Publica Andrés Trapiello (1953) el volumen número veinte
de sus diarios, a los que ha dado el título genérico de Salón de pasos perdidos, cuya primera entrega, El gato encerrado, es de 1990. La literatura memorialística, y de
manera especial los diarios, son una de las tendencias más sobresalientes y
novedosas de la literatura española última. La nómina de escitores que cultivan
de manera asidua los diarios, con gran calidad, no para de crecer. Junto con
Trapiello podemos destacar a José Luis García Martín, Iñaki Uriarte, Valentí
Puig, José Carlos Llop, José Jiménez Lozano, Miguel D’Ors, Karmelo C.
Iribarren, Enrique García-Máiquez, Gabriel Insausti… Para todos ellos, el
diario no es un género secundario o menor, sino un género autónomo,
independiente que se convierte –por ejemplo, en Trapiello o José Luis García
Martín- en lo que más y mejor define su literatura.
Es un
género que se adapta muy bien a los tiempos que estamos viviendo, en los que se
aprecia una cierta saturación de la literatura de ficción. Además, los diarios
reinterpretan en clave individualista y concreta lo que está pasando y
sucediendo en la realidad. También los diarios provocan una especie de
adicción, pues la mayoría de los autores publican asiduamente sus volúmenes en
las mismas colecciones y editoriales, con temas
e ideas más o menos parecidos, que son leídos por unos lectores que, por
diferentes motivos, han conectado con esos autores, y a los que agradecen su
constancia porque su lectura provoca un provechoso y fructífero diálogo.
En esta nueva entrega, referente al
año 2006 (el anterior volumen fue Seré duda), volvemos a entrar en el ya conocido territorio Trapiello. Vuelve a escribir
sobre su vida doméstica, con episodios que hablan de la relación con su mujer, M.,
con sus hijos y, en este volumen, de manera especial con su madre y con su
hermano mayor enfermo; sus estancias en su casa de Las Viñas, Cáceres; su
crítica visión del mundo literario; sus opiniones –casi siempre negativas-
sobre algunos escritores con los que mantiene algunas controversias públicas; interesantes
valoraciones de los libros que está leyendo y de algunos sucesos culturales y
sociales; sus paseos por el barrio donde vive y algunos percances con sus
vecinos; aparecen muchos encuentros con sus amigos (con algunos de ellos hace
una visita a la casa del pintor Ramón Gaya, fallecido un año antes, para estar
con su viuda); comentarios sobre algunos sucesos de actualidad; sus frecuentes
visitas al Rastro madrileño, donde se mueve como pez en el agua en un escenario
repleto de escenas y personajes muy literarios… A esto se añade el relato de
algunos viajes y conferencias para presentar sus libros, emotivos encuentros
con algunos escritores (como el que tuvo en Barcelona con Ramón Carnicer, ya
muy mayor y enfermo). De vez en cuando la narración se interrumpe con alguos
aforismos: “Nada tan triste como cuando uno siente vergüenza ajena de sí
mismo”.
Son frecuentes también las referencias a los dos libros que
publicó ese año: Imprenta moderna,
una historia de la tipografía española, que provocó algunas críticas negativas
que Trapiello recoge y a las que responde; y El arca de las palabras, donde reunió las colaboraciones que desde
el 23 de abril de 2004 al 23 de abril de 2005 publicó en La Vanguardia día
tras día, en las que, acompañado por el Diccionario ilustrado de la lengua
castellana, de Saturnino Calleja, en una edición de 1919, fue seleccionado las
palabras de ese diccionario que más le llamaban la atención para escribir, a
partir de ellas, un breve comentario personal, muy en la línea de lo que suele
escribir en sus diarios.
Todo cabe en las páginas de Sólo hechos, lo que hace que su lectura
sea amena: encuentros inesperados, conversaciones fugaces, perspicaces pensamientos
poéticos, eruditas digresiones literarias (muy aguda su valoración del escritor
Henry James y de la novela Madame Bovary,
de Flaubert), descripciones muy logradas (como la del restaurante Pereira), evocaciones
nostálgicas (como la que hace de un antiguo zapatero), magníficos retratos, opiniones
nada complacientes con el mundo cultural actual (sobre el arte vanguardista o
el feminismo radical como vara de medir la calidad literaria), divagaciones
sobre la escritura de estos diarios, etc.
Por ejemplo, esta descripción
de unos edificios que ve desde la habitación de un hospital: “De la lluvia, hay
filtraciones de agua, con sus churretes, por todas partes. Abajo, en el patio,
árboles sin hojas, y otros con hojas raquíticas, y un césped parduzo. Pese a
los colores mondrianescos de los toboganes, columpios y demás artilugios, todo
en el patio es de una gran tristeza, como si fuese ese el patio de unos
apartamentos de dirigentes soviéticos”.
También hay momentos con los
que los lectores pueden disentir con el autor, bien por sus contundentes y
maliciosas opiniones sobre algunas personas (sobre todo, escritores), bien por
sus irónicas críticas a determinadas instituciones.
Una vez más, interesa más cómo cuenta
las cosas que el qué cuenta. Trapiello, el auténtico personaje-protagonista de
estos diarios, es capaz de escribir de cualquier asunto -desde una mínima
preocupación familiar a un incidente con los mendigos de su barrio- con una
exigente, versátil y cervantina calidad literaria donde no falta su sarcástica
visión de la realidad.
Sólo hechos
Andrés Trapiello
Pre-Textos.
Valencia (2016)
456 págs. 29 €
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