Julian Barnes
(Leicester, 1946) es uno de los actuales novelistas ingleses de más proyección
internacional. Si en sus libros anteriores, Niveles
de vida y Nada que temer,
mezclaba el memorialismo con el reportaje y hasta con el ensayo, en esta
ocasión escribe una novela-biografía sobre la vida del famoso compositor ruso
Dmitri Dmitríevich Shostakóvich (1906-1975), uno de los más laureados por el
régimen soviético –obtuvo seis Premios Stalin y tres Órdenes de Lenin-, quien
también padeció el clima de purgas y represión de la época de Stalin.
La novela se
centra sobre todo en sus relaciones con el Poder y la actitud del músico ruso
ante el control de las autoridades soviéticas de las manifestaciones artísticas
y culturales. A los escritores Stalin los definió como “forjadores del alma
humana”, y todos aquellos que no aceptaron este papel según las premisas del
“realismo socialista” tuvieron numerosos problemas con el Poder (los
testimonios de esta represión son abundantes). Y también les sucedió a los
músicos, que debían componer una música para las masas basada en la tradición
rusa y en el sentido optimista del comunismo revolucionario.
Educado en los
valores comunistas, que aceptó sin grandes complicaciones, Shostakóvich fue
hasta 1936 uno de los músicos preferidos por el régimen, además de tener un
sonado éxito internacional. En 1934 había estrenado su ópera más famosa, Lady Macbeth de Mtsensk, que cosechó
importantes críticas en todo el mundo. En 1936 se representó en Moscú y a una
de sus sesiones asistió el propio Stalin. Dos días después el periódico oficial
Pravda le dedicó un editorial, con
toda seguridad firmado por el propio Stalin, que censuraba la obra
calificándola de “formalista”, la peor crítica que podría recibir una obra de
arte. Para Stalin, su ópera era “bulla en vez de música”, además de ser “un
juego de inteligente ingenuidad que puede acabar muy mal” pues “es obvio el
peligro que esta tendencia supone para la música soviética”. Tras ese
editorial, se desató una campaña contra la música de Shostakóvich,
calificándola de decadente, cosmopolita, individualista y defensora del arte
por el arte. Su nombre fue prohibido y señalado, lo que le podría traer graves
consecuencias hasta para su propia persona, pues el músico de Leningrado
conocía cómo se las gastaba el régimen con aquellos intelectuales que no
pasaban por el aro. De hecho, esperaba su detención en cualquier momento.
Pero no fue
detenido. A partir de entonces, Shostakóvich se planteó qué debía hacer:
¿someterse a las sugerencias del
poder o continuar su propio camino musical? El drama de Shostakóvich lo
padecieron otros muchos intelectuales, que o bien se plegaron a la concepción
comunista del arte o acabaron encerrados en los gulag. Este es el debate íntimo
que aparece en la novela. Barnes apuesta por diferenciar el Shostakóvich
externo del interno. Internamente, no comulgaba con las ideas comunistas (así
lo muestra Barnes), externamente se convirtió en un músico fiel al régimen. En
1940, recibió la Orden de la Bandera Roja del Trabajo; durante la Segunda
Guerra Mundial escribió la Séptima Sinfonía, la llamada Sinfonía Leningrado, que fue utilizada propagandísticamente por el
régimen de Stalin en todo el mundo; en 1948, fue elegido para representar a su
país en Nueva York en el Congreso Cultural y Científico para la Paz Mundial; en
1960, se afilió al Partido Comunista y fue nombrado presidente de la Unión de
Compositores de la Federación Rusa, además de pertenecer al Soviet Supremo y de
firmar cartas de denuncia contra Solzhenitsyn y Sájarov.
La novela, con
frecuentes saltos en el tiempo, sigue el hilo cronológico de la vida de
Shostakóvich, centrándose en los hechos internos y en las complejidades de su
mundo interior, todavía más acusadas por su complicado carácter y su
sensibilidad musical. Barnes novela la situación del músico en su círculo
familiar (su primera mujer, Nina, y sus
dos hijos) y en el entramado de intereses de un régimen totalitario, en el que
la vida de los disidentes corría peligro, ya que “decir la verdad se volvía
imposible –porque conducía a una muerte inmediata-“ y “había que disfrazarla”
sino se quería que el régimen aplicase su fuerza no sólo sobre él sino también
sobre su familia y allegados. ¿Debería haber sido Shostakóvich otro mártir, como
lo habían sido tantos artistas?
La biografía de
Shostakóvich y sus relaciones con el régimen soviético despiertan hoy día mucho
interés, como demuestran los numerosos libros que se siguen publicando sobre
este tema. Destaco dos: el primero es la minuciosa recreación histórica que
hace el historiador norteamericano Bryan Moynaham del cerco de Leningrado en Asedio y sinfonía, en donde utiliza como
hilo conductor los vaivenes de la composición de la Séptima Sinfonía o Sinfonía Leningrado, de Shostakóvich. En
segundo lugar, el novelista William T. Vollmann convierte al músico ruso en
protagonista de uno de los episodios de la voluminosa novela Europa Central (2007). También resulta
interesante citar una reciente novela de Reyes Monforte, Una pasión rusa, en la que se cuenta indirectamente la biografía
del músico ruso Serguéi Prokofiév, con Jachaturián y Shostakóvich otro de los
músicos que tuvo problemas con el régimen comunista.
La música no es
un tema nuevo en la bibliografía de Julian Barnes. Varios relatos de su libro La mesa de limón tienen una temática
musical. Y en una de sus novelas más conseguidas, El puercoespín (1992), utiliza como protagonista al incombustible líder
comunista búlgaro Todor Zhivkov.
El ruido del tiempo
Julian
Barnes
Anagrama.
Barcelona (2016)
208
págs. 16,99 € (papel) / 9,99 € (digital)
T.o.:
The Noise of Time.
Traductor: Jaime Zulaika.
Traductor: Jaime Zulaika.
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