miércoles, 12 de septiembre de 2012

"Trabajos forzados", de Daria Galateria


Muchos jóvenes aspirantes a escritores, hay que decirlo bien alto, no han sentido la llamada de las musas o de la literatura sino la del dinero. Piensan que la publicación de una novela –ni los poetas ni los dramaturgos tienen estos sueños económicos- les abrirán las puertas de la fama y del negocio, como ha sucedido recientemente con algunos casos ciertamente escandalosos por sus resultados financieros como han sido los de Dan Brown, J. R. Rowling y en un territorio más cercano los de Carlos Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones y María Dueñas. El reclamo, la llamada, la obsesión por el best-seller está haciendo mucho daño no sólo a lo que es la literatura –muchos, muchos, muchos dan, ay, gato por liebre- sino al mismo concepto de escritor.
La realidad, sin embargo, poco tiene que ver con estos sueños (o pesadillas). Salvo rarísimas excepciones, muy pocas más de las que acabamos de mencionar, los escritores deben compaginar su entrega a la literatura con ocupaciones diversas, que van desde trabajos editoriales, periodísticos y vinculados al mundo de la cultura y la enseñanza –una buena parte de ellos- a los que desempeñan profesiones variadas, alejadas del mundo literario, como en su tiempo le sucedió, por ejemplo, a Juan Benet.

Y esta realidad, nada romántica, la demuestra Trabajos forzados, un entretenido ensayo de la escritora y profesora italiana Dara Galatera en el que rastrea los oficios que han desempeñado muchos escritores importantes de la literatura europea y norteamericana del siglo XX antes de ser escritores consagrados o incluso después de triunfar en la literatura. Lástima que no se mencione a ningún escritor español.
 

Tras unos años oscuros en los que se dedicó al tráfico de obras arqueológicas, el escritor francés André Malraux llegó a ser Ministro. Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito, no renunció nunca a su gran vocación profesional, donde encontró la muerte: piloto de aviones; Jean Giono fue un sencillo y humilde empleado de banca; Céline, trabajó como médico en una prestigiosa empresa internacional; Dashiell Hammett fue, antes que escritor, investigador privado en la agencia de detectives Pinkerton, experiencia que le proporcionó mucho material para sus futuros libros; Bukovski, que apenas duraba unas semanas en los trabajos por culpa de sus monumentales borracheras y su desarreglado estilo de vida, aguantó durante años en el servicio de correos, todo un milagro. George Orwell fue policía en Birmania y al regresar a su país decidió alimentar su imaginación literaria yéndose a vivir con los desarraigados y pobres, experiencia que relató en un libro de 1933, Vagabundo en País y Londres. La escritora Colette utilizó la fama que le proporcionaron sus libros para lanzar al mercado una colección de productos estéticos.

En el libro de Galateria merecen una especial atención Máximo Gorki y Jack London, dos escritores que acabarían dedicándose íntegramente a la literatura y que tuvieron, sin embargo, unos orígenes familiares y sociales muy complicados. Por ejemplo, Gorki fue pinche, fogonero, panadero, pescador en el Mar Negro, vendimiador en Besarabia..., La vida de Jack London tampoco está nada mal: fue repartidor de periódicos, obrero en una fábrica de conservas, cazador de focas, buscador de oro en Klondike...
 

¿Han sido estas experiencias vitales para su posterior dedicación a la literatura o, al revés, han sido en sus casos un lastre que les ha impedido realizar una carrera literaria más sólida y cuajada? Pienso que en este tema no hay una respuesta tajante ni clara. Además, si le seguimos dando vueltas, podemos entrar en ese peligroso debate sobre las relaciones entre la vida y el arte que me parece a mí pueden ayudar poco. ¿Hace falta ser un ladrón y un asesino para describir con pelos y señales un robo y un asesinato? ¿Hace falta tener muchas experiencias vitales para escribir sobre las luces y las sombras de la condición humana? ¿Hace falta haber sido jugador de fútbol para ser un buen árbitro?

Una conclusión sorprende de este ameno ensayo. Casi todos sus protagonistas reconocen que el oficio más duro de sus vidas, el más sacrificado y costoso, ha sido el de escritor. Quizás sea verdad.

Trabajos forzados
Daria Galateria
Impedimenta. Madrid (2011)
202 págs. 18,95 €.
T.o.: Mestieri di scrittori. Traducción: Félix Romeo.

4 comentarios:

  1. En nuestros días tendríamos que abrir una nueva categoría: la de los escritores que se ganan la vida como contertulios en las radios y televisiones. Antes los escritores se reunían a hablar por gusto en el Café Gijón o similares. Ahora se injertan espadas en los labios y sacan tajadas de las tajadas que hacen a sus adversarios. Enhorabuena por el blog

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Comparto tu opinión, Alberto. Y van a las tertulias con ese sentido de superioridad que convierte, o parece convertir, a los escritores en personas de otra galaxia. Una manifestación de la prepotencia romántica, que pervive entre muchos escritores.

      Eliminar
  2. No conocía el blog. Lo incluyo entre los que sigo. Enhorabuena y garcias por compartir.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Julio: llevo pocas semanas. A ver cómo evoluciona y si merece la pena. Ya veremos. Un abrazo.

      Eliminar