Originario de Fairmont, un pueblo de granjeros de Carolina
del Norte, Joseph Mitchell (1908-1996) se trasladó a Nueva York en 1929 para
dedicarse al periodismo. Empezó como reportero de sucesos, casos judiciales y
ecos de sociedad en diferentes periódicos (Morning
World, Herald Tribune y World Telegram) y hasta para la Jefatura
de Policía, donde entró en contacto con todas las variedades de la miseria
humana, periodo que Mitchell consideró siempre como su auténtica escuela de
vida, periodismo y literatura.
A partir de 1938, se hizo famoso en New Yorker por sus perfiles,
que solía dedicar a gente ordinaria de las calles y barrios de Nueva York.
Cuando en una ocasión le recriminaron su obsesión por escribir sobre esta
gente, Mitchell contestó: “la gente ordinaria es tan importante como usted,
quienquiera que usted sea”. El más famoso de estos perfiles se lo dedicó a Joe Gould, del
que publicó dos, uno “El profesor Gaviota”, que también aparece en este libro,
es de 1942; el otro lo publicó siete años después de la muerte de su excéntrico
personaje, en 1964. De los reportajes dedicados a Joe Gould existe una versión
cinematográfica, de 2003, dirigida por Stanley Tucci.
Mitchell también es conocido por protagonizar uno de los
más llamativos casos de bloqueo literario, pues se pasó treinta años sin
escribir absolutamente nada, a pesar de acudir todos los días a su puesto en el
periódico donde se había convertido en un periodista famoso y emblemático.
Fue, además, un precursor de lo que
más tarde se llamó Nuevo Periodismo,
donde destacaron nombres tan importantes como Gay Talese, Tom Wolfe y Norman
Mailer. Al igual que ellos, Mitchell combinó a la perfección de las técnicas
del periodismo y la literatura. En su caso, como se demuestra en este libro,
hay una especial tendencia hacia las personas estrafalarias y extravagantes, de
las que hace unos retratos cargados de afecto, a pesar de las excentricidades
y la charlatanería que tiene que soportar.
Aquí entrarían los perfiles
dedicados al reverendo James Jefferson Davis Hall, predicador ambulante cuya
misión en la vida era conturbar a la gente, asustarla para inculcarle el temor
de Dios; un anciano desgreñado de barba blanca que se presentaba como John S.
Smith de Riga, Letonia, y que repartía cheques de miles de dólares; el comodoro
Dutch, “el holgazán más exquisito de la ciudad”; el hombre bienhablado,
entregado a la causa de combatir las palabrotas con unas tarjetitas artesanales en las que
ponía: “Por mor del buen hablar y la decencia, absténganse de utilizar
blasfemias y lenguaje obsceno y de expectorar en lugares públicos. ¿Usaría
usted semejante lenguaje en su casa? Respete al prójimo. Liga Antiblasfemia”;
Joe Gould, “un hombrecillo risueño y demacrado que desde hace un cuarto de
siglo goza de notoriedad en cafeterías, comedores, bares y tugurios de
Greenwich Village”; o el sorprendente relato, por su inesperado final, basado
en un matrimonio que llevaba casi un año viviendo en una cueva de Central Park.
Asombra la capacidad de empatía de
Mitchell con estos personajes, muchos de ellos charlatanes redomados con una
larga historia de fracasos a sus espaldas. También llama la atención su oído
para captar y reproducir las múltiples variedades del lenguaje callejero. Y lo
más extraordinario es su empatía, pues ninguno de estos personajes aparece
ridiculizado o convertido en un pelele o un esperpento. Mitchell los trata en
todo momento con sumo respeto y dignidad.
Pero no todos los protagonistas de
estos “perfiles” son grotescos. Mitchell sabe descubrir entre los ciudadanos
anónimos a personajes que destacan por su desbordante humanidad, como Mazie P.
Gordon, que lleva veintiún años trabajando en la taquilla del Venice, donde
comienza el barrio de Bowery, la zona más lumpen, y que tata con abrumadora generosidad
a los vagabundos de la zona. O la singular historia de Lady Olga, que fue
durante décadas una mujer barbuda muy cotizada en los circos y espectáculos de
variedades, y de la que Mitchell saca su lado más humano y sensible.
También muestra a los lectores
aspectos menos conocidos de una ciudad tan inconmensurable como Nueva York: el
mundo de los calipseros (cantantes de Trinidad establecidos en Nueva York), la
vida y las costumbres de las familias gitanas (expuestas por un experto policía
que ha dedicado muchos años a observarlos); el trabajo especializado que
realizan en las grandes obras los indios mohawks, que viven en la reserva
Caughnwaga, a orillas del río San Lorenzo, en Quebec; la explicación de la
bistecada neoyorkina, evento gastronómico dedicado al consumo de carne y
cerveza al por mayor; el negocio de la recogida de almejas del lecho negro de
las bahías de Long Island; el criadero de tortugas de Savannag. Mitchell
también recrea la transformación del viejo bar de Dick, tugurio repleto de una
clientela constante y muy aficionada a la bebida (“una noche tuvo que venir una
ambulancia de Broad Street para recoger a dos hombres que discrepaban sobre el valor
nutritivo del suero de leche y la cerveza”). Y la historia del reportaje que da
título al libro, la taberna McSorley, excelente capítulo sobre un emblemático y
simbólico local de Nueva York.
Esta primera parte del libro está
formada por veinte fantásticos reportajes. Luego se incluyen también cuatro
relatos autobiográficos, muy buenos y muy literarios; y tres narraciones que se
ambientan en un lugar ficticio en el que
recrea episodios de Robeson, en Carolina del Norte, donde su familia tenía una
plantación dedicada al tabaco y algodón.
Ameno y completísimo libro que puede
servir para que la obra periodística de Mitchell ocupe el privilegiado lugar
que le corresponde tanto en el mundo del periodismo como de la literatura. Su
vida como periodista consistió en dar visibilidad y credibilidad al hombre de
la calle, a los ciudadanos corrientes, a una serie de historias y costumbres que
proceden de la realidad más real, la que está a ras de suelo, con unos
personajes nada impostados y verosímiles, a pesar, en algunos casos, de su
elaborada excentricidad.
La
fabulosa taberna de McSorley y otras historias de Nueva York
Joseph Mitchell
Jus. México (2017)
64 págs. 24 €.
T.o.: Mcorley’s
Wonderful Saloon.
Traducción: Marcelo Cohen, Alejandro Gibert
y Martín Schifino.
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