Faludy cuenta en este su primer
libro de memorias (luego escribiría dos más), apenas quince años de su intensa
biografía: comienza en 1938, cuando abandona su país para exiliarse en Francia,
y finaliza en 1953, cuando sale del campo de trabajos forzados de Resk.
Tras cursar estudios universitarios en Viena, Berlín, París
y Graz, Faludy se hizo famoso en la década de los treinta por sus versiones de
las poesías de Heine y Villon y por la publicación de sus primeros poemas, que
recibieron una acogida entusiasta. Pero en la década de los treinta Faludy,
escritor de izquierdas, era "incómodo" para el régimen de Horthy y
para el partido filonazi de la Cruz Flechada.
Sus memorias comienzan precisamente
explicando por qué se ha exiliado en París, para él la capital mundial de la
cultura en ese momento. En París sobrevive como puede (“durante los dieciocho
meses que pasamos en París nunca tuve dinero para ir al peluquero”), conoce a
diferentes exiliados húngaros, como Bandi Havas y Ernö Lorsy, quienes le
acompañaran, con su mujer Vály Acs, por su periplo por diferentes ciudades
francesas huyendo de las tropas nazis. Al final, con otros refugiados,
“llegamos medio muertos de hambre a Casablanca después de cinco días de
complicada navegación”.
En Marruecos, el vitalista Faludy lleva
una vida tranquila, la que le gustaba: “observando el mundo, escribiendo
poemas, pasando el rato en la más dulce ociosidad”. En Casablanca conoce a
Amar, un joven árabe que había estudiado filosofía en París y quien le invita a
pasar unos días en su alcazaba, a una jornada de viaje de Casablanca, en la
frontera con el desierto. La experiencia de ese viaje impacta a Faludy, pues se
encuentra con algunos personajes que le hacen revivir el mundo lejano de las Mil y una noches. Pero esa experiencia,
lo sabe Faludy, es solo un paréntesis de su dura realidad.
Sus gestiones fructifican y, acogido
por el Gobierno norteamericano, se traslada a Nueva York, ciudad a la que llega
en septiembre de 1941. Allí le esperan otros cometidos: es nombrado Secretario
General del Movimiento de la Hungría Libre, redactor jefe del semanario húngaro
Hazc y de la mano de Lazló Fényes y
Ruztem Vámbéry, se relaciona con los círculos políticos del exilio húngaro. Faludy
se identifica tanto con los valores democráticos norteamericanos que incluso,
durante la Segunda Guerra Mundial, se incorpora a filas en el ejército
americano. Pero al acabar la guerra,
siente la llamada de su país, al que se traslada con su mujer en 1946 para
defender la democracia y la libertad.
Pero a su regreso se encuentra un
país machacado por la guerra; además, su padre había muerto por las duras
condiciones de vida y una hermana suya fue fusilada por los nazis. El clima
político es convulso, con el agigantado ascenso del Partido Comunista, fiel a la
Unión Soviética. Faludy sabe que, para sobrevivir, debe implicarse en la vida
política y se afilia al Partido Socialdemócrata, que será engullido más adelante
por el Partido Comunista, que convierte el país en una fotocopia de la URSS,
con el estalinista Matyás Rákosi al frente del Gobierno.
Trabaja en una revista que se convierte en el instrumento
de propaganda y agitación de los comunistas en el momento en que comienzan las
purgas. La detención más sonada es la de Lázló Rajk, ministro y uno de las
figuras más visibles del comunismo húngaro, el creador de la temida AVO, los
servicios secretos (Duncan Shields ha contado la peripecia de este político en Los hermanos Rajk, publicado en Acantilado).
Las detenciones y el terror se extienden en Hungría.
Faludy, hombre de izquierdas pero
alejado de la férrea estructura del comunismo, sabe que su vida corre peligro.
