Se cumple este año el primer centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós (1843-1920), uno de los escritores más importantes de la literatura española. Comenzó a escribir en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Vivió de manera apasionada los conflictos políticos y sociales de su tiempo, que reflejó en sus obras literarias, en unas ocasiones como telón de fondo ambiental y en otras, en sus novelas de tesis, tomando esos asuntos como el epicentro de su literatura.
El tiempo ha podido hacer mella en algunas de sus obras, especialmente en las más ideológicas, y también en su manera de narrar. En su tiempo, estaba de moda la literatura folletinesca, de la que también participó Galdós, lo que implicaba un abuso de la intriga y del melodrama y el uso de técnicas literarias recargadas de detalles, tramas, descripciones y personajes secundarios. Sin embargo, a pesar de estas claudicaciones en algunas de sus novelas, nadie duda de su calidad narrativa, de sus increíbles dotes de observación, de su realismo vital y de su fidelidad al reflejo de la vida misma de su tiempo. Su producción literaria es muy abundante y abarca la novela histórica, la novela realista y de tesis, los relatos, las obras teatrales y los artículos periodísticos.
Nacido en Canarias en 1843, se trasladó a Madrid en 1862. Rápidamente se introdujo en los círculos más progresistas de su tiempo, cercanos al krausismo y a la Institución Libre de Enseñanza. Empezó pronto a colaborar en periódicos y revistas. Trambién trabajó de traductor (suya es la traducción de Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Dickens, autor que influyó en su manera de escribir sobre la realidad). Sus primeras obras literarias son dramas que escribe bajo el influjo del Romanticismo. Pero en 1870, con la publicación de La Fontana de Oro, incorpora los ingredientes realistas, que serán a partir de ese momento el eje de su literatura.
Galdós publica a buen ritmo, muchas veces condicionado por escribir movelas por entregas. Comienza a ser un escritor conocido, también por su ideología, que lleva de manera contundente a sus novelas.
Se siente atraído por la política y en 1866 sale elegido diputado. Las novelas que escribe en estos años están dominadas, quizás demasiado, por el peso de lo social y de la ideología. Galdós censura la asfixiante hipocresía de ciertos sectores de la sociedad española –los más conservadores- y ridiculiza con personajes excesivamente maniqueístas los valores tradicionales asentados en la religión. Novelas de estos años son Doña Perfecta (1876), Gloria (1877), La familia de León Roch (1878). En ellas, siempre se imponen las ideas progresistas del narrador.
Cuando Galdós abandona la obsesión por la ideología moralizante, escribe sus mejores novelas. De esta época es Marianela (1878), novela en la que también se aprecia su atractivo por algunas ideas cristianas, aunque Galdós se definió como agnóstico. El personaje de Marianela resulta trágico y tierno y es una de sus mejores creaciones. Muchas de las novelas de estos años describen los ambientes madrileños de una manera costumbrista y casi fotográfica, con personajes que ya no están encorsetados en ideologías determinadas sino que muestran variados conflictos humanos y sentimentales y diferentes tipos madrileños, muchos de ellos procedentes de una clase media popular en proceso de decadencia. De esta época son un grupo de novelas de gran calidad literaria como El amigo Manso (1882), La de Bringas (1884) Fortunata y Jacinta (1886-87) y Miau (1888). La más ambiciosa de todas es Fortunata y Jacinta, en la que Galdós realiza un gran trabajo estilístico como retratista del alma humana y cronista de Madrid, aunque quizás sobre su tendencia al melodrama.
Por estos mismos años empieza a escribir también las primeras novelas de los “Episodios nacionales”. La primera novela, Trafalgar, aparece en 1873, con el joven Gabriel Araceli como testigo y protagonista, y la última en 1912. En total, escribió 46 episodios, que novelan la historia de España desde la Guerra de la Independencia hasta el reinado de Alfonso XII. Galdós opinaba que conocer bien la historia reciente debería servir para abordar de manera más sosegada el futuro. Muchos de estos episodios siguen siendo muy amenos. En este sentido, podemos destacar Trafalgar, Bailén, Zaragoza, quizás los más conocidos y leídos hoy día.
En la última década del siglo XIX, Galdós da una vuelta de tuerca a su realismo costumbrista y escribe novelas más naturalistas; pero más que priorizar las descripciones físicas y ambientales para subrayar el determinismo social, tendencia propia del naturalismo, profundizan en el trabajo psicológico y “espiritual” de los personajes. De estos años son Ángel Guerra (1890-91), Nazarín (1895), novela que tiene ecos evangélicos y quijotescos, y una de sus grandes novelas, Misericordia (1897), donde aparece uno de sus personajes más logrados, la sirvienta Benina, además de lograr un fresco muy realista de los barrios pobres de Madrid.
Hoy día se valora en Galdós su capacidad para encontrar personajes tan dispares que encarnan en sus vidas el ambiente de toda una época, en un momento de cambios sociales y morales. En sus mejores obras, su realismo no se queda en un detallismo costumbrista y social sino que supo penetrar en las luces y sombras del corazón humano, a veces con mucha ternura y otras con dramatismo.
Galdós no es solo un escritor de ambientes, por muy bien que hiciera esto, sino que sus libros son un muestrario de tipos y sentimientos humanos (aunque en algunas novelas la selección de temas y personajes no es aséptica sino que busca unos objetivos ideológicos concretos). A este atractivo hay que sumar la naturalidad, espontaneidad y sencillez de su estilo, en las antípodas del preciosismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario