domingo, 25 de enero de 2015

“Días felices en el infierno”, de György Faludy


 Poeta, periodista, traductor, György Faludy (1910-2006) es uno de los máximos representantes de la literatura húngara del siglo XX, además de ser un escritor polémico y difícil de encasillar. Aunque en Occidente, en algunos países, se ha publicado su poesía y algunos de sus otros escritos, es conocido sobre todo por sus memorias, cuya primera parte, Días felices en el infierno, se publicó en Londres en 1962, en inglés, libro que contiene una durísima denuncia de los métodos empleados por los partidos estalinistas, en su caso en Hungría. Apareció el mismo año que Un día en la vida de Iván Denísovich, de Alexandr Solzhenitsyn, con la diferencia que su libro es memorialístico y el de Solzhenitsyn, una novela inspirada en su biografía.  El libro fue muy bien recibido por la crítica, aunque tuvo escasa repercusión debido al dominio de la izquierda en los ambientes culturales y políticos, lo mismo que les sucedió a otros libros que denunciaban las represiones comunistas y el gulag. En 1965 se publicó su traducción francesa y hasta 1989 no se pudo publicar en húngaro. Las tres ediciones, preparadas por el autor, contienen algunas diferencias. Esta edición se basa en la edición inglesa.
            Faludy cuenta en este su primer libro de memorias (luego escribiría dos más), apenas quince años de su intensa biografía: comienza en 1938, cuando abandona su país para exiliarse en Francia, y finaliza en 1953, cuando sale del campo de trabajos forzados de Resk.
Tras cursar estudios universitarios en Viena, Berlín, París y Graz, Faludy se hizo famoso en la década de los treinta por sus versiones de las poesías de Heine y Villon y por la publicación de sus primeros poemas, que recibieron una acogida entusiasta. Pero en la década de los treinta Faludy, escritor de izquierdas, era "incómodo" para el régimen de Horthy y para el partido filonazi de la Cruz Flechada.
            Sus memorias comienzan precisamente explicando por qué se ha exiliado en París, para él la capital mundial de la cultura en ese momento. En París sobrevive como puede (“durante los dieciocho meses que pasamos en París nunca tuve dinero para ir al peluquero”), conoce a diferentes exiliados húngaros, como Bandi Havas y Ernö Lorsy, quienes le acompañaran, con su mujer Vály Acs, por su periplo por diferentes ciudades francesas huyendo de las tropas nazis. Al final, con otros refugiados, “llegamos medio muertos de hambre a Casablanca después de cinco días de complicada navegación”.
            En Marruecos, el vitalista Faludy lleva una vida tranquila, la que le gustaba: “observando el mundo, escribiendo poemas, pasando el rato en la más dulce ociosidad”. En Casablanca conoce a Amar, un joven árabe que había estudiado filosofía en París y quien le invita a pasar unos días en su alcazaba, a una jornada de viaje de Casablanca, en la frontera con el desierto. La experiencia de ese viaje impacta a Faludy, pues se encuentra con algunos personajes que le hacen revivir el mundo lejano de las Mil y una noches. Pero esa experiencia, lo sabe Faludy, es solo un paréntesis de su dura realidad.
            Sus gestiones fructifican y, acogido por el Gobierno norteamericano, se traslada a Nueva York, ciudad a la que llega en septiembre de 1941. Allí le esperan otros cometidos: es nombrado Secretario General del Movimiento de la Hungría Libre, redactor jefe del semanario húngaro Hazc y de la mano de Lazló  Fényes y Ruztem Vámbéry, se relaciona con los círculos políticos del exilio húngaro. Faludy se identifica tanto con los valores democráticos norteamericanos que incluso, durante la Segunda Guerra Mundial, se incorpora a filas en el ejército americano.  Pero al acabar la guerra, siente la llamada de su país, al que se traslada con su mujer en 1946 para defender la democracia y la libertad.
            Pero a su regreso se encuentra un país machacado por la guerra; además, su padre había muerto por las duras condiciones de vida y una hermana suya fue fusilada por los nazis. El clima político es convulso, con el agigantado ascenso del Partido Comunista, fiel a la Unión Soviética. Faludy sabe que, para sobrevivir, debe implicarse en la vida política y se afilia al Partido Socialdemócrata, que será engullido más adelante por el Partido Comunista, que convierte el país en una fotocopia de la URSS, con el estalinista Matyás Rákosi al frente del Gobierno.