En 1949 es detenido y, como era habitual, acusado por la AVO de ser agente de
los servicios secretos americanos, trotskista, implicado en la organización de
un movimiento armado papara acabar con la república popular, autor de numerosos
sabotajes y tachado de espía del imperialismo por tener amigos clericales y
reaccionarios. Primero permaneció unos meses en el campo de Kistarcsa hasta que
fue trasladado al de Recsk, en las estibaciones de los montes Mátra.
Gracias a su capacidad de
observación y a su gran memoria, Faludy reconstruye detalladamente su vida en
el gulag, uno de los platos fuertes de este libro. Cuenta historias
rocambolescas sobre las detenciones de sus compañeros prisioneros; explica las
dificultades que padecen y los trabajos que deben realizar en unas condiciones
inhumanas. Al ser un personaje muy conocido, Faludy tiene una gran ascendencia
sobre el resto de prisioneros, a los que anima en su lucha por sobrevivir. Para
defender su dignidad, fomenta por las noches apasionantes debates culturales
entre los prisioneros con el fin de alimentar su vida intelectual. Totalmente
incomunicado, sin poder leer ni escribir nada, Faludy compone mentalmente
poemas que conservará en su memoria y publicará años después.
La muerte de Stalin en 1953 provoca
un cataclismo en el comunismo internacional. En Hungría, Rákosi abandona el
cargo, que asume Imre Nagy, quien decreta la inmediata liquidación de todos los
campos de internamiento. Faludy y el resto de prisioneros recuperan la
libertad.
En estas memorias, escritas con un
poderoso estilo y desde la perspectiva emocional de un poeta liberal,
encontramos, sobre todo en la primera parte, divertidos relatos sobre sus
recuerdos infantiles, algunos pasajes eróticos y digresiones literarias e históricas,
algunas prescindibles. Por lo general, de manera desbordante, el libro contiene
momentos increíbles, sugestivos y muy interesantes. También, excelentes
descripciones y retratos y agudos comentarios, como cuando Faludy realiza una
apasionada defensa de la lengua húngara (“la lengua húngara es el único sitio
del que jamás podrán echarme”), de la cultura magiar y hasta de los valores
humanísticos y cristianos como antídoto contra los totalitarismos: “a lo largo
de los últimos años, me había fijado en
que la penetración de la ideología comunista era más profunda cuanto menor era
el grado de conocimiento de las lenguas clásicas y las humanidades (…). Ni la
moral cristiana ni la formación clásica podían protegerles contra el
comunismo”. En el campo de Recsk, Faludy
vivió en medio de unas durísimas condiciones de vida que, sin embargo,
reforzaron sus ideales democráticos y vitales. Cuando está a punto de salir del
campo, sabe que lo más seguro que esa libertad intelectual y de espíritu no la
va a encontrar en la sociedad húngara, todavía sometida al comunismo. Por eso,
cuando la Revolución de 1956 fracasa, Faludy hace todo lo posible por abandonar
su país.
Faludy vivió después en Londres
(donde publicó este libro) y en Florencia, Malta y Canadá, impartiendo cursos
universitarios y consiguió la nacionalidad. Volvió a su país en 1989, con la
caída de los regímenes comunistas. Hasta su muerte, alimentó numerosas
polémicas por sus ideas y su estilo de vida (con más de 90 años abandona a su
amante y se casa con una poetisa de 26 años). No fue bien acogido ni por los
intelectuales de izquierda (Faludy no les perdonó el papel que desempeñaron en
la dictadura comunista), ni por los conservadores (que le acusaban de ir contra
los valores tradicionales). Sin embargo, como ha escrito a propósito de su
poesía Thomas Ország-Land en el Times
Litterary Supplement, Faludy “se ha convertido en una fuerza poderosa en la
lucha de la Europa poscomunista por librarse del persistente espíritu de sus
tiranías pasadas”.
Días
felices en el infierno
György Faludy
Pepitas & Pimentel. Logroño (2014)
624 págs. 26 €.
T.o.: My
Happy Days in Hell.
Traducción: Alfonso Martínez de Galilea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario