A nadie le extraña que
entre las grandes fortunas mundiales, por encima de futbolistas,
políticos y alcaldes de ciudades costeras, figuren escritores de
éxito, autores que han pegado un superpelotazo editorial. En los
últimos años, los casos más emblemáticos han sido, en España,
María Dueñas, Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones y Matilde Asensi, y
en el extranjero, por encima de todos, el norteamericano Dan Brown, a
los que podemos sumar fenómenos inmediatos, como el protagonizado
por Suzanne Collins y Los juegos del hambre y E. L. James y su
trilogía 50 sombras de Grey y otros casos más duraderos,
como las novelas de Harry Potter y hasta los libritos esotéricos del
brasileño Paulo Coelho.
Sin embargo, este éxito,
para qué engañarnos, no es lo normal. La tirada media de un libro
en España (se publican más de 70.000 títulos cada año) apenas
pasa de los 3.000 ejemplares, y vamos bajando. Todavía hay
escritores con capacidad para llegar a un público más amplio
(Pérez-Reverte es una excepción), pero cada vez son menos. La
mayoría de los autores se dan con un canto en los dientes si venden
más de cinco mil ejemplares (y algunos todavía con muchos menos).
Las editoriales no suelen proporcionar muchos datos relacionados con
las ventas –salvo si se trata de los grandes éxitos, por aquello
del efecto llamada-. Si se pudiera tener acceso a estos datos, nos
daría hasta pena comprobar lo que venden algunos muy bien tratados
por los medios de comunicación. Qué pena no tenerlos, aunque en
algunos casos me los imagino.
Pero aquí los que han
vendido de verdad, por ahora, son Ken Follett, Stephenie Meyer, Dan
Brown y Joanne K. Rowling. Los tres, muy distintos, emplean un tipo
de literatura muy especial que ha provocado, así es la vida, que
aparezcan miríadas de escritores que han imitado servilmente sus
ingredientes buscando el éxito cómodo y facilón. La plaga de
imitadores y sucedáneos es, para mí, con mucha diferencia, lo peor
de estos fenómenos editoriales interplanetarios.
Peor
que Ken Follett, que ya es decir, son los imitadores de su Edad Media
de cartón piedra, con esquemas reiterativos, tópicos e ingredientes
de serie B que no hay por dónde cogerlos. O de sus mastodónticas
novelas sobre el siglo XX (acaba de aparecer la segunda novela de su
trilogía “The Century”: El invierno del mundo), repletas
de didactismo y de moraleja.
Peor
que la saga Crepúsculo han sido los sucedáneos que han
llenado sus páginas de vampiros vegetarianos y adolescentes
anoréxicas que se pasan el día llorando después de leer una poesía
de Bécquer.
Tras el multimillonario
éxito de las novelas juveniles de Harry Potter han salido por todos
los lados imitadores de literatura fantástica que le dan a la
manivela sin ningún tipo de reparo. Piensan que para conseguir el
éxito de lo que se trata es de repetir los aspectos más vistosos de
las novelas de Rowling y por eso existen ya circulando por el
mercado, por España y por todo el mundo, a gran velocidad, manadas
de novelas que hablan de la magia buena y mala, de colegios o
internados donde los niños aprenden las sinuosas artes de la
hechicerías, animalitos fantásticos que se codean con los humanos y
malos muy malos y perversos que son una amenaza constante para el
futuro de la humanidad. Las variantes son mínimas (algo de
imaginación tienen los autores), pero los sucedáneos intentan no
alejarse mucho del modelo a imitar, pues conviene no correr muchos
riesgos.
Mucho peor fue la moda
Dan Brown, todavía en estado de efervescencia por culpa de un
ejército de autores que viven inmersos en las realidades esotéricas.
Uno se acerca ingenuamente a una librería buscando algo que leer y
le asaltan sin miramientos miles de títulos que desvelan los
secretos ocultos y mejor guardados del Vaticano: ¿tantos hay?;
novelas que trafican a su antojo con la historia, presentando una
Edad Media violenta y corrupta. Ahora, vayas donde vayas, por todos
los lados, camuflados y a la espera de endilgarte el último ensayito
que han leído, te encuentras con expertos en evangelios apócrifos
discutiendo sobre lo que dice el Evangelio de Judas; o sobre las
fuentes de los libros gnósticos, o el papel de los merovingios en la
historia europea y en la de Parla. Proliferan como setas los expertos
en desvelar las claves ocultas del puñetero Priorato de Sión, o los
símbolos esotéricos que encierra tal cuadro (¿también el Ecce
homo?), candelabro, monumento, capilla, canción.
Como decía, lo peor, y
con mucho, de los grandes éxitos son la larga lista de imitadores y
aprovechados que andan pululando por el mundo editorial. Eso sí,
todo vale con tal de vender, que es de lo que se trata. Y es que el
marketing, que es quien manda en el mundo editorial, explota
desesperadamente la gallina de los huevos de oro de cada momento y
sus obligatorios sucedáneos. Advertencia: los sucedáneos de E. L.
James ya están aquí.
Algunos originales se salvan, pero pocos de los que comentas. Triunfan porque hacía tiempo que no se hablaba de la paternidad de Jesús o de las varitas mágicas y las escuelas de magia. Si vamos atrás, estos que llamas originales también son copias.
ResponderEliminarBuena observación, Julio, que reafirma la idea que transmito en el artículo. Pero, es cierto, ninguno -y menos Dan Brown- es original. Eso sí, peor que él son los que le imitan hasta la saciedad. Un camelo.
EliminarPrecisamente ahora estoy organizando un simposio sobre el papel de los merovingios en la historia de Parla. Me encantaría que pudiera asistir como ponente. Enhorabuena por el artículo
ResponderEliminarAlberto: en realidad, mi especialidad son los merovingios en Fuenlabrada y en el Pueblo de Vallecas. Lo de parla era un farol. Siento, por tanto, no poder acudir a tu simposio, que será interesantísimo.
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