Trabaja en una revista que se convierte en el instrumento de propaganda y agitación de los comunistas en el momento en que comienzan las purgas. La detención más sonada es la de Lázló Rajk, ministro y uno de las figuras más visibles del comunismo húngaro, el creador de la temida AVO, los servicios secretos (Duncan Shields ha contado la peripecia de este político en Los hermanos Rajk, publicado en Acantilado). Las detenciones y el terror se extienden en Hungría.
            Faludy, hombre de izquierdas pero alejado de la férrea estructura del comunismo, sabe que su vida corre peligro. En 1949 es detenido y, como era habitual, acusado por la AVO de ser agente de los servicios secretos americanos, trotskista, implicado en la organización de un movimiento armado papara acabar con la república popular, autor de numerosos sabotajes y tachado de espía del imperialismo por tener amigos clericales y reaccionarios. Primero permaneció unos meses en el campo de Kistarcsa hasta que fue trasladado al de Recsk, en las estibaciones de los montes Mátra.
            Gracias a su capacidad de observación y a su gran memoria, Faludy reconstruye detalladamente su vida en el gulag, uno de los platos fuertes de este libro. Cuenta historias rocambolescas sobre las detenciones de sus compañeros prisioneros; explica las dificultades que padecen y los trabajos que deben realizar en unas condiciones inhumanas. Al ser un personaje muy conocido, Faludy tiene una gran ascendencia sobre el resto de prisioneros, a los que anima en su lucha por sobrevivir. Para defender su dignidad, fomenta por las noches apasionantes debates culturales entre los prisioneros con el fin de alimentar su vida intelectual. Totalmente incomunicado, sin poder leer ni escribir nada, Faludy compone mentalmente poemas que conservará en su memoria y publicará años después.
            La muerte de Stalin en 1953 provoca un cataclismo en el comunismo internacional. En Hungría, Rákosi abandona el cargo, que asume Imre Nagy, quien decreta la inmediata liquidación de todos los campos de internamiento. Faludy y el resto de prisioneros recuperan la libertad.
            En estas memorias, escritas con un poderoso estilo y desde la perspectiva emocional de un poeta liberal, encontramos, sobre todo en la primera parte, divertidos relatos sobre sus recuerdos infantiles, algunos pasajes eróticos y digresiones literarias e históricas, algunas prescindibles. Por lo general, de manera desbordante, el libro contiene momentos increíbles, sugestivos y muy interesantes. También, excelentes descripciones y retratos y agudos comentarios, como cuando Faludy realiza una apasionada defensa de la lengua húngara (“la lengua húngara es el único sitio del que jamás podrán echarme”), de la cultura magiar y hasta de los valores humanísticos y cristianos como antídoto contra los totalitarismos: “a lo largo de los últimos años, me había fijado  en que la penetración de la ideología comunista era más profunda cuanto menor era el grado de conocimiento de las lenguas clásicas y las humanidades (…). Ni la moral cristiana ni la formación clásica podían protegerles contra el comunismo”.  En el campo de Recsk, Faludy vivió en medio de unas durísimas condiciones de vida que, sin embargo, reforzaron sus ideales democráticos y vitales. Cuando está a punto de salir del campo, sabe que lo más seguro que esa libertad intelectual y de espíritu no la va a encontrar en la sociedad húngara, todavía sometida al comunismo. Por eso, cuando la Revolución de 1956 fracasa, Faludy hace todo lo posible por abandonar su país.


