Moscú, 1937, es, para el autor de este
monumental ensayo, el punto de inflexión para hablar de la Rusia del siglo XX y
de la actual Rusia postsoviética. Aunque desde sus inicios la represión había
sido compañera habitual de la Revolución, en 1937 el terror adquirió
dimensiones tan apocalípticas que se convirtió en una de las mayores
catástrofes históricas del siglo XX. Y es que en poco más de un año “fueron
arrestados cerca de dos millones de personas, unas setecientas mil de las
cuales fueron asesinadas, y casi 1’3 millones enviadas a campos de
concentración y colonias de trabajos forzados”. El historiador alemán Karl Schögel
se aproxima a estos hechos desde una perspectiva insólita, pues no estamos ante
un nuevo libro sobre el Gulag y los crímenes cometidos por el estalinismo. El
autor va mucho más allá de la descripción de la maquinaria del terror e intenta
“captar y actualizar como un prisma el momento, la constelación que los
contemporáneos percibieron ya como históricamente
significativa.
El
momento culminante de 1937 en Moscú tiene lugar en los primeros días del mes de
agosto, cuando se aprobó la Orden 0047 que establecía “la eliminación física de
todas aquellas fuerzas que hubiesen podido resultar peligrosas para el
monopolio del poder en el seno del Partido Comunista”. No fue algo improvisado.
Ya en años y décadas anteriores, los servicios secretos de la Cheká (luego GPU,
OGPU y NKVD), habían elaborado minuciosas listas de aquellas personas y grupos
sociales y étnicos sospechosos de no comulgar con la Revolución. La Orden de
agosto de 1937 detalla el procedimiento, las cifras de personas que deben
detenerse y el número de las que tienen que ir directamente al paredón. Estas
excepcionales medidas tienen como fin preparar las elecciones al Soviet Supremo
que se celebrarían en diciembre de 1937, tras la aprobación de la nueva
Constitución.
Para
mostrar cómo irrumpió esta violencia, el autor elige el método narrativo de la
fragmentariedad, para él “la forma más adecuada para poner en escena el
torbellino y la violenta colisión de los acontecimientos”. Al presentar los sucesos,
sitios, espacios y escenarios de Moscú en 1937, el autor combina los objetivos
de terror con los de la utopía. Mientras se avanzaba en la plasmación de la
utopía comunista en diferentes frentes de la vida laboral, estética, industrial
y social, el terror irrumpió de manera súbita y programada.
Todo
le sirve al autor para mostrar ese momento. “No existe –escribe en el prólogo-
en principio ningún tipo de fuentes, ningún género o perspectiva que no pudiera
ser significativo para arrojar luz en las sombras (…). Ninguna perspectiva y
ningún ángulo queda excluido”. Sirviéndose de fuentes muy variadas –la prensa,
el cine, los diarios, las memorias, la música, los libros de viajes, las
visitas de escritores extranjeros a la URSS, documentos oficiales, etc.-, el
autor sitúa en su contexto el desarrollo de aquellos hechos.
En
Moscú, en 1937, se celebra de manera grandiosa los veinte años de la Revolución
de Octubre; Aleksandr Pushkin es elevado, en su primer centenario, a la
categoría de gran poeta del pueblo soviético; en París se celebra la Exposición
Universal, en la que participa la URSS; tienen lugar el Primer Congreso de
Arquitectura y el Congreso Internacional de Geología; se realiza el primer gran
censo de toda la URSS (con unos inesperados resultados); el avión se convierte
en el principal medio de transporte y los soviéticos inauguran los vuelos a
Norteamérica; se conquista el Polo Norte; el cine y la radio irrumpen como las
principales herramientas propagandísticas del poder soviético…
Es un año
también de grandes obras faraónicas en Moscú y de movimientos migratorios de
millones de personas, sobre todo campesinos que, tras la persecución de las
décadas anteriores, deciden emigrar a la capital. Nacen fábricas descomunales
que acogen a miles de trabajadores; los emigrantes rusos retornan a su patria a
la vez que muchos comunistas extranjeros perseguidos se refugian en la URSS. Se
celebra por todo lo alto en el Teatro Bolshói el aniversario de la fundación de
la Cheká (el Comisionado del Pueblo para Asuntos Internos); la Plaza Roja se
convierte en el centro de reunión de miles de trabajadores y en el escenario de
las grandes adhesiones al régimen… El autor describe todas estas efemérides y
temas, y muchos más, mostrando las poliédricas intenciones del Partido
Comunista de someter la realidad a sus objetivos utópicos.
A
la vez, Schlögel describe los espectaculares juicios que tuvieron lugar a
partir de 1936 contra destacados miembros de la “vieja guardia”, juicios que ocuparon
las primeras páginas en los medios de comunicación y que provocaron entusiastas
manifestaciones de cientos de miles de personas contra los antiguos dirigentes
que, siguiendo el guión de la propaganda oficial, habían utilizado el poder para
labores de sabotaje y espionaje a favor de los trotskistas o para preparar el
asesinato de Serguéi Kírov, secretario del comité central del Partido Comunista
de Leningrado. En estos juicios fueron condenados a muerte históricos dirigentes
del Partido como Grigori Zinóviev, Lev Kámenev, Karl Radek, Nikolái Bujarin,
etc., además de otros miles de dirigentes de todos los organismos y posiciones,
que fueron detenidos y condenados por oleadas. Teniendo en cuenta la atención
que se prestó a estos juicios, podría parecer que la Gran Purga de 1937 se
desató especialmente contra ellos, contra los dirigentes; sin embargo, las
cosas no fueron así.
Estos juicios
fueron la cortina de humo de los planes ya mencionados del Partido Comunista.
Para Schlögel, “la gran ola de terror se dirigió en primer lugar contra
personas humildes, sencillas, que no militaban en el Partido, personas
seleccionadas y asesinadas de manera planificada, respondiendo a criterios
sociales y étnicos”. A todos ellos, sin las mínimas garantías judiciales, se
les acusó de preparar sublevaciones y atentados, de crear y dirigir redes de
espionaje y de cometer sucesivos actos de sabotaje en fábricas, minas,
institutos científicos. Fueron detenidos y condenados a una velocidad de
vértigo. Por ejemplo, en el campo de tiro de Bútovo se fusilaron en el mes de
julio de 1937 a 126 personas, pero la cantidad pasó a 2.327 ya en el mes de
agosto. Y en 1936 tuvieron lugar 131.168 arrestos, que pasaron a 936.750 en
1937 y a 638.509 en 1938. Más del 90% de los detenidos fueron acusados de
delitos contrarrevolucionarios.
Espléndido libro, pues,
que no se centra de manera exclusiva en la historia de la violencia comunista sino
que presenta de manera fragmentaria la vida en Moscú en un año siniestro. Karl
Schlögel (1948) lo publicó en Alemania
en 2008 y en 2012 consiguió el Premio de Leipzig para el Entendimiento Europeo.
El autor es profesor de Historia del Este en la Universidad Europea de Viadrina
(Frankfurt del Oder). En el prólogo afirma que su intención no ha sido dar
respuesta a las numerosas incógnitas que contienen estos trágicos sucesos sino
que su obra es “un intento de abrir más que cerrar” y de poner en el centro del
debate a las miles y miles de víctimas a las que “jamás se les concedió la
atención y el interés que cabría esperar”.
Terror y utopía
Karl Schlögel
Acantilado. Barcelona (2014)
1.008 págs.
45 €.
T.o.: Terror und Traum.
Traducción: José Aníbal Campos.
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