que son importantes en general”. Martínez Asensio lleva toda la vida leyendo y ha orientado su actividad profesional a algo que se le da muy bien: hablar de libros y compartir lecturas. 

            Late en todo este libro un afán por dar a conocer lecturas que le han impactado. Libros que le han conformado como persona, como lector y como crítico. La selección refleja muy bien sus intereses culturales y el dominio que tiene de un mundo en constante movimiento y con múltiples ramificaciones. Personalmente, me han resultado muy útiles las dos últimas partes, las que se refieren a lecturas más contemporáneas. Y aquí es donde se aprecia que Martínez Asensio no vive de las rentas sino que está en continua agitación, atento a las muchísimas novedades que cada año ingresan en las librerías y que alguien -él es uno de ellos- tiene que hacer una criba, separando los productos comerciales de temporada de aquellos libros que han acertado a comunicar una verdad insustituible y profunda al hombre contemporáneo.

            Para Martínez Asensio, leer “ha sido mi pasión, mi diversión y también mi terapia, mi educación y mi refugio”: excelente manera de condensar la importancia de la lectura en su vida. En el prólogo destaca la suerte que ha tenido de poder dedicarse profesionalmente a esta afición de “compartir lecturas, compartir la pasión por leer y por los libros”.

            El libro está dividido en cuatro partes, cada una con veinticinco libros. En muchos casos, lo que más le ha contado ha sido elegir un libro concreto de autores de los que se ha leído todo, pero que, con sentido común, se ha impuesto que solo aparezca un libro. Y el punto de partida es siempre su propia experiencia: por qué han sido importantes para él y en qué momento de su vida lo ha leído. Los comentarios a cada libro resaltan los aspectos más significativos con un lenguaje bastante cercano y divulgativo, lo que merece la pena destacarse, pues no estamos ante un libro para especialistas sino para que el público en general que, ante tantos libros como se publican en nuestro país, necesita alguna orientación y guía por parte de críticos autorizados, y Martínez Asensio lo es.  

            Los veinticinco libros de la primera parte están formados por títulos publicados antes del año 1900. Todos son cásicos indiscutibles, y la selección que ofrece es válida y contrastada, combinando autores extranjeros con españoles. Quien quiera acercarse a lo más granado de la literatura clásica, aquí hay autores para dar y tomar, todos excepcionales, como Melville, Conrad, Stevenson, Víctor Hugo, Dostoievski, Kipling, Wilde, Homero, Cervantes, Clarín, Pardo Bazán, Galdós… La segunda parte contiene una selección de “clásicos modernos”, libros que gozan ya de mucho prestigio y popularidad y que nadie duda que en el futuro serán clásicos. La lista es sugerente: García Márquez, Hemingway, Virginia Woolf, Lampedusa, Truman Capote, Nabokov, Herman Hesse, Jack London, Thomas Mann, George Orwell. Vuelven a aparecer en este apartado autores españoles muy importantes, como Cela, Miguel Delibes, Laforet...

           La tercera parte lleva por título “Serán clásicos”. Ofrece lecturas que ya son indispensables, pues se trata de autores que gozan de un merecido prestigio y que se siguen leyendo, como es el caso de John Williams, Javier Marías, Javier Cercas, Saramago, Juan Marsé, Cormac McCarthy, Vargas Llosa, Tabucchi, Kundera, Italo Calvino, William Golding, Carmen Martín Gaite, Manuel Chaves Nogales, Dino Buzzati…

            La cuarta parte es la más personal. Como pasa con todas las listas de libros, esta puede ser la parte más polémica. Se trata de libros fundamentales en su vida, “libros -como escribe- que me han marcado, que me han abrigado, que me han cambiado”. Esta parte puede proporcionar a los lectores muchas sugerencias para descubrir títulos y autores muy cercanos a la sensibilidad actual.

       Estamos ante un libro que hay que leer con lápiz y papel para apuntar títulos y excelentes comentarios. Uno de los problemas que tiene la literatura contemporánea es la dificultad para moverse y aclararse entre la avalancha de títulos. Martínez Asensio facilita la tarea de desbrozar. Y sus gustos y opiniones están contrastadas por su dilatada experiencia y su amor por los libros, algo que es muy difícil de improvisar. 



Cien libros, una vida

Antonio Martínez Asensio

Aguilar. Barcelona (2025)

384 págs. 22,90 € (papel) / 9,99 € (digital).

Notas para un diario. "Sedientos de apariencia"

 


            No se me va de la cabeza uno de los artículos, geniales y divertidos, que leí en La gente corriente de Irlanda, del escritor Flann O`Brien, al que descubrí hace años tras la lectura de su sorprendente novela El tercer policía. O’Brien tiene buen colmillo para reírse de algunas manías de sus compatriotas; pero en este libro es especialmente ingenioso a la hora de burlarse de la sociedad literaria irlandesa y de algunas cuestiones que tienen que ver con rarezas que siguen siendo muy visibles en la cultura actual. Por ejemplo, las ansias de aparentar que somos rabiosamente cultos. Esta obsesión se manifiesta muchas veces en ridículos detalles. 

            Dedica el genial O’Brien un capítulo a explicar una posible empresa que quiere lanzar al mercado y que se va a especializar en trabajar las bibliotecas domésticas para que reflejen un esmerado retrato culturalista de sus propietarios. La idea es muy buena. Cuando vamos de visita a alguna casa y nos enseñan una biblioteca con muchos libros, nos solemos quedar pasmados y hasta sobrecogidos por la avalancha de cultura que, en principio, derrocha. Tal es así que nos imaginamos a sus dueños leyendo por las noches a la luz de la lumbre, escuchando a Chopin, lanzando interjecciones en inglés y francés y saboreando un licor cosmopolita o terruñero. 

Esta idílica imagen se puede ir al traste si, en un arrebato, nos lanzamos a abrir uno de los libros de la biblioteca y comprobamos que ni siquiera lo han abierto ni una miserable vez. Y la sensación puede ser todavía peor si el libro que hemos elegido tiene las páginas pegadas, señal de que ni se ha leído ni se ha abierto. Si nos pasa esto o algo parecido, lógicamente no diremos nada (somos muy educados), pero pensaremos que estamos ante una mala obra de teatro, pues para estas personas la biblioteca y los libros tienen un papel más decorativo que cultural. 

Pero podemos dar completamente la vuelta a esta impresión. Es lo que propone O’Brien.

       Para conseguir esto, su empresa emprendería un concienzudo trabajo para convertir una cateta biblioteca en un dechado de erudición. La empresa de O’Brien se encargaría de abrir y manosear todos los libros para que parezca que se han leído y trabajado, de subrayar algunos pasajes en diferentes colores, de introducir en los márgenes sabias y amenas anotaciones filosóficas (multiculturales y en diferentes idiomas) que ejemplificasen el diálogo de los propietarios del libro con lo que afirman los autores. 



Más todavía: trabajarían de manera especial los marcapáginas. Un anti-ejemplo personal: el otro día abrí un libro que había comprado hace décadas y me encontré con un billete de Metro de los de antes. No me dio ningún arrebato de nostalgia; al contrario, lo primero que pensé es que ya hay que ser cutre para utilizar como marcapáginas un billete de Metro; luego, pensé también que si ese libro cayese en otras manos y se encontrasen con el billete de Metro, no pensarían mal de mí, seguro, pero tampoco me aportaría mucho glamour cultural. 

La ocurrencia de O’Brien es muy original. Y creo que en esta línea se puede hacer un gran trabajo. De hecho, ahora mismo me ofrezco para transformar eruditamente, a un módico precio, la biblioteca de quien lo desee. Puedo introducir, por ejemplo, como sin querer, pasajes de viajes exóticos en avión, estancias en cruceros nórdicos, abonos de ópera, asistencias a estrenos de cine en París, el libreto de una ópera en Berlín, un folleto de una obra de teatro en Londres, la inauguración de una exposición en Nueva York, una fotografía antigua del propietario de la biblioteca con un escritor famoso al lado, siempre en La Habana. En mi caso, tengo que reconocer que si en vez del billete de Metro hubiese encontrado una entrada al Gran Teatre del Liceu, incluso hasta yo hubiese tenido una imagen más positiva de mí mismo, aunque nunca haya ido a un concierto al Liceu. Imaginaros cómo juzgaríamos a los propietarios de esa magnífica biblioteca si en vez de encontrarte el libro inédito, con las páginas sin abrir, hubiese aparecido un billete de primera clase del Transiberiano, una tarjeta de visitas del agregado cultural inglés en Nueva Delhi, la publicidad de una Sala de Subastas de Alabama y dos entradas para el palco del Santiago Bernabéu para una final de la Champions.

            La idea no se me ha ido de la cabeza, más aún, me está obsesionando. He habilitado en mi despacho un cajón en el que voy metiendo todo tipo de recursos culturales para fabricarme con los libros de mi biblioteca una imagen más erudita: en las últimas semanas he añadido una fotocopia de una reseña de una novela de Javier Marías en la edición berlinesa del Frankfurter Allgemeine Zeitung, una pegatina de una botella de Dom Perignom que me dio un amigo que colecciona estas etiquetas, la factura de una comida en el Ritz que me encontré en el suelo, una fotografía de Pío Baroja en el parque del Retiro… 



Ahora, cuando acabo de leer un libro, retiro el marcapáginas de turno, que suele ser anodino –por ejemplo, utilizo unos que hicimos en mi sindicato hace la tira de años-, y dedico el tiempo que sea necesario a subrayar caprichosamente algunos pasajes del libro en azul y rojo, pongo exclamaciones en los laterales, incluyo algunas citas en latín, señalo concomitancias con obras clásicas latinas y griegas que han dicho cosas semejantes, meto algunas postales de diferentes museos del mundo (en el Rastro me encontré el otro día un juego de postales del Museo Hermitage de San Petersburgo que me he autoenviado como si me hubiesen llegado directamente de Rusia). También he ampliado la perspectiva y me he hecho con varias ediciones de clásicos en su idioma original. Las dos últimas adquisiciones son la Divina Comedia en una edición buenísima que he subrayado hasta la extenuación y Guerra y paz, de Tolstói, en la que he incluido una postal de la casa natal del autor, Yasnia Polyana, convertida ahora en Museo, y un plano de los mejores museos de Moscú.

Me he embarcado en un trabajo de chinos, metódico, pensado y calculado, que no admite improvisaciones y que me está exigiendo una entrega absoluta. Pero funciona, ya lo he comprobado. Hace unos días dejé un libro, en el que había preparado de manera concienzuda lo que llevaba dentro; cuando me lo devolvieron, me comentaron: “Había un par de cosas tuyas personales muy interesantes; aquí las tienes, no las hemos perdido” y me entregaron la entrada del Museo Thyseen a la Exposición “Pintura italiana de los siglos XIV al XVIII”, a la que por supuesto no fui; o la propaganda de la muestra en el Museo Guggenheim de Bilbao dedicada a “Alex Reynold. Hay una ley, hay una mano, hay una canción” que, aquí entre nosotros, sería lo último que hiciese en mi vida. También una octavilla en la que apunté un poema de Goethe en alemán (jajaja, ni puta idea de alemán), con comentarios en castellano al lado de algunos versos y una postal de un concierto de jazz en un tugurio de Nueva York de Bill Evans. Y ya tengo preparado lo que voy a meter en el siguiente: una invitación personal al Palacio de la Zarzuela que he conseguido falsificar, el menú de la boda de dos pijos que la celebraron en el Casino de Madrid, un christma más falso que Judas que me llegó del Ministerio de Cultura y el recordatorio del funeral de Miguel Delibes en Valladolid. 

viernes, 25 de julio de 2025

“Manual del Director de Centro Comercial”, de Carlos J. Fernández Darias

 


    El otro día, un amigo me recomendó este ensayo que comentamos, Manual del Director de Centro Comercial, que había escrito un conocido suyo. Dio la casualidad de que en ese momento me estaba leyendo una novela de Kim Ho-Yeon, de Corea del Sur, Las maravillas de la tienda de Cheongpa-dong (Duomo), continuación de La asombrosa tienda de la señora Yeom, que se ha convertido en un fenómeno literario en su país y en el ámbito intencional, pues ha sido traducida a más de veinte idiomas, con millares de ejemplares vendidos. Las novelas del coreano se ambientan en una pequeña tienda que abre las veinticuatro horas en las que se vende de todo, especialmente alimentos y bebidas. El argumento se centra en las historias de algunos clientes y la relación que mantienen con los dependientes, algunos de ellos personajes singulares, muy originales, empáticos, que facilitan la conversación y que, sin pretenderlo, influyen de manera positiva en la resolución de los problemas que tienen los clientes. Las dos son novelas amables, positivas, optimistas que desean transmitir esperanza en la condición humana.

            Al acabar de leerlas, empecé a leer el Manual del Director de Centro Comercial. Por supuesto, no es una novela sino un libro de management que describe las múltiples funciones que desempeña el director de un centro comercial. Resulta curiosa la comparación entre estos dos mundos comerciales, que conviven de manera natural en las ciudades. 

Fernández Darias habla al principio, en la presentación de su libro, del papel que ocupan los centros comerciales en las sociedades modernas. A partir de la segunda mitad del siglo XX, su desarrollo en todo el mundo ha transformado la manera de comprar y hasta el acceso al ocio. Si algo define al hombre moderno, especialmente al urbanita, es en muchas ocasiones la relación que mantiene con los centros comerciales.

            Y recordé una cita del sociólogo y economista Jeremy Rifkin, que habla en La era del acceso (Paidós) de los centros comerciales como las catedrales modernas. Su análisis resulta esclarecedor para entender algunas pautas sociológicas del hombre moderno, que busca en los centros comerciales un atrayente lugar para el consumo y la sociabilidad. Y la manera de entender el consumo del ciudadano actual poco tiene que ver con la de hace décadas; ahora el consumo se asocia también al entretenimiento, facilitando el encuentro con nuevas sensaciones.




            El Manual de Fernández Darias se centra en la figura del director. Su libro se basa en su dilatada experiencia personal y ofrece un elenco superdetallado de las numerosas funciones que abarca el puesto de director. Simplificando, el autor afirma que el director de un centro comercial debe buscar el equilibro entre “la visión estratégica y la gestión operativa”, reconociendo que se trata de una profesión “dinámica y compleja” que se desarrolla en un sector en pleno proceso de transformación, tras años de estabilidad. Los centros comerciales necesitan una constante reactualización para no morir de éxito. El libro emplea el lenguaje de las guías y manuales relacionados con la formación de empresarios. Es una pena que no incluya algunas anécdotas personales en algunos de sus jugosos comentarios sobre esta función directiva.

            Son muchos los aspectos que se abordan en el Manual, en muchas ocasiones de manera un tanto telegráfica. Pero sus diferentes epígrafes y capítulos ofrecen una visión muy completa de todo lo que abarca este puesto de dirección. Algunos de los temas que trata son la necesidad de estar al tanto del diseño y la arquitectura de estos espacios cambiantes, buscando en todo momento que los consumidores puedan moverse de manera tranquila y sosegada y que los flujos de circulación se desarrollen sin estridencias y con normalidad. Dedica una atención especial a la importancia que tienen los parkings en los centros comerciales. También explica cómo tiene que ser la relación con los operadores, la importancia en el contexto cultural actual del marketing y la comunicación, la cara más glamurosa y visible de lo que ofrece un centro comercial. 

            Además, aborda la gestión financiera y presupuestaria, la cada vez más necesaria importancia de la tecnología y la digitalización, para él uno de los pilares estratégicos de este negocio. Otros asuntos que trata son la gestión de los cobros y de las situaciones extraordinarias y la capacidad que debe tener el director para liderar un competente equipo humano.

            En el epílogo lanza una serie de advertencia y consejos que desprenden mucho sentido común empresarial, una de las claves de este libro: “Nunca dejes de aprender: el sector está en constante evolución. Mantén la curiosidad” y “La pasión se alimenta de nuevos retos”.





Manual del Director de Centro Comercial

Carlos J. Fernández Darias

Amazon (2025).

144 págs.10,40 € 

jueves, 24 de julio de 2025

"La luna se tiñó de rojo", de Isabel Coma


A pesar del tiempo transcurrido, las matanzas que tuvieron lugar en Ruanda en 1994 siguen siendo todavía difíciles de digerir. De manera descontrolada, se desató en todo el país un odio entre las dos etnias principales del país, hutus y tutsis, que provocó un genocidio de tutsis, los más minoritarios. La comunidad internacional reaccionó demasiado tarde a un desmedido y violento baño de sangre que acabó con la vida de casi un millón de personas. 

        Isabel Coma, cardióloga y especializada en Bioética, ha publicado el ensayo Cambiando corazones y es también autora de la novela El marido de Carlota, basada en una crisis matrimonial. En esta ocasión, se ha documentado de manera exhaustiva para ambientar su novela en este genocidio. La luna se tiñó de rojo tiene como protagonista a la joven Chantal, que está a punto de ingresar en la Universidad de Kigali. Junto con sus padres, ha viajado desde la ciudad donde vive, Byumba, a Kigali para mantener una entrevista con el rector y solicitar plaza en esa universidad, de las más prestigiosas del país. En el viaje de vuelta en el autobús, en un registro policiaco, tienen lugar los primeros asesinatos de tutsis. De milagro, Chantal consigue salir viva -sus padres fueron vilmente masacrados con otros muchos compañeros de viaje- y regresar a Byumba, donde comprueba la extensión de la tragedia. 

     Con escenas que recuerdan al Diario de Ana Frank, Chantal cuenta cómo se enfrenta a estos dramáticos hechos escondida en su casa y siendo testigo de la oleada de asesinatos, que siguen salpicando a su familia, a quienes recuerda en pasajes muy emotivos. A medida que el ambiente comienza a recuperar poco a poco la normalidad, abandona la casa y se reencuentra con algunos amigos. Uno de ellos es Pietro, hijo de una familia de italianos, que es un joven médico que también es su catequista en las clases para la confirmación de su parroquia. Pietro siente una atracción muy especial por Chantal.

            Los problemas para la joven siguen siendo muy preocupantes y ella intenta salir adelante gracias a su fe en Dios. Gracias a Pietro, consigue trabajo en un orfelinato donde se reforzará su amistad con Pietro.

            La novela permite a los lectores conocer el alcance de ese genocidio gracias a la vida de una joven valiente, inteligente que posee una robusta fe que le permite soportar esos difíciles momentos. Está muy bien ambientada y consigue emocionar por el cúmulo de circunstancias adversas que debe superar Chantal para vislumbrar algo de esperanza en su vida. El argumento, sencillo, duro, a veces algo previsible, avanza mostrando las profundas cicatrices de un enfrentamiento fratricida tan sangriento donde, a pesar de todo, es posible encontrar la generosidad y la solidaridad, encarnada en Pietro y su familia. La autora desea mostrar cómo a pesar de los pesares siempre hay que confiar en la esperanza y en las buenas intenciones. En este enlace puedes leer una entrevista con la autora.




La luna se tiñó de rojo

Isabel Coma

Editorial Adarve. Madrid (2025)

198 págs. 17,50 €


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miércoles, 23 de julio de 2025

Centenario de un gran narrador, Ignacio Aldecoa



    A los cien años de su nacimiento, el escritor vitoriano Ignacio Aldecoa se ha consolidado como uno de los grandes maestros de la novela y el cuento españoles contemporáneos. En Aceprensa, he publicado este artículo que resume su interesante trayectoria literaria.

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