            Faludy vivió después en Londres (donde publicó este libro) y en Florencia, Malta y Canadá, impartiendo cursos universitarios y consiguió la nacionalidad. Volvió a su país en 1989, con la caída de los regímenes comunistas. Hasta su muerte, alimentó numerosas polémicas por sus ideas y su estilo de vida (con más de 90 años abandona a su amante y se casa con una poetisa de 26 años). No fue bien acogido ni por los intelectuales de izquierda (Faludy no les perdonó el papel que desempeñaron en la dictadura comunista), ni por los conservadores (que le acusaban de ir contra los valores tradicionales). Sin embargo, como ha escrito a propósito de su poesía Thomas Ország-Land en el Times Litterary Supplement, Faludy “se ha convertido en una fuerza poderosa en la lucha de la Europa poscomunista por librarse del persistente espíritu de sus tiranías pasadas”.
  

Días felices en el infierno
György Faludy
Pepitas & Pimentel. Logroño (2014)
624 págs. 26 €.
T.o.: My Happy Days in Hell.

Traducción: Alfonso Martínez de Galilea.

martes, 20 de enero de 2015

"Terror y utopía. Moscú en 1937", de Karl Schlögel

            

            Moscú, 1937, es, para el autor de este monumental ensayo, el punto de inflexión para hablar de la Rusia del siglo XX y de la actual Rusia postsoviética. Aunque desde sus inicios la represión había sido compañera habitual de la Revolución, en 1937 el terror adquirió dimensiones tan apocalípticas que se convirtió en una de las mayores catástrofes históricas del siglo XX. Y es que en poco más de un año “fueron arrestados cerca de dos millones de personas, unas setecientas mil de las cuales fueron asesinadas, y casi 1’3 millones enviadas a campos de concentración y colonias de trabajos forzados”. El historiador alemán Karl Schögel se aproxima a estos hechos desde una perspectiva insólita, pues no estamos ante un nuevo libro sobre el Gulag y los crímenes cometidos por el estalinismo. El autor va mucho más allá de la descripción de la maquinaria del terror e intenta “captar y actualizar como un prisma el momento, la constelación que los contemporáneos percibieron ya como históricamente significativa.
             El momento culminante de 1937 en Moscú tiene lugar en los primeros días del mes de agosto, cuando se aprobó la Orden 0047 que establecía “la eliminación física de todas aquellas fuerzas que hubiesen podido resultar peligrosas para el monopolio del poder en el seno del Partido Comunista”. No fue algo improvisado. Ya en años y décadas anteriores, los servicios secretos de la Cheká (luego GPU, OGPU y NKVD), habían elaborado minuciosas listas de aquellas personas y grupos sociales y étnicos sospechosos de no comulgar con la Revolución. La Orden de agosto de 1937 detalla el procedimiento, las cifras de personas que deben detenerse y el número de las que tienen que ir directamente al paredón. Estas excepcionales medidas tienen como fin preparar las elecciones al Soviet Supremo que se celebrarían en diciembre de 1937, tras la aprobación de la nueva Constitución.
       Para mostrar cómo irrumpió esta violencia, el autor elige el método narrativo de la fragmentariedad, para él “la forma más adecuada para poner en escena el torbellino y la violenta colisión de los acontecimientos”. Al presentar los sucesos, sitios, espacios y escenarios de Moscú en 1937, el autor combina los objetivos de terror con los de la utopía. Mientras se avanzaba en la plasmación de la utopía comunista en diferentes frentes de la vida laboral, estética, industrial y social, el terror irrumpió de manera súbita y programada.
          Todo le sirve al autor para mostrar ese momento. “No existe –escribe en el prólogo- en principio ningún tipo de fuentes, ningún género o perspectiva que no pudiera ser significativo para arrojar luz en las sombras (…). Ninguna perspectiva y ningún ángulo queda excluido”. Sirviéndose de fuentes muy variadas –la prensa, el cine, los diarios, las memorias, la música, los libros de viajes, las visitas de escritores extranjeros a la URSS, documentos oficiales, etc.-, el autor sitúa en su contexto el desarrollo de aquellos hechos.


            En Moscú, en 1937, se celebra de manera grandiosa los veinte años de la Revolución de Octubre; Aleksandr Pushkin es elevado, en su primer centenario, a la categoría de gran poeta del pueblo soviético; en París se celebra la Exposición Universal, en la que participa la URSS; tienen lugar el Primer Congreso de Arquitectura y el Congreso Internacional de Geología; se realiza el primer gran censo de toda la URSS (con unos inesperados resultados); el avión se convierte en el principal medio de transporte y los soviéticos inauguran los vuelos a Norteamérica; se conquista el Polo Norte; el cine y la radio irrumpen como las principales herramientas propagandísticas del poder soviético…
Es un año también de grandes obras faraónicas en Moscú y de movimientos migratorios de millones de personas, sobre todo campesinos que, tras la persecución de las décadas anteriores, deciden emigrar a la capital. Nacen fábricas descomunales que acogen a miles de trabajadores; los emigrantes rusos retornan a su patria a la vez que muchos comunistas extranjeros perseguidos se refugian en la URSS. Se celebra por todo lo alto en el Teatro Bolshói el aniversario de la fundación de la Cheká (el Comisionado del Pueblo para Asuntos Internos); la Plaza Roja se convierte en el centro de reunión de miles de trabajadores y en el escenario de las grandes adhesiones al régimen… El autor describe todas estas efemérides y temas, y muchos más, mostrando las poliédricas intenciones del Partido Comunista de someter la realidad a sus objetivos utópicos.


            A la vez, Schlögel describe los espectaculares juicios que tuvieron lugar a partir de 1936 contra destacados miembros de la “vieja guardia”, juicios que ocuparon las primeras páginas en los medios de comunicación y que provocaron entusiastas manifestaciones de cientos de miles de personas contra los antiguos dirigentes que, siguiendo el guión de la propaganda oficial, habían utilizado el poder para labores de sabotaje y espionaje a favor de los trotskistas o para preparar el asesinato de Serguéi Kírov, secretario del comité central del Partido Comunista de Leningrado. En estos juicios fueron condenados a muerte históricos dirigentes del Partido como Grigori Zinóviev, Lev Kámenev, Karl Radek, Nikolái Bujarin, etc., además de otros miles de dirigentes de todos los organismos y posiciones, que fueron detenidos y condenados por oleadas. Teniendo en cuenta la atención que se prestó a estos juicios, podría parecer que la Gran Purga de 1937 se desató especialmente contra ellos, contra los dirigentes; sin embargo, las cosas no fueron así.
Estos juicios fueron la cortina de humo de los planes ya mencionados del Partido Comunista. Para Schlögel, “la gran ola de terror se dirigió en primer lugar contra personas humildes, sencillas, que no militaban en el Partido, personas seleccionadas y asesinadas de manera planificada, respondiendo a criterios sociales y étnicos”. A todos ellos, sin las mínimas garantías judiciales, se les acusó de preparar sublevaciones y atentados, de crear y dirigir redes de espionaje y de cometer sucesivos actos de sabotaje en fábricas, minas, institutos científicos. Fueron detenidos y condenados a una velocidad de vértigo. Por ejemplo, en el campo de tiro de Bútovo se fusilaron en el mes de julio de 1937 a 126 personas, pero la cantidad pasó a 2.327 ya en el mes de agosto. Y en 1936 tuvieron lugar 131.168 arrestos, que pasaron a 936.750 en 1937 y a 638.509 en 1938. Más del 90% de los detenidos fueron acusados de delitos contrarrevolucionarios.


