Muchos jóvenes
aspirantes a escritores, hay que decirlo bien alto, no han sentido la
llamada de las musas o de la literatura sino la del dinero. Piensan
que la publicación de una novela –ni los poetas ni los dramaturgos
tienen estos sueños económicos- les abrirán las puertas de la fama
y del negocio, como ha sucedido recientemente con algunos casos
ciertamente escandalosos por sus resultados financieros como han sido
los de Dan Brown, J. R. Rowling y en un territorio más cercano los
de Carlos Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones y María Dueñas. El
reclamo, la llamada, la obsesión por el best-seller está
haciendo mucho daño no sólo a lo que es la literatura –muchos,
muchos, muchos dan, ay, gato por liebre- sino al mismo concepto de
escritor.
La realidad, sin
embargo, poco tiene que ver con estos sueños (o pesadillas). Salvo
rarísimas excepciones, muy pocas más de las que acabamos de
mencionar, los escritores deben compaginar su entrega a la literatura
con ocupaciones diversas, que van desde trabajos editoriales,
periodísticos y vinculados al mundo de la cultura y la enseñanza
–una buena parte de ellos- a los que desempeñan profesiones
variadas, alejadas del mundo literario, como en su tiempo le sucedió,
por ejemplo, a Juan Benet.
Y esta realidad, nada
romántica, la demuestra Trabajos forzados, un entretenido
ensayo de la escritora y profesora italiana Dara Galatera en el que
rastrea los oficios que han desempeñado muchos escritores
importantes de la literatura europea y norteamericana del siglo XX
antes de ser escritores consagrados o incluso después de triunfar en
la literatura. Lástima que no se mencione a ningún escritor
español.
Tras unos años oscuros
en los que se dedicó al tráfico de obras arqueológicas, el
escritor francés André Malraux llegó a ser Ministro. Antoine de
Saint-Exupéry, el autor de El Principito, no renunció nunca
a su gran vocación profesional, donde encontró la muerte: piloto de
aviones; Jean Giono fue un sencillo y humilde empleado de banca;
Céline, trabajó como médico en una prestigiosa empresa
internacional; Dashiell Hammett fue, antes que escritor, investigador
privado en la agencia de detectives Pinkerton, experiencia que le
proporcionó mucho material para sus futuros libros; Bukovski, que
apenas duraba unas semanas en los trabajos por culpa de sus
monumentales borracheras y su desarreglado estilo de vida, aguantó
durante años en el servicio de correos, todo un milagro. George
Orwell fue policía en Birmania y al regresar a su país decidió
alimentar su imaginación literaria yéndose a vivir con los
desarraigados y pobres, experiencia que relató en un libro de 1933,
Vagabundo en País y Londres. La escritora Colette utilizó la
fama que le proporcionaron sus libros para lanzar al mercado una
colección de productos estéticos.
En el libro de Galateria
merecen una especial atención Máximo Gorki y Jack London, dos
escritores que acabarían dedicándose íntegramente a la literatura
y que tuvieron, sin embargo, unos orígenes familiares y sociales muy
complicados. Por ejemplo, Gorki fue pinche, fogonero, panadero,
pescador en el Mar Negro, vendimiador en Besarabia..., La vida de
Jack London tampoco está nada mal: fue repartidor de periódicos,
obrero en una fábrica de conservas, cazador de focas, buscador de
oro en Klondike...
¿Han sido estas
experiencias vitales para su posterior dedicación a la literatura o,
al revés, han sido en sus casos un lastre que les ha impedido
realizar una carrera literaria más sólida y cuajada? Pienso que en
este tema no hay una respuesta tajante ni clara. Además, si le
seguimos dando vueltas, podemos entrar en ese peligroso debate sobre
las relaciones entre la vida y el arte que me parece a mí pueden
ayudar poco. ¿Hace falta ser un ladrón y un asesino para describir
con pelos y señales un robo y un asesinato? ¿Hace falta tener
muchas experiencias vitales para escribir sobre las luces y las
sombras de la condición humana? ¿Hace falta haber sido jugador de
fútbol para ser un buen árbitro?
Una conclusión
sorprende de este ameno ensayo. Casi todos sus protagonistas
reconocen que el oficio más duro de sus vidas, el más sacrificado y
costoso, ha sido el de escritor. Quizás sea verdad.
Trabajos forzados
Daria GalateriaImpedimenta. Madrid (2011)
202 págs. 18,95 €.
T.o.: Mestieri di scrittori. Traducción: Félix Romeo.
En nuestros días tendríamos que abrir una nueva categoría: la de los escritores que se ganan la vida como contertulios en las radios y televisiones. Antes los escritores se reunían a hablar por gusto en el Café Gijón o similares. Ahora se injertan espadas en los labios y sacan tajadas de las tajadas que hacen a sus adversarios. Enhorabuena por el blog
ResponderEliminarComparto tu opinión, Alberto. Y van a las tertulias con ese sentido de superioridad que convierte, o parece convertir, a los escritores en personas de otra galaxia. Una manifestación de la prepotencia romántica, que pervive entre muchos escritores.
EliminarNo conocía el blog. Lo incluyo entre los que sigo. Enhorabuena y garcias por compartir.
ResponderEliminarJulio: llevo pocas semanas. A ver cómo evoluciona y si merece la pena. Ya veremos. Un abrazo.
Eliminar