Apenas existen testimonios en directo de
la vida de los campos de concentración soviéticos. La censura –de imágenes y
epistolar- fue muy severa, y las cartas que se han conservado y publicado de
algunos famosos presos –como las del sacerdote y científico Pavel Florenski-
eluden los detalles y las circunstancias concretas de la vida cotidiana en los
campos.
Posteriormente
se ha podido reconstruir aquel microcosmos carcelario gracias a numerosos
testimonios de los supervivientes, entre los que hay que destacar los libros de
Varlam Shalámov y Alexander Solzhenitsyn, que provocaron un cataclismo en la
propia URSS y en muchos países de Occidente, donde apenas se tenía conocimiento
de la poderosa red de los gulag, acrónimo de Glavnoe Upravienie Lagere, la
Dirección General de Campos de Trabajo, organismo que se encargaba de gestionar
los más de 500 campos que había en la Unión Soviética que creados por Lenin y continuados por Stalin para reeducar a los enemigos del pueblo y
utilizarlos como mano de obra superbarata y desechable para acometer en muchos
casos las faraónicas obras que se emprendieron en la URSS; y, también, para
acceder, en unas condiciones climatológicas y laborales pésimas, a los ricos recursos
energéticos y minerales de zonas de Siberia y de otros lugares igual de
peligrosos.
Por
eso es una excepción que merece destacarse el testimonio que rescata y cuenta
en este libro el historiador inglés Orlando Figes, autor de una serie de
estudios relacionados con la historia reciente de Rusia y la URSS, como son,
por ejemplo, El baile de Natacha. Una
historia cultural de Rusia, Los que
susurran. La represión en la Rusia de Stalin y Crimea.
De
la correspondencia que mantuvieron Lev y Sveta Mischchenko, su prometida,
durante más de ocho años, se han conservado casi todas las cartas, más de mil
quinientas, “de lejos, la mayor colección de cartas del gulag jamás
encontrada”. Son, además, cartas que la mayoría no fueron censuradas pues Lev
aprovechó que podía relacionarse con trabajadores libres del campo para que
hicieran de correo de las numerosas cartas que escribió. Son, pues, un
testimonio en vivo y en directo, no reelaborado, de la vida en el campo (“la
crónica más minuciosa –escribe Figes- de la vida cotidiana en el gulag que
jamás haya salido a la luz”), además de ser, a la vez, en medio de unas
durísimas circunstancias vitales, una apasionada y constante historia de amor.
Lev
y Sveta se conocieron siendo estudiantes de la Facultad de Físicas de la Universidad
de Moscú. Cuando comenzó la guerra entre Alemania y la URSS, Lev se alistó y en
unas operaciones militares fue hecho prisionero por los alemanes. Estuvo preso
en diferentes campos alemanes, incluso en Buchenwald, hasta que casi al final
de la guerra consiguió escaparse y refugiarse con las tropas americanas.
Después, se reincorporó al Ejército Rojo, donde fue recluido, acusado, como
tantos otros militares rusos, de espionaje y alta traición. Lev fue condenado a
diez años de trabajos forzados.
Ya
en Pechora, en la provincia de Kumi, en unas condiciones climatológicas
infernales (llegaron hasta los -45 grados centígrados), tras unos meses muy
duros trabajando en una explotación maderera, gracias a sus conocimientos de
física, consiguió un buen destino en la central eléctrica del campo. Ya
instalado en su nuevo puesto, empezó a escribir a sus familiares y a dar
señales de vida después de cinco años sin que nadie tuviese noticias suyas,
pues Lev figuraba hasta ese momento como “desaparecido”, lo que también podida
significar que había desertado o muerto en combate. Lev volvió a tener noticias
de Sveta y empezó así esta larga y completa correspondencia, de 1946 a 1954.
Aunque
se describe con mucho acierto la vida en un campo de concentración, conviene advertir
que estamos ante una experiencia un tanto especial, pues Lev –a diferencia de
otros testimonios sobre la vida en los campos- llevó, dentro de lo que cabe,
una vida tranquila, dedicada a sus
trabajos técnicos y viviendo en unas condiciones que no tenían nada que ver con
las de los otros presos del mismo campo. Incluso las relaciones que tuvo con
sus carceleros fueron “humanas” y hasta le hicieron favores para enviar sus
cartas sin que pasasen por la censura y para facilitar los encuentros que Lev
llegó a tener con Sveta dentro del campo de Pechora.
Además,
también sorprende que en las cartas apenas se hable de política. Lev asume su
situación de la mejor manera posible, con sus crisis, por supuesto, pero
intenta en todo momento no llamar la atención políticamente. Lo mismo le sucede
a Sveta, que llegó a ser incluso miembro del Partido Comunista. La principal
obsesión de estas cartas es la separación, las crisis amorosas, las situaciones
personales de los dos enamorados, los conflictos de la vida en el campo, los
favores que hacen a otros presos, los compañeros de presidio, los problemas
laborales de Sveta, los planes de futuro… Ninguno de ellos, científicos
educados ya en los valores del materialismo marxista, muestra unas profundas
inquietudes existenciales o religiosas. Sveta, por ejemplo, escribe Figes, “a
pesar de todas sus dudas, creía en el ideal socialista del progreso gracias a
la ciencia y a la tecnología”. Aunque el testimonio es muy humano, se echa en
falta un sentido más crítico sobre la situación totalitaria que estaba viviendo
la URSS. Este es el drama, por ejemplo, de Shtrum, el protagonista de la gran
novela de Vasili Grossman, Vida y destino,
también físico de profesión.
Tras
ocho años y cuatro meses desde su llegada a Pechora, Lev consiguió abandonar el
campo en 1954. Aunque el ingreso en la sociedad civil fue muy complicado por su
estigma de haber sido preso político (tenía prohibido al principio vivir en
Moscú y tuvo que residir en la ciudad de Kalinin), poco a poco los dos
normalizaron sus vidas y continuaron sus trayectoria profesionales dentro de
organismos públicos de investigación. El autor del libro los llegó a conocer y
recogió sus testimonios personales sobre lo contado en las cartas, fuente principal
de este libro.
Orlando
Figes proporciona, además, mucha información social y política para entender lo
que se cuenta en este libro. Habla de la extensión de los campos de
concentración por toda la URSS, de los cambios en la dirección de los campos, del
mazazo que supuso la muerte de Stalin… Esta información, bien dosificada, da
más entidad a la reproducción de muchos pasajes de estas cartas con los que va
contando la historia de Lev y Sveta, el plato fuerte del libro.
Orlando
Figes
Edhasa.
Barcelona (2015)
448
págs. 29,50 €.
T.o.:
Just Send me Word.
Traducción:
Gregorio Cantera.
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