            Espléndido libro, pues, que no se centra de manera exclusiva en la historia de la violencia comunista sino que presenta de manera fragmentaria la vida en Moscú en un año siniestro. Karl Schlögel  (1948) lo publicó en Alemania en 2008 y en 2012 consiguió el Premio de Leipzig para el Entendimiento Europeo. El autor es profesor de Historia del Este en la Universidad Europea de Viadrina (Frankfurt del Oder). En el prólogo afirma que su intención no ha sido dar respuesta a las numerosas incógnitas que contienen estos trágicos sucesos sino que su obra es “un intento de abrir más que cerrar” y de poner en el centro del debate a las miles y miles de víctimas a las que “jamás se les concedió la atención y el interés que cabría esperar”.

Terror y utopía
Karl Schlögel

Acantilado. Barcelona (2014)
1.008 págs. 45 €. 
T.o.: Terror und Traum
Traducción: José Aníbal Campos.

martes, 13 de enero de 2015

“Cartas de la prisión y de los campos”, de Pável Florenski


Para Víctor Gallego, traductor y autor de la introducción de este libro, Pável Florenski es una de las figuras más asombrosas y fascinantes de la cultura rusa del siglo XX. Llamado el Leonardo ruso, Florenski estudió matemáticas, física, filosofía, teología… y se dedicó a la biología, la electrónica, la geología, la museística, la crítica de arte, la arqueología, la hagiografía, la etnografía, la filología… Es autor de numerosas obras científicas que publicó en las primeras décadas del siglo XX.  Contrajo matrimonio en 1910 con Anna M. Giazintova y en 1911 fue ordenado sacerdote en la Iglesia ortodoxa. Fue profesor extraordinario de Filosofía en la Academia de teología de Moscú. Cuando llegó la Revolución, era director de la revista “Mensajero teológico”. Tras la Revolución siguió desempeñando puestos de relativa importancia relacionados con la ciencia. Fue, de hecho, consultor científico de la Administración central para la electrificación de Rusia y también formó parte del Instituto Electrotécnico del Estado.
            Sin embargo, el hecho de ser sacerdote le provocó no pocos problemas con las autoridades rusas. Fue detenido por vez primera en 1928 y condenado a tres años de confinamiento en la ciudad de Niznij Novgorod, aunque pudo regresar a los pocos meses a Moscú gracias a la intervención de la Cruz Roja internacional. Fue nuevamente detenido por la NKVD en 1933 y condenado a diez años de trabajos forzados. En principio, fue trasladado a Siberia, a Svobodni y después a Skovorodinó. Un par de años después fue trasladado a las temidas islas Solovki, situadas en el Mar Blanco, a unos 160 kilómetros del círculo polar ártico. Allí permaneció hasta 1937, cuando fue trasladado con otros miles de presos a Leningrado, donde fue fusilado a finales de 1937. Solamente entre 1937 y 1938 fueron detenidas por las autoridades rusas millón y medio de personas, de las que 681.692 fueron fusiladas y el resto trasladados a campos de concentración. La editorial Acantilado acaba de publicar Terror y utopía, de Karl Schlögel, un monumental estudio sobre las purgas desatadas por Stalin en estas fechas. En este artículo escribí sobre algunos testimonios literarios relacionados con las víctimas del Gulag soviético.
Las autoridades del Gulag comunicaron el fallecimiento de Florenski a su familia en 1943. Fue rehabilitado gracias a las gestiones de sus amigos y familia en 1958. Pero hasta 1989 no se conoció la fecha exacta de su muerte y las dolorosas circunstancias que la rodearon. Para Alexander Solzhenitsyn, Florenski fue la figura más grande de las engullidas por el Gulag. Merece la pena leer el capítulo que dedica a su vida y muerte el poeta y escritor ruso Vitali Shentalinski en uno de los libros, De los archivos literarios de la KGB (editorial Muchnik), que ha dedicado a rastrear las vidas de escritores desaparecidos, muertos y torturados por las autoridades comunistas.
De Florenski se han publicado en castellano algunos libros científicos y filosóficos, como La perspectiva invertida (Siruela); su ensayo más conocido, La columna y el fundamento de la verdad, que escribió en 1914, y que contiene la base de su pensamiento científico y humanístico; y La sal de la tierra (Sígueme), que contiene la biografía del starez Isidor, su maestro espiritual.  También la revista sevillana Númenor dedicó su número 22 (septiembre 2009) a su pensamiento, vida y obras.
            Y en 2005 la editorial EUNSA publicó el libro que voy a comentar, Cartas de la prisión y de los campos. Se trata de una selección de las cartas que Pável Florenski escribió desde los diferentes gulag a su mujer e hijos y que se han podido conservar de milagro, como escribe su nieto en el prólogo a esta edición. Fue a partir de 1967, con la ayuda de Alkaen Sánchez, el hijo del escultor español Alberto Sánchez, exiliado en la URSS después de la Guerra Civil española, cuando pudo transcribir las cartas de su abuelo que se encontraban escondidas en diferentes lugares de su casa, ya que la biblioteca había sido saqueada por las autoridades del NKVD.
            Esta edición contiene solo una selección de las cartas que escribió Florenski, las más asequibles para el gran público. No se han elegido las cartas que escribió a algunos de sus hijos en las que aborda cuestiones técnicas y científicas muy especializadas. Las que aparecen en esta edición están dirigidas a su mujer y, especialmente, a su hija Olga, una de las más jóvenes.
            Hay que tener en cuenta que estas cartas, escritas desde el Gulag, estaban sometidas a la censura (que incluso menciona Florenski en alguna de estas cartas). En ellas no se podía mencionar nada sobre las condiciones de vida en los campos y los numerosos sucesos trágicos que tuvo que padecer y de los que fue testigo. Tampoco puede hablar de Dios ni de su sacerdocio. Sin embargo, a pesar de esta censura, las cartas son un impactante testimonio de la categoría intelectual y moral de Florenski. El tema principal es su relación con su mujer y sus hijos, lo que les echa de menos, la necesidad que tiene de estar a su lado, los constantes recuerdos. En muchas cartas describe la intensa actividad científica que también desarrolló en los campos: por ejemplo, se dedicó a investigar sobre las propiedades del hielo en Siberia y sobre el yodo y las algas en el gulag de las islas Solovki. Florenski recomienda a sus hijos que estudien música y arte. Les resume algunos libros de crítica. Habla de la historia de Rusia. Les anima a dedicar tiempo a leer, a estudiar, a estar en contacto con la naturaleza. Comparte algunas de sus inquietudes científicas e intelectuales. Son muy interesantes las cartas dedicadas a la poesía y a la literatura en general. Su formación es tan enciclopédica que sus intereses no tienen fronteras.
            Especialmente emotivas son las cartas en las que recuerda episodios familiares y aquellas en las que revive anécdotas de su infancia, en la que aparecen sus padres y sus hermanos.
            Las cartas sirven para conocer el delicado y profundo espíritu de Florenski. Y son también un manual de buena educación y una apología de la importancia de la formación cultural. Aunque no suele describir su estado de ánimo ni sus problemas, algunas cartas muestran su decepción por el destino de su vida, de sus investigaciones y de sus escritos y biblioteca. Sabiendo lo que ya sabemos de su final y de la vida en los campos de concentración soviéticos, estas cartas son un excepcional testimonio de una persona fiel a sus convicciones éticas y morales y un buen muestrario de sus inquietudes humanas, educativas y científicas. Y las cartas son también un ejemplo de primera magnitud de la arbitrariedad y la crueldad de los métodos empleados por las autoridades soviéticas para eliminar a los que consideraba enemigos e imponer por la fuerza una utopía comunista cada vez más sustentada en el terror y en la total ausencia de libertad.


Cartas de la prisión y de los campos
Pável Florenski
EUNSA. Pamplona (2005)
310 págs. 18 €.
Traducción: Víctor Gallego.