Sin lugar a
dudas, estamos ante la obra más ambiciosa de la periodista Svetlana Alexiévich
(1948), premio Nobel de Literatura 2015. Con este volumen, ha querido calar en
profundidad, sirviéndose de cientos de testimonios, en lo que significa ser
soviético cuando el comunismo se encuentra, aparentemente, en vías de extinción
en Rusia. Para la autora, el “Homo sovieticus” es el resultado de setenta años
de laboratorio del marxismo-leninismo en la Unión Soviética. Ese “hombre” fracasado
no es fruto de un día sino de décadas de adoctrinamiento social y político.
¿Qué ha sido de este hombre? ¿Cómo ha afrontado los cambios que se dan en la
URSS a partir de finales de los ochenta?
Este tema es el
hilo conductor de buena parte de sus trabajos periodísticos, y también aparece
en los otros dos libros que se han publicado en estas fechas en castellano: Voces de Chernóbil, el único que estaba
publicado en castellano, en 2006, en la editorial Siglo XXI, ahora reeditado en
otra editorial, Debate, y La guerra no
tiene rostro de mujer (Debate), donde recoge el testimonio de cientos de
mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial.
“Durante
años -escribe Alexiévich- viajé recogiendo testimonios por toda la antigua
Unión Soviética, porque a la categoría de Homo
sovieticus no sólo pertenecen los rusos, sino también los bielorrusos, los
turkmenos, los ucranianos y los kazajos… Ahora vivimos en Estados distintos y
hablamos lenguas distintas, pero seguimos siendo inconfundibles. ¡Se nos
distingue a la primera! Todos los que venimos del socialismo nos parecemos al
resto del mundo tanto como nos diferenciamos de él: tenemos un léxico propio,
nuestra propia concepción del bien y del mal, de los héroes y los mártires.
También tenemos una relación particular con
la muerte”.
Han sido muchos
años de represión, de Gulag, de guerras, de eliminación de kulaks, de
deportaciones de pueblos, de propaganda comunista, de férreo control del
pensamiento, de adoctrinamiento en las aulas, en los medios de comunicación, en
el cine, en los puestos de trabajo… Esto no sólo no puede eliminarse de un
plumazo sino que en algunos casos, bastantes, forma parte del ADN soviético.
Estas
personas son las principales protagonistas de este libro formado como los otros
por cientos de entrevistas. Alexiévich habla de los aires de cambio que se dan
a partir de principios de los noventa, pero muchas personas no han sabido
asimilar estos cambios. “Yo busqué –escribe- a aquellos que se habían adherido
por completo al ideal, a aquellos que se habían dejado poseer por él de tal
forma que ya nadie podía separarlos, aquellos para quienes el Estado se había
convertido en su universo y sustituido todo lo demás, incluso sus propias
vidas”. Educados en los valores comunistas y colectivos, eran incapaces de
“abrazar el individualismo de hoy, cuando lo particular ha terminado ocupando
el lugar de lo universal”.
A
estas personas les confunde la libertad, a la que no están acostumbradas, y la
presencia de verdades diferentes a las oficiales. Lo cuenta uno de los
entrevistados: “Hoy he comprado tres diarios y cada uno cuenta su verdad.
¿Dónde está la verdadera verdad? Antes uno leía el Pravda de buena mañana y ya lo tenía todo claro”.
Muchos
de los entrevistados participaron activamente en la caída del comunismo. En las
conversaciones en la cocina –tradicionales en la Unión Soviética: el único
espacio donde el KGB a lo mejor no te escuchaba- se hablaba apasionadamente de
la libertad. Pero la libertad conseguida no ha levantado mucho entusiasmo. “La
libertad resultó ser la rehabilitación de los sueños pequeñoburgueses que
solíamos despreciar en Rusia. La libertad de Su Majestad el Consumo”. En la
nueva Rusia han desaparecido los grandes ideales, sustituidos por el lenguaje
economicista de los créditos, porcentajes, acciones: “ya no se vivía para
trabajar, sino para “hacer” y “ganar” dinero”.
La
libertad fue un ideal contagioso, para muchos, visto los resultados, ingenuo.
Parecía que el comunismo había sido finiquitado. Pero como comprueba la autora,
la sensación era falsa. Después de veinte años, “una fuerte nostalgia de la
Unión Soviética se ha ido extendiendo por toda la sociedad. El culto a Stalin
ha vuelto (…). Hay decenas de programas televisivos y portales de internet
dedicados a alimentar la nostalgia de los tiempos soviéticos”.
Los
ideales del Homo sovieticus no han
sido enterrados. “¡Éramos –manifiesta un entrevistado- un pueblo lleno de
grandezas! Y ahora nos hemos convertido en un pueblo de traficantes y pillos,
de tenderos y gerentes…” donde solo reina el culto al dinero y al éxito. Entre
los entrevistados hay quienes añoran los desfiles de la Plaza Roja, la exaltación
del amor a la patria, a Stalin y Lenin… “El Partido era lo que más amaba en el
mundo”.
El fin del “Homo sovieticus abarca
muchos puntos de vista, muchas reflexiones tanto de férreos partidarios de la
antigua Unión Soviética como de personas que denuncian el silencio cómplice de
muchos de sus compatriotas ante el terror de las purgas, los campos de
concentración y la violencia de la dictadura. La autora ofrece un mosaico de
voces, una polifonía de testimonios donde, como ella escribe, prima la pasión
por “una vida humana cualquiera”.
El
fin del “Homo sovieticus”
Svetlana Alexiévich
Acantilado. Barcelona (2015)
656 págs. 25 €.
Traducción: Jorge Ferrer Díaz.
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