lunes, 24 de septiembre de 2012

La maldición de los sucedáneos


A nadie le extraña que entre las grandes fortunas mundiales, por encima de futbolistas, políticos y alcaldes de ciudades costeras, figuren escritores de éxito, autores que han pegado un superpelotazo editorial. En los últimos años, los casos más emblemáticos han sido, en España, María Dueñas, Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones y Matilde Asensi, y en el extranjero, por encima de todos, el norteamericano Dan Brown, a los que podemos sumar fenómenos inmediatos, como el protagonizado por Suzanne Collins y Los juegos del hambre y E. L. James y su trilogía 50 sombras de Grey y otros casos más duraderos, como las novelas de Harry Potter y hasta los libritos esotéricos del brasileño Paulo Coelho.

Sin embargo, este éxito, para qué engañarnos, no es lo normal. La tirada media de un libro en España (se publican más de 70.000 títulos cada año) apenas pasa de los 3.000 ejemplares, y vamos bajando. Todavía hay escritores con capacidad para llegar a un público más amplio (Pérez-Reverte es una excepción), pero cada vez son menos. La mayoría de los autores se dan con un canto en los dientes si venden más de cinco mil ejemplares (y algunos todavía con muchos menos). Las editoriales no suelen proporcionar muchos datos relacionados con las ventas –salvo si se trata de los grandes éxitos, por aquello del efecto llamada-. Si se pudiera tener acceso a estos datos, nos daría hasta pena comprobar lo que venden algunos muy bien tratados por los medios de comunicación. Qué pena no tenerlos, aunque en algunos casos me los imagino.

Pero aquí los que han vendido de verdad, por ahora, son Ken Follett, Stephenie Meyer, Dan Brown y Joanne K. Rowling. Los tres, muy distintos, emplean un tipo de literatura muy especial que ha provocado, así es la vida, que aparezcan miríadas de escritores que han imitado servilmente sus ingredientes buscando el éxito cómodo y facilón. La plaga de imitadores y sucedáneos es, para mí, con mucha diferencia, lo peor de estos fenómenos editoriales interplanetarios.


Peor que Ken Follett, que ya es decir, son los imitadores de su Edad Media de cartón piedra, con esquemas reiterativos, tópicos e ingredientes de serie B que no hay por dónde cogerlos. O de sus mastodónticas novelas sobre el siglo XX (acaba de aparecer la segunda novela de su trilogía “The Century”: El invierno del mundo), repletas de didactismo y de moraleja.

Peor que la saga Crepúsculo han sido los sucedáneos que han llenado sus páginas de vampiros vegetarianos y adolescentes anoréxicas que se pasan el día llorando después de leer una poesía de Bécquer.

Tras el multimillonario éxito de las novelas juveniles de Harry Potter han salido por todos los lados imitadores de literatura fantástica que le dan a la manivela sin ningún tipo de reparo. Piensan que para conseguir el éxito de lo que se trata es de repetir los aspectos más vistosos de las novelas de Rowling y por eso existen ya circulando por el mercado, por España y por todo el mundo, a gran velocidad, manadas de novelas que hablan de la magia buena y mala, de colegios o internados donde los niños aprenden las sinuosas artes de la hechicerías, animalitos fantásticos que se codean con los humanos y malos muy malos y perversos que son una amenaza constante para el futuro de la humanidad. Las variantes son mínimas (algo de imaginación tienen los autores), pero los sucedáneos intentan no alejarse mucho del modelo a imitar, pues conviene no correr muchos riesgos.

Mucho peor fue la moda Dan Brown, todavía en estado de efervescencia por culpa de un ejército de autores que viven inmersos en las realidades esotéricas. Uno se acerca ingenuamente a una librería buscando algo que leer y le asaltan sin miramientos miles de títulos que desvelan los secretos ocultos y mejor guardados del Vaticano: ¿tantos hay?; novelas que trafican a su antojo con la historia, presentando una Edad Media violenta y corrupta. Ahora, vayas donde vayas, por todos los lados, camuflados y a la espera de endilgarte el último ensayito que han leído, te encuentras con expertos en evangelios apócrifos discutiendo sobre lo que dice el Evangelio de Judas; o sobre las fuentes de los libros gnósticos, o el papel de los merovingios en la historia europea y en la de Parla. Proliferan como setas los expertos en desvelar las claves ocultas del puñetero Priorato de Sión, o los símbolos esotéricos que encierra tal cuadro (¿también el Ecce homo?), candelabro, monumento, capilla, canción.

Como decía, lo peor, y con mucho, de los grandes éxitos son la larga lista de imitadores y aprovechados que andan pululando por el mundo editorial. Eso sí, todo vale con tal de vender, que es de lo que se trata. Y es que el marketing, que es quien manda en el mundo editorial, explota desesperadamente la gallina de los huevos de oro de cada momento y sus obligatorios sucedáneos. Advertencia: los sucedáneos de E. L. James ya están aquí.

4 comentarios:

  1. Algunos originales se salvan, pero pocos de los que comentas. Triunfan porque hacía tiempo que no se hablaba de la paternidad de Jesús o de las varitas mágicas y las escuelas de magia. Si vamos atrás, estos que llamas originales también son copias.

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    1. Buena observación, Julio, que reafirma la idea que transmito en el artículo. Pero, es cierto, ninguno -y menos Dan Brown- es original. Eso sí, peor que él son los que le imitan hasta la saciedad. Un camelo.

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  2. Precisamente ahora estoy organizando un simposio sobre el papel de los merovingios en la historia de Parla. Me encantaría que pudiera asistir como ponente. Enhorabuena por el artículo

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    1. Alberto: en realidad, mi especialidad son los merovingios en Fuenlabrada y en el Pueblo de Vallecas. Lo de parla era un farol. Siento, por tanto, no poder acudir a tu simposio, que será interesantísimo